Conferencia. Imagen del Área de Fotografía del Archivo General de la Nación (AGN).Aseguraba Unamuno que la misión del arte no era otra sino rescatar al espíritu humano de la vulgaridad y la torpeza. |
Si algo no
tiene vuelta de hoja es que, por los días que corren, en este rinconcito isleño
de nuestras angustias y ensoñaciones arrecia, irrefrenable e impetuosa, la mala
literatura. ¿Mala dije?... No, calificarla de ese modo es hacerle un favor, es
incurrir por mor de la delicadeza en piadoso eufemismo. Indigente, estólida,
tediosa, exasperante son epítetos que ahorrándonos meditar por despacio sobre
tan enfadosa cuestión, lucen harto más a propósito para aquilatarla y
describirla.
Anticipo
que lo que viene de acuñar mi pluma sobre la hospitalaria blancura de esta
cuartilla (conceptos que acaso adolecen de excesiva virulencia y desplante
categórico perfectamente ocioso), como las opiniones que otrosí tengo en
mientes desovillar en los renglones desinhibidos que a continuación estamparé,
me harán correr el albur de ser vilipendiado por todas las personas -populosa
legión- que se han tragado la fábula de que, en lo atinente a la creación en la
esfera de las letras y el pensamiento, seríamos los hodiernos habitantes de la
antigua Hispaniola afortunados testigos de un clima de esplendor, de un momento
de auge como no se había visto otro en tiempos pretéritos. Pues de dar crédito
a las frecuentes expresiones de satisfacción que sobre dicho tema escritores y
gente del área de la cultura externan, y que los medios masivos de comunicación
complacientemente propalan, la literatura que por esta fecha se produce en
nuestro país sería epítome de irrefragable excelsitud.
Huelga
advertir que el autor de estas líneas hurañas discrepa con entestada animosidad
de tan halagüeña convicción por conceptuarla horra de fundamento y de verdad. Basta,
en efecto, disponer de una mínima dosis de sensatez y no mostrarse refractario
a las seducciones del refinamiento, la brillantez y el número para comprobar
que la optimista percepción de los méritos de nuestra insular vida literaria a
que hemos hecho referencia en el párrafo anterior importa una falsedad
demasiado notoria como para que coseche el honor de que la sometamos a
ponderado examen. Lo obvio por sí propio se impone, se desentiende
olímpicamente de justificaciones y teorías. Y si una cosa tengo por ostensible
es que los escritores de las más recientes hornadas no se andan con remilgos a
la hora de destripar el galano idioma de Cervantes; para nada les arredra hacer
acopio de lugares comunes, imágenes trilladas, pensamientos vacuos y
soporíferas trivialidades; ni por asomo diera la impresión de que les afecte la
absoluta falta de consideración para con el recato y el decoro que se desprende
de su empecinada condescendencia hacia cuanto de sórdido, repugnante, ruin,
procaz y escabroso se agazapa en los bajos fondos de nuestra animalidad,
pestilente letrina sobre la que recae por obsesivo modo su atención y esmero
descriptivo; ni tampoco les amilana -apartándose de los civilizados protocolos
de la urbanidad y la moderación- epater le bougeois mediante el facilón recurso
a lo estrambótico, excéntrico y chocante; y por si no fueran suficientes los
pecaminosos descarríos que acabo de imputar a su quehacer literario, viene a
cuento añadir que les importa un bledo mortificar al lector con aburridas
"experimentaciones" de lenguaje, enfoque y estructura textual -cuya
superfluidad es patente amén de dar en lo aparatoso-, procedimientos
desprovistos por completo de novedad habida cuenta de que hace unos cien años
las chillonas vanguardias llevaron a cabo con gozoso afán polémico y
sensacionalista gesticulación las recetas que nuestros ingenios criollos
intentan hacernos pasar por invención primicial y singularísima.
Acaso, a
manera de réplica, surja el señalamiento de que hay de todo en la viña del
Señor y que si bien es cierto que la mediocridad se hace presente en
determinado número de obras, pareja circunstancia se ve ampliamente compensada
en términos culturales por el hecho innegable de que, como declara el coloquial
modismo, jamás de los jamases había la industria editorial vernácula prosperado
tanto como en estos últimos años, florecimiento al que el sostenido incremento
de publicaciones literarias no es, en cuanto puede conjeturarse, ajeno. Objeción
que me apresuro a descalificar argumentando que una cosa es un viñedo donde de
vez en cuando y con escaso perjuicio arraiga la mala hierba, y otra muy
distinta un jardín donde unas pocas flores de puro milagro sobreviven
asfixiadas por el espinoso matorral.
Tengo por
cosa averiguada -y mientras no se me demuestre lo contrario no pienso modificar
tal parecer- que la imagen del espeso e invasivo zarzal que ahoga las flores es
la que, en el ámbito de la literatura, corresponde a la realidad que estamos
ahora padeciendo. Haciendo alarde de consternadora obcecación, las imprentas de
nuestro país alegremente desperdician buen papel y mejor tinta cuando sacan a
la luz, una tras otra, obras de tan rebajada condición que lo menos que cabe
reputarles es que constituyen un insulto a la inteligencia de cualquier
individuo medianamente ilustrado... En la esfera de la escritura artística
sería contra razón suponer que la cantidad se transforma en calidad. Los malos
escritores, no por ser muchos, alcanzarán jamás la preeminencia y permanente
repercusión de orden socio-cultural que una sola pluma conspicua conquista por
derecho propio. Compromiso es la escritura, compromiso con la lucidez, con la
belleza, con las recoletas verdades del corazón. Aseguraba Unamuno que la
misión del arte no era otra sino rescatar al espíritu humano de la vulgaridad y
la torpeza. Entonces imposible esquivar la pregunta: ¿puede la basura literaria
que en este alborear del segundo milenio prevalece contribuir a tan elevado
cuanto irrenunciable propósito? No, porque así como la suciedad corporal además
de repulsiva se revela insalubre, la inmundicia que vierte la literatura de
despreciable estofa sobre la sensibilidad, la mente y el alma de los lectores
sólo atinará a pervertir, corromper, degenerar... Comportémonos con dignidad:
no leer páginas de desfachatada estolidez ha de ser primordial preocupación de
aquellos a quienes todavía asiste un orgulloso sentimiento de respeto y estima
de sus propias personas.
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