GRACIAS AQUILES, ME ENCANTA CESARE PAVESE

http://venturamarco.com/stock01.html#img/stock/st01smartglasses500.jpg

Cesare Pavese o la guerra más cruel de todas

Por Aquiles Julián

"Todo el problema de la vida es éste: cómo romper la propia soledad, cómo comunicarse con otros"
Cesare Pavese

Hace 40 años éramos (y hablo de Santo Domingo, Rep. Dominicana),  una ciudad muy provinciana. No parecíamos la capital de un país, sino un bovino pueblo de cualquier provincia perdida de una nación más grande. No había torres, ni jeepetas, ni celulares, ni laptops, ni la Internet, ni telecable ni otras maravillas de la tecnología. El edificio más alto era apenas de cinco pisos. Éramos una pequeña ciudad pobre y pequeña y, quizás por eso, pienso, teníamos un suplemento literario dominical.

El poeta Freddy Gatón Arce, altísimo poeta, voz relevante de La Poesía Sorprendida, dirigía el vespertino El Nacional y los domingos compartía ya no sólo cruentas noticias de aquella guerra feroz entre el extremismo totalitario de la izquierda, lanzado a sangre y fuego a desafiar a aquellos gobiernos arcaicos y tradicionales, y el no menos cruento extremismo de derechas, que entonces se hizo feroz y abusivo. Crímenes, apaleados, arbitrariedad, desaparecidos, atracos, bombas… eran el día a día en aquellos tiempos. Pero el domingo, aparecían otros nombres, otros temas, otros frescores: llegaban los poetas, los narradores, los ensayistas. Y un día, a un poeta bisoño, pichón de poeta, aspirante desgarbado a escritor, Freddy Gatón  Arce le introdujo a Cesare Pavese y su poesía. Eran otros tiempos. Hace muchísimos años. Éramos una ciudad más pequeña, más pobre, más provinciana, menos sofisticada… Y teníamos eso que hace años decidieron erradicar de nuestros periódicos:  un suplemento literario.


Infancia de Cesare Pavese

Pavese nació en Santo Stefano Belbo, aldea en las colinas de Langhe, provincia de Cuneo, en el Piamonte, el 9 de septiembre del 1908. Allí la familia, de origen campesino, tenía una finca donde solían ir a vacacionar. El padre, Eugenio Pavese,  era, por entonces,  procurador del tribunal en Turín. Cesare es el último de cinco hijos, tres de los cuales murieron antes que él. Sólo su hermana, María, seis años mayor, y él, sobreviven de los vástagos de la familia.

 En 1914, a los cinco años de edad, su padre muere a causa de un tumor cerebral. Uno de los hechos de aquella temprana infancia que marcó a Pavese fue que, en su agonía, el padre suplica a la esposa, Consolina,  que le permita ser visitado por una vecina a la que él había amado. La esposa, severa, le niega el pedimento, el postrer deseo.  Y el niño es testigo de aquel vano pedido y de su negación. Simultáneamente, 1914 es el año en que inicia la Primera Guerra Mundial. Un siglo tormentoso, sangriento, de pasiones enardecidas, clamorosos discursos, dictadores despiadados, conflagraciones mortíferas, arranca. Es como si la muerte del padre significara la clausura del viejo mundo estable y previsible, doméstico, conocido.

A Pavese esa ausencia del padre, la temprana orfandad, ese verse prematuramente arrojado a la pérdida de su referente paternal, lo traumatiza. De allí le deviene una sensación de inseguridad que no lo abandonó nunca.

La madre, Consolina, de carácter dominante y reservada, poco expresiva, cría al niño en un rigor gélido, casi como si previniera encariñarse y perderlo. Vende la finca para tratar de salvar, sin éxito, las finanzas de la familia. Se mudan a Turín. La carencia de afecto maternal lo marcará para siempre.

