Haití : Sólo quedarán los árboles y las bestias. La emigración masiva expresa el descontento general con el régimen de «Baby Doc»
ESTO FUE ESCRITO EN 1981, HACE 42 AÑOS
¿CUÁNTO MÁS TIENE QUE SUFRIR ESTE PUEBLO?
George Danton, 1981, Publicado en CUADERNOS DEL TERCER MUNDO, Año IV, Nº 43
El
negocio del momento en Haití no es la tan promocionada inversión en la zona
libre de Puerto Príncipe (donde cada dólar de mercadería exportada a Estados
Unidos deja 38 centavos de ganancia neta, sino la compra de barcos.
La
operación es simple. Si usted cuenta con ocho o nueve mil dólares, puede
comprar al contado alguno de los viejos veleros que hacen recorridos regulares
entre Puerto Príncipe y alguna de las capitales provinciales costeñas. Por mil
dólares más contratará a un piloto y luego hacer correr la voz de que está por
salir un viaje a Miami. Si la embarcación que compró tiene unos quince metros
de eslora podrá apiñar sobre su cubierta a unos cien pasajeros dispuestos a
pagar 200 dólares cada uno por el viaje. Con tres o cuatro mil dólares más
distribuidos entre un comandante, un juez y un par de autoridades portuarias
nadie verá la partida. Por supuesto no habrá aseguradora en el mundo que quiera
cubrir los riesgos de la expedición y si ésta llega a destino los guardacostas
norteamericanos decomisarán la nave ilegalmente ingresada en sus aguas. No
importa, en menos de una semana usted se ha embolsado veinte mil dólares, ha
recuperado su inversión con una ganancia líquida del 50%.
Unos
16,000 haitianos llegaron en estas condiciones a Estados Unidos en 1980. Nadie
sabe cuántos murieron en el camino, pero los sobrevivientes cuentan historias
espeluznantes de barcos enteros desaparecidos, muertos de hambre y sed en alta
mar o capitanes que arrojaron al agua la mitad de su «carga» para evitar un
naufragio inminente. Algunas fuentes hablan de un 3% de muertos. Para otros la
cifra es aún mayor. Todo esto se sabe en Puerto Príncipe. Pero en el
pauperizado noroeste los hijos siguen presionando a los padres que vendan sus
parcelas a fin de pagar la travesía.
En el auge de la fiebre migratoria, a mediados del año pasado, catorce grandes barcos partieron desde Puerto Príncipe con la cubierta atiborrada de pasajeros a plena luz del día. Se encontraron, incluso, sobre las playas cascos, armas y uniformes de soldados y milicianos que los habían abandonado para tomar el barco. En los muelles hubo virtuales suicidios de gente que se tiraban al agua en un desesperado intento de alcanzar a nado la nave que partía sin ellos.
HUYENDO DEL HAMBRE
«Nadie
puede parar eso y las autoridades parecen muy contentas de que se vayan, ya que
nada se hace para enfrentar la situación», nos comenta un sacerdote, a quien
llamaremos Jean-Paul, cumpliendo el compromiso de que su nombre verdadero no
sería revelado. Cada vez hay menos tierras y la tierra es cada vez más árida y
pobre. No hay canales para proponer soluciones ni posibilidad de que se oiga
una voz de protesta.
«Se
van los que tienen cierta conciencia, los que trabajaron con nosotros en el
desarrollo comunitario. Los que ven los problemas, quisieran hacer algo, pero
no pueden solos y no encuentra otra salida».
«Si
los que se van fueran solamente los más pobres, uno lo entendería. Es la falta
de trabajo. Son refugiados económicos. Pero se van los que están en edad de
trabajar y quieren hacerlo. Hay quienes pagan entre 1,600 y 2,000 dólares para
llegar a Miami.»
