Literatura y Teatro. Discurso de Iván García Guerra escrito para su ingreso en la Academia de la Lengua
Iván García Guerra |
Anunciado públicamente hace años en la ceremonia de recepción de Franklin Domínguez.
Durante mucho tiempo pensé, quizás empujado por cierta
paranoia algo inevitable y no tan subyacente, que el teatro era considerado,
sino un arte menor, al menos algún trabajillo divertido que no alcanzaba en su
estatura a la narrativa o a la lírica y mucho menos a la ensayística; que no
era literatura, en fin. Y en absoluto porque fuera efecto de mis calificaciones
o consideraciones, sino porque observaba algún desprecio en los cultores de las
otras letras mencionadas o por lo menos cierta ostentación de superioridad con
algún dejo de compasión.
Debo confesar que el asunto me molestaba;
sobre todo porque en mi conocimiento, equivocado o no (y nunca consideré que lo
estuviera), esa actividad creadora de textos para las tablas tenía toda la
magnitud y similar señera condición que las novelas de Stendhal, Tolstoi o Dostoievski, y las excelsas estrofas de
Manrique, Dante o Whitman.
Cualquiera que ponga en duda lo más arriba
señalado, le ruego que se moleste en revisar las antologías y los tratados
literarios (al menos locales) y
comprobará en cuántas de ellas el arte de la escena parecería no existir o por
lo menos, si se considera su presencia, ésta es presentada en un nivel no
lejano al de la artesanía o al de simple entretención.
Y valga la aclaración siguiente de que no
injurio la artesanía, muestra única de culturas prehistóricas y encantadora
presencia de la creatividad popular, ni tampoco afrento la entretención, si no
que todo lo inverso, proclamo que ésta debería tomarse mucho más en cuenta en
cualquier expresión literaria o artística; ya que no es recomendable ni
laudable aburrir a los recipiendarios que, aun no siendo incultos, para no
parecerlo frente a los proclamados papas, susurrarán entre bostezos disimulados
que aquello (plasmado con matices de
masturbación) es asunto concienzudo y deliciosamente profundo.
Un fortalecimiento de aquellos temores,
hoy y desde hace algunas semanas, felizmente purgados, era que la “Academia de la Lengua ” no habría sus
prestigiosas puertas a los cultores de este antiquísimo arte el cual, en su
forma acabada (como lo estudiara
Aristóteles en su poética), supera a los demás en una longevidad solamente
superada por le épica.
Y que conste: aunque no lo externara,
ponía pancartas y vociferaba consignas de protesta en mi lacerado interior.
Pero, con la aceptación de Franklin Domínguez, esa innegable
gloria de nuestra dramaturgia, todo comenzó a cambiar refrescantemente.
Ahora bien, aunque aquellos escollos hayan
sido venturosamente superados, me complazco, porque lo considero pertinente y
necesario, referirme, en el trabajo que esta tarde entrego, al paralelismo
democrático o equidad fraterna de estas dos expresiones: la Literatura y el
Teatro.
Por si acaso, quizás.
Y ahora escuchen este texto
“¿Observaste,
mujer? La luz es más brillante esta
mañana. Penetró silenciosa hasta mi
frente para darme un alerta cariñoso.
Permanecí tranquilo, temeroso de espantar esa espada que cortaba mi
sueño con tibieza. ¡Cómo nos cambia el
tiempo! Parece que fue ayer cuando era
yo quien al Sol despertaba con mi canto.
Nunca pude saber a ciencia cierta si la noche escapaba por mi voz
conjurada o si sólo seguía su curso natural.
