Palabras de José Chez Checo pronunciadas al presentar la obra Quo vadis? Tras las huellas de la historia de Miguel Reyes Sánchez, el 14 de marzo de 2024, en el Salón Aída Cartagena Portalatín de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.
1. Salutación
Un saludo cordial al doctor Antoliano Peralta, consultor jurídico del
Podeer Ejecutivo; al doctor Jorge Subero Isa, pasado presidente de la
Suprema Corte de Justicia; al Lic. Rafael Peralta Romero, director de esta
Biblioteca; a los miembros de número Dr. Fernando Pérez Memén y
Eduardo Tejera, a los distinguidos académicos, historiadores, amigos del
autor y a público en general.
Les confieso que estoy aquí delante de ustedes porque durante semanas
no pude disuadir al autor de que no era necesario que yo pronunciara unas
palabras en este evento, al considerar que las exposiciones de los que me
han precedido serían más que suficientes. En definitiva, después de ser
doblegado, he accedido considerando que es un honor que me confiere el
amigo Miguel Reyes Sánchez y que si no accedía a su amable petición yo
podía ser “desterrado de su reino”. Y eso jamás podía permitir que
ocurriera.
Con su venia y paciencia aprovecharé la ocasión para hablarles
sucintamente de lo que es un historiador y su función en la sociedad, lo
cual nos ayudará a comprender la obra del autor que nos convoca esta
noche.
2. Qué es un historiador
Si se hiciera un sondeo inquiriendo sobre qué es un historiador es
probable que el resultado sea una multiplicidad de conceptualizaciones
dependiendo de quienes las emitan. Lo que sí es común y ya es algo
aceptado mundialmente es que la historia tiene que ver con el pasado, lato
sensu. Para muestra un botón.
En ese sentido, R. Schaeffler, historiador alemán, asevera que «la
historia es una sucesión de los cambios (o transformaciones) en las
condiciones humanas de vida, en la medida en que esa sucesión es
reconstruible mediante la interpretación de los testimonios. Así pues, la
historia tiene ese doble (y a penas disociable) sentido de cambios acaecidos
en el mundo humano y de representación (o reconstrucción) indirecta de
ellos».
Raymond Aron, filósofo, sociólogo y politólogo francés (1905-1983),
por su parte, considera que «el historiador se empeña en probar que su
interpretación está de acuerdo con los documentos. La verdad de la
proposición conduce a la conformidad del relato con los acontecimientos.
O bien se trata de una relación general, y así interviene la causalidad, mas
solo con el fin de confirmar la regularidad (la estadística basta para las
covariaciones en el interior de una sociedad dada; las comparaciones
metódicas se imponen para los encadenamientos frecuentes o necesarios,
de generalidad mayor). En otros términos, la correspondencia con los
hechos permanece indispensable para todo juicio científico, puesto que
constituye el principio y la garantía de verdad».
Hace unos pocos años pregunté a tres destacados historiadores
dominicanos que, después de tantos de experiencia en el oficio, me dijeran
qué era un historiador. En tal sentido, Frank Moya Pons expresó que «el
historiador es un fabricante de relatos con los que pretende representar y
reconstruir el pasado a partir de objetos y demás fragmentos de la memoria
social considerados como documentos». Roberto Cassá, por su parte,
consideró que «historiador implica profesionalidad en el conocimiento de
la evolución de la humanidad en el tiempo a base de métodos
especializados» y José Luis Sáez, S.J., manifestó que «un historiador debe
ser un ser humano que con sinceridad se dedica a escudriñar el pasado de
sus congéneres para ver algo de la razón de por qué el presente es como es.
Si además de eso, logra un método de seguir investigando otros tiempos y
lugares, estará en el camino de descubrir la finalidad y habrá descubierto
también una historia duradera».
Un elemento importante en el quehacer cotidiano del historiador es la
ética como lo expusiera Juan Daniel Balcácer, actual presidente de la
Academia Dominicana de la Historia, en su artículo “A propósito de la
ética del historiador” que publicara en el periódico Listín Diario, el 28 de
abril de 2023, y en Acento, 29 de abril de 2023. Posteriormente, ampliado,
fue editado en la revista Clío, órgano de esa institución, en su número 205,
enero-junio 2023, pp.13-23.
