LA GENTE DEBE SER MÁS SERIA: PENSAMIENTOS EN TORNO A LA PELÍCULA DOMINICANA “EL TENIENTE AMADO” Y CÓMO HACER UNA PELÍCULA DE ÉPOCA.
Escrito por Amanda Livoti
El elemento primordial que me otorga la autoridad para
criticar una película es el hecho de que yo voy al cine. En inglés hay un término que es “movie goer”
cuya traducción que encontré en el internet es “cinéfilo”. Además, pago para
ir.
Con gran cautela pagué para ver el Teniente Amado la otra
noche. A pesar de las tantas experiencias negativas en torno a la industria
cinematográfica criollo, albergaba una leve esperanza en esa película. Además,
los afiches eran muy superiores a cualquier otra para una producción local que
yo recordara. Felicidades a los responsables de esa faceta de la producción.
Lograron SU objetivo, que era vender entradas.
Sí, yo pagué para ver el Teniente Amado, también en parte
por la reputación que Huchi Lora ha tejido para sí mismo a través de una larga
carrera abarcando varios medios de comunicación. Yo tenía fe en su criterio,
aunque ya en los avances había observado algunas cosas que me pusieron en
alerta, sobre todo en cuanto al aspecto poco profesional de la calidad
cinematográfica… pero, de eso hablaremos más adelante.
¿Para qué pago para entrar al cine? Bueno, creo que es para
“escapar”. Escapar de mi cotidianidad. Para andar en las botas de otro, en otro
país, en otra profesión, en otra época… Pago para que la producción
cinematográfica me haga un cuento tan bien hecho que me haga olvidar de todo
menos la historia que se está contando. Que me lleve hacia otra existencia, hacia
el espacio en el 2054, o hacia la Edad Media del “Hobbit”, o hacia la
prehistoria de “La Búsqueda del Fuego”, o hacia la guerra civil de los estados
unidos con “Lo Que el Viento se Llevó” .
Cuando pago mi dinero para ver una película, apuesto sobre
una producción que espero logrará este objetivo. Si al final, cuando se
encienden las luces de la sala no resulta ser un “aterrizaje” de vuelta, en mi
opinión el director de dicho película ha fallado.
Ese es el trabajo que propone alguien al emprender la laboriosa
tarea de crear una película; llevar su audiencia a otro lugar. Hacerle creer,
por noventa minutos, que algo irreal es real. Se llama esto la “suspensión de
la incredulidad”.
La suspensión de la incredulidad bien hecha logra que
aceptemos que un parapléjico pueda ser “transportado” a un “avatar” de un
extraterrestre en otra planeta o que
creamos (o no) que una pandilla de delincuentes anda por las calles del West
Side, chasqueando los dedos y haciendo arabescos.
En el caso del Teniente Amado, tenemos que creer (entre
otras cosas) que nos han transportado a la República Dominicana de 1961, pero
¿cómo vamos a creer eso cuando vemos un toca casete en el escenario? ¿O las
farolas de la calle de hoy en día? Cómo
vamos a creer esto cuando los personajes tienen acento mejicano? ¿O cuando se
nota a leguas que los autos que se supone deben de ser nuevos están llenos de
“ferré” y tienen cincuenta manos de pintura? ¿O se ven tubos de PVC, o lo que
es obviamente la Avenida del Puerto? ¿O los bancos del malecón actual, no el de
antaño?
Me parece que no hay que ser historiador para notar que uno
todavía está en nuestra época al ver el “teniente Amado”; que lo que estamos
viendo en la pantalla es un grupo de hombres jugando un costosísimo juego de
“pretender”.
No sólo eso. ¿Cómo vamos a suspender nuestra incredulidad
cuando la cinematografía lo que ilustra es un grupo de gente de pie en la calle
frente a una catedral con las luces encendidas? O sea, no un tratamiento de
evoca otro tiempo, otra realidad, sino un tratamiento que muestra unos hombres
fingiendo a plena luz de día. En otras palabras, ningún tratamiento ni sutileza
cinematográfica.
Además, ¿cómo vamos a suspender nuestra incredulidad con
diálogos tan alejados de la naturalidad o ante infantiles esfuerzos para
transmitir la información necesaria para contar la historia? ¿Nadie en la
producción protestó contra esos diálogos? ¿Ni siquiera los actores traídos de
fuera protestaron contra esos diálogos afectadísimos, artificiales y
antinaturales? ¿Nadie?
O sea, que a todos los involucrado es esta producción les
pareció que estos diálogos eran válidos. Sí, hubo algunas cosas en la
producción que me parecieron bien hechas, en primer lugar, la pista sonora es
sumamente profesional. La edición me pareció bastante bien, la historia se
movió con pocos momentos de aburrimiento, y no me percaté de ningún “brinco” de
continuidad.
Solo una frase me venía a mi mente mientras veía esta
película: “Qué poco serio”. No podía creer cómo podían ser tan poco serios.
¡Qué irrespeto a su arte, al público dominicano
y sobre todo, a la memoria de esos hombres tan valientes!
Es como si nunca hubieran visto una película en sus vidas;
como si no estudiaron la época. Muy poco serios. Sobre todo cuando uno recuerda
los esfuerzos que han realizado otros compadres del séptimo arte para recrear
una época. La única explicación para esto es la falta de criterio.
En el mundo cinematográfico existen unos seres maravillosos
que se llaman “doctores de guiones”. Adivinen cuál es su único trabajo. Además,
hay otros seres maravillosos del mundo cinematográficos que se llaman
“entrenadores de elocución”, cuyo único trabajo es entrenar actores en la
pronunciación de los personajes que van a interpretar.
También existe una cosa maravillosa que se llama la
computadora, donde se pueden lograr cosas maravillosas, desde crear ambientes
fantasiosos o extraterrestres, hasta borrar una que otra farola callejera o un
tubo de PVC que no es de esa época.
¿Cuántas personas en el transcurso de la producción habrán
notado la presencia de un toca casete en una de las tomas? ¿Nadie? Ni una sola
persona vio ese aparato, introducido al mercado en el 1971? Si alguien si lo
comentó, ¿qué le dijeron?
Ver el Teniente Amado más que nada despertó mi incredulidad.
No puedo creer la falta de seriedad.
Comentarios
Publicar un comentario