SORORIDAD, prólogo por Basilio Belliard

 

Basilio Belliard


Prólogo

“Una mujer es todas las mujeres”

(Miguel de Unamuno).

Desde su creación, y por la titánica labor de gestión cultural que realiza, la agrupación de escritoras, denominada Mujeres de Roca y Tinta, ha despertado mi admiración y mi reconocimiento. Llegaron para quedarse en la ciudad cultural de Santo Domingo. Arribaron armadas de pasión literaria y compromiso con la palabra, de fervor por la cultura y entrega a la promoción de nuestros valores culturales. Este conjunto de mujeres, de edades diversas y profesiones disímiles, tiene como eje común la palabra y el arte, el relato o la poesía. Buscan una “habitación propia” —como pedía Virginia Woolf— para zafarse de la tutela patriarcal, y hacer con sus vidas, un destino literario, en la solidaridad y la hermandad. O buscan en la palabra, un oasis de luz, un horizonte de libertad creadora y un espacio de expresión, en el paisaje urbano.

Tras el trajinar por la lectura y la formación literaria, han decidido hacer esta reunión de sus producciones creadoras, en prosa y en versos. Han bautizado esta antología como Sororidad un “neologismo usado para referirse a la solidaridad entre mujeres, en un contexto de discriminación sexual”, acuñado por Unamuno, para designar “la hermandad femenina”. El concepto alude a la amistad afectiva entre mujeres, en una relación de solidaridad, desde el punto de vista de su empoderamiento social.

En total son 18 mujeres antologadas —excluyendo a la declamadora Rosa Iris Clariot y a Rosina Anglada, ensayista— que revelan y muestran, cada una, su rostro interior, sin tapujos ni reticencias. No están sus máscaras sino sus rostros desnudos y sus corazones alados, con sus ansias, desvelos, angustias, amores y desamores. Se muestran sin represiones ni castraciones. Desbordamientos y mesuras, excesos y prohibiciones: son las orillas opuestas que reflejan su ética de escritura.

De la narración al verso, estas mujeres se valen de los recursos literarios de la anécdota y la experiencia para armar historias personales y articular discursos. Infidelidades y secretos, vidas paralelas y vidas vividas, intimidades y destapes, quejas y delirios… son algunas de las experiencias de lectura que se pueden extraer de este libro: un manojo de imágenes verbales de experiencias femeninas. Aparece el ser masculino como espejo de dramas interiores y como motivo o leitmotiv, donde se reflejan destinos yuxtapuestos o impuestos, superpuestos o paralelos, determinados por sus caracteres: “Destino es carácter”, decían los griegos. Ensamblado en base a una selección personal de cada autora, esta antología —en la que confluyen lo lírico y lo narrativo—, constituye una demostración, a un tiempo, de coraje y ternura; igualmente, de amor por la palabra poética y por el oficio de la escritura. Desde Gladys Almonte hasta Rosa María Rodríguez, conforma un arco que apunta a la configuración de un espacio verbal de signos y símbolos provenientes del estro femenino, desde el punto de vista de su sensibilidad e imaginación. Conforman un corpus de amistad, afectos y solidaridad entre sí, en su lucha por empoderarse de la sociedad y demandar una nueva sensibilidad y un espacio de inclusión y comprensión.

Las palabras las hermanan, y les inyectan un sentido a sus vidas y una razón vital a su ser en el mundo.

Desde Safo, en la antigüedad clásica griega —la primera mujer poeta occidental—, hasta la nuestra, sor Leonor de Ovando, en el siglo XVI —la primera mujer en escribir poesía en el Nuevo Mundo—, y siguiendo por nuestro lar nativo, con mujeres que van desde Salomé Ureña y Josefa Perdomo, en el siglo XIX, hasta el siglo XX, con Carmen Natalia Martínez, Aída Cartagena Portalatín, Jeannette Miller y Soledad Álvarez, hasta el estallido del Boom de mujeres poetas en los años 80, la tradición poética dominicana revela buena salud y promesa de ruptura. Con esta muestra de 18 autoras del parnaso de “mujeres de roca y tinta”, piedra y papel, nuestra tradición lírica de mujeres, se robustece y exhibe sus peculiaridades.

