imposible no contagiarse con el entusiasmo de hermanos brasileños. Es el inicio de una gestión y como todo inicio reúne nuestras esperanzas
La saga de Dilma Rousseff, una Juana de Arco tropical
Por Emiliano Guido
eguido@miradasalsur.com
Perfil, biografía y secretos de campaña de la primera mujer presidente de Brasil
Dos veces en su vida tuvo que usar una peluca para camuflarse. Primero, durante los sesenta, para despistar a los servicios secretos brasileños y disimular su clandestinidad política como guerrillera urbana. Cuatro décadas después también recurrió a una prótesis capilar pero, esta vez, para simular la caída del cabello que le produjeron las odiosas sesiones de quimioterapia que erradicaron de forma definitiva un cáncer linfático y así no languidecer ante los flashes de la prensa brasileña. La vida de Dilma Rousseff, Wanda o Luiza durante los años de militancia tabicada en la organización filomaoísta Vanguardia Palmares, la “Juana de Arco de la subversión” según la fiscalía que investigó su paso por la insurgencia tropical armada, “La Mandona”, señalan algo acomplejados compañeros de fila en el oficialista Partido de los Trabajadores, la “Dama de Hierro” del lulismo titulan los medios concentrados del Brasil, parece tener como lema la famosa frase del filósofo alemán Friedrich Nietzche: “Lo que no te mata te fortalece”. Su currículum lo confirma: tres años como presa política donde fue torturada, la detección de una enfermedad como el cáncer en pleno estrellato político y el permanente combate al prejuicio de género en un país-continente machista donde el rimmel jamás llegó a la Jefatura de Estado. Cuenta la leyenda que el día de su liberación uno de sus cancerberos se mofó y le advirtió: “Ojo, si haces algo vas a morir con la boca llena de hormigas”. Nada la estimuló tanto. Desde entonces no paró, ocupó cargos políticos pesados como el Ministerio de Energía, un lugar en el Consejo Directivo de Petrobras y la Jefatura del Gabinete Presidencial. Y, en dos meses más, quizá le conteste imaginariamente a su antiguo guardián carcelero: Dilma Presidente. Y sin hormigas en la boca, claro está. Zola, Mao y Prebisch. Dilma Rousseff ama comer papayas a la hora del postre, es adicta al programa informático Excel y es una lectora voraz desde que su padre –un comunista búlgaro que eligió Brasil como exilio en la post Segunda Guerra Mundial– la adiestró desde niña con las obras cumbres de Zola y Dostoievski. Tantas dosis de existencialismo, la comprensión sanguínea del mundo soviético y la efervescencia del año 1968 la arrinconaron en el único lugar posible cuando pisó la Facultad de Economía de Belo Horizonte: la militancia política; primero político-gremial y, finalmente, armada para resistir a la dictadura.
Dilma comenzó su vida conspirativa desde la agrupación de izquierda Política Operaria (Polop). Allí conoció a su primer esposo, Cláudio de Magalhães Linhares, quien la convenció de entrar al Comando de Liberación Nacional (Colina). Con posterioridad, Colina y Polop se funden en una sola organización que dio nacimiento a Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares, uno de los grupos guerrilleros urbanos más fuertes de los setenta en Brasil. En este punto, los historiadores bifurcan el relato. Hay quienes aseguran que la otrora Wanda era el cerebro logístico de Vanguardia Palmares, otros la describen como un cuadro medio: “Una niña de clase alta que coqueteó con el sueño guevarista”. Sin embargo, de acuerdo al diario Folha de Sao Paulo, fue en esa época cuando Rousseff fue enviada a un campo de entrenamiento militar en Uruguay bajo las órdenes de la guerrilla oriental MLN-Tupamaros, algo que nunca fue desmentido por la candidata a suceder a Lula en el Palacio Planalto.
Por otro lado, el 18 de junio de 1969 Vanguardia Palmares entró en la historia de Brasil. Ese día, un comando tomó la casa de la presunta amante del gobernador de San Pablo, se hizo con un botín equivalente a 2,5 millones de dólares y cobró estatura como enemigo político de los militares brasileños. Según la revista opositora Veja, Dilma, que por entonces aún tenía 21 años, compró el Volkswagen Escarabajo que facilitó la huida de los asaltantes y, quizás, fue la encargada de gestionar el tesoro robado, aunque décadas después dice tener difuminado ese último recuerdo.
Más allá del prontuario guerrillero, obturado o ensanchado según la conveniencia del portavoz del mensaje, Dilma Rousseff no abandonó nunca el compromiso político. Aunque desde los ochenta hasta que conoció a Lula, brilló más como cuadro técnico. Después de la cárcel, profundizó sus estudios económicos, se acercó intelectualmente al estudio del capitalismo periférico y comenzó a escudriñar las bases programáticas del peculiar desarrollismo tropical brasileño. El “clic” de Lula. Su paso por la Secretaría de Minas y Energía del gobierno de Porto Alegre –primer enclave territorial ganado por el oficialista PT–, donde comenzó a ganarse el reconocimiento público, le abrirían las puertas del Palacio del Planalto con Lula ya en el poder en el 2002. Al ex tornero de San Pablo le cautivó la fama de Rousseff como administradora eficiente y racional, su temple de acero pero, sobre todo, le sedujo que conservara “un alto grado de sensibilidad social”. Además, Lula sabía que La Mandona, como confesó apodarla en las sombras el gobernador de Río de Janeiro a un cronista extranjero, sería –como buen general que era para hacer cumplir órdenes– un fiel soldado político del lulismo. Es más, los rumores de la prensa brasileña dicen que Dilma una vez le echó tal bronca al presidente de Petrobras por un “informe que le hacía ruido”, que éste rompió a llorar nada más colgar el teléfono. El resto de la historia es conocida: mitad por intuición y mitad por fino cálculo político, Lula decidió –a contramano de toda la cúpula del PT– que Dilma Rousseff sea la candidata presidencial 2010. Comenzó la campaña sin mover el amperímetro y hoy sobrepasa por diez puntos en todas las encuestas a su principal contrincante, el socialdemócrata de San Pablo José Serra. Mientras tanto, Lula pone cara de “esta película ya la vi” y pasa factura a los gerontes del PT.
Posiblemente, João Santana –uno de los gurúes del marketing político brasileño– es corresponsable del apoteótico ascenso de Dilma en los sondeos. De la mano del afamado estilista de San Pablo Celso Kamura y de clínicas de comunicación verbal y gestual, Santana fue puliendo la piedra. Hoy Dilma luce menos hosca en su discurso. También, en su atuendo. “Ya sustituyó el flequillo plomizo, que le daba un aire anticuado, impersonal y antipático”, epigrafea Jornal do Brasil. “Vamos a transitar de una economía de nación emergente a una de nación desarrollada con el compromiso de erradicar la pobreza extrema”, promete Dilma con la boca bien abierta. Esa que nadie pudo cerrar.
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