Puntual despertador de las fuerzas del día; nuevo Orfeo, pensaba sin
pensarlo que el mundo se hundiría en los abismos si yo no madrugaba. ¡Solemne tontería de los jóvenes! A mis años, Morfeo es preferible; ese dios
poderoso con su niebla que le quita a la
vida su presencia aplastante y te indemniza con ausencia del miedo que a la
muerte tenemos… Vamos, vamos,
despierta, se hace tarde. Las campanas
indican que ya empiezan las misas en mi honor…
¿Qué ropas usaré?... Protocolo
señala que vista de pingüino; de luto,
por lo menos. ¡Tonterías! ¿Por qué dañar un día como éste en que el
cielo benigno sus galas ha sacado para unirlas al goce de nosotros? Veinte años de triunfo, esposa mía, no deben recordarse con sudor que nos corra
debajo de los brazos, por el pecho; con un dedo metido entre el cuello del cuerpo y el cuello del
vestido; los zapatos brillando torturantes; y la tela nocturna absorbiendo los
olores del sol… Les daré una
sorpresa… ¿Te parece?... Pantalones de dril color arena, botas altas,
camisa azul subido, pañuelo atado al cuello, sombrero de alas anchas cayendo
sobre el rostro, y el saco de algodón color indefinido… ¡Como antes!... No es la misma figura, lo concedo: los hoyos
aumentaron en este cinturón y mi pelo ha perdido el color y la fuerza; mas no
importa: la edad del pensamiento no ha cambiado ni ha cambiado la edad del sentimiento. ¿Puedes decir de alguno de aquellos
compañeros que al tiempo haya engañado como yo? Todos rinden tributo a sus abuelos, sus
rostros y sus modas; anticuados, rendidos, agotados. Se morirán de envidia cuando vean el
contraste que existe entre nosotros; yo, viviendo mi triunfo, mientras ellos se
queman en la cárcel que han confeccionado para poder doblegarse sin
arrugas… Vamos, vamos a misa… Las mujeres piadosas del gobierno ya tendrán
los fundillos pegados a los bancos de la iglesia, mientras que sus maridos
nerviosos en el atrio confeccionan alfombras de colillas… Se hace tarde, tarde, tarde, tarde… ¡Cuánto puede cambiar el contenido de las
letras que forman nuestro nombre!
Moisés… Moisés… Presente.
No es la misma persona la que ahora responde que la que respondió: con
su mundo en las manos; vividor de días cortos; devorando minutos; sin un dique
seguro dividiendo las horas; la frecuente alegría cercenando las penas, y las
grandes promesas rellenando los días; con el mundo cargando por la ecuación más
simple, pues lo blanco es lo blanco, lo negro, negro es… ¡y no más
discusión!... Tarde, tarde, muy
tarde. Cuán lejos se presenta lo que
sólo fue ayer. ¡Ayer, Dios mío…
ayer!... Se hace tarde, tarde muy
tarde… ¡¿No escuchas las campanas?”
Y, ahora les pregunto… ¿Qué es esto? ¿De quién es?
Por simple conjetura, llegarían a la
conclusión de que viene de mi tecleo computarizado (olvidemos la pluma). Pero, ¡ojo!, sólo por inferencia se llegaría
a ello, puesto que (atreviéndome a retar a la audiencia lo digo), estoy casi
completamente convencido de que muy pocos han conocido este trabajo, si es que
alguno lo ha hecho (en parte porque la edición de 1982 de la Universidad Madre y Maestra en que
aparece, con sólo mil ejemplares, se agotó rápidamente); y además, sobre todo
por lo que sigue, el estilo que despliego no tiene mucho que ver con lo que es
más conocido de mi haber: “Fábula de los Cinco Caminantes”,
por ejemplo.
¡Tranquilos! No voy a pedir que levanten la mano los que
se han enfrentado a este texto.
Es el inicio de una de mis obras, digamos
de juventud: “La tierra prometida”[1],
conocida, digamos, por unas 900 personas (con buena suerte), bajo el título: “Muerte
del Héroe”, con que fue editada.
Estoy seguro de qué, de no conocer que el
texto es mío, como sucedía hace pocos segundos, o si no supieran qué soy
básicamente teatrista y de lo que mayormente me ocupo (actividades escénicas),
alguien podría aventurar opiniones como: “Bueno, podría ser un poema”; o quizás: “Es un trozo de novela”, o...
cualquier cosa, menos una obra dramática, a pesar de mostrar
características de soliloquio, porque, ¡cuántas poesías y piezas narrativas
habrá que, como el teatro, utilizan la primera persona y el tiempo
presente!.
Y la base de esta aseveración que arriesgo
no es de ninguna manera caprichosa; la expongo apoyado en el hecho de que el
dominicano, por lo menos su aplastante mayoría, no es ni ha sido nunca lector
usual de piezas para la escena; no ha creado ese hábito; fue acostumbrado a la
forma narrativa y la cortedad del cuento, y ahora, cada día más, se envicia con
el avasallador lenguaje cinematográfico y televisivo, en detrimento del hábito
de la lectura), tan simple como eso. De
no suceder un “cuasi un miracolo” pronto a la narrativa le sobrevendrá descrédito
de similar potencia, como a la poesía también, la cual hace ya décadas está
sintiendo punzantes estragos desterradores de la áurea reminiscencia.
Y quizás causada por esta creciente
ignorancia, abulia o inocentona animadversión pasiva, podría explicarse que
cualquiera (no de ustedes, entiéndase), haya creído o asegurado que el teatro
no es literatura.
