Por Quisqueya Lora H.
27/09/2013
Hoy amanezco indignada. Yo fui ilegal hasta los 18 años, a esa edad al
tratar de inscribirme en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) se
dieron cuenta que no era dominicana. Mis padres exiliados en Panamá nunca
hicieron los trámites de lugar. En medio del desorden del balaguerato yo,
extranjera, tuve una cédula de identidad y un pasaporte dominicano. Tengo
conciencia de que no estoy ni remotamente en la misma situación de los miles de
dominicanos que hoy están impedidos de obtener sus documentos. Yo solo pude
vivir efímeramente el temor de no tenerlos. No podía inscribirme en la
universidad porque debía pagar en dólares como extranjera (no es lo mismo pagar
6 pesos por crédito que 60 dólares).
Mientras el largo y costoso proceso de nacionalización se efectuaba el
Grupo Popular, para el cual trabajaba en ese momento, amablemente esperaba a
que tuviera mi documento de identidad. Porque yo tuve todas las puertas
abiertas, porque yo no cargo con el triple estigma de ser negra, pobre y para
colmo de origen haitiano. Esos son los dominicanos menos afortunados, que hoy
tienen que enfrentar las políticas fascistas que un partido como el de la
“liberación dominicana” se da el lujo de auspiciar. Parecería que este año más
que una conmemoración del golpe de Estado de 1963 lo que se ha producido es una
celebración de la derrota a un proyecto democrático, a un proyecto de nación
incluyente, más justa e igualitaria. El
partido de un Juan Bosch que en 1943 se preguntaba “cómo es posible amar al
propio pueblo y despreciar al ajeno”[1].
Hoy la pregunta debería ser más abarcadora “cómo es posible despreciar
al propio pueblo y al ajeno”. Eso está haciendo el gobierno del partido fundado
por Bosch.
Hoy me indigno cuando veo que el Estado dominicano se desliga de un problema
que él mismo creo. Porque los gobiernos mas falsamente nacionalistas y mas
honestamente antihaitianos son los que nos entregaron en brazos de los
intereses foráneos, en brazos de los imperios que de verdad amenazan nuestro
bienestar, esos que usurpan nuestros recursos naturales, explotan nuestros
hombres y mujeres y definen políticas económicas que no responden a nuestras
necesidades sino a sus intereses.
Pero además fueron esos gobiernos pseudonacionalistas y antihaitianos
los que trajeron masivamente e informalmente a miles de trabajadores haitianos,
en condiciones de semiesclavitud. Fueron esos trabajadores quienes produjeron
el azúcar, y luego los tomates y el café, y finalmente construyeron nuestro
“Nueva York chiquito”. Y esa masa de
trabajadores vinieron y vivieron indefinidamente entre nosotros y se hicieron
parte de nosotros y lo hicieron ante un Estado que no prestó más atención al
asunto. Solo volvieron a ser tema en las coyunturas políticas o electorales en
las que el expediente haitiano debía ser desempolvado para desviar la atención
o restar votos al candidato de ascendencia haitiana.
Así se formaron esas dos, quizás tres, generaciones de DOMINICAN@S. Si,
porque qué es un dominicano: ¿un color de piel? ¿Un pasaporte? ¿Un idioma? ¿Una
vivencia? ¿Un sentimiento? ¿Pronunciar correctamente perejil? Yo diría que ser
dominicano es una mezcla compleja de cosas pero en esencia es una identidad,
imaginada por supuesto como diría Anderson, y eso hace que mi madre nacida y
criada en Suiza, con toda la pinta de europea, con un terrible acento que la
acompaña 40 años después de vivir entre nosotros, se sienta más dominicana que
muchos dominicanos de pura cepa. Porque a ella le duele más este país que el de
su pasaporte, sí, porque ella nunca se ha planteado nacionalizarse. Porque el
sentimiento nacional, si existe, se vive, no se porta. Eso lo sabe el millón de
dominicanos que juraron por la bandera gringa sin sentirse norteamericanos, con
tal de portar el green card.
Ahora politiqueros conservadores de la mejor tradición
trujillista-balaguerista son los que definen las políticas migratorias, más aún
definen la nacionalidad dominicana, esos son los que juegan a su antojo con los
documentos sin los que es imposible vivir hoy día en nuestras sociedades estandarizadas….ya
lo decía aquel anuncio de la Junta Central Electoral “Sin la cédula no eres
nadie”. Pues ahora esos fascistas pueden decidir quién tiene derecho a “ser” en
la sociedad dominicana. Y con ese poder han decidido que miles de seres humanos
no son nada.