Dice el autor de tan importante ensayo que “el gremio de los
historiadores nacionales no dispone de un código de ética escrito, tal y
como existe en otros países. Estimo, empero, que la falta del referido
código no ha sido obstáculo para que el historiador dominicano, en cuanto
científico social que cumple una función formativa en la comunidad, pueda
ejercer su oficio dignamente en consonancia con principios éticos
universales inherentes a toda profesión humanista”.
En ese sentido, “dos son los temas que debemos tomar en consideración
en relación con el “deber ser” y el “deber hacer” del historiador: en primer
lugar, la ética, es decir aquella disciplina de la filosofía “que estudia el bien
y el mal”, así como sus “relaciones con la moral y el comportamiento
humano”. Y, segundo, el deber que tiene el historiador de buscar y defender
la verdad científica y divulgarla como contribución positiva al
conocimiento histórico de la sociedad”.
“En efecto, el historiador debe reunir evidencias, evaluarlas,
contrastarlas, comprender la conducta de los agentes que actuaron en el
pasado y explicar el por qué las cosas sucedieron como ocurrieron y cuáles
fueron sus consecuencias. Su principal compromiso reside en aproximarse
a la verdad histórica y, para lograrlo, deberá proceder al margen de
elucubraciones contrafactuales y de interpretaciones parcializadas que
contaminen la credibilidad de sus aseveraciones y conclusiones”.
“Una vez culminado ese proceso heurístico y hermenéutico, que Michel
De Certeau llamó “la operación historiográfica”, el historiador tiene el
deber de reconstruir y representar en forma narrativa parte o gran parte del
pasado de la manera más fiel posible a como en verdad ocurrieron los
hechos, siempre ceñido a los datos empíricos que ha reunido y contrastado
con otros indicios a la par con la crítica de credibilidad y de autenticidad
que debe aplicarse a todo documento (Jacques Le Goff, “Pensar la
historia”, 1991)”.
“El historiador hace lo que debe hacer, en lugar de lo que otros quisieran
que haga. Y en el ejercicio de su profesión, si se propone actuar con
objetividad (entendiendo este concepto en el sentido de que lo enunciado
corresponda con el objeto analizado), deberá cuidarse de no juzgar los
hechos pretéritos conforme a valoraciones y prejuicios de su época,
absteniéndose de emitir juicios de valor que no pueda probar y mucho
menos formular opiniones condenatorias. Porque la función de la historia,
según Lucien Febvre, cofundador de la Escuela de Annales, no es juzgar
sino más bien indagar, explicar y hacer comprender los hechos”.
Fue tomando en cuenta el rol que juega el historiador en la sociedad que
la Academia Dominicana de la Historia escribió al presidente de la
República una comunicación el 30 de septiembre de 2020 solicitándole se
instituyera de manera oficial la celebración del “Día Nacional del
Historiador”, para lo cual proponía como fecha posible el día 13 de enero a
partir del año subsiguiente, cuando se cumplían ciento ochenta y siete años
del nacimiento del historiador José Gabriel García que con justicia es
considerado el “Padre de la historiografía nacional”, y fecha en que la
Academia celebraría el 90 aniversario de su fundación.
Además, decía la Academia, que “José Gabriel García, de
pensamiento liberal y abanderado del progreso, fue el primer historiógrafo
dominicano en asumir la defensa de la soberanía de la República, además
de ser defensor de la existencia de una República independiente y
democrática. Dedicó su vida al estudio de la historia, la exaltación de la
figura y pensamiento del patricio Juan Pablo Duarte, participó en la Guerra
de la Restauración y se destacó como partidario del pensamiento
antianexionista”.
En cuanto a los méritos historiográficos del historiador José Gabriel
García, se le tiene como consagrado estudioso del género y ser quien inició
la publicación de una obra histórica de carácter nacional y patriótico, su
Compendio de Historia de Santo Domingo, comenzada a publicarse en su
primer volumen en 1867. Posteriormente, en 1882, 1900 y 1906 entregó al
pueblo dominicano los volúmenes 2, 3 y 4 de la referida obra.
