Por Margarita Fernández Olmos
Brooklyn College, CUNY
La narrativa dominicana reciente puede considerarse como una literatura de indagación por parte de autores que intentan captar, diagnosticar y analizar una realidad histórica en crisis. Como en otras culturas latinoamericanas, en la República dominicana el escritor cumple un papel importante en la delimitación y legitimización de valores que se identifican con la cultura nacional. Por eso, las novelas producidas después de la muerte de Trujillo, y particularmente las que surgen con posteridad a la frustrada revolución de abril de 1965 (cuando las tropas norteamericanas intervienen e impiden la cristalización de las aspiraciones constitucionalistas), toman una dirección introspectiva al buscar los motivos de la crisis actual. Comparte con otros países latinoamericanos el hecho de ser una «literatura de derrotados», según la definición de Angel Rama:
El periodo en que la acción sólo dejaba sitio para la consigna es seguido por otro en que la reflexión, la explicación, la reviviscencia de lo vivido, el testimonio del sufrimiento, se traducen en productos literarios… una comunidad se explica largamente y se reencuentra.
Es una literatura de derrotados. Ya alguna vez se observó que las derrotas nos han dotado de obras tanto o más importantes que las victorias, quizás porque exigen un esfuerzo más tenaz y conducen a los límites mismos de la literatura. Una literatura de derrotados no es forzosamente una renuncia ala proyecto transformador, sino una parénesis interrogativa. La perspectiva desde la cual el escritor puede hablar dispone del mismo reposo indispensable y los sucesos pasados pueden percibirse ya conjuntamente, detectando su coherencia y su significado. Este periodo puede ser, artísticamente e intelectualmente, aún más proficuo que el representado por la anterior literatura militante .
Dos novelas de este período, Sólo cenizas hallarás (bolero) (1980) , de Pedro Vergés, y Currículum (el síndrome de la visa) (1982) , de Efraim Castillo, nos ofrecen interesantes ejemplos de obras en las que la búsqueda de una salida —literaria, política y personal— organiza el discurso y las estrategias narrativas. A pesar de sus diferencias, ambas novelas tratan de un tema que, aunque presente en obras anteriores, ha cobrado interés en los últimos años, en vista de los cambios socioeconómicos del país: uno de ellos, el de la emigración/exilio. En los años sesenta y setenta aumenta la migración interna desde los campos a las ciudades y particularmente a la capital dominicana, como resultado del crecimiento de la población, la expansión de la industria liviana y el atraso agrícola; la emigración externa crece también enormemente, resultando en la «diáspora» dominicana estudiada por Hendricks y otros . Mientras la gran mayoría de los emigrantes salieron por motivos económicos, es también cierto que, dada la situación de dependencia económica y la política de los países latinoamericanos frente a Norteamérica, la distinción entre exilio y emigración desaparece:
El exiliado no es ya el ciudadano expulsado de la patria… sino el que abandoba voluntariamente su tierra, a veces para evitar persecución, prisión o muerte, con más frecuencia para continuar su tarea propia en un país con condiciones más propicias… Vistas las raíces profundas de la masificación migratoria contemporánea, como la nueva concepción del exilio, se comprende que se esfumen las rígidas fronteras trazadas entre ambos fenómenos .
En la República Dominicana y en otras islas del Caribe, sujetos a la alienación cultural constante del neocolonialismo, el exilio de la clase profesional y del intelectual o artista encierra motivos y características aún más complejas, como bien lo señala el poeta guyanés Jan Carew:
El escritor caribeño es hoy una criatura en equilibrio entre el limbo y la nada, el exilio en el extranjero y la falta de una patria en su país, entre el pueblo por un lado y el criollo y el colonizador por otro. El exilio puede ser voluntario o puede ser impuesto por la fuerza de las circunstancias… El celo colonial del europeo hizo de los indígenas exiliados en sus propios países… El escritor caribeño, al irse al extranjero, busca, de hecho, poner fin a su exilio .
