Portal de un mundo, Andrés L. Mateo

 He vivido por la alegría,
por la alegría he ido al combate
y por la alegría muero.
Que la tristeza nunca sea unida a mi nombre.
J. F.


Dejaremos el cielo a las palomas.
Iremos por la vida sublevados
a levantar el reino de este mundo.

Quien busque mi garganta
encontrará la tuya.
Quien apenas te roce con su aliento
empañará mis ojos.
Y no será tu nombre una tarjeta
con fechas retorcidas.
O algún simple papel de timbre muerto.

-Yo no diré:
este candado es mío,
o este martillo
y sí podré decir:
esta sonrisa
-la que me veis ahora-,
me pertenece toda.
O bien mi canto,
ya no es canto tan solo 
de los pájaros.

II
Lo que vendrá,
será como una casa sin puertas ni ventanas.
Una morada común sin contraseñas.
-Pongamos,
es un ejemplo, que llegue yo a una casa
y me despoje
con muchísimo amor de mi sombrero;
enseguida, esa casa es ya mi casa
y en ella vivo
como por ella muero.

III
Habremos de llegar
como se llega siempre;
con un poco de polvo en las orejas.
con muertos hechos raíces
que callan sus hazañas.
Con límpidas muchachas sonreídas.
Porque, es bueno saber,
que no siempre la muerte tendrá
la última palabra.
Y así como los ríos
la vida tiene
su corazón saltando.

Construiremos aquí
el reino de los cielos.
Orfeos amordazados,
levantaremos bien alto la guitarra.
¿Quién podrá entonces utilizarnos a gusto.
Decirnos que el hombre más feliz
es el que no tiene camisa,
porque ellos están encamisados.
O darnos de patadas por las nalgas
mientras nos dicen:
"Bienaventurados los que sufren..."?
-¡Yo no soy Job!
Y además,
hay suficiente pan sobre esta tierra
para todas las criaturas humanas...
Un día me dije:
"Caminaré este mundo.
Me iré por sus ciudades condenadas.
Besaré con amor el cántaro gris de mis hermanos.
Y luego subiré como carta empujada por el viento."
Dije:
-"Sea la hermandad para nosotros".
Y rodó la hermandad por los caminos.
Canté dulces canciones
y como un ramillete
rompieron la guitarra en mi cabeza.
Amé la vida
como a una adre pobre
y el tugurio me dieron por morada.
Esto aprendí:
Quien habla de amor
dice la guerra.
Quien toma su bastón
y se coloca del lado de su pueblo,
dice la guerra.
Quien reclama su puesto en este mundo
dice la guerra.

VI
Por eso,
cuando las mordeduras del reino agonizante
levante sobre ti su organizado fuego,
y tu propia grandeza sumergida
avance hacia la guerra necesaria,
¡que no tiemblen tus manos!
Que por toda esta sangre que ha caído,
vamos a hablar nosotros.

Es tuya la verdad.
Tuyo es el pueblo.
Y tuyo es este mundo que he pedido
y que golpea con amor todas las puertas.

Cuanto tuvo dolor, que se derrame.
Que busque sobre el fuego,
el follaje que nunca ha conocido.

Cuanto fue soledad,
golpeo,
cárcel:
que marche contra el odio saltando,
venciendo
hasta que tú, que navegas conmigo en la jornada,
encuentre lo que eres,
lo que te han negado en el nombre del padre,
del hijo y de los hijos del hijo,
que a fin de cuentas son
el mismo padre.

¡Qué no tiemblen tus manos!

Que en medio de la noche,
como un hijo dulce,
este mundo sin puertas ni ventanas nos ocupe.
Para que oigamos su melenudo amor.
Su fuerza encaramada.

®Andrés L. Mateo

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