Además de su Compendio de Historia de Santo Domingo (1867),
entre sus escritos históricos publicados sobresalen los siguientes: Memorias
para la historia de Quisqueya de la parte española de Santo domingo
desde el descubrimiento dela isla hasta la constitución de la República
(1875); Colección de los tratados internacionales celebrados por la
República Dominicana desde su creación hasta nuestros días (1867);
Rasgos biográficos de dominicanos célebres (1875); Partes oficiales de las
operaciones militares realizadas durante la guerra dominico-haitiana
(1888); Coincidencias históricas escritas conforme a las tradiciones
populares (1891); Historia moderna de Santo Domingo (1906) y otras que
están contenidas en sus Obras Completas, que hace pocos años publicaran
el Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas de la República
Dominicana.
La petición de la Academia fue muy bien acogida y el 15 de octubre de
2020 el presidente de la Repúblico dictó el Decreto núm.562-20 cuyo
primer Considerando decía: “Que el Estado dominicano reconoce y valora
la profesión del historiador, estudioso incansable del pasado dominicano,
quien dedica sus conocimientos a la investigación y estudio científico de
nuestras raíces, a la organización y clasificación de los actos y documentos
relativos a nuestro pasado, y a la exaltación de la dominicanidad y de los
prohombres de la República”.
El cuarto Considerando resaltaba la labor cultural de José Gabriel
García afirmando que había sido “un permanente promotor cultural, de las
letras y del progreso intelectual de los dominicanos, caracterizándose su
emprendurismo en estas áreas con la fundación de la primera sociedad
cultural, Los Amantes de las Letras; del primer teatro dominicano; del
primer periódico cultural, El Oasis; de la primera universidad dominicana,
el Instituto Profesional que luego se denominó Universidad de Santo
Domingo. 1gualmente, instaló la primera biblioteca pública y creó, junto a
su hermano gemelo, Manuel de Jesús García, la primera imprenta y
compañía editorial, García Hermanos, cuyo local se convirtió en centro de
la intelectualidad de la época”.
Así, el presidente de la República declaró el 13 de enero de cada año
como “Día Nacional del Historiador” encargando al Ministerio de Cultura y
a la Academia Dominicana de la Historia la celebración de los actos
conmemorativos correspondientes.
Aunque la Academia Dominicana de la Historia expresó, mediante carta
del 16 de octubre de 2020, su agradecimiento al presidente de la República
la promulgación del referido Decreto, deseo aprovechar esta oportunidad
para reiterarle la gratitud de los historiadores profesionales porque se ha
reconocido su labor en desentrañar el pasado, analizar el presente y
proyectar el futuro, lo cual va en beneficio de la identidad del pueblo
dominicano y del enriquecimiento de su acervo cultural. Gracias, también,
al doctor Antoliano Peralta por su gestión.
3. Roles del historiador
Como puede desprenderse de lo antes expuesto, de ordinario un
historiador suele dedicarse a realizar funciones de investigación, docencia,
edición de documentos y divulgación.
Aun cuando en el país muchas veces hay cierta confusión en los roles, es
bueno decir que por investigación histórica se entiende “la sistematización
de la búsqueda de conocimiento y comprensión sobre un determinado
hecho del pasado, mediante técnicas metodológicas que comprenden: el
reconocimiento de la necesidad de tratar un determinado problema, la
recolección de las fuentes, la formulación de hipótesis, el análisis a los
datos conseguidos, la interpretación de los hallazgos, y finalmente la
redacción de un informe sustentado en teorías y métodos históricos donde
consta el nuevo aporte a la bibliografía histórica”.
Cuando un historiador se dedica a la docencia formal, según expone
Juan Daniel Balcácer en el artículo antes citado, “está enfocado en forjar
ciudadanos orgullosos del pasado de su nación, (y) debe “velar por la
adecuada impartición de los conocimientos, que garanticen una sólida
formación científica y cívico-patriótica de las nuevas generaciones de
profesionales” y, de esa manera, “contribuir a elevar el nivel cultural
general tanto en el ámbito de la comunidad académica como entre otros
sectores poblacionales”, proclama el código de ética de la Unión Nacional
de Historiadores cubanos, para solo citar un caso de normas deontológicas
sobre el quehacer historiográfico”.
Como es sabido la labor docente depende de los currículos establecidos,
según los niveles de enseñanza, los programas de estudio, los libros de
texto y de consulta y el empleo de técnicas didácticas donde hoy día, en un
mundo digitalizado, es de gran utilidad el acceso a la Internet.