El 23 de mayo de 1915, Italia, antigua aliada de Alemania y el Imperio Austro-Húngaro,  se alía a sus enemigos de la Triple Entente: Inglaterra, Francia y Rusia, contra los imperios centrales: Alemania y el Austro-Húngaro, en el curso de lo que se llamó La Gran Guerra, y ataca a Austria con el propósito de obtener conquistas territoriales. El desempeño italiano es pobre y padecen la ofensiva del imperio austro-húngaro que en 1917 vence a los italianos en Caporetto, derrota que casi saca a Italia de la guerra.

Al final de la guerra, la insatisfacción arropa a Italia por las escasas ventajas territoriales que derivó en el Tratado de Versalles de su participación en aquella matazón, pese a las promesas iniciales recibidas de los gobiernos de Inglaterra y Francia para que se involucrara en la guerra pactando con los de la Triple Entente. Europa se radicaliza. En 1917 los bolcheviques de Lenin dan un golpe de Estado y estrangulan la revolución democrática de febrero en Rusia, instaurando un régimen de terror que llama a los obreros y a los partidos socialistas a la insurrección revolucionaria.

Miles de soldados desmovilizados vagan por las calles italianas, sin empleo. El hambre y el malestar imperan. Huelgas e intentos de insurrección estallan en distintos países y son implacablemente aplastados. La amenaza bolchevique y la suerte corrida por la nobleza rusa espantan a los gobiernos y Estados europeos. Y una reacción antibolchevique, teñida de nacionalismo y adoración por la fuerza y la arbitrariedad, emerge: en Italia esa reacción, que provino de un antiguo director del semanario socialista Avanti!,  adoptó por nombre el fascismo. El promotor: Benito Mussolini.

Mussolini había discrepado con el Partido Socialista Italiano, al que pertenecía, en torno a la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial. El PSI se había declarado neutral. Mussolini en 1915 empezó a editar un periódico Il Poppolo d´Italia, ultranacionalista, en que apoyó la incursión de Italia en la guerra. De hecho, él se alistó como voluntario. Al retornar de la guerra, en 1919 Mussolini crea en Milan, el 9 de octubre de 1919, los Fasci Italiani di Combattimento, pandillas armadas que agitaban contra los socialistas, germen del futuroPartido Nacional Fascista, fundado en 1920. En 1922 Mussolini asumió el poder en Italia.


La adolescencia del poeta y el inicio de su vocación

Pavese, durante aquellos agitados años de entreguerras, estudia. Es un niño solitario, asmático, introvertido, criado por una madre rigurosa y alejada. Pavese fantasea con el ambiente campesino de su región natal. Cuando asiste a la escuela media superior, recibe la influencia de Augusto Monti, su profesor, socialista amigo de Piero Gobetti y Antonio Gramsci.

Mientras estudia en el Liceo de Turín, bajo la mentoría de Monti, Pavese define su vocación literaria. De esos años arrancan sus primeros poemas, escritos en verso libre y temáticamente vinculados al decadentismo: la rebeldía, la soledad del poeta, el hastío de vivir, la ciudad que arropa y aplasta. El estilo es ampuloso y grandilocuente, con expresiones en ocasiones de tono irritado y en otras con un tono familiar. Este último sería el que predominaría en su poesía.

Aquellos años de su adolescencia, bajo la orientación de Monti, son su primer acercamiento al mundo de los intelectuales, su contacto con personalidades como Leonte Ginzburg, Tullio Pinelli, Vittorio Foa y Norberto Bobbio.

Miope, asmático, introvertido, a Pavese se le hace difícil hacer amigos. Dos hechos de su adolescencia le causan profunda impresión: uno de los escasos amigos que logra hacer se suicida. Ese hecho le conmociona. Y la masacre de 11 jóvenes por los Camisas Negras de Mussolini lo afecta terriblemente. Se relaciona con alumnos antifascistas, entre ellos Giulio Einaudi. A los diecinueve años declara: “Se me escapan las ganas cada día más”, y se autodefinie como “Maestro en el arte de no gozar”.