Hasta ahora no se ha producido en la República Dominicana una amplia literatura de la experiencia de la inmigración, como en Puerto Rico; sin embargo, la influencia de los dominicanos «ausentes», la penetración cultural norteamericana y la siempre presente opción de la emigración como solución a los problemas individuales o colectivos, sí han sido explorados en la narrativa contemporánea. En la novela Currículum (el síndrome de la visa), por ejemplo, la alienación cultural del protgonista forma el meollo del asunto. Como en las novelas de Manuel Puig, la penetración del mundo cultural norteamericano a través de la cultura popular, y particularmente del cine y la televisión, margina al protagonista de la sociedad en que vive.
Castillo parece compartir las ideas de Carlos Monsiváis: «We derive from dreadful and glorius movies. Against the unreality of our lives we have called upon the severe realism of dark theaters. We have based our world view on images» . Desde el epígrafe —«nos venden sueños en Technicolor y a 525 líneas. Entonces, ¿qué más quieren?»— a las referencias constantes, en la novela, a artistas e imágenes de Hollywood, Currículum… atribuye la culpa de la situación social dominicana a su marginación cultural y económica. Esta idea es acompañada y subrayada por múltiples recursos literarios que siguen de cerca las técnicas cinematográficas y las del mundo de la publicidad comercial, que Efraim Castillo, como miembro de esa profesión, conoce íntimamente. Así, pues, el lenguaje es rápido y agresivo, con largos pasajes de juegos de palabras y mensajes cortos; Castillo intenta combinar el análisis histórico y la ficción con el discurso explosivo, persuasivo y, a veces, disonante de los medios de comunicación masiva.
La trama de la novela refiere los problemas de Alberto Pérez, un intelectual que milita en un partido de izquierda, en su afán de conseguir lo que él considera la única salida a sus problemas económicos y personales: una visa norteamericana. La obra revela, a través de las palabras del protagonista, su rechazo, por un lado, de la política estadounidense, y por el otro, su fascinación por la cultura de ese país.
Fíjate, si hubiese estado no-penetrado, habría escogido Venezuela, por ejemplo, o México, el mero México, o la Argentina… Pues, como te iba diciendo, escogí los EE.UU. porque Sí, porque me atraía todo (pp. 48-49).
También comparte con Carew la idea del exilio en el Caribe como otra forma de la migración, ya que se trata de países dependientes de los Esados Unidos.
¿Qué somos nosotros, Boris? Una colonia. Aquí los norteamericanos mantienen parte de sus excedentes de capital financiero. Trabajar en publicidad, por ejemplo, aquí, es igual a trabajar publicidad allá. Cuando aquí se anuncia el aceite El Manicero se está anunciando un aceite norteamericano, porque la mayor parte del aceite que contiene una lata de aceite El Manicero se llena con aceite proveniente de allá, de los Estados Unidos. Y así sucede con casi todos los productos que consumimos… entonces, ¿qué más da trabajar aquí que allá, máxime si tengo una familia, incluyéndote a ti, que mantener, que levantar, que sacar a flote para que vea el derrumbe definitivo de este imperio que ya va para sus cien años? (p. 158).
El protagonista, «un pequeño burgués intelectual» (como la mayoría de los escritores dominicanos), es un hombre idealista, individualista y honesto; es también machista y egoísta, y, por lo mismo, una figura anacrónica, destinado al fracaso. No nos sorprende verlo empujado inexorablemente hacia su propia destrucción sin haber logrado su meta original, sino descubriendo otra salida, aún más trágica, a su situación. La obra es una crítica y una autocrítica (Castillo se incluye como uno de sus personajes) de una clase social y de su concepción política y filosófica, cuyos «errores de apreciación histórica» pretende corregir.
El recurso temático de la búsqueda de la visa ofrece numerosas oportunidades para desviarse del hilo narrativo y postular una serie de argumentos, que varían desde sus ideas sobre la historia dominicana, los errores de los partidos de izquierda, las relaciones entre los hombres y las mujeres y la creación artística, hasta la influencia de la publicidad. Sus reflexiones históricas, las más comunes, suelen representarse con palabras o frases cortas, episodios reconstruidos para producir ciertos efectos; se saltan varios siglos, se comprimen y se reducen a mensajes o slogans. Crea, así, una sensación de movimiento rápido, y como el lenguaje de la publicidad, deja una impresión duradera.