Por edición de documentos se entiende “la recopilación de información
a partir de fuentes documentales (escritas o no escritas), dentro de los
límites y objeto de estudio planteados por el investigador. Este proceso
consiste en varias etapas: elaboración de las referencias documentales y la
obtención de los documentos; lectura y análisis de los documentos;
redacción de estudios introductorios, notas y comentarios sobre los
documentos y elaboración de listas de las referencias documentales”.
En algunas ocasiones, como lo hacen otros profesionales, el historiador
escribe obras “testimoniales”, sobre sí o sobre otras personas, que son
narraciones donde se describen recuerdos, experiencias, sensaciones y
acontecimientos que el autor experimentó en primera persona durante un
determinado período de tiempo o fueron vividas por personajes que de
ordinario han impactado la vida pública desde diferentes ámbitos de acción
y sirven de reflexión sobre sucesos del pasado.
Además de los roles anteriores un historiador puede prestar asesorías a
personas o instituciones cuya labor requiera, para su quehacer y proyección
futura, conocimientos del pasado.
Otra de las labores que puede desempeñar un historiador es la labor de
difusión educativa y cultural que es la que más nos interesa en el caso que
nos ocupa en la actualidad.
Antes de entrar en materia, permítaseme exponer qué es la divulgación
histórica o lo que podría llamarse “educación no-formal”. En la obra
Diálogos con la Historia. Ricardo García Cárcel y el oficio del
histroriador, coordinada por Doris Moreno y Manuel Peña y editada en
Madrid por Ediciones Cátedra (Grupo Anaya), 2019, Eduardo Descalzo
Yuste en su ensayo “Enseñar más allá de las aulas. Los historiadores y la
divulgación” plantea que “un elemento que considero fundamental en el
trabajo historiográfico y que creo que en muchas ocasiones nuestro gremio
ha olvidado: la claridad expositiva y la voluntad de llegar a un público
amplio. En resumen, lo que muchos compañeros historiadores han
denostado -y siguen haciéndolo- en nuestro trabajo: la divulgación. En este
sentido, el gremio de los historiadores ha pecado de una cortedad de miras
bastante importante. Evidentemente, el objetivo de la producción
historiográfica no ha de convertirse en un producto de masas equiparable a
la literatura, pero sí que debería explorar fórmulas para convertirse en una
verdadera, «ciencia social», quizás no en el sentido clásico y estricto del
término sino más bien en el sentido de ser una disciplina cercana a la
sociedad en la que vivimos insertos. Por ello, en mi trayectoria
investigadora y docente, una de las metas a las que he aspirado ha sido
precisamente poder llegar al lector, tanto al académico como al más
profano”.
Y prosigue afirmando que “durante demasiado tiempo, la producción
histórica se ha elaborado más pensando en el propio gremio que en el gran
público. Esto en sí mismo no tendría por qué ser un problema, pero se
convierte en uno desde el momento en el que se producen obras para ser
leídas solo por colegas. A menudo se trata de una producción por y para
historiadores. Sin embargo, no tendríamos que olvidar que como científicos
e investigadores nos debemos a la sociedad, que es quien ha de recibir los
beneficios de nuestro trabajo. En ese sentido, algunos consideran que
utilizar un lenguaje oscuro y lleno de tecnicismos es un signo de distinción,
pues eleva las obras por encima de la media y las convierte en textos
destinados a una élite intelectual. Existen muchas obras (no solo
historiográficas, sino de la cultura en general), que apelan a la falta de
inteligencia o cultura del lector si no son comprendidas. Así pues, muchos
historiadores se han preocupado poco de llevar a cabo una importante tarea
de divulgación que permita hacer llegar las nuevas investigaciones al gran
público, a la sociedad”.
Por otra parte, considera ese autor que “en nuestro gremio, la
divulgación es un concepto mal entendido o mal planteado.
Tradicionalmente se ha considerado como algo menor, incluso como una
práctica de segunda categoría, indigna de grandes investigadores e
intelectuales y casi incompatible con la «verdadera» investigación
histórica. Pareciera que emplear una exposición clara, simple en su forma,
pero no necesariamente en su contenido, pudiera restar valor al trabajo
científico. Así pues, el historiador «serio» no se dedica a divulgar, sino a la
Ciencia (con mayúsculas). Y, sin embargo, el caso de otros ámbitos
científicos nos ha demostrado desde hace tiempo que materias de gran
complejidad se pueden dar a conocer a la mayoría de los ciudadanos de una
forma tremendamente interesante. Estoy pensando por ejemplo en la
astrofísica, con grandes representantes de la divulgación como lo fue en su
momento Carl Sagan o como lo son actualmente Stephen Hawking y Neil
de Grasse Tyson”.
