(Reproduzco
este ciclo de tres artículos sobre un personaje histórico porque, como siempre,
la literatura se adelanta a la realidad. Desde que lo encontré en diversos
documentos del pasado he escrito sobre su símbolo, hoy más que nunca redivivo
bajo el mismo manto de impunidad.)
El primer
corrupto documentado de la Isla de Santo Domingo fue un salmantino llamado
Cristóbal de Santa Clara, seleccionado por Frey Nicolás de Ovando para ocupar
el cargo de tesorero, y estrechamente vinculado a sus estrategias políticas de
dominación indiana. Otras veces he escrito sobre este personaje, y casi se
puede decir que lo he individualizado para la historia nacional, colocándolo en
el centro mismo de una práctica perniciosa que ha acarreado muchas de nuestras
vicisitudes, y casi se ha convertido en un signo distintivo del poder, en una
manera tan reiterada de ejercer la política que es como si fuera un código
genético de los dominicanos. Pero fue este Cristóbal de Santa Clara el primer
corrupto datado que recogen las crónicas con un dejo de aspaviento y
admiración.
Frey Nicolás
de Ovando dio inicio a la centralización administrativa, y estructuró el
aparato burocrático de la colonia usando el clientelismo y fundando dos
prácticas sobre las que la corrupción gubernamental se ha sustentado hasta
nuestros días: La concepción patrimonial del Estado y la impunidad. Leyendo
sobre su vida a uno le parece que el poder desmedido, la ambición que se tiene
por mandar y orientar el destino de muchos otros, empujan a la permisibilidad
que posibilita el fenómeno de la corrupción, y es lo que hace aparecer a
personajes como Cristóbal de Santa Clara. Ovando es el administrador por
excelencia de la época colonial, la referencia obligada cuando se habla de un
legado arquitectónico (Los balagueristas decían que Balaguer era el Ovando de
nuestra época), y es sobre el linaje de su estirpe que la corona española
concretó los inicios de una administración colonial. Fue Ovando quien instaló
los primeros funcionarios públicos que hubo en la isla de Santo Domingo con la
conciencia del poder de la burocracia, y es célebre el olfato que siempre tuvo
para acertar en su selección. Sin Ovando el modelo de administración colonial
española en América no habría funcionado,
En el libro
“Nicolás de Ovando y los orígenes del sistema colonial”, el historiador Esteban
Mira Caballos dice lo siguiente: “Uno de los grandes méritos de Ovando fue su
gran tino a la hora de elegir a los administradores. Muchos de ellos jugarían
un papel destacado no sólo en la colonización de La española sino, tras la
marcha de éste, en el resto de las grandes Antillas así como en la Nueva España
y en el Perú. Tan sólo se equivocó en la elección del salmantino Cristóbal de
Santa Clara para el puesto de Tesorería de la Isla”.
El padre Las
Casas habla también del primer corrupto documentado de la Isla de Santo
Domingo, y lo define como un “joven de buen carácter, medio poeta, dicharachero
y gracioso, que llegó a la Isla acompañando al mismo Ovando en el año 1502”.
Era tan joven, entonces, que nadie pensó en la posibilidad de que escalara un
cargo de tanta importancia en la administración del aparato colonial, pero el
tipo tenía sus encantos de los cuales el gobernador Ovando quedó prendado, y a
la muerte del tesorero Villacorta, Ovando lo nombró de forma provisional. Es el
mismo Las Casas quien narra la vida disoluta del tesorero, cuyas fiestas
continuas y estruendosas, sus comidas opíparas, la arboladura de sus sedas, y
el toque mayestático de su apostura, comenzaron a ser la comidilla de la
apacible vida del solar colonial.
Eso que ahora
los sociólogos llaman “poder de mostración social”, y que es el cencerro que
los corruptos de todos los tiempos arrastran, terminó hundiendo al tesorero
Cristóbal de Santa Clara. De esta manera se consagró como el primer corrupto
documentado de la Isla, pero, como veremos en el próximo capítulo, la
corrupción nació hermanada a la impunidad, tal y como ocurre en nuestros días,
y Cristóbal de Santa Clara siguió siendo un personaje importante. Y volverlo a
evocar ahora es más que una necesidad, puesto que su herencia ha germinado con
extraordinarios bríos en la malhadada historia de este país.
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