¿Adónde diablos piensas llegar? Bueno, no es adónde pienso llegar, sino dónde estamos. Hablamos de lugares, apacibles. Con ríos. Arroz. Plátanos. Condición de fuga. De fugar. ¿Transfugar? Ah, atravesar ka fuga. ¿Tránsfugas? ¿España?... La duración aquí. Los colonizadores en. Por. Para. Rajadura. ¿De abrirse una grieta? De rajarse: como Jalisco. ¿Espanto, quebranto, Lepanto? Todo junto: susto, enfermedades, cobardía. Las flechitas primero; ciclones, terremotos, después; los piratas, mucho después; el 63, Luperón y los otros, mucho-más-después (pp.11-12).
El pasado en cañuelas doradas, como para reírse; el futuro en cañuelas (¿cómo las ponemos, compadre, negras?), bueno, dejemos las cañuelas del futuro para ponerlas en cañuelas doradas cuando sea posible y todo se contemple con la objetividad dialéctica con que nos tienen desacostumbrados. ¿Duarte? En cañuelas doradas, of course. ¿Sánchez? En cañuelas doradas, à bien tout. ¿Mella? En cañuelas doradas, ecco. ¿Lilís? ¡Eh, un momento, no me juegues con Lilís! ¿Oistessssssss? ¿Trujillo? ¿Qué es esto, un gancho… ganchitos a mí? ¡No me jodas! (pp. 78-79).
Las teorías no se limitan a las del protagonista; su encuentro imprevisto con un remador elocuente le sorprende con un discurso sobre el proceso histórico en la República Dominicana.
¡Paranoia! ¡Esa es la palabra! Creo que es algo histórico, algo que está latente y que posiblemente crezca con todas las frustraciones que les acontecen. ¿Desde cuándo viene todo? ¿Desde Sánchez Ramírez? ¡No, desde más atrás! Tiene que ver con el abandono de España… ¡no, desde antes! Tiene que ver con el exterminio de los indios, con el cruce con los negros, con los ataques piratas, con los ciclones y terremotos, con el crecimiento de la parte francesa, con la independencia efímera, con la dominación haitiana, con las cuitas de Duarte, con la anexión de Santana, con los líos de Luperón, con Báez, con Lilís, con Mon Cáceres, con la intervención del 16, con la autonecesidad de Horacio, con la subida de Trujillo, con los desembarcos fallidos, con el propio ajusticiamiento de Trujillo que la CIA piloteó y, ahora, ahora recientemente, con la caída de Bosch y la muerte de Tavárez Justo. Eso es lo que deseo que entienda, no es cuestión de acechar a quién, sino de quién acecha a uno (p. 91).
Las referencias a personas e incidentes del mundo dominicano son inaccesibles al lector no familiarizado íntimamente con esa realidad. El protagonista menciona, en varios lugares, por ejemplo, a los escritores de los años sesenta que abandonaron la literatura y, según él, las ideas progresistas para integrarse al mundo comercial y lucrativo de la publicidad. Uno de los personajes de la novela, Monegal, tienta a Pérez con los beneficios de su empresa publicitaria, pidiéndole que trabaje con él y deje la lucha política y sus planes de emigrar. Para Pérez, un padre de familia, la tentación es grande; sin embargo, rechaza la oferta y aprovecha la situación para criticar a los artistas (incluyendo al autor mismo) que no fueron firmes en sus propósitos.