Finalmente, expone que “en definitiva, no se trata de caer en la exagerada
visión posmoderna de la historia como una mera narración, pero sí creo
necesario reivindicar una historiografía más cercana a la sociedad, más
comprometida con la realidad de sus destinatarios que, en ningún caso,
deben ser exclusivamente los historiadores. Y cada día estoy más
convencido de que el camino para ese compromiso y esa cercanía pasa por
la divulgación, pero una de calidad, revalorizada y prestigiada… No
debemos conformamos con ser solamente historiadores e investigadores,
debemos aspirar a ser maestros, profesores y docentes (en sus más puras,
tomadas directamente del latín), pero no solo de nuestros alumnos, sino de
toda la sociedad”.
4. El autor
En la historiografía dominicana es ya una tradición ancestral, más que
centenaria, de que historiadores escriban trabajos no tan densos en
periódicos y revistas con el objetivo de llega a un gran público. Un
recuento sería interminable. Hoy día, aparte de Miguel Reyes, vemos
artículos de historiadores profesionales como Frank Moya Pons, Juan
Daniel Balcácer, José del Castillo, Rafael Darío Herrera, Alejandro Paulino
Ramos, entre otros. Es en ese contexto que debiera enmarcarse la obra que
hoy circula, pero permítaseme exponer antes algunas pinceladas sobre el
autor a quien conocí en los año 80 cuando éramos jurados de la premiación
“Supremo de Plata” que otorgaba la institución Jaycees 72 a jóvenes
sobresalientes, hace ya más de 40 años. ¡Cuánto ha llovido desde aquellos
años al día de hoy!
Miguel Reyes Sánchez nació en Santo Domingo, República Dominicana, en
1966, es decir que próximamente cumplirá 58 años. Graduado de abogado
en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (1988), con los
máximos honores, correspondiéndole pronunciar el discurso de orden en
representación de todos los graduandos de la investidura ordinaria. Realizó
los Máster en Estudios Diplomáticos, Summa Cum Laude, en la
Universidad Católica Santo Domingo (2001); Máster en Unión Europea,
Fundación Centro Europeo Pallas Athene, Barcelona, España (2006) y
Máster en ciencias sociales en Estudios sobre Asia- Pacífico, Universidad
de Tamkang, República de China (2019).
Prolífico intelectual e investigador que ha realizado publicaciones sobre
diversos temas. Cultiva el ensayo literario, político, historiográfico, el género
biográfico y el periodístico desde la ética de la escritura. Reyes Sánchez es
reconocido como uno de los más destacados autores de su generación. Es
autor de unas treinta y cinco obras, entre las que se destacan Océanos de Tinta
y Papel. Historia de la navegación y el desarrollo marítimo dominicano
–Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes 2012–, Historia de
las Relaciones Dominico Haitianas y La Diplomacia Insular, Premios
Nacional de Historia José Gabriel García en el 2010 y en el 2015,
respectivamente y La expedición de Dessalines a Santo Domingo, publicado
en xxx por la Academia Dominicana de la Historia.
En su labor como docente ha sido catedrático de Derecho Internacional en
diversas universidades y dictado conferencias en Columbia University de New
York, la Stockholm University en Suecia, el Instituto Camões de Lisboa, Casa
de América de Madrid, entre otros. Publica semanalmente su columna “Quo
vadis?” en el Listín Diario y “Desde el otro lado” en el Diario de Madrid,
España.
Es funcionario del Banco Central durante más de tres décadas y
diplomático en servicio desde 1987, siendo actualmente Embajador Técnico.
Celebrada su creatividad y su liderazgo académico, ha sido distinguido con
el Premio Seykio a la Cultura de Japón (1997), Joven Sobresaliente del
Mundo por la JCI en Manila, Filipinas (1998), Artista Ejemplar de la literatura
dominicana por la Cámara de Diputados (2000) y Condecoración de la Orden
al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella, en el Grado de Gran Cruz Placa de
Plata (2003), entre muchos otros galardones.