En
Haití eso es mucho dinero. Una visa (falsa) para Estados Unidos puede comprarse
por dos mil dólares. Un universitario, con un poco de suerte, puede conseguirla
legalmente. En Estados Unidos hay más médicos haitianos que en Haití, mientras
en la provincia del noroeste hay un solo médico y veinte camas de hospital para
75,000 personas. Tres mil personas murieron de hambre durante la última sequía,
que se prolongó cuatro años. «Las cosechas son cada vez peores —explica el
padre Jean-Paul— a causa de las condiciones atmosféricas, la erosión, la
sequía. Y la única solución que se da al problema del hambre e la ayuda
alimentaria. Cada vez que hay un desastre se llama a los norteamericanos. La
CARE (una organización estadounidense de asistencia humanitaria) da maíz,
trigo, aceite. Y cada vez que se distribuyen alimentos, la gente se hace más
pobre, retrocede en su desarrollo, se vuelve menos comunitaria, porque hay que
pelearse por ese alimento. Se vuelve, en fin, cada vez más dependiente respecto
a las fuentes de esa supuesta ayuda para el desarrollo».
Jean-Paul
cree que los problemas de los campesinos tendrían solución, si se ejecutaran
proyectos de irrigación en las llanuras de LABRE y de los MOSQUITOS, que
podrían abrir a la agricultura más de treinta mil hectáreas. Pero «la gente se
da cuenta que nadie piensa en esa solución y que, de todas maneras, esas
tierras pertenecen a una treintena de familias que viven en Puerto Príncipe».
Mientras
tanto, el 40% de los campesinos tiene un ingreso anual de 14 dólares. Según las
estadísticas oficiales, el analfabetismo es de 87%. Nuestro sacerdote estima
que el porcentaje es mayor «tal vez entre 90 y 92 por ciento. Apenas uno de
cada diez puede leer como para presentar un bautismo».
ESCLAVOS
Del
noroeste sale la mayoría de los que buscan trabajo en el exterior.
Frecuentemente su primera escala es la capital. Port-au-Prince, donde uno de
cada tres habitantes es un inmigrante del interior. Del medio millón de
capitalinos, unos doscientos mil viven en bidonvilles
de cartón y hojalata. Varios miles más duermen en las calles, plazas y galerías
comerciales. Todos sueñan con irse.
Y
el gobierno los estimula. ¡Se necesitan cortadores de caña en la República
Dominicana! En 1979 Haití recibió un millón y cuarto de dólares por la «venta»
de unos quince mil braceros, que ganaban un jornal de dos dólares diarios. Cada
dos semanas se les descuenta un dólar, ahorro forzado que se les promete
entregar en Haití cuando termine la zafra… y que jamás reciben. El resto se
paga en vales, que sólo sirven para comprar en la tienda de raya de la empresa.
En
agosto de 1979 la venerable Sociedad Antiesclavista londinense denunció el caso
como una forma disimulada (no mucho) de esclavitud. Los documentos de los
braceros quedan en poder los contratistas que trabajan para la transnacional Gulf and Western. Y un haitiano sin
documentos es hombre perdido en cualquier parte de la Dominicana, fuera de las
plantaciones.
«Durante
el día —relata un funcionario internacional con rango diplomático en Haití—, ha
severos controles en la frontera. Pero por la noche los dejan pasar. Hay
militares esperándolos del otro lado, los arrestan (es ilegal cruzar la
frontera sin visa) y cuando tienen ciento cincuenta o doscientos los ponen en
camiones y los venden a las plantaciones a diez dólares por cabeza, junto con
los «fugados» que intentaron escapar de las barracas en donde los hacinan».
Los
más arriesgados intentan llegar a Martinica o Guadalupe, donde el créole local no difiere mucho del que se
habla en Haití. Y a pesar de las severas restricciones migratorias la administración
colonial francesa, hay entre veinticinco y treinta mil haitianos en Guadalupe.
Trescientos
mil haitianos en la Dominicana, 230,000 en Brooklyn (la mayor ciudad haitiana,
después de Puerto Príncipe), miles más diseminados por todo el Caribe. «Hay
gente, nos comenta un maestro, que cree que en todo el mundo hay haitianos. Que
si llega a Checoslovaquia se va a encontrar con algún primo lejano con quien
hablar creóle».
Como suele suceder, el problema de la emigración haitiana recién fue reconocido por el mundo cuando comendó a afectar a los Estados Unidos.
¿REFUGIADOS POLÍTICOS?
