Al amanecer, cuando la casa aún es ella, antes
de la invasión de la cacharrería incesante, del borbotear de los grifos y los
hervidores, antes de que las voces destempladas del que ha de dar señales de
vida se manifiesten en toda su vulgar repetición, las bondades del silencio
desenvuelven todo su poder como bálsamos, como caricias venidas de otra
realidad, como aguas salvadoras que rescatasen en lugar de propiciar la muerte.
Entonces en los patios entran y salen las
golondrinas mientras repasan la lección de vuelo y la de gorjeo entregando lo
más genuino de su ser al viento que las acoge como si de su propio corazón se
tratase.
Entonces los latidos de uno mismo señalan la
veracidad de la existencia como ya nunca lo harán en toda la jornada hasta el
silencio nocturno.
Entonces, a esa hora, si uno repasa el cómputo
de sus posesiones ha de conceder con humildad que solo posee posibilidades de
ruido que anulan su propio latido vital.
Entonces es cuando uno puede, quizá por un
instante, envidiar al labrador, al pastor, al navegante, al que camina bien
temprano y se eleva con el sonido del sol hacia sí mismo.♣
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