Yo, en respuesta a tal desatino, aseguro,
concernido, a la defensiva y cortando por lo sano, que, por supuesto “sí lo
es”. Aunque, para ser sincero, siento
cierta vergüenza al proclamarlo.
Pero, claro está, esta aparentemente
presuntuosa, aclaración, no satisface el objetivo que yo me he propuesto para
esta tarde, y que me supongo que ustedes, esperanzados, esperan.
La idea que solapadamente subyace en el
título de esta charla, o si prefieren, cháchara, tiene que ver precisamente con
esta expectación de ustedes y aquel propósito mío. “Literatura y Teatro”, es el nombre, y la
intención subyacente es, no aclarar, por supuesto, si no aportar un punto de
vista con la intención de engrosar el erario cultural de nuestra clase
artística.
Dejando establecido, desde ahora, para no
molestarme ni distraerlos más adelante con ello, que no todo teatro es
literatura, de la misma manera en que todo lo que se escribe en los otros
géneros no lo es, aunque, petulantes, los perpetradores los titulen
voluntariosa y pecaminosamente poesía,
novela, cuento o ensayo.
Y es esta una primera introducción. Sigo de inmediato con la segunda:
Cuando tenía siete u ocho años, apenas
llegado a la capital (entonces Ciudad
Trujillo), desde mi pueblo natal, San
Pedro de Macorís, no sé por qué montamos
una obra teatral entre los vecinos de la calle 19 de Marzo, número 56, segundo piso, donde yo vivía.
En aquella casa había nacido o vivido
nuestra gran poetisa Salomé Ureña de
Henríquez, y, aunque mi recuerdo está situado justo en el impreciso umbral
de la imaginación y la realidad, juro haberla visto entrar en más de una
ocasión al dormitorio que ocupaban mis padres (antes de imaginarme su
existencia ni su apariencia).
Era la que veía una mujer todavía joven,
serena, pero desbordada de tristeza y
energía, ataviada con una pesada bata o vestido gris que tenía algo así como
encaje blanco en el cuello y en la boca de las largas mangas.
Sería fácil y sobre todo atractivo para mí
llegar a la conclusión de que algo de aquel espíritu sublime me había
permeado… Pero no me atrevo ni siquiera
a sugerir semejante sacrilegio.
Necesitando una paliativa explicación me
gustaría convencerme de que, entonces, aquella decisión fue un asunto de
intuición o premonición de lo que varios años después se convertiría en eje de
mi activa vida pública. Mas esta
pretensión de grandeza sería otra herejía, mayormente cómica o ridícula.
Y, aún sabiendo que con esta aclaración me
estoy privando tontamente de muchas de esas hermosas historietas que son
tejidas por los biógrafos alrededor de las infancias de los que consideran
predestinados, debo declarar que el asunto no partió de mí.
La verdad es que para esa fecha, es muy
poco probable que me hubiera ni siquiera topado con un texto teatral, y mucho
menos que tuviera noción de lo que era este arte… Seguramente la idea debió de partir de la
joven que vivía a nuestro lado, en el segundo piso de los tres que tenía la
casa 54, Nora Read, quien se me
antojaba que nació culta.
Pero el hecho, lo que importa, es que la
hicimos en un poco apropiado lugar de su hogar, y que a lo más, aquella
deliciosa e inocente experiencia depositaría un persistente virus en mi
subconsciente.
Fue la obra “La Cenicienta ”.
Los intérpretes serían, la ya mencionada Nora
Read, que me parece que representaba a la madre, mi hermana Ivonne (el Hada) con una bata de
“chenil” rosada de alguna señora mayor de los alrededores, Olga y Nora
Antuña, españolas cuyos padres tenían una tiendecita al doblar la calle
El Conde (quienes serían la
cenicienta y una hermana), y yo (el príncipe despertador). No recuerdo si participó alguien más; pero
durante mucho tiempo (hasta que un ciclón se encargó de desaparecerlo) conservé
el libro de donde hice la adaptación; uno de esos hermosísimos tomos con
graficados cuentos de hadas que contenía el mencionado texto.
No sé cuán mal lo hicimos, inexpertos
actores, por supuesto; pero si recuerdo la satisfacción de los mayores que
fueron nuestro público en aquel “pantry” que era nuestro poco pretencioso
teatro, complacidos probablemente por ser padres y tíos o simplemente vecinos
de nuestro barrio en aquellos momentos en que todavía se hacía una vida
bastante comunitaria y limpia.
Pero lo que importa para la ocasión de
esta noche no es el éxito, sin duda comprometido por el sentimentalismo de la
sangre y la amistad, que me ha servido de portal, sino el accidente de que yo
había utilizado un texto literario para convertirlo en hecho teatral.
