PRODIGIOSO INSTRUMENTO, EL LENGUAJE: SOBRETODO SI VA RESPALDADO POR OTRO INSTRUMENTO MENOS TEÓRICO, por Omar Messón


Foto de ACENTO

Sería para estos tiempos, 1990.  Había presentado con sobrado éxito mi tesis de grado para optar por el título de Doctor en Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).  Obtuve nota sobresaliente, y con dicho examen, certificaba mi doctorado, lo que me colocaba, según yo, en un lugar de privilegio.  Al día siguiente de haber tomado mi examen, recojo mis motetes, voy a la Duarte con París y abordo un minibús que anunciaba que venía para Puerto Plata.  Cuando llegamos a La Vega, el chofer anuncia que como quedábamos tan pocos pasajeros, el vehículo no llegaría a Puerto Plata sino que nos dejaría en Santiago.  Inmediatamente corrieron por mi mente de manera atropellada todas las teorías de derecho que había aprendido en mis recientemente terminados estudios.  Le dije al cobrador, un tipo como de trescientas libras –yo pesaba en ese entonces ciento veinticinco, con ropa- que yo era Doctor en Derecho y que nadie iba a vulnerar mis prerrogativas, que los artículos 1382 y siguientes del Código Civil me avalaban, pues ellos –cobrador y chofer- habían concertado conmigo un contrato verbal de transporte y que el artículo 1134 del mismo código establecía que los contratos convenidos entre las partes tienen fuerza de ley para aquellos que los han hecho, y que las teorías de Mazeaud y Tunc sobre responsabilidad civil por violación contractual me respaldaban, y hablé de Carnelutti, de Carlos Binding –el alemán-, de las decisiones de los tribunales de Grande Instancia de Rouen, Francia, del Nuevo Código de Procedimiento Civil francés, de la cláusula ¨Non adimpleti contractus¨, del abuso de los derechos, y de todo lo que se me vino de pronto a mi mente con ínfulas de doctor.  El cobrador me miró, respiró hondo, buscó debajo de un asiento un palo bastante liso, con señales inequívocas de que a mí no me iba a tocar el privilegio de estrenarlo.  Guardé silencio.  Cuando llegamos a Santiago, en la parada del parque de los chachases (creo que así se llama), el cobrador me miró, tomó nueva vez el palo, con el que se daba golpecitos en la palma de la mano izquierda, y con acento decidido me dijo: mire el mazó y el chailemuti que yo le voy a dai a uté, dotoi de la gata.  Yo procedí a bajarme, porque, es verdad: Hablando se entiende la gente.

©Omar Messón

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