Y es curioso que esto pase entre nosotros, justamente nosotros, un
pueblo de migrantes… nosotros que sabemos que en el lugar más recóndito del
planeta hay algún dominicano probablemente ilegal que lucha contra el estigma
del extranjero: es prostituta, es delincuente, es ignorante, es negro, se está
tomando nuestros puestos de trabajo, reduce nuestros salarios, trae
enfermedades. Nosotros que estamos esperando que la reforma migratoria de Obama
se apruebe, esa que permitiría a miles de emigrantes ilegales formalizar su
situación.
El patrioterismo antihaitiano es una política astuta que hace que los
dominicanos no miren sus verdaderos problemas, no miren hacia adentro,
identificando sus propios villanos, sino hacia fuera, al otro….el problema está
en el otro. Me pareció que la crisis
fronteriza por la exportación de huevos a principios de año 2013 fue tan
conveniente para un gobierno que se enfrentaba a la posible reactivación de la
protesta, en pausa por los festivos de Navidad. Nada moviliza y sensibiliza más
a los dominicanos que el tema haitiano.
Parecería que el pueblo dominicano ha olvidado que seguimos sufriendo la
reforma fiscal que resultó de un robo colosal de los fondos del erario público.
La corrupción que nos tiró a las calles a finales del 2012 sigue ahí. Lo que en
principio era una responsabilidad de Leonel Fernández, hoy un año después sigue
siendo responsabilidad de la pasada gestión y Danilo, con su estrategia
mediática de ser captado mientras brinca el charquito, come moro de habichuela
roja o le da tremendo boche a un ingeniero incumplidor, se ha echado a medio
país en un bolsillo, basta ver su alta aprobación en las encuestas.
Es irónico que justamente en estos tiempos en que miles de dominicanos
de origen haitiano son despojados de sus documentos, de su nacionalidad, del
derecho a su sustento, entonces graciosamente les regalamos la nacionalidad a
ciertas “personalidades”, porque esas nos prestigian. A fin de cuentas es una
política discriminatoria, en nuestro país las cosas no funciona igual para el
rico que para el pobre, para el blanco que para el negro.
Se ha dicho hasta la saciedad que en dominicana no hay racismo, esto a
pesar de las denuncias periódicas de escándalos de clase media alta en centros
nocturnos de la capital, a pesar de que en las páginas de sociedad no encuentro
un ejemplar negro ¿no hay negros ricos?, a pesar de que miro las caras de los
miembros de la Suprema Corte de Justicia, los ministros o los pasados
presidentes de las academias y veo que no hay rostros de color ¿por qué? ¿No
hay negros educados? Si fuimos el segundo territorio americano en abolir la
esclavitud, si a fin de cuentas en esta sociedad “prácticamente no había
esclavitud”. Por qué los negros siguen
siendo marginales al poder político, al poder económico y al poder social.
Me duele pensar que los dominicanos sean insensibles frente al drama
humano detrás de la sentencia del Tribunal Constitucional del 25 de septiembre.
La sentencia afectara la vida de hombres y mujeres, de niños y niñas, que
tienen sueños, responsabilidades, aspiraciones,
¿podrán ir a la escuela? ¿Trabajar? ¿Viajar? ¿Los vamos a deportar a
Haití? ¿Qué les espera? Me preocupa la indiferencia de muchos, el silencio
deliberado de otros y finalmente la actitud de los ambiguos. Me asustan las
posibilidades infinitas, irresponsables y perversas que animan a los sectores
que viven de insuflar tensiones entre ambos pueblos. Mi dominicanidad, la que
creo que ejerzo, es solidaria, comprometida, crítica pero sobre todo humana, no
es superior a otras identidades y no es exclusiva (a veces me siento isleña,
caribeña, latinoamericana, terrícola, etc.). Mi dominicanidad no puede estar
por encima o de espaldas frente a una injusticia como la que se está cometiendo
en estos momentos. Creo que es importante que se sepa que muchos no somos parte
de esa dominicanidad racista, abusadora, conservadora y antihaitiana. Decía
Matías Bosch que una medida, una ley, una resolución no solo debe ser legal
sino también legítima. Yo diría aun más, debe ser por sobre todas las cosas
humana.
[1] Para la historia dos cartas.
p. 105.
Quisqueya Lora H. realizó estudios de licenciatura en Historia en la
Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) donde cursó la maestría en
Historia Dominicana (2004-2006). Entre los años 2000 y 20009 fue autora del
área de sociales para Editorial Santillana. Desde el 2006 trabaja en el Archivo
General de la Nación, donde fue Directora del Departamento de
Referencias. Además, es profesora de la Universidad Iberoamericana (UNIBE).
Ha publicado diversos trabajos en revistas académicas enfocados principalmente
en el Santo Domingo de finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, así
como las relaciones con la parte francesa y Haití.
Actualmente forma parte del proyecto de investigación "Marcadores
del tiempo: continuidades y discontinuidades en las sociedades
hispanoantillanas, siglos XIX y XX", del Instituto de Historia del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas de España, Madrid, España, que coordina
la doctora Consuelo Naranjo Orovio.
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