Al entrar en mi casa, a descansar de la brega cotidiana, oí
con negligente oído que me recomendaban la lectura de un artículo literario,
«muy bien escrito», que expresamente se me había dejado sobre mi mesa de lectura. A ella acababa de sentarme, cuando la víctima menor de
mis extremos paternales abrió la puerta de mi tomacafé, se me sentó en la falda, me sobornó con un beso, y me pidió un
barco de papel. Tendí el brazo, tomé el primer impreso que hube a mano, le arranqué un pedazo, saqué las
tijeras que para ese y otros oficios de padrazo llevo siempre en el bolsillo y
recorté "lo más bien" un cuadrito. Lo doblé primero en un doblez rectilíneo; después, en dobleces angulares; en seguida, en rebordes muy simétricos; luego, en dirección de fondo a borde; acto continuo, en repliegues de adentro para afuera, y
tomándolo
gloriosamente, y mostrándolo con aire victorioso a la atentísima sobornadora: ¡Ea!, le dije, un beso, o ¡no hay barco! Me dio el beso, le di el barco
¡Y
qué
barco...! Cuando lo echamos al mar en la aljofaina llena de agua, y promovíamos con los dedos un oleaje, era de ver como la leve embarcación
cabeceaba, orzaba, se iba de bolina; y ya con el viento en popa que salía de nuestro aliento ya con furioso mar de proa, que producíamos agitando la aljofaina, se balanceaba gallardamente o se estremecía de proa a popa, o
amenazaba írsenos a pique.
III
No bastándonos nosotros mismos para
ser a la vez tantas cosas, vientos de todos los cuadrantes, trepidaciones,
oscilaciones, remos, velas, capitán, timonel, tripulación, fuimos al airecillo del balcón, que a ella se le ocurrió abrir de par en par, y pusimos allí nuestra goleta, con su mar y todo. Y entonces nosotros nos pusimos a distancia para ver desde lejos nuestra embarcación, realizando, así, el concierto de la realidad y la idealidad (que ¡las pobres viven desconcertadas en el mundo...), siendo realidad el barco visto, siendo idealidad las tiernas despedidas que dirigíamos a los imaginarios tripulantes.
IV
Ya, sin saberlo, para el momento de las despedidas éramos muchos: primero que todos, el
inseparable
compañero
de diabluras; enlazadas detrás, en su continuo abrazo la madre dilecta y la hija predilecta; más atrás, empujando
para ponerse por delante, los dos más endiablados botafuegos que el sol de las Antillas ha ingerido en corazones y cabezas de muchacho. Faltaba sólo uno: es uno que ya está camino del porvenir, que es un camino muy áspero, muy cuesta arriba, muy sin horizonte, muy sin luz, sobre todo, en la América del Sur. Y suspiramos.
V
Y
allá iba la nave por el mar de la aljofaina, al embate de los vientos del balcón, desapareciendo ya sin duda en alta mar,
porque apenas veíamos un punto. Un punto fijo que se mira es un imán, que se pone a la atención, al sentimiento y al deseo. De tal modo pendíamos del punto, que estábamos efectivamente presenciando el alejamiento de la nave.
—Y
¿para dónde irá?...
—hubo
una voz.
—Y ¿cómo se llamará? —hubo otra voz.
—Yo quiero que se llame lo que parece.
— ¿Qué parece?
—Una gaviota.
—Pues yo quiero que se llame Cuba Libre.
—Silencio... ¡el nombre de la
víctima no se pronuncia en casa de los cómplices!
— ¡Verdad! «Cuba Libre», en la América del Sur, suena como «Creta» en la Europa del Norte.
Ya estaba convenido: se llamaba La
Gaviota, y navegaba con rumbo a Cuba Libre.
Entonces hubo una algarada de alegría que acabó en una algazara de entusiasmo. Todos querían embarcarse para Cuba.
La verdad es que, así a la lejanía, y desde la oscura penumbra, cielo cerrado, atmósfera de hielo, soledad de desierto, desde donde la contemplábamos, la radiante nave, bañada a fondo por el sol, sostenida en un mar libre, caminando hacia la luz, era
una tentación
Ya estábamos en dirección a bordo,
cuando un portazo dio al traste con el mar, con el barco y el propósito de embarque.