—Ahora es que este negocio se pondrá bueno, Beto. Es tu oportunidad para entrar en él. Antes de la revolución entró Efraim Castillo. Tú tienes más talento que él, vales más que él, a pesar de que ambos son individualistas. Estamos tentando a otros. René del Risco. Iván García. Ellos valen, Beto. Proceden de partidos de izquierda, del teatro… Lo observaba en los ojos; le mencionó la deserción de Castillo hacia la publicidad, sacrificando su talento, su amor a la revolución; le habló del futuro enganche de René, de Iván, de Miguel Alfonseca—. Hay que entrar en órbita, Beto. Antes de la revolución te ofrecía una sociedad; ahora te ofrezco un empleo (p. 200).
Si las alusiones, en la novela, a personajes de la realidad dominicana limitan su público lector y la convierten en una obra «marginal», también hay que destacar que uno de sus temas básicos es la dominación cultural, y, como tal, su propósito fundamental es el de declarar la singularidad de la cultura dominicana frente a la impuesta. Reconoce, pues, la tarea imprescindible de enarbolar un sentido de la cultura que valorice lo específico y original de cada uno de los países latinoamericanos, sin ignorar lo que tienen en común. Es una situación que guarda relación con las ideas de Ángel Rama sobre el nuevo regionalismo en América Latina:
Si el factor histórico puede ser bastante semejante en las diversas regiones interiores latinoamericanas, en la medida en que responde a la pulsión universal de la hora, a los niveles adquiridos por las metrópolis externas para su penetración ecuménica, en cambio la composición cultural regional manifiesta una alta especificidad y una particularidad que difícilmente se rinden a las taxonomías que proponen sociólogos o economistas… Lo original de cualquier cultura es su misma originalidad, la imposibilidad de reducirla a otra, por más fundamentos comunes que compartan .
La lucha del protagonista por salir de la marginalidad impuesta por la sociedad en que vive puede compararse con los intentos de la narrativa dominicana contemporánea de encontrar una salida al aislamiento impuesto a las literaturas de la «periferia», tanto por su relación de dependencia con Norteamérica, como con la que mantienen con los grandes centros culturales hispanoamericanos, que ignoran, en gran parte, su producción. La justa lucha, por parte de los países pequeños y marginados, de reclamar el lugar que les corresponde dentro de la tradición literaria hispanoamericana, se asemeja a la de las «regiones internas» o culturas tradicionales frente a la cultura de las grandes urbes: ambos casos implican la defensa y afirmación del discurso tradicional o local, sin caer en lo estático o defensivo. Escribir una obra de aceptación universal, sin renunciar a lo particular y propio, supone un equilibrio similar al requerido por las culturas nacionales frente al impacto modernizador: «La modernidad no es renunciable, y negarse a ella es suicida; lo es también renunciar a sí mismo para aceptarla» . Y aunque la marginalidad del intelectual, el neocolonialismo y el imperialismo cultural no son temas exclusivos de la República Dominicana, relacionarlos con lo específico del mundo dominicano excluye pretensiones universalistas, particularmente al recordar que un aspecto importante de la obra es el de definir, aceptar o rechazar los valores nacionales que condujeron al país a su estado actual.
¿Sería Trujillo una síntesis dialéctica? Trujillo resumía todos los vicios y virtudes de nuestro país. Mujeriego, parrandero, amante de los caballos y bebedor. Se acostaba temprano y se levantaba con el alba. Buen amigo de los amigos y enemiguísimo de los enemigos. ¿Qué hubiese sido de Trujillo de haber nacido en una sociedad más avanzada? En la alemana, por ejemplo. ¿Hubiese sido igual que Hitler, o que Mussolini, de haber nacido en Italia? De Trujillo estar vivo, en buena salud, joven, habría dado un golpe de estado con la situación actual. Y entonces la gente caminando por ahí como si tal cosa; la gente yendo y viniendo con sus penas a cuestas, con sus alegrías recortadas como el presupuesto doméstico, todo en rojo (p. 141).
Al enumerar los «vicios y virtudes de nuestro», que, según el protagonista, reunía Trujillo, se nos hace difícil distinguirlos en vista de su propio comportamiento y los recuerdos de su amigo Vicente:
Él, Beto, era como parte de esta tierra. Un raro, sí. Pero parte de esta tierra. El mixturizaba todo: mulato, cobarde, valiente, mujeriego, no-jugador, pero creyente de las cábalas… No, él sabía que jamás saldría del país (p. 323).