Sí, hay asuntos que van determinando de
manera misteriosa nuestros destinos.
Lo supiera o no, yo no estaba descubriendo
la pólvora. En una gran mayoría de los
casos de la historia del teatro hasta la llegada del romanticismo en el siglo XIX
(después me enteré), una de las
principales canteras de la dramaturgia ha sido la otra literatura, la que
usualmente no era representada, ya fuera en su aspecto poético o narrativo.
Como un curioso aparte comunico que en esa
misma casa, muchos años más tarde, cuando ya los propietarios se habían mudado
y era habitado el segundo piso por los Bennazar,
mayorquinos que tenían algo así como una
pensión y que llegaron a ser para nosotros una especie de extensión familiar,
se hospedaba con ellos don Julio Francés,
el director español que me introduciría al teatro en el 1955
Pero volvamos a mi intención inicial:
Las principales fuentes del primer género
teatral griego, la Tragedia, fueron
los mitos épicos narrados en “La
Teogonía”[2]
y “Los Trabajos y los Días”[3]
de Hesíodo[4],
y, especialmente, en las dos epopeyas atribuidas a Homero[5]:
“La Ilíada”[6]
y “La Odisea”[7].
Y escarbo en la herida de la duda por
aquellos detalles urticantes de que, por ejemplo, la palabra homero que es a la
vez el nombre del supuesto poeta ciego, significa exactamente eso: ciego (lo cual sería más que una coincidencia),
y ese otro pormenor de que los estilos de cada una de las famosas obras tienen
en común el idioma, y ya; sin que el tratamiento gramático y poético ni
siquiera se acerquen sin que puedan compararse la ciclónica belleza de la
primera con el simple relato de aventuras de la segunda, sin que haya relación
con el comportamiento del Ulises de la guerra con el otro que regresa amoroso a
su casa, y etcétera, etcétera,
Eso, aparte de cómo es archisabido fueron
plasmadas en el lenguaje escrito mucho, pero mucho tiempo más tarde; y de,
además, que me permito, por un simple ejercicio de lógica, poner en tela de
juicio que la mente de un anciano (supongo que era bien viejo, o al menos así
lo representan) pudiera recordar textos tan largos y complejos, sin tener a la
mano o a dedos un braille que le sirviera de bastón mnemotécnico.
Casi todas las obras teatrales que nos
quedan de aquella magnífica y áurea época, son versiones de acontecimientos del
famoso ciclo troyano o de Ilión[8]
(los griegos, o realmente cretenses: quince (de Esquilo[9]:
“La
Orestíada”, trilogía[10]
conformada por “Agamenón”, “Las Coéforas” y “Las
Euménides”; de Sófocles[11]:
“Áyax”,
“Electra”
y “Filoctetes”;
de Eurípides[12]:
“Las
Troyanas”, “Andrómaca”, “Hécuba”, “Ifigenia en Áulide”, “Ifigenia
en Táuride”, “Electra”, “Helena” y “Orestes”;
y aunque atribuida a Eurípides, de autor desconocido “Reso”; con relación a la
Edipodia, historia de Edipo,
sus antecesores y descendencia cuatro (de Esquilo:
“Los
siete contra Tebas”; y de Sófocles: “Antígona”, “Edipo
tirano” y “Edipo en Colona” y relacionadas con las aventuras o trabajos
de Heracles o Hércules cuatro(de Sófocles: “Las traquinias”; de Eurípides: “los heraclidas”, “Alcestis”
y “Heracles”).
De otros mitos provienen: “Prometeo
encadenado”, de Esquilo (sobre el tema del Luzbel griego[13]),
“Las
suplicantes” del mismo autor (relacionada
con las danaides[14]);
de Eurípides: “Medea” (basada en el poema épico “Argonáuticas”, del autor griego Apolonio de Rodas[15]), “Las bacantes”
(extrañamente la única relacionada con Dionisos, el dios del teatro), e
“Ión”[16].
Resultan excepcionales
los casos de “Los Persas" de Esquilo;
y “Las suplicantes”, de Eurípides, que rondan muy libremente la
historia.
El caso de la Comedia ,
segundo género teatral griego, fue distinto, ya que sus dramaturgos siempre
prefirieron temas cotidianos. Primero Aristófanes[17]
y sus contemporáneos, con sus sátiras basadas en personajes históricos de su
momento, y luego Menandro[18],
con su “Comedia Nueva”, en cuyas
obras prefirió a caracteres populares que cualquier hijo de vecino podría
conocer.
