Yo saludo a estos esteños
compañeros de región
hondo desde el corazón,
con alborozo, risueño.
Y quiero con mucho empeño
decirles a los presentes
el por qué, hacia estas gentes
tengo aprecio a borbotones:
fue que sus composiciones
fueron mis primeras fuentes.
Allí hube de beber
primicias de ritmo y rima;
y así, mi “ópera prima”,
surgió de su proceder.
Me dio por obedecer
lo dulce de la armonía;
la angélica melodía
que brotaba de sus versos,
y que con grandes esfuerzos
yo escuchaba al mediodía.
Eso fue por los sesenta.
en el Miches de esos días
solo diez radios había
si no saco mal la cuenta.
Había que sufrir la afrenta
de arrimarse a algún portón.
pero después del concón,
aunque nos dieran dolores,
La Amalgama de Colores
era santa devoción.
Max Reynoso era un portento.
yo casi su adorador.
Su más fiel admirador
a toda hora y momento.
Esto no es un puro cuento:
Es asunto ya de historia.
En ese rato de euforia
que el hombre me hacía pasar
yo llegaba hasta a dudar
estar bien de la memoria.
Es que eran tiempos sencillos,
sin tv ni celular;
de Internet no se oía hablar;
era un mundo en calzoncillos.
De noche solo los grillos
se escuchaban por doquier
nadie lo venía a joder
con un perreo estridente
ni su casa tenía en frente
motoconchos de alquiler.
Pues en esos días de gozo
y en el programa mentado
yo escuchaba embelesado,
junto con los otros mozos,
cómo subía el alborozo
entre todos los oyentes
al momento en que ¡presentes!
decían los decimeros:
genuinos, grandes copleros,
atinados y elocuentes.
De ese grupo, La Esperanza,
yo recuerdo en especial;
como ella, quería volar,
pero no tenía confianza.
al tiempo, obtuve templanza
oyendo su verde canto
y el entusiasmo fue tanto,
por su pasión al cantar,
que empecé yo a improvisar
ya curado del espanto.
Después del tiempo correr
me enteré de buena fuente
que La Esperanza valiente
era Moquete y mujer.
También vine yo a saber,
por el mismo calilón,
que fueron todos, y son,
la mismita cofradía,
y que cualquiera escribía,
si llegaba la ocasión.
Por eso yo cuando oí
de este convite en su honor
me forré de gran valor
y a mi ser obedecí.
Ahí mismo dije sí
es la ocasión esperada.
ya no más gana aguantada
de rendir mi pleitesía
a quienes lejos, un día,
incitaron mi arrancada.
Así que no he de perder
lo oportuno del momento
para, mi agradecimiento,
venirles aquí a ofrecer.
a decirles el placer
que me dieron por paquete
y que en este palacete
hoy me obliga a intervenir
para al fin poder decir:
Yo te agradezco, Moquete.
©Sélvido Candelaria
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