Santiago Estrella Veloz |
¿Quién iba a pensar que un general del Ejército del presidente Joaquín Balaguer iba a ser emboscado y asesinado como si se tratara de un novato, al no guardar las debidas precauciones? Solamente en un país de ficciones y absurdos pueden ocurrir tales cosas.
La medianoche del 26 de diciembre de 2000 fue muerto de un disparo a la cabeza el general retirado Juan René Beauchamps Javier, cuando apenas había entrado a su casa de campo en la comunidad de Abreu, residencia que tiene una amplia vista al mar Caribe. Es decir, en breve se cumplirán 16 años de ese asesinato.
En esa zona de la provincia María Trinidad Sánchez el general Beauchamps Javier fue encargado de la recuperación de tierras del programa de Reforma Agraria aplicado en los años setenta por el gobierno del doctor Joaquín Balaguer, de quien se convirtió en uno de sus principales colaboradores, aun después de retirarse y siendo ya miembro del Partido Nacional de Veteranos Civiles.
¿Quién pudo matar a un general del gobierno de los doce años de Balaguer? ¡Imposible! La fama de aquellos generales es conocida en todos los rincones del país. Eran hombres duros, a quienes se hace casi imposible sorprenderlos ni doblarles el brazo. Y dadas las circunstancias por las cuales atravesaron, más de uno de estos hombres no descuida su frente ni la espalda; lo contrario sería lo absurdo, la inexperiencia gratuita o ingenuidad.
La noche en que fue muerto, Beauchamps Javier portaba el fusil AR-15 que perteneció al coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, el cual dejó sobre su cama, inadvertido o posiblemente por la pérdida de los reflejos, algo normal en una persona de más de 70 años de edad y enfermo de diabetes.
El arma la dejó a pesar de que saldría a donde había dejado su vehículo, para reportar por la radio un robo hecho en su casa antes de que llegara.
Ese día no estaba previsto que el general viajara a Nagua, municipio cabecera de la provincia. Su amiga Bienvenida Guzmán Almonte recibió una llamada suya mientras iba en camino, algo que le sorprendió. .
Cuando llegó estacionó su yipeta en la puerta de entrada a la casa de Guzmán Almonte, esta le dijo que estaba atemorizada porque una ola de robos y atracos se había desatado entre Abreu, Cabrera y Río San Juan, en el nordeste del país, y no hacía mucho de la muerte del ciudadano canadiense Robert Ethier. Se fueron entonces a disfrutar de una cena donde un amigo común, agasajo que terminó antes de la medianoche.
Guzmán Almonte le recomendó a Beauchamps que se quedara en su casa. La mujer tenía miedo, pero el general decidió viajar solo hasta su estancia de Abreu, construida en el fondo de una de sus fincas, a orilla de la costa atlántica, razón por la cual Bienvenida decidió acompañarlo. Tan pronto llegaron a la casa observaron que algunas de las bombillas estaban encendidas, lo que les resultó extraño. Entraron y notaron que alguien había estado allí y removido algunas de sus pertenencias. Fue entonces cuando Bienvenida sospechó que hubo un robo en la casa, cosa que confirmó al entrar a la habitación, donde pudo ver la cama desarreglada y las gavetas revueltas.
En la cocina estaba Beauchamps Javier, aparentemente sin prestarle importancia a lo sucedido, hasta que Bienvenida lo condujo hasta la habitación para mostrarle el desorden dejado por los ladrones. En una acción inexplicable, pero quizás debido a un olvido propio de la edad, el general dejó su fusil AR-15 en la cama y salió de vuelta a su yipeta para avisar por radio a la Policía. El fusil había pertenecido al coronel Francis Caamaño, como se dijo anteriormente, muerto por las Fuerzas Armadas que combatieron su guerrilla en 1973.
Transcurrieron algunos minutos cuando que Bienvenida escuchó un disparo. Salió y encontró el cuerpo de Beachamps Javier tendido sobre la grama, con un tiro en la cabeza. La noche del crimen, el hombre que mató al general había permanecido el día completo dentro de una cueva de la loma que está a varios metros de distancia de la casa. El alumbrado es escaso, pero todo indica que el victimario esperó pacientemente hasta comprobar que no había nadie en la casa, a la que entró en la noche, lo removió todo, encontró joyas y estando el general muerto, tirado sobre la grama, le quitó el reloj, una cadena y un anillo. También se llevó las armas que encontró dentro de la casa.
Perpleja y asustada, la mujer abrazó al hombre que agonizaba próximo a su yipeta, pero en ese momento fue tomada de los brazos bruscamente, por un hombre a quien no reconoció. El hombre la montó en la yipeta y la trasladó hasta un matorral próximo a la casa. La violó y amenazó de muerte. La mujer, con los ojos cubiertos de lágrimas, notó cuando el hombre, flacucho, se retiraba.