Si el ser mujeriego es considerado una virtrud (y ¿por qué no llamar entonces a Trujillo un abusador en ese contexto), Beto Pérez es un virtuoso ejemplar. Desde el comienzo del libro, cuando sale de la cárcel, hasta su muerte, tiene múltiples relaciones con mujeres, que lo aceptan sin condiciones, incluyendo a su esposa, a quien golpea y maltrata sin remordimiento:
¡Ay, si la vieras a mi mujer, Isabel! Posiblemente no la reconocerías. Ha cambiado terriblemente, hace lo que yo quiera y creo que ése ha sido el éxito de mi matrimonio y de todos los matrimonios que han durado sobre la faz de la tierra: que la mujer obedezca al hombre en todo… Pues ella me aguanta golpes, pero no golpes sádicos de mi parte, sino golpes debidos a la situación… todos estos cariños se deben, indefectiblemente, a que hay de por medio la cuestión del puchingbag, el asunto de las aguantaderas sin la cuestión de la liberación por el medio, porque, ¿crees tú que el hombre y la mujer son iguales? ¿En el cerebro? Tal vez algo. Pero, ¿de verdad lo crees? (pp. 162-165)
Y si la penetración cultural lo obsesiona, también la pene-tración sexual juega un papel fundamental y casi exclusivista en sus relaciones con mujeres, que suelen ser un estorbo o desvío de sus metas:
Y la palabra penetración le huele a la humedad vaginal de Julia. Entonces Pérez consigue una erección de apoteosis, de película en technicolor y abre la cremallera del pantalón, saca el falo y se lanza sobre Julia, que emite un chillido de placer, igual al de miss Ramírez en la mañanita (pp. 24-25).
De la poca estimación que tiene hacia las mujeres no se escapa ni la figura de la india Anacaona —la única figura femenina que destaca—, pues en el cuadro imaginario que se inventa del país la coloca «a la mítica, ¿tetuda?, buenahembra y esplendente Anacaona levantándose su falda de penca-e-coco y enseñando un cachito de sus bronceadas nalgas, y entonces, ¡lo sensacional, lo sabroso!: unas cañuelas doradísimas» (P. 79).
La actitud del protagonista con respecto a las mujeres refleja, en parte, sus propios «errores de apreciación histórica», y es obviamente una crítica del autor revolucionario pequeño burgués, cuyos resabios machistas lo arrastran hacia posiciones inadecuadas. Así, también, el final de la obra, donde Beto debe decidir entre traicionar sus principios para obtener la visa o mantener sus posiciones, revela la idea de que, para haber cambios en el país, los valores representados por un Beto Pérez deben, como el mismo personaje, eliminarse. Pérez se cita con el cónsul norteamericano y, recordando escenas históricas de las relaciones de poder entre los EE.UU. y la República Dominicana (infiriendo que el conocimiento histórico conlleva la acción política), mata al cónsul y se suicida. Es el acto de un mártir, a la vez heroico, desesperado e inadecuado a las necesidades revolucionarias del país.
La ironía, como recurso narrativo, se revela de dos maneras fundamentales al final de la obra: la social y la personal. La ironía social se aprecia en las entrevistas con los amigos y familiares de Pérez, donde observamos que sólo con su ausencia pueden crecer y cambiar ciertas personas a su alrededor, las mujeres, su esposa y su hija, quien dice que su padre «fue parte de un presente que se extingue; un presente que no será pasado tumultuoso, estúpido, como el pasado que vivimos en este presente» (p. 333). Apreciamos también la ironía personal del protagonista, cuya búsqueda por la integridad resulta en el reconocimiento de ser un «obsoleto» social, destinado a desaparecer; y el hecho de que sólo con su muerte pudo asegurarse, después de dedicar tanto esfuerzo en buscar una salida, el fin de su exilio y la residencia permanente en su tierra.
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