Y dicho sea, de paso, este autor, poco
atendido por la historia, es el generador de la literatura moderna, tanto
teatral como narrativa, en cuanto se refiere al retrato íntimo y psíquico de
las personas. Fue el primero que
destiló con su pluma la cotidianidad que siglos después se harían populares a
finales del romanticismo e inicios
del realismo y el naturalismo en el siglo XIX.
De Roma
poco podemos decir, ya que las comedias de Plauto[19]
y Terencio[20]
son básicamente traducciones y adaptaciones de textos del mencionado Menandro,
gracias a las cuales conocemos esos bastante breves y sabrosos bocados del
griego. Séneca[21],
quien escribiera tragedias desorbitadas, utilizó también el expediente de la
trascripción mitológica. Lo demás son
gladiadores, leones e infortunados cristianos.
Con el renacimiento del teatro, a partir
de la Edad Media , se independizó de nuevo la escena de
la literatura. Las farsas, la Comedia del arte, “La Mandrágora ”
de Maquiavelo[22],
y todo ese tesoro algo arcaico y heredero en estilo de Menandro, Plauto
y Terencio, partieron del entorno popular no necesariamente
literario. Pero a partir del Renacimiento y de su afán
“neoclasicista”, se produjo cierto retorno a la dependencia, la cual, en Francia, llegó hasta la
“guillotinación” del último de los Luises.
España e Inglaterra,
sin embargo, patrocinaron la originalidad creativa del teatro, con sus grandes
figuras: Lope de Vega[23],
Calderón[24],
y otros.
Inglaterra, hizo lo mismo con un grupo de
dramaturgos, encabezados por Marlowe[25] y Shakespeare[26].
A partir del rompimiento
de los patrones monárquicos con todo aquel tumulto de los enciclopedistas[27]
y la Revolución Francesa[28],
y luego de que los novelistas trataran de adaptar al teatro sus trabajos
narrativos con bastante poco éxito, surgió una nueva generación de escritores
propiamente teatrales que prefirieron inspirarse directamente de la vida y
elaboraron sus piezas con temas más corrientes, aunque de vez en cuando volvieran
su atención a los temas literarios clásicos.
Y así se ha mantenido hasta nuestros días.
En muchos gloriosos
momentos de la historia de las letras hubo relación directa e íntima entre los
que escriben para lectores y los que lo hacen para espectadores. Y cuando se produjo separación ésta más bien
fue causada por los últimos que por los primeros.
Pero, veamos, y lo que
sigue creo que es el meollo del tema que nos interesa: ¿cuál es la diferencia
entre literatura y teatro?
Para facilitar el desarrollo
de la proposición, dejemos el arte de las tablas aparte por un momento.
Intentemos definir,
primero, qué es la literatura.
La palabra “Literatura” proviene del latín
"litterae", que significa letra, y el concepto pudo generarse del
de la "grammatikee"
griega. Esto, pienso yo, porque el
sentido prístino en la lengua del Latio
fue, la instrucción o el conjunto de habilidades relacionadas con saber escribir y bien, y ya conocemos
la habilidad de aquel imperio para remedar a la inigualable Hélade. Su significado comenzó a cambiar cuando,
además de con la gramática, se relacionó con la “retórica” y la “poética”.
Pero esto fue sólo el
principio de lo que luego asumió matices de rompecabezas. Los escritores y con mayor fuerza los
teóricos que parecen querer cubrir sus deficiencias creativas haciendo las
cosas más difíciles, a lo largo del tiempo, han pergeñado propuestas que han
hecho redefinir constantemente el concepto de literatura.
En el siglo
XVII
español, siguiendo el modelo romano, aún se designaba esta actividad por medio
de las palabras poesía o elocuencia. En el apogeo del “Siglo de Oro”[29] ya se entendía como
cualquier invención escrita, no necesariamente en verso. Y a comienzos del siglo
XVIII,
se comenzó a emplear la palabra para referirse a un conjunto de actividades que
utilizaban la escritura como medio de expresión: “literatura médica”, por ejemplo.
En Alemania, a mediados del siglo XVIII, Lessing[30], la definió como “conjunto de obras literarias”.
A finales del mismo
siglo, en Francia, el término
literatura se enfocó más en la cualidad estética de las obras escritas, como encontramos en trabajos de Marmontel[31], y Madame De Staël[32].
En Inglaterra, desde antes la palabra
literatura no se refería solamente a los escritos de carácter creativo e
imaginativo sino que abarcaba el conjunto de escritos producidos por las clases
instruidas: la filosofía, los ensayos, y hasta las cartas
Y sin embargo, como para esa época la novela tenía mala reputación,
a ella se le cuestionaba si debía pertenecer a la literatura.