Miembro de Número y actual Secretario de la Academia Dominicana de la
Historia, Miembro de Número de la Academia de Ciencias de la República
Dominicana, Miembro del Instituto Duartiano y de la Sociedad Dominicana
de Bibliófilos. Es Académico Correspondiente de la Real Academia de la
Historia de España, de la Academia Nacional de Historia de Argentina, de la
Academia Nacional de Historia y Geografía de México, de la Academia
Paraguaya de la Historia, de la Academia Colombiana de la Historia, de la
Academia Nacional de la Historia del Ecuador, de la Academia de Geografía e
Historia de Guatemala, de la Academia Puertorriqueña de la Historia y de la
Academia de San Germán, Puerto Rico.
Amigos, cuando uno ve esos datos curriculares y su condición de hombre
existencialmente inquieto solo resta exclamar, con un sentido de admiración:
“Cuánto ha rendido Miguel Reyes Sánchez… y lo que falta”.
No obstante esas formidables cualidades intelectuales y académicas, a mí
lo que siempre me ha impresionado en él son algunas de sus virtudes humanas
como el don de gentes, su sencillez, su amabilidad, respeto y decencia en el
trato a los demás, su generosidad y sentido de servicio y solidaridad, su
laboriosidad, su probidad y su elevado sentido de amistad y lealtad. Fruto de
todo eso nunca me ha sorprendido que en la actualidad él posea algo que ya
muchos quisieran tener como lo es la gran amistad con el presidente de la
República y con su familia.
5. La obra
Como ya se ha afirmado el título de la obra que hoy circula es Quo
vadis? Tras las huellas de la Historia. Algo raro en nuestro ambiente cuyos
títulos de columnas periodísticas no suelen tener nombres en latín. Ese
título es una forma abreviada de la expresión “Quo vadis, domine”, es
decir, “a dónde vas, señor” que según la tradición y la leyenda fueron
pronunciadas por el apóstol Pedro cuando, huyendo de Roma para ponerse
a salvo de la persecución del emperador Nerón contra los cristianos, se le
apareció Jesús con una cruz a cuestas y aquel le hizo dicha pregunta. Al
responderle Jesús que “iba a ser crucificado por segunda vez ya que sus
discípulos lo habían abandonado”, Pedro, lleno de vergüenza por su
cobardía, regresó a Roma siendo crucificado con la cabeza hacia abajo
(Diccionario Enciclopédico Salvat, Barcelona, 1955, p.916) porque se
consideraba que no merecía ser crucificado como su Señor.
La expresión Quo vadis? fue popularizada en 1896 por el novelista
polaco Henry Sienkiewicz, premio Nobel de Literatura 1905, en su obra
homónima ambientada en la antigua Roma durante los últimos años del
gobierno de Nerón. Según los estudiosos de la literatura universal, ese autor
quiso “retratar la opresión estatal que tuvo lugar en Polonia cuando esta
desapareció del mapa de Europa en el año 1795 (y) los territorios polacos
quedaron divididos entre Prusia, el Imperio ruso y el Imperio
austrohúngaro y el país no volvió a aparecer como tal hasta 1918, tras el
final de Primera Guerra Mundial”.
La novela de Sienkiewicz, de fama mundial, ha inspirado varias
versiones cinematográficas en los años 1913, 1924, 1951, 1985 y 2001.
Según los expertos en cine, la versión la versión más conocida es la
norteamericana del 1951con las interpretaciones de Robert Taylor, Deborah
Kerr y Peter Ustinov en el papel de Nerón.
La obra de Miguel Reyes Sánchez que hoy circula, con prólogo del
historiador Frank Moya Pons al que no me voy a referir porque ya lo
acaban de escuchar, contiene 64 artículos publicados casi en su totalidad
en el Listin Diario en diferentes momentos y están agrupados en 10 partes a
saber: Era precolombina, Descubrimiento de América (1492-1502) y Época
Colonial (1503-1821), Independencia Efímera y ocupación haitiana (1821-
1844), Primera República (1844-1861), Anexión, Restauración y Segunda
República (1861-1916), Ocupación norteamericana (1916-1924), Era de
Trujillo (1930-1961)y Tercera República (1924-1961), Del Consejo de
Estado a la Presidencia Provisional (1961-1966), Era democrática (1966-
presente), Asuntos Domínico-Haitianos y La Historia. No nos vamos a
detener en el desglose de los artículos que verá el lector cuando tenga el
libro en sus manos porque ustedes no me perdonarían que yo alargue en
demasía esta exposición.