Una vez caminando por una de esas costas, desde lejos habíamos visto como un esqueleto negro abandonado a la orilla de la playa. Al acercarnos, ¡qué triste!, todos nos compungimos, era el esqueleto de un barco, era el testimonio de un naufragio.
La aflicción al imaginar la agonía de los náufragos, no fue más íntima que la sentida ahora al ver el naufragio del barco de papel.
El que primero llegó al lugar de la
catástrofe, leyó en voz alta: «La Gaviota».
— ¿Cómo es eso? Tenía el nombre en la borda, como las goletas de verdad?
—Creo que no, porque esto parece, por los dobleces, que era quilla...
—Deja ver. .
Y poniendo con precaución sobre la mesa el húmedo papel, la interpeladora leyó,
como leyendo para sí: «La Gaviota, de Fer. . . « Y levantando inquieta la
cabeza,
interpeló
a la chiquitina:
— ¿De dónde tomaste ese papel?
A lo cual, rehuyendo bulto y
responsabilidad, contestó la amenazada:
—¡Fue papá!
—Y yo, confuso y asustado con el susto de la pequeñuela, balbuceé una excusa:
—Lo encontré ahí.
—Pues buena la hemos hecho...
Y riéndose a risotada al ver mi
facha de delincuente honrado:
—Pero papá, si éste era el artículo literario que yo le recomendaba...
—»Et voila comme une femme abime un homme» —murmuré yo, acariciando la cabellera de mi sobornadora, acordándome
de una
canción
de boulevard, en los tiempos aquellos en que París me sonreía.
—Y ¿qué vamos ahora a hacer?
—¡Qué hemos de hacer! Continuar el viaje —dije yo con honrada convicción, y defendiendo el derecho que mi cómplice tenía a proseguir el juego.
—Pero si ya no hay goleta...
—Pero aquí hay papel...
Vaya si fue grito: no tuve más
remedio que soltar el papel
que había cogido, al oír:
—¡No! ¡no! que ese es el pedazo que queda del articulo de R.. .!
—Pues entonces...
Y me encontré cara a cara con el
íntimo tonto que todos encontramos en el primer repliegue de nuestra segunda
circunvolución frontal,
cada vez que no sabemos lo que hacer.
Contra ese desorientado... (¿Qué es
el hombre más que un íntimo tonto que va desorientado por el mundo?).
Ximena, Cuba |
Decía,
que contra el sublime desorientado no hay como el
único orientado de este mundo, el niño, que siempre sabe lo que quiere hacer, y que, entonces, queriendo nuevo barco, me miraba con chispas en los ojos... (Porque eran ella y él, los dos chiquitines). A cien chispas por ojo, eran
cuatrocientas chispas eléctricas, que no digo a un desorientado,
a todo Oriente hubieran sido capaces de poner en movimiento. Y
cuando roto el papel, y hecho otro barco, y vaciado otro mar en la aljofaina, volvíamos con la
imaginación a navegar, y la amiga de la autora del artículo descuartizado, me
preguntaba:
— ¿Y qué le vamos a decir?
—Dile—le dije—que así como no hay vuelta a la patria como la que se hace en un buque imaginario, en barco de papel, ensueño de despiertos, con las
velas del deseo, con el vapor de la
imaginación, con las valvulaciones del corazón, por el mar de la esperanza, bajo el cielo de la
caridad, bajo el ala de la inocencia, así no hay artículo literario ni
composición poética ni obra de arte que
no valga más en la región de lo impalpable, que en la mísera región de lo palpado.
NOTAS: La
dedicatoria se refiere a Ángela Rosa
Silva, autora del artículo sobre la obra de Fernán Caballero titulada "La gaviota”. Este
cuento fue tomado de la colección de Obras Completas. Ver a E.M, De Hostos,
Obras completas. Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, l992,
vol. I, t. ll, páginas 89 a 96. El
cuento fue escrito por Hostos en Chile
en 1897 y publicado en La República
Cubana, París, en marzo-abril de
l897, según nos indica Emilio Roig de
Leuchsenring. Dicho cuento recoge un
incidente autobiográfico de
Hostos, característica
que también comparten otros textos suyos.
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