Entre otras cosas, por
eso, Eagleton[33] sugiere que los
criterios para definir el corpus literario en la Inglaterra del siglo
XVII eran ideológicos, circunscritos a los valores
y a los gustos de una clase instruida; no se admitían las baladas callejeras, ni los romances,
ni las obras dramáticas (quien sabe si desde ahí se creó el problema).
Más tarde, en el mismo
país, la expresión poesía adquirió un
concepto de la creatividad humana en oposición a la ideología utilitaria del
inicio de la era industrial. Y durante
el romanticismo, la literatura podía
considerarse como algo visionario o inventivo; pero con tintes ideológicos,
como en el caso de Blake[34] y Shelley[35], para quienes se
transformó en ideario social; la misión de todo arte era transformar la
sociedad mediante los valores que encarnaban en él.
Confieso que estoy de
acuerdo con esto último, mas no con lo que sigue:
Los escritos en prosa,
según ellos, no tenían la suficiente fuerza o el arraigo que tenían los de la
poesía: eran vulgares o carentes de inspiración.
A comienzos del siglo
XX, en la búsqueda de definir qué es literatura y qué es lo literario,
surgieron movimientos teóricos para estudiar y delimitar su objeto de
estudio.
El formalismo
ruso
indagó qué hace que un texto sea literario, o, dicho un tanto más creativa y
rebuscadamente, sobre la “literaturidad” de una obra.
Roman Jakobson[36] planteó que la
literatura tiene particularidades en la forma, que la hacen diferente a otros
discursos; una que llama función poética, que hace al lenguaje llamar la
atención sobre sí mismo. Y esto es
cierto. Hay determinadas expresiones o
modos que producen un placer de naturaleza estética. Ya Aristóteles[37] lo había
planteado. En consecuencia, el lenguaje
combinaría recurrencias y desvíos de la norma para enrarecerse, impresionar la
imaginación y la memoria, y llamar la atención sobre su forma expresiva.
El lenguaje literario
sería, de esa manera, un lenguaje estilizado y trascendente, destinado a la
perduración, muy diferente de la lengua de uso normal, destinada a su consumo
inmediato.
¡Mucha verdad!
Wolfgang Kaiser, a mediados de la
centuria pasada, planeó cambiar el término de literatura por el de “Belles
Lettres” o bellas letras; pero esta proposición fue presentada justo
cuando entraba en decadencia el concepto de bellas
artes, quizás con razón, tal vez por simple efecto de la cambiante moda
moderna.
Otros como Claude Mauriac[38] y Verlaine[39] (con su “aliteratura”), revisaron, reaccionaron,
atacaron y, desde luego confundieron, hasta inducirnos a pensar que la
literatura es una propuesta que depende de los ángulos desde donde se la
vea.
Y quien “le retuerce a
la puerca el rabo” es Barthes[40], asegurando que la
literatura como escritura o como texto se encuentra fuera del poder porque se
está obrando en ella un trabajo de desplazamiento de la lengua, en la cual
surten efecto tres potencias: Mathesis, Mímesis y Semiosis.
¡Ay, la semiótica! Ante ella me declaro incompetente.
Quizás lo único que
valga la pena recordar de aquella a la vez metódica y desordenada iconoclasia
casi generalizada, sea la aseveración de Castagnino,
quien concluyó que lo que se hace con la literatura, más que definirla es
sumarle adjetivaciones, las cuales, por demasiado específicas, resultan
limitadoras.
Y es que, pienso yo, en
general el arte se resiste a las definiciones estrictas: su orbe tiene más que
ver con el sentir que con el comprender.
Insistiendo un poco más
en esto veamos qué sucede cuando seguimos la separadora técnica de Jack the Ripper:
La literatura será preceptiva si busca normas y principios generales; histórico-crítica
si presenta un examen genealógico; comparada, si se atiende
simultáneamente al examen de las obras, autores y temáticas; comprometida
si adopta posiciones militantes frente a la sociedad o el estado; pura
si sólo se propone como un objeto estético; ancilar, si su finalidad no
es el placer estético sino que está al servicio didáctico de órdenes
extraliterarias.
Y les pregunto yo: ¿nos
aclara esto el significado que
buscábamos o simplemente describe limitativamente aspectos de una realidad
afortunadamente mucho más amplia?
Por todo lo anterior, y
otras especulaciones más modernas, se puede decir que el concepto de literatura
está en un continuo evolucionar, hasta llegar al punto en que lo que se
consideraba anteriormente parte de la literatura, es posible que con nuevos
criterios, se deje de considerarlo así; y al contrario, propuestas u obras
escritas que antes no eran consideradas como literarias, ahora más que nunca se
les considera parte de la literatura.