En Gladys Almonte se conjugan la palabra y la poesía, en claves enumerativas y anafóricas, con espléndida sencillez; en Niurca Herrera, Francisca Hernández y María Isabel Díaz, la narración cobra potencia expresiva; la poesía bíblica se combina con el relato en Luz Dalis Acosta, y en Vilma Márquez de Herrera, la vida estalla entre sus versos, cargados de vivacidad; en Evelyn Ramos Miranda, la angustia y el desamor hallan cauce expresivo, en tono de amargura, y en Leibi Ng, memoria y mundo, se entrecruzan, en un rapto de amor callado; la interrogación se vuelve recurso de la nostalgia y la esperanza en Rossy de los Santos; en tanto que en Arelis Taveras Collado, el ser estalla entre su yo y su otredad, jalonado entre el temor y el coraje, la libertad y la prohibición, en sorprendentes versos, desnudos, limpios y precisos, pero cargados de sensualidad, amor, transparencia y erotismo; con Máxima Hernández, asistimos a la experiencia del viaje como material poético, entre la ternura y la ilusión, mediante una retórica poética, que evoca a la poesía del Futurismo como en “Ecléctico poema”, por el torbellino y la velocidad de sus versos. De igual modo, en Mel Dinzey Castro, el verso se vuelve ritmo y danza, en un concierto surrealista, mientras que, en Sonia Fiallo, la palabra poética dialoga con la soledad y la nostalgia; en cambio, Karina Castillo aparece como una voz distintiva, dentro del conjunto, pues ensambla su discurso poético con visiones de la ciudad y la numerología, en el contexto de una poesía urbana, de versos muy originales, y donde lo erótico y el amor están ausentes. Finalmente, asistimos a oír los ecos de una voz de ruptura en el imaginario sensible de la poética de esta antología, con María Farazdel (Palitachi), al cantarle a la muerte y al suicidio, en tono de voz lírica maldiciente, hasta su colofón, con Rosa María Rodríguez, una voz que evoca a Jarabacoa, en un diálogo de ternura entre la memoria y el olvido, con palabras frescas y precisas, y exhibiendo unos versos de indudable eficacia. En tanto que, con la editora y poeta, Elsa Báez, asistimos a oír una voz desenfadada, de fuerza volcánica y eruptiva, pero donde se oyen los ecos del tedio y el hastío del ser femenino, en contrapunto con una rabia contenida. He ahí su “grito de mujer”. Mientras que en Anam Fiallo hay un diálogo entre la naturaleza, en sus estaciones, y con el amado, en un contrapunto entre la memoria y el desarraigo, las remembranzas y el amor, donde se revela el poder evocador de la pasión amorosa.

Así pues, la naturaleza, el amor, el viaje de placer y el desamor actúan como contrapuntos de lo social, y como ejes transversales, que atraviesan el universo que crean, inventan, fundan y recrean estas mujeres, con una fuerza avasallante y descarnada, en algunas ocasiones, y en otras, donde se escuchan los ecos del desaliento, la nostalgia y el desamparo. Así pues, predomina más lo intimista que lo exteriorista, y menos la sociedad que la naturaleza. Sin dudas, que el ser masculino es el protagonista de cada sujeto poético, y de ahí que resuenen los ecos de sus voces interiores, que buscan y encuentran en la palabra, su cauce expresivo, su vehículo de cristalización y su concreción en el lenguaje de la poesía.

Percibo en el universo de referencias que recrean en sus versos, una huida de lo social, que había sido una tradición en la poesía dominicana escrita por hombres, como también de la poesía metafísica y filosófica. Más bien, estas mujeres reafirman el amor y el erotismo, aunque no descarnados, pero sí manifiestan sus psicologías, a través de sus fobias y paranoias, deseos y anhelos, psicosis y neurosis: sus vacíos existenciales, sus pozos de melancolía, y las prohibiciones de los placeres masculinos. Siempre hay un diálogo entre el pasado y el presente de sus vidas: memoria y olvido, historia y presente.

Poesía de la vida madura, sin embargo, ellas no expresan la decadencia del cuerpo y el horror a la muerte. Es decir, más Eros que Tánatos, y de ahí a la vitalidad de sus versos. Cada texto refleja los ecos de sus personalidades y los efluvios de sus temperamentos. Pugna entre el yo femenino y la alteridad masculina, entre la identidad femenina y la otredad masculina, hay puntos de inflexiones, que constituyen el centro de gravedad, y la esencia natural de sus palabras y el origen de sus temas. Entre el síndrome de Penélope y el complejo de Electra oscilan sus motivaciones y sus impulsos creativos. Razón de ser y razón de amar se entrecruzan, en un haz de emociones sensuales y pulsiones sensoriales, que emanan de las honduras de su ser, en una suerte de sexualidad secreta o discreta. A veces el cuerpo erótico se vuelve cárcel del ser, y en otras, se transfigura en liberación del alma. La poesía en ellas se vuelve, pues, instrumento de expresión del espíritu femenino de su yo, ese espejo sin fondo, ese misterio insondable para los amantes.

El amor y sus desgarraduras, la vida y sus avatares cotidianos se dibujan y desdibujan, entrecruzan y superponen entre la llama erótica y el cuerpo, el espíritu y la carne. La semilla poética sembrada por Salomé y Aída ha dado sus frutos frondosos y germinado en tierras pródigas. Estas voces femeninas, de nuestra tradición poética del Nuevo Siglo, mantienen viva la antorcha de nuestra lírica y encendidas las velas de dicha tradición. Poetas y cuentistas en ebullición, despiertas, vigilantes y atentas al fluir de las aguas del corazón, al fuego del cuerpo interior y al canto de la naturaleza. Así son estas mujeres escritoras. Y así dicen y cantan, cuentan y poetizan, gritan y susurran.

Documento vivo y testamento poético del presente, esta antología se lee como la historia sensible de una variopinta muestra literaria, que brota de las entrañas y de las mentes incandescentes del ser femenino; desde sus honduras vitales y desde el fuego que no quema de su erotismo: desde el amor maternal hasta el amor de pareja. Radiografía del cuerpo y anatomía del amor, de los

entresijos de estos versos y de estos cuentos, manan el erotismo y la alegría; también, la esperanza y el desgarramiento, en su destape ontológico y psíquico.

Así son y así escriben. Y así se muestran y escriben estas mujeres de roca y tinta.


Basilio Belliard

 


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