Barcos
repletos de haitianos llegaron el año pasado a las costas de Florida junto con
la muy publicitada emigración cubana. Pero mientras estos últimos fueron
tratados por la prensa como héroe y por las autoridades de migración como
«refugiados políticos», los haitianos eran detenidos como inmigrantes ilegales
y se comenzó a deportarlos. La comunidad negra y círculos liberales denunciaron
este trato diferente como un caso de racismo y en junio un juez dictaminó que
cuatro mil haitianos ingresados ilegalmente tenían derecho a que sus casos se
consideraran individualmente en las cortes si pedían asilo político. En julio
otro juez descubrió —basándose en testimonios de un tonton macoute (policía secreta) arrepentido —que el presidente
vitalicio Jean-Claude Duvalier ha ordenado la prisión de todo haitiano repatriado.
En
noviembre, 200 haitianos se ahogaron en las islas bahameñas de Cayo Lobos,
frente a las costas norteamericanas. Los sobrevivientes, apiñados sobre un
islote no mayor que una cancha de fútbol tuvieron que se subidos por la fuerza
a los barcos que los iban a repatriar y declararon que preferían morir de
hambre en esas islas desiertas antes que volver a Haití.
Según
datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados hay unos
25,000 haitianos ilegales en las Bahamas, y el gobierno local amenaza con
deportarlos a todos, alegando que «gravan la economía del país». En privado,
los funcionarios de migración bahameños reconocen que los haitianos aceptan
trabajos que sus compatriotas no quieren realizar por los bajos salarios,
especialmente en el campo. Pero la capacidad del archipiélago de absorberlos
habría llegado a su límite y unos cuatrocientos inmigrantes fueron deportados,
en promedio, cada mes. Si este ritmo no se aceleró, ello se debió a la
expectativa por lo que resuelvan los tribunales norteamericanos, que
eventualmente podrían abrir a las Bahamas una alternativa menos cruel para
librarse de los indeseables.
APARTHEID IDIOMÁTICO
El
fallo de la justicia estadounidense tiene obvias implicaciones políticas.
Admitir a los haitianos como refugiados políticos equivaldría a una condena al
régimen de Duvalier, viejo aliando de los Estados Unidos, y al sistema económico
de apertura total al capital extranjero, que es precisamente el modelo que la
Casa Blanca propone para el Caribe. El presidente vitalicio «Baby Doc» Duvalier
no parece dudar de que goza de las simpatías de Reagan y apenas se supo que
éste había ganado las elecciones olvidó toda promesa «aperturista» y
desencadenó, de los primeros días de diciembre, una redada de periodistas,
sacerdotes, políticos opositores y defensores de los derechos humanos. Los que
lograron escpar de la prisión no encontraron otro camino que el exilio.
Todo
el país parece haberse convertido en una gran prisión de la que sus habitantes
sólo piensan en escapar. «Es como el colonialismo interno que existe en
Sudáfrica», comenta un perito agrícola extranjero. «La economía campesina no ha
cambiado desde la época de la colonial. Sólo se sustituyó al colonizador blanco
por una minoría negra y mulata, un cinco o seis por ciento de la población que
monopoliza el poder económico, político, cultural, y contiene a las masas
rurales —el 80% de la población— en reservas similares a los bantustanes sudafricanos. Y esa minoría
burgueses, comerciantes, importadores y exportadores es bilingüe, habla el
idioma nacional, el creole, y también
el francés. Entonces ha hecho de este el idioma oficial para aislar a la masa
de toda participación en el poder. Es una barrera lingüística que funciona
igual que la barrera racial en el apartheid».
Desarticulada
la oposición política interna por golpes sucesivos, la huida se convierte en la
única forma posible de expresar el rechazo. «Pienso, nos comenta el cura
anónimo, que el éxodo de la gente es la primera expresión del descontento
general en Haití. Es verdaderamente como si el pueblo se hubiera levantado en
masa. Yo oí muy bien a los campesinos decir: «Si esto continúa así, les vamos a
dejar el país, para que sólo puedan mandar a los árboles, los ríos y las
bestias…».♣
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