Sus comienzos profesionales

En 1930, con veintidós años de edad, se gradúa de sus estudios de filología inglesa en la Universidad de Turín con una tesis sobre la interpretación de la poesía de Walt Whitman. Comienza a trabajar en la revista “Cultura”, imparte docencia e inicia un trabajo de traducción de la literatura norteamericana e inglesa al italiano. A escasos meses de su graduación muere, en 1931, Consolina, la madre.

En 1932 se inscribe en el Partido Nacional Fascista de Mussolini, un requisito obligatorio si se quería obtener empleo en cualquier institución oficial, incluyendo las escuelas. Tres meses después, lo arrestan por error junto a miembros del grupo Giustizia e Libertá. Ese arresto hace que lo expulsen del Partido Fascista.

Desde comienzos de los años 30 su amistad de adolescencia con Giulio Einaudi lo vincula a la renacida Editorial Einaudi. En 1931 es uno de los editores de  Enaudi, junto a Carlo Levi, Massimo  Mila, Leone Ginzburg y otros. Traduce a Melville, Dos Passos, Faulkner, Steinbeck, Gertrude Stein, James Joyce, Dickens, Daniel Defoe, entre otros autores ingleses y norteamericanos.

En 1934 lo nombran director de la revista “Cultura”, de la que era colaborador.


La prisión y la decepción

En 1935, Pavese se enamora profundamente de una activista del Partido Comunista Italiano, PCI, Battistina Pizzardo, Tina, estudiante de matemáticas. Esta lo instrumentaliza: le pide que le sirva de intermediario de las cartas que le remitía Altiero Spinelli, un dirigente del PCI encarcelado. El incauto poeta se ofrece gustoso a ayudar a “la mujer de la voz ronca”, como le llamaría. La policía fascista, que daba seguimiento a Spinelli, allana la residencia de la hermana de Pavese y encuentra las cartas. El poeta es encarcelado y acusado de actividades políticas clandestinas contra el gobierno fascista.

Pavese se niega a mencionar el nombre de Battistina Pizzardo a las autoridades fascistas y es juzgado y condenado a tres años de prisión. Primero lo envían a Roma, a Regina Coeli. Luego, en una suerte de exilio, a Brancaleone Calabro, pequeña población en el sur de Italia, donde inicia la escritura de su diario, publicado póstumamente con  el título:  El oficio de vivir, y padece severas depresiones.

Tras un año de cárcel, pide la gracia debido a sus problemas asmáticos, y es liberado. Al volver a Turín de su exilio, en 1936, encuentra que Battistina se casó con su novio luego de este salir de prisión. Ese hecho le agudizó la depresión.

Mientras Italia asiste a una proliferación de la poesía grandilocuente, patriotera, retumbante, promovida por el fascismo y, por el otro lado, a la elaboración de una poesía hermética, que busca deliberadamente la oscuridad, que emplea profusamente analogías y símbolos, destinada a escasísimos lectores, y que entre sus máximos exponentes tuvo a Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti y Eugenio Montale, Cesare Pavese es parte de un reacción opuesta: el neorrealismo.


Madurez creativa

Su poemario Lavorare Stanca (Trabajar cansa, 1936) es tenido como su obra mayor en poesía. Se publica con cuatro poemas suprimidos por la censura fascista. El éxito es relevante. Pavese se autoimpone un régimen de trabajo severo. Escribe narrativa, continúa su diario, realiza traducciones sobre todo de escritores norteamericanos, y trabaja en Einaudi.

Rehuye de la tendencia hermética que caracteriza a buena parte de la poesía italiana de su época. Él busca acercar el poema al lector, al nombrar su entorno cotidiano, reflejar sus experiencias a través de imágenes que recrean sus vivencias.

La poesía de Cesare Pavese es una reacción en toda la regla a la grandilocuencia y la estrepitosidad del fascismo. Frente a los cantos heroicos, las hiperbolizaciones, el sueño de un renacido imperio romano bajo la égida del nuevo César: Benito Mussolini, embebido de su imagen promovida de nuevo emperador que recrea las viejas glorias romanas, Pavese centra su poesía en las experiencias pequeñas, individuales, cotidianas de gente común y corriente, con un aire de melancolía y de  derrota. Exactamente lo opuesto de la estética fascista, con sus marchas, consignas, vociferaciones, endiosamientos y delirios. E igualmente lejos de la cantata a los tractores y los estereotipadas sonrisas felices de los estalinistas.

