Ya no importa cual calle cruzaba, ya no importa.
Toda la ciudad se convierte en un solo laberinto.
Alguna vez un golpe por la espalda estuvo de frente
manchando con sangre los titulares de la memoria.
Todas las mujeres fuimos entonces viudas sin derrota
y los padres cerraron la mano convertidos en huérfanos.
Pero ya no importa cual calle cruzaba, ya no importa.
Si disparase la verdad por todas partes,
Si la pólvora nos recuerda nuestro mito,
Si el ventilador de la vida gira en sentido contrario
no necesitaremos más calles con su nombre
ni honrar observando el silencio de su estatura
pintada sobre la acera con la sangre de un sueño caído.
Los niños que jugaban con el máuser aún duermen la siesta
Y, de todas formas, ya no importa
porque en unos saltos de espuma y esperanza
-como diez años antes de mí y cincuenta después-
habrá podido ser hijo mío conjugando un imposible:
la promesa sorprende a su ritmo
espalda o no, el miedo cruza un río sin puente
y ya me duele impotencia de tanto retractarme:
pero pronto será mi hijo
y entonces dejaré de ser su amante
pues pronto tendrá menos años que yo
y será más ingenuo y más firme
en su deseo de no volver volando sobre el águila…
la esquina sabe que ambos preferimos el ala de gaviota,
el sabor del viento, la carencia de los desarrapados.
Pero no es por eso que no importa… simplemente
es más sencillo que el disparo rasgando su canción:
cuando un ave cae de su altura, jamás lo hace de rodillas.
Farah Hallal
Inspirada en la vida eterna del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, caído el 19 de mayo de 1965. Va dedicado con toda mi admiración a doña Arlette, su amor fiel hasta el final.
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