El silencio, por María Rosa Serdio


Al amanecer, cuando la casa aún es ella, antes de la invasión de la cacharrería incesante, del borbotear de los grifos y los hervidores, antes de que las voces destempladas del que ha de dar señales de vida se manifiesten en toda su vulgar repetición, las bondades del silencio desenvuelven todo su poder como bálsamos, como caricias venidas de otra realidad, como aguas salvadoras que rescatasen en lugar de propiciar la muerte.
Entonces en los patios entran y salen las golondrinas mientras repasan la lección de vuelo y la de gorjeo entregando lo más genuino de su ser al viento que las acoge como si de su propio corazón se tratase.
Entonces los latidos de uno mismo señalan la veracidad de la existencia como ya nunca lo harán en toda la jornada hasta el silencio nocturno.
Entonces, a esa hora, si uno repasa el cómputo de sus posesiones ha de conceder con humildad que solo posee posibilidades de ruido que anulan su propio latido vital.
Entonces es cuando uno puede, quizá por un instante, envidiar al labrador, al pastor, al navegante, al que camina bien temprano y se eleva con el sonido del sol hacia sí mismo.♣


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