Por Milagros Salvador
La poesía erótica representa, dentro de la poesía amorosa, una lírica especial de la pasión que exalta el deseo y acepta el cuerpo como el elemento sustancial en el gozo de la sensualidad.
En el marco de nuestra cultura grecolatina, Safo de Lesbos, merecedora del Olimpo según Platón, es la voz antigua que ha sabido conmovernos con una obra casi perdida, junto con otros nombres como Asminda de Creta, Corina de Tanagra y Tesulea, no por menos conocidas, menos importantes.
En la Edad Media, las Frauenlieder representaban una forma de poesía femenina marginal y popular, con temas de carácter amoroso erótico, contra la que reaccionó la Iglesia condenando en los concilios sus «cantos diabólicos y obscenos».
Escritoras medievales como Condesa de Día, María de Vetadorn, Christine de Pizan, entre otras, nos han dejado poemas escritos desde el sentimiento de ser mujer aunque, como «trovadoras», están más cerca del amor cortés que de la poesía erótica propiamente dicha.
Por lo que se refiere a nuestro país, en los reinos cristianos encontramos bellos romances que tratan el amor; aunque el sentimiento religioso dominante, que concebía la castidad como virtud suprema, dificultó la libre expresión de la sensualidad de la mujer (en la línea que la Patrística había iniciado tan ferozmente), lo que contribuyó a afianzar el amor platónico e idealizado; no obstante, autores masculinos escribieron obras satíricas lascivas sobre «Carnal frente a Cuaresma», muestras de una literatura que continuaría en nuestro Siglo de Oro.
En al-Ándalus, la poesía hispanoárabe (estudiada, entre otros, por María Jesús Rubiera) representa la poesía del Sur sensual, la de la España musulmana, que promete un paraíso que saciará los sentidos, como contrapartida a un cielo medieval cristiano, lejano y frío.
Tanto la poesía popular que recitaban las esclavas cantoras, como la poesía anónima, y las jarchas de lenguaje atrevido, convivirán con una poesía culta erótica y satírica.
En la Antología de poesía femenina hispanoárabe de la profesora citada, encontramos suficientes ejemplos que nos muestran la importancia de esta poesía: Wallada la Omeya, Muhya bint at Tayyani al-Qurubiyya, Zayat de Almería, o la bereber Umm al-Ala bint Yusuf de Guadalajara.
Como ejemplo de esta poesía anónima:
Amigo mío, decídete
ven a tomarme ahora
bésame la boca,
apriétame los pechos,
junta ajorca y arracada.
Mi marido está ocupado.
De Wallada la Omeya, del siglo xi, son los siguientes versos:
Doy gustosa mi mejilla a mi enamorado
y doy mis besos a quien los quiera.
Zaynab de Almena escribe:
Oh tú que cabalgas
en busca de la satisfacción de tus deseos,
detente un instante
para que yo te diga lo que siento.
Versos con expresiones que no parecen pertenecer a nuestra Edad Media.
La perfecta casada de Fray Luis y la Educación de la mujer cristiana de Luis Vives, con párrafos dedicados a la mujer que hoy nos parecen aterradores, evidencian cómo la tradición seguía pesando sobre los hombros de las mujeres; «el cuerpo, cárcel del alma» es vivido como algo rechazable.
La creación femenina se refugia en los conventos y allí se escriben bellos poemas religiosos de exaltación amorosa, con manifestaciones místicas sublimes que no pueden evitar el lenguaje de la pasión erótica. Teresa de Jesús, sor María de San José, sor Ana de San Bartolomé, sor Hipólita de Jesús y otras más, sin olvidar a la americana sor Juana Inés de la Cruz (muchas de ellas ingresadas en el claustro apenas abandonada la niñez), escribieron soportando un enemigo común, el silencio, y, algunas veces, en contra de su creación literaria, hasta su propio confesor.
Después de un Romanticismo de pautas más que formales, idealizadas, es en el siglo xx cuando realmente podemos hablar de poesía erótica propiamente dicha, escrita por mujeres que se atreven a manifestar la libertad del lenguaje en la expresión de su sensualidad, donde encontramos a la mujer que habla con lenguaje propio y en primera persona.
Marcada importancia tienen, como en otros campos, las precursoras, que tuvieron que moverse con un lenguaje dual, encubierto; poetisas que en algunos casos aún ofrecen disculpas por sus expresiones, como nuestra Carmen Conde, que las justifica por estar referidas al amor único y verdadero, vestigio del siglo xix.
Delmira Agustini, Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou, nacidas a finales del xix, son tres americanas que abrieron cauces literarios que ya no se cerrarán, tres mujeres que nos revelaron en sus versos la libertad de su experiencia, su pasión amorosa y la expresión de sus deseos con fórmulas poéticas personales.
La uruguaya Delmira Agustini, acaso la más representativa de las tres, a la que Alberto Zum Felde llama «terrible sacerdotisa del eros», escribe El rosario de Eros con brillante lirismo; «por primera vez, una mujer joven y bella abría su corazón con impúdica desenvoltura y en un lenguaje tan audaz como poético», como dice de ella Sara Roldán.
En su poema «A Eros» escribe:
Porque haces tu can de la leona
más fuerte de la vida y la aprisiona
la cadena de rosas de tu brazo
porque tu cuerpo es la raíz, el lazo
esencial de los troncos discordantes
del placer y el dolor plantas gigantes...
En «Visión»:
Te inclinas a mí, como si fuera
mi cuerpo la inicial de tu destino
en la página oscura de mi lecho...
Alfonsina Storni escribe una poesía tan sugerente como la de estos versos de su poema «Pasión»:
La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda
y más hondos los surcos creadores de tus senos.
Poetisa con un alto concepto de reivindicación del trato de igualdad, como expone en su famoso poema «Tú me quieres blanca».
Y como muestra, también, unos versos del poema « ¿Sueño?», de Juana de Ibarbourou:
¡Beso que ha mordido mi carne y mi boca
con su mordedura que hasta el alma toca!
¡Beso que me sorbe lentamente la vida,
como una incurable y ardorosa herida!
A partir de entonces, en las dos orillas, poetisas de América y España alcanzaron en sus versos belleza y sensualidad, abriendo una corriente de grandes dimensiones, que llegará a su máximo florecimiento en la segunda mitad del siglo xx.
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