El fenómeno literario ha
estado en constante evolución y transformación durante todos los tiempos,
incluyendo el presente.
La verdad, quizás vergonzosa pero no por eso
menos verdadera, es que no existe un consenso sobre lo que se llama
literatura.
Y si recurrimos a los diccionarios, no es mucho
lo que cosechemos que sea fructuoso.
Citaré pocos intentos:
En el “Diccionario de uso español”
de María Moliner[41]
se designa Literatura al «arte
que emplea como medio de expresión la palabra hablada o escrita». Una segunda designación habla sobre el
conjunto de obras literarias.
De acuerdo al “Diccionario internacional de literatura y
gramática” de Guido Gómez
de Silva[42],
la literatura se refiere a los escritos imaginativos o de creación de autores
que han hecho de la escritura una forma excelente, para expresar ideas de
interés general o permanente.
Y no nos ayuda nuestra
Biblia.
En el “Diccionario
de la Real Academia Española de la lengua” (última versión), se lee:
(Del
latín: litteratura).
1. f.
Arte que emplea como medio de expresión una lengua.
2. f.
Conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un
género. La literatura griega. La literatura del siglo xvi.
3. f.
Conjunto de obras que versan sobre un arte o una ciencia. Literatura médica. Literatura jurídica.
4. f.
Conjunto de conocimientos sobre literatura. Sabe mucha literatura.
5. f.
Tratado en que se exponen estos conocimientos.
6. f.
de sus. Teoría de las composiciones literarias.
Y siento que, aunque
podríamos pasarnos muchas y largas sesiones de trabajoso trabajo en esto de la
definición, ye hemos ocupado un poco más
del tiempo prudente en la apreciación de cualquier audiencia, por más culto,
atento y condescendiente que sea.
Podríamos decir que la literatura es un arte simple. El autor la crea, o más bien recrea, y la
plasma con caracteres idiomáticos en páginas (ahora también en pantallas de
computadoras), y ya está listo el producto para encontrarse con su público
Con el teatro no sucede tan fácilmente;
después del momento del engendramiento y la concretización textual, aún falta
un siguiente e indispensable paso, antes de que se enfrente a un auditorio.
Y es este paso, el encuentro previo con
los intérpretes que convertirán simples
letras ordenadas técnica y artísticamente en palabras dichas por unos y
escuchadas por otros (La pantalla no tendría nada que ver en este caso, al
menos que nos refiriéramos al “DVD”,
y ni aún así, porque el teatro estaría convertido en cine).
Como en el caso de la literatura, el
teatro no necesitará la presencia del autor en el momento de la comunicación;
pero sin la presentación del intermediario, el mencionado intérprete, no será
posible que se complete el acto.
Podrá decirse, que bastaría con tomar un
ejemplar cualquiera en las manos y hacer con él lo mismo que se hace con un
ensayo, una novela, un cuento o una poesía: leerlo; pero no es así: en la
naturaleza del arte teatral esta su representación, o sea, su puesta en escena. Quizás este prurito, justificado o no, sea
la raíz de la separación.
Hay muchas maneras de demostrar que esto
es así; pero baste con remitirnos a la propia palabra Teatro. Originalmente el
nombre de “Theatrom” se aplicaba al
local donde eran representadas las tragedias en Grecia, y significa, concretamente, “lugar para ver”.
Por ello, un texto dramático no
representado es, solamente, literatura
teatral; pero no teatro.
Para esclarecer este concepto tenemos que
volver a la Hélade , al genio
analítico de aquel filósofo, tercero de los tres grandes: Aristóteles, quien con su
tratado “Poética” pautó la
diferencia hasta la fecha.
Es “Poética”, un texto que nos ha llegado incompleto, pues como el
propio autor dice en su introducción, se propone estudiar todas y cada una de
las especies de obras poéticas, incluyendo la epopeya y la comedia. Y sólo la tragedia es analizada[43]).
Nos dice en su definición de la tragedia,
que es acción imitativa o mimesis;
que acción dramática es la acción que
están haciendo los actores a costa de sus acciones; y que los actores han de estar en acción y no
simplemente contando las acciones que otros hicieron. Se elimina así en su contexto el factor
narrativo propio de la epopeya, y
las acciones de los rapsodas o
recitadores.
Pero
no es ésta la única diferencia.
Otra, la que ahora sigue, aunque resulte
perogrullesca, es más importante: la naturaleza de la escritura teatral es el diálogo. No me cabe ninguna duda de que todos conocen
esa realidad; pero la traigo a colación sólo para remarcar a continuación que
no todo lo escrito de esta manera es teatro.