Sin embargo la mujer reaccionó, montó su yipeta y arrancó velozmente, medio desnuda, en busca de ayuda de la Policía, pero la angustia y el pesar eran tan profundos que pasó por la puerta del destacamento policial sin darse cuenta, por lo que tuvo que girar hacia atrás. Fue así como la Policía local se enteró de los hechos y de inmediato se llamó a Santo Domingo, la capital, porque se trataba de la muerte del general retirado Juan René Beauchamps Javier.
Pero, ¿quién lo mató? ¿Por qué lo mataron? ¿Fue un robo? ¿Actuó un simple malhechor o se fue un crimen político? ¿Un ajuste de cuentas, como se dice ahora? No faltaron las conjeturas, pues se trató de la muerte de un general de los doce años del doctor Balaguer, una persona con tantos amigos como enemigos, y al decirse que le sustrajeron el arma que perteneció a Caamaño mayores fueron las especulaciones.
Entonces circularon rumores de que entre el general Beauchamps Javier y el ex presidente de Panamá, Manuel Antonio Noriega, hubo un problema de negocios que involucraban 28 millones de dólares. Un hijo de Noriega estaba casado con una hija de Beauchamps Javier. La especulación sobre que la mano de Noriega pudiera haber estado tras el crimen se cae de la mata, pues para entonces el líder militar panameño y gobernante de facto del país entre 1983 hasta 1989, guardaba prisión en una cárcel de los Estados Unidos. Noriega había establecido una dictadura en la que sumió al país en una grave crisis económica. En 1989 los Estados Unidos invadieron militarmente Panamá provocando numerosas muertes tanto civiles como militares y causando el desmantelamiento de las fuerzas militares panameñas, el caos económico y social en el país y la posterior rendición y arresto de Noriega. En 1992 fue juzgado en los Estados Unidos y condenado a una pena de 40 años de reclusión, bajo la acusación de estar relacionado con el cártel de Medellín. La pena se rebajó posteriormente a 30 años y luego a 20 por “buena conducta”. A principios de 2008 permanecía en una cárcel de Miami a la espera de que se defina su situación. Francia solicitó su extradición, ratificada en enero de 2008 por un juez norteamericano. Finalmente, fue extraditado a Francia y luego retornado Panamá, donde hasta el momento de este escrito permanece preso, enfermo y olvidado.[]
Civiles y militares dominicanos elaboraron sus teorías e hipótesis sobre la muerte de Beauchamps Javier, excepto el general Rafael Bencosme Candelier, quien al observar las condiciones en que quedó la casa y sus alrededores sostuvo, desde el primer momento, que el móvil estaba muy claro. Su conclusión fue tajante: no había razón para pensar otra cosa: alguien robó y mató al ocupante de la casa.
En los interrogatorios hechos por la Policía, Bienvenida Guzmán Almonte seguía confusa. Es probable que creyera haberle visto la cara y cualquier seña particular al homicida, quien fríamente decidió violarla en un matorral alrededor de la una de la madrugada. Pero recuerda que el individuo medía unos 5 pies y 6 pulgadas de estatura, trigueño, de pelo ondulado y de cuerpo flacucho.
Con estos datos la Policía anduvo detrás de posibles sospechosos, hasta que fue atrapado en El Lechal, de Nagua, Gilberto Antonio Paula, alias El Coquero, a quien se le atribuyó la muerte del canadiense Robert Ethier, ocurrida dos días antes que la del general Beauchamps Javier. Pero ni una cosa ni la otra, pues según se comprobó El Coquero vendía cocos y participaba en la organización de viajes ilegales, lo que fue admitido por sus familiares, quienes lo señalaron como una persona incapaz de matar y robar. Una vez descartado este primer sospechoso, el tiempo pasó tan rápido que casi se perdían las esperanzas de que se descubriera la verdad sobre la muerte de Beauchamps Javier, hasta que la Policía logró apresar a un grupo de personas señaladas como amigos de un tal Ángel Martínez Candelario, a quien apodan Angito. Entre los apresados figuraron José Alberto Pérez Concepción, José Eugenio Núñez y Josefina Altagracia Vargas Castillo, alias Ingrid, supuesta concubina de Angito. Se asegura que alguien contó a la Policía que Angito fue quien mató al general.
La Policía ubicó la compra-venta Castillo, en Cotuí, donde Angito habría empeñado el reloj y otras prendas de la víctima. Los hechos fueron asegurándoles a las autoridades policiales que iban detrás del hombre que efectivamente mató al general Beauchamps Javier.
“Hay que decir que la Policía y nosotros estamos interesados en agarrarlo vivo. Es nuestro interés para presentarlo a la opinión pública para despejar cualquier tipo de dudas que haya surgido en torno a la muerte del general Beauchamps Javier”, expresó entonces el fiscal de Nagua, José Hilario Bidó.
Pérez Concepción, amigo de Angito, habría informado a la Policía que éste lo llevó a una cueva donde le confesó que robó y mató al general Beauchamps Javier, agregando que se dedicaba a cometer atracos en Abreu, Río San Juan y Cabrera.
