Son muchas las personas dedicadas a criticar cuanto ocurre a su alrededor. Es obvio que un montón de cosas no andan bien, en la República Dominicana y en el mundo entero. Los políticos son sinvergüenzas, la policía abusa de los débiles, los banqueros no manejan con pulcritud el dinero ajeno. En los EUA, en la Unión Europea, en el Reino Unido de la Gran Bretaña, varios bancos importantes han sido multados por manipular las tasas de interés de manera fraudulenta; y cuando no son los tipos de interés, son los de cambio de monedas, los títulos hipotecarios. Esos críticos tienen razón en lo que dicen.
Pero no tienen razón cuando concluyen: “todo está perdido; no hay nada que hacer”. De lo cual se sigue el “quietismo” absoluto, la conformidad con “el trágico destino de la humanidad”, el cinismo cómplice o la depresión. Se dice a menudo: “no funcionan las instituciones; no hay civismo, ni buenos modales”. Que es también parcialmente cierto. Dichos críticos sociales suben aún más el tono cuando se refieren a la delincuencia en las ciudades o al narcotráfico internacional. Afirman: “los criminales lo dominan todo; la sociedad está podrida”. Desde luego, no es posible vivir bajo una campana pneumática; el hombre decente y cabal ha de ir al supermercado, donde topará con toda clase de gentes.
No podemos esperar que todos los individuos que nos toque tratar durante el día sean amables, educados, bondadosos, intelectualmente bien formados; del mismo modo, no debemos suponer que los problemas colectivos serán afrontados con buen juicio y firme determinación administrativa. Nuestras expectativas vitales deben ajustarse a las realidades sociales, históricas, propias del país donde residimos. De lo contrario, el único camino sería mudarse de planeta, o sea, tratar de emigrar por los helipuertos de Utopía.
Ninguna sociedad puede mejorar si renunciamos a la acción curativa, al esfuerzo por enmendar los errores más dolorosos. Lo primero es dar el ejemplo intentando hacerlo; trazando un programa viable a los pesimistas crónicos que pregonan el “abandono de toda esperanza”. No existen lugares perfectos. Incluso el Paraíso Terrenal, contenía una serpiente dispuesta a crear problemas a la ingenua pareja que allí habitaba. Desde entonces estamos obligados a convivir con alimañas.
Por FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
henriquezcaolo[@]hotmail.com
http://hoy.com.do/author/federico-henriquez-gratereaux/
Pero no tienen razón cuando concluyen: “todo está perdido; no hay nada que hacer”. De lo cual se sigue el “quietismo” absoluto, la conformidad con “el trágico destino de la humanidad”, el cinismo cómplice o la depresión. Se dice a menudo: “no funcionan las instituciones; no hay civismo, ni buenos modales”. Que es también parcialmente cierto. Dichos críticos sociales suben aún más el tono cuando se refieren a la delincuencia en las ciudades o al narcotráfico internacional. Afirman: “los criminales lo dominan todo; la sociedad está podrida”. Desde luego, no es posible vivir bajo una campana pneumática; el hombre decente y cabal ha de ir al supermercado, donde topará con toda clase de gentes.
No podemos esperar que todos los individuos que nos toque tratar durante el día sean amables, educados, bondadosos, intelectualmente bien formados; del mismo modo, no debemos suponer que los problemas colectivos serán afrontados con buen juicio y firme determinación administrativa. Nuestras expectativas vitales deben ajustarse a las realidades sociales, históricas, propias del país donde residimos. De lo contrario, el único camino sería mudarse de planeta, o sea, tratar de emigrar por los helipuertos de Utopía.
Ninguna sociedad puede mejorar si renunciamos a la acción curativa, al esfuerzo por enmendar los errores más dolorosos. Lo primero es dar el ejemplo intentando hacerlo; trazando un programa viable a los pesimistas crónicos que pregonan el “abandono de toda esperanza”. No existen lugares perfectos. Incluso el Paraíso Terrenal, contenía una serpiente dispuesta a crear problemas a la ingenua pareja que allí habitaba. Desde entonces estamos obligados a convivir con alimañas.
Por FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
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