El pesimismo existencial de Pavese, su recurrencia a imágenes melancólicas, a seres derrotados, era una revocación de la estentórea grandilocuencia fascista del imperio redivido de los césares, al igual que de la estética estalinista, fascismo rojo y similar.



Tiempos de guerra…

A partir de 1941, durante la guerra, intensifica su labor como editor de Einaudi. Dedica tiempo a estudios de etnología, elaborando una teoría del mito. Pavese define el mito como una norma, un esquema que, extraído de un hecho ocurrido en alguna ocasión, se propone universal, válido para siempre. De hecho, tras la guerra, dirigirá con Ernesto De Martino una colección de etnología para la editorial Einaudi.

Entre 1941 y 1942 publica Paesi tuoi (1941) y La spiaggia (La playa / 1942).

Es llamado a servicio, pero su condición de asmático le libra del servicio militar. Desde el 8 de septiembre del 1943, al arreciar la guerra, huyendo de los bombardeos, se refugia en casa de su hermana María, en Serralunga di Crea, municipio italiano de la provincia de Alessandria. Luego, él marcha a un colegio de Somascos, en Casale Monferrato, desvinculado de los acontecimientos que sacuden a Italia. Muchos de sus amigos entran a la Resistencia y mueren combatiendo a los fascistas. Años después, en La casa en la colina, escrita entre 1947 y 1948, contará el conflicto que vivió entre su elección y la de sus amigos.

Durante el bombardeo de Turín, la editorial Einaudi y el lugar en que los Pavese residían son destruidos.


…y de post guerra

En 1945, terminada la guerra, retorna a Turín. Se entera de la suerte de muchos de sus amigos: muertos o fusilados. Un dolor atroz le carcome el alma. Remordimiento. Angustia feroz, sentimiento que introduce en la literatura italiana. Entre 1945 y 1948 publica Diálogos con Leucó (1945), El compañero (1947) y Antes de que el gallo cante (1948).

Se dedica, junto a otros, a reorganizar la editorial y se afilia, por sugerencia de una amiga,  al Partido Comunista Italiano, PCI; publica varios artículos en L´Unitá, periódico de la organización.

Pero aquel era el partido estalinista de Togliatti, comprometido con crímenes inmundos.  Y en un partido tal, la sensibilidad de Pavese no era exactamente bienvenida. Y su pasión por la literatura norteamericana en nada bien vista.

Natalia Ginzburg, que fue su amiga, en su libro Las pequeñas virtudes lo describe como alguien triste, inmaduro, empecinado en rehuir la adultez:  “Algunas veces estaba muy triste, pero durante mucho tiempo nosotros pensamos que se curaría de esa tristeza cuando se decidiera a hacerse adulto, porque la suya nos parecía una tristeza como de muchacho, la melancolía voluptuosa y despistada del muchacho que todavía no tiene los pies sobre la tierra y se mueve en el mundo árido y solitario de los sueños”.

Su vida sentimental es un desastre. Un amorío con Bianca Garuffi, empleada de Einaudi, termina mal. Busca desesperadamente encontrar pareja. Le ofrece matrimonio  a Fernanda Pivano y luego a “una amiga X” y ambas lo rechazan. Una conocida le espeta que es un aburrido, un pesado y un pedante. Mala cosa.

Hacia 1947 va a  trabajar a Roma y allí conoce a Constance Dowling, joven actriz norteamericana que llega a Italia a filmar películas.  Connie, como la conocen, rubia, de ojos color avellana, había sostenido una relación complicada con Elia Kazan, el director de cine norteamericano de origen griego. Pavese se enamora apasionadamente de la actriz. Ella  se siente halagada por el amor de este hombre, famoso y popular, intelectual y sensible. Pavese le ofrece matrimonio. Ella se niega. Él insiste. Ella le dice que se casará con otro. Luego se cansa. Tras la muerte de Cesare se irá de nuevo a los Estados Unidos.  Pavese, desconsolado, le escribe uno de sus poemas más conocidos: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.

