Confundidos
bajo los pétalos
de
la más bella flor del estío
atravesamos
el jardín.
La
luna adormecida parecía flotar desnuda
sobre
las aguas del estanque.
Contra
los oscuros designios de las olas
la
codicia del sueño nos arrastraba.
El
viento iba de uno a otro costado de la tierra.
En
las inmediaciones del puente de la bruma,
justo
en el lugar donde a menudo deliraba
el
ferviente seno de la viña,
el
pálido fantasma del porvenir nos sorprendió:
«¡Oh
Fugitiva!
-aulló
al pie de los trémulos peldaños de la llama-
¡Si
la luz de súbito invadió el espacio
que
en el aire ocupaba la furia de tu corazón devastado,
fue
para impedir que el dolor asumiera
la
total posesión de tus dominios!
¡Oh
Fugitiva!
¿Qué
añoranza alienta la soledad
de
tus deseos contra el reflejo de la duda semejante?»
Fiel,
empero, al resplandor
que
sustentaba la línea de nuestro destino,
la
balanza del tiempo nos precedía.
A
esas alturas del camino, en cambio,
traspuesto
ya el pórtico de los corceles,
ni
la furtiva rueda del Azar
ni
la descarnada rosa de la Vigilia
conseguirían
separarnos.
«¡Oh
Fugitiva!
—susurró
perdido un eco mientras ganábamos
la
firme claridad de otra orilla—
Sobre
el arco luminoso de tu frente
combatían
el trébol, los labios de la tormenta…
«¡Oh
Fugitiva!».
El
piar de los pájaros de la cima eclipsaba la lira del cielo.
"Sombra de alondra" (fragmento) de Rafael Hilario Medina
"Sombra de alondra" (fragmento) de Rafael Hilario Medina
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