La Policía localizó en otra tienda de Cotuí, que vende celulares, otros objetos pertenecientes al general Beauchamps Javier, y los cuales le fueron comprados a Josefina Altagracia Vargas, la concubina de Angito, por tres mil pesos. Esto fue el día de Jueves Santo de abril de 2002.
Cuando se mostró una fotografía de Angito a Bienvenida Guzmán Almonte, la mujer no dudó en identificarlo como el hombre que la había violado. Sobre Angito pesó también la acusación de matar al canadiense Robert Ethier, en la madrugada del 24 de diciembre del año 2001, en el proyecto turístico Los Farallones, en Cabrera. Esto no cuadra con la primera versión de que el asesino de Ethier era El Coquero.
La Policía, además, atribuyó a Angito el asesinato de Guadalupe Méndez, la madre de Madelin, una niña de nueve años a quien Angito se llevó junto a la madre. Hasta el momento se desconoce si vive o está muerta. El cuerpo de Guadalupe Méndez fue hallado en estado de descomposición después del secuestro.
Pero nadie dijo haber conocido a Angito. En la calle Libertad, del barrio Buenos Aires, en Río San Juan, donde vivió por largo tiempo, de acuerdo con las investigaciones de la Policía, pocos dicen haberlo visto, excepto el rumor de algunos niños que dicen haber oído a sus padres hablar de Angito como el muchachón que trabajó en la construcción de una cerca del Caribean Village Resort.
El fiscal José Hilario Bidó no cree que el operativo policial fuera un fracaso. Pero José del Carmen de la Cruz, residente en Cabrera, con 67 años de edad, piensa que Angito es ya una persona inexistente. Nadie lo ha visto. “Sólo se dice que está allí, que estuvo aquí, que se le escapó a la Policía, pero nadie lo ha visto”.
“No creo en Angito”, dice, “porque es tanto lo que se habla de él y nunca lo atrapan”. Durante varias semanas, cuerpos especializados de la Policía recorrieron la zona y patrullaron día y noche. La gente se mantuvo intranquila, porque donde había un grupo de ciudadanos la Policía registraba y dispersaba a sus integrantes. Pocos se atrevían a salir de noche en Abreu, en Cabrera o en Río San Juan.
Pero todos los días, señala el fiscal, aparecía un ingrediente nuevo. Los moradores de esas comunidades hacían denuncias permanentes de robos. La gente reclamaba que apresaran a Angito y colaboraba, aunque “creo que ya Angito no está en la zona donde originalmente se le estuvo buscando. “Se ha movido, pero esto no quiere decir que haya escapado al cerco policial”, dijo entonces el fiscal.
Angito se convirtió en una leyenda. Se le escapaba a la Policía y se mostraba ágil ante cualquier cerco. La propia Policía admitió que Angito conocía perfectamente el área en que se movía, las cuevas y las montañas.
Entonces tenía 32 años de edad y un cuerpo atlético.
Treparse por estas lomas es agotador. Hay piedras filosas, arbustos espinosos y una vegetación abundante, y entre las lomas y piedras cuelgan bejucos, cual sogas. En la cueva de El Jamo, lo mismo que en la del Caribe se encontraron objetos que se cree fueron dejados por Angito. En la loma del Caribe, de difícil acceso, una noche fue cercado y dicen que trepó por los bejucos logrando escapar.
Igual ocurrió en El Jamo, donde hay cuevas de dos y tres niveles, tan oscuras como la boca de un lobo y algunas con salida al mar, y dicen que Angito las anduvo como perro por su casa. Esto provocó que la fama de Angito creciera como la verdolaga.
La Policía rastreó las cuevas Romedillo, El Bretón, El Caribe, Los Naranjitos, El Dudu, El Indio y El Zapote, entre otras. El coronel José Polanco, de la Policía Nacional, fue quien dirigió las tropas.
La espectacular persecución policial del elusivo Ángel Martínez Candelario, mejor conocido como Angito, en su momento evocó las andanzas de dos personajes que con el tiempo se han convertido en leyendas: el dominicano Enrique Blanco y el puertorriqueño Antonio Correa Cotto, este último un bandido que ganó fama por la facilidad que tenía para burlar los cercos que en la década de 1950 le tendió la Policía. Las historias de Blanco y Correa Cotto fueron llevadas al cine y sirvieron de inspiración para merengues populares que los más viejos recuerdan, algo que todavía no ha ocurrido con Angito, fugitivo de reciente data. Los tres pertenecen a la historia de hombres valientes, pero peligrosos, involucrados en hechos delictivos como robos o asesinatos, como es el caso de Angito, quien finalmente fue apresado el 4 de diciembre de 2001, justo casi al cumplirse un año del asesinato del general Beauchamps Javier.
La Justicia lo condenó a 20 años de prisión y desde entonces jamás se ha vuelvo a mencionar.
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