La profunda crisis moral, emocional, le embarga. La incapacidad de desarrollar una relación significativa, la insatisfacción política, el malestar general, restan placer a los reiterados logros literarios.

En 1950, el mismo año de su muerte, obtuvo el Premio Strega por El bello verano.


El gesto final

El sábado 26 de agosto de 1950 Cesare Pavese salió de la casa de su hermana María. Llevaba un maletín, con algo de ropa, su libro más querido: Diálogos con Leucó, su diario personal, un folder con sus últimos poemas y 16 frascos de somníferos.

Se despide de la hermana y le cuenta que hará un viaje de fin de semana. Solía ir con frecuencia a la región natal: Santo Stefano Belbo, en el Piamonte. Sale de la casa en la Via Lamarmora. Se monta en un tranvía. A los diez minutos baja en la Stazione di Porta Nuova, frente a la Piazza Carlo Felice. Se dirige al hotel Albergo Roma.

Entra, pide un cuarto, insiste en que tenga teléfono y le asignan la habitación 346. Sube con su pequeña maleta, por la escalera.

Abre la puerta. Entra. La habitación es sencilla: cama angosta. Mesa de madera. Silla. Perchero. Lavabo. El teléfono, negro, adosado a la pared. Una lámpara en la cabecera de la cama. Hace algunas llamadas. Invita a algunas mujeres a cenar o a que lo visiten. Ninguna aceptó.

En su Diario, la última entrada, del 18 de agosto reza: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Pavese tomó su libro de Diálogos con Leucó y escribió sus últimas palabras.Luego  se quitó los zapatos, se aflojó el nudo de la corbata, tomó los frascos de pastillas para dormir y, una por una, hizo su último gesto: fue consumiendo las pastillas de somníferos de los 16 envases. Luego se echó a dormir, pero esta vez era el sueño eterno.

El 27 de agosto de 1950 descubrieron su cuerpo sin vida.  En la mesita de noche reposaba su libro y la nota: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado”.

Le faltaban apenas una semana y días para cumplir 42 años de edad.

Escribirá, con premonitoria anticipación: “Uno no se mata por el amor de una mujer. Se mata porque un amor, cualquier amor, le revela su desnudez, su miseria, su inermidad, su nada”.

He dado poesía a los hombres

Cuando el camarero del Alberto Roma, la mañana del domingo 27 de agosto de 1950, tocó la puerta de la habitación 346 y no obtuvo respuesta, avisó al dueño del hotel. Ambos, al entrar con la llave maestra, encontraron a Pavese acostado. Estaba vestido, sin los zapatos. Parecía que dormía. Pero era el sueño eterno.

Pavese escribiría: “Mi papel público lo representé —como pude. He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos”.

Había cerrado voluntariamente su ciclo.

Vivió la guerra más cruel de todas, aquella que se libra contra sí mismo. Y él mismo se derrotó. Capituló.

Anheló el amor femenino, que nunca alcanzó. Era la falta de cariño que en su infancia le creó, como un agujero interminable, inacabable, Consolina, la madre. Y que ninguna mujer, ningún afecto, pudo llenarle.

Años después, a 20 años de su muerte, un poeta maravilloso, dirigiendo un periódico, que tenía ese regalo excepcional: un suplemento literario, colocó sus poemas. Y un poeta bisoño quedó deslumbrado por el sabor acre y doliente de aquellos poemas.

El 28 de junio de 1940, Pavese escribió en su Diario: “No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos”. Fue aquel momento, mi encuentro con la poesía de Pavese gracias a la labor de divulgación de Freddy Gatón Arce, uno de esos momentos que perduran. Razón tenía el poeta en lo que escribió.

Comentarios