Como el lector podrá darse cuenta los artículos están agrupados siguiendo
un sentido diacrónico de la historia porque el autor ha considerado que es la
forma más adecuada de que el lector siga el sentido lineal de la evolución
de nuestro discurrir. Versan, sobre el pasado y el presente, siguiendo el
planteamiento del historiador Luis Villoro, en su obra El sentido de la
historia (1980) de que «el historiador, al examinar su presente, suele
plantearle preguntas concretas. Trata de explicar tal o cual característica de
su situación que le importa especialmente, porque su comprensión
permitirá orientar la vida en la realización de un propósito concreto.
Entonces, al interés general por conocer se añade un interés particular que
depende de la situación concreta del historiador».
El contenido de la obra de Reyes Sánchez, al parecer, responde a «las
manifestaciones más características de estas nuevas tendencias son la nueva
historia cultural, la nueva historia narrativa, la microhistoria, la nueva
historia política, la historia de las religiosidad y la historia social del
lenguaje…a los que se unirán, ya en los albores del cambio de milenio y en
la actualidad, otras historias más integradoras como la historia mundial, la
historia del medio ambiente y la historia comparativa». (Ver a Jaime Aurell
y Peter Burke. “Las tendencias recientes: del giro lingüístico a las historias
alternativasˮ. En Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el
pensamiento histórico. Akal, 2013 2022
Con un sentido didáctico no formal cada artículo de la obra, escrito en
un lenguaje conciso y ameno, está acompañado de una bibliografía básica
complementaria para que el interesado pueda ampliar y profundizar los
temas analizados así como un conjunto de ilustraciones que enriquecen el
texto.
6. Conclusiones
Antes de finalizar estas breves palabras, permítanme felicitar a Miguel
Reyes Sánchez por este nuevo aporte bibliográfico. Como ha expresado
Frank Moya Pons en el Prólogo vendrán más obras en los próximos meses
porque capacidad intelectual y laboriosidad le sobran.
Escribir en un medio de comunicación social tiene sus ventajas y sus
desventajas porque de ordinario los autores tienen múltiples compromisos y
los plazos de entrega de los trabajos a veces se hacen perentorios y la prisa
no es buena consejera. Por eso, yo siempre he aspirado a que los artículos
de Miguel Reyes Sánchez, a fin de evitar el estrés que tanto daño ocasiona
en la modernidad, se publiquen cada 15 días. Es una humilde petición que
le hago al director del Listín Diario, Miguel Franjul, aquí presente.
Muy auspicioso es que Miguel Reyes Sánchez, a pesar de sus logros
tangibles en el tiempo, siga aspirando a más como lo demuestran sus
estudios de postgrado en historia que actualmente realiza en una
universidad de España. De esa manera él busca hacer realidad lo que
planteó hace apenas un mes y once días, en el artículo titulado “El
historiador” (Listín Diario, 3 de febrero de 2024) de que “el historiador en
sus investigaciones tiene que interpretar documentos o fuentes y auxiliarse
de técnicas que le permitan ofrecer explicaciones, lo más claras posibles,
sobre los sucesos del pasado, imprimiendo su propia perspectiva, pero
manteniendo la verdad sobre un hecho determinado. La misión del
historiador radica en buscar esas fuentes y como una especie de inquisidor,
verificarlas, contrastarlas, cuestionarlas e interpretarlas, a fin de elaborar un
discurso que legitime el conocimiento histórico”.
Y como él concluye “escribir historia implica estudiar los hechos del
pasado. Las constantes preguntas del historiador, entre otras, son ¿qué
pasó? y ¿cómo sucedió? De ahí, la necesidad de la constante construcción
histórica no solo por el rescate o la revaloración de nuevas fuentes sino por
la necesidad de nuevas interpretaciones sobre el mismo proceso histórico.
Los que tenemos la tarea de narrar la historia en este momento
reinterpretamos los acontecimientos, lo cual obedece a las necesidades del
presente y a los nuevos lectores a quienes la inmediatez cotidiana les
impone una lectura rápida, en un lenguaje llano y entendible”.
Muchas gracias por su atención y buenas noches.
Lic. José Chez Checo
Santo Domingo, República Dominicana.
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