Con bastante frecuencia la narrativa utiliza ese recurso, y no solamente
en el modo que le es característico, sino también al estilo teatral, que coloca
el nombre del personaje en el margen izquierdo o al centro y desarrolla el
diálogo hacia la derecha o debajo, después de dos puntos o algún otros símbolo
correspondiente.
Desde Platón[44]
y sus diálogos, se ha utilizado esta forma en aportes de la filosofía y la
ciencia; pero, por supuesto, esto no es teatro. Y cabe preguntarse, ¿por qué no?
Porque el teatro, además de que como lo
dijera el griego, muestra a los hombres en acción, debe estar relacionado con
tres elementos: emoción, conflicto y voluntad; asuntos que
carecen de importancia en trabajos metafísicos, eruditos o técnicos, y que
hasta es preferible que permanezcan ausentes en pro de la claridad de la exposición.
La emoción
la comparte toda manifestación artística, puesto que el Arte es comunicación
estética que toma como puente la sensibilidad humana; por lo cual su presencia
sólo nos ayuda a delimitar los parámetros con las obras de carácter científico.
El conflicto
también es materia de la narrativa y hasta de algún tipo de poesía (la que los
griegos clasificaban como epopeya).
Pero, sin duda hay diferencia en la frecuencia e intensidad del
conflicto: La novela y la poesía épica puede permitirse, y se les agradece,
grandes segmentos de ambientación o de cualquier otra índole, en los cuales el
lector se solaza andando entre las ramas; y si se cansa, bastará con poner un
marcador, cualquier pedazo de papel que indique dónde se quedó, para retomar el
curso después, quizás mañana o dentro de un mes. Pero, el teatro precisa de una sucesión
continua de conflictos, a riesgo de que, debido a su ausencia, la audiencia se
levante de sus asientos y ya no vuelva.
Si estamos hablando de un buen texto
teatral, es imprescindible que un conflicto cada vez mayor siga a otro no
despreciable, y que además sea consecuencia del primero.
El tercer elemento, la voluntad, es más propio del
teatro. Una obra bien construida
tratará del ejercicio de una considerable voluntad humana, oponiéndose y
tratando de vencer las fuerzas antagónicas que le impiden arribar a un objetivo
deseado. Y esto es igualmente cierto en
cuanto se refiere al género serio como al cómico. Cualquier desliz con este requisito tenderá
a provocar aburrimiento, con el resultante de las mismas consecuencias que
anteriormente señalamos.
Pero, para llegar a un estamento aún más
claro, comparemos nuestro protagonista con los demás miembros del conglomerado
del cual surge:
El Teatro no es poesía, aunque en su lenguaje deben aparecer las figuras de la
retórica y, especialmente, primar la sugerente y económica metáfora. La poesía es
fruto de una espontaneidad inicial que puede o no ser elaborada posteriormente,
sin que por ello desmerezca en su calidad; mas el teatro exige de un
planeamiento más minucioso, a riesgo de perderse e irse por la tangente. Excepciones “Más allá de la búsqueda”
No es novela,
porque su magnitud reglamentaria lo obliga a una dimensión “que no es tan pequeña como para excluir la posibilidad de distinguir
las partes, ni tan grande como para impedirnos comprender el todo”; y esto
también lo señaló el estagirita.
Ejemplos opuestos lo
constituyen el “Fausto”, del alemán Johan
Wolfgang Goethe[45],
formidable y panorámica obra que no ha logrado ser presentada a completud; y
las “mini piezas” del francés Jean Tardieu[46],
las cuales terminan cuando apenas uno comienza a interesarse en ellas.
De igual manera, el teatro no es cuento, simplemente por las características
tratadas con anterioridad; pero es a lo que más se parece, y no sólo por su
deseable concisión. Ambas formas
literarias son como un proyectil lanzado hacia un objetivo. Su “detonante”
será el conflicto inicial que se desplazará en dirección a su fin, con la
adecuada limpieza en el transcurso y con el tiempo y el espacio necesarios para
no ir a dar al piso, en vez de al blanco.
Y ese principio de conflicto que deberá aparecer bastante al inicio, antes
que la audiencia comience a fastidiarse, en ambos deberá resolverse en el
desenlace, si no se quiere frustrar a su destinatario.
Hay dos escuelas básicas: la clásica o
cerrada y la romántica abierta.
La primera nace con las inaugurales
manifestaciones escénicas en el umbral inferior de la Grecia clásica.
Son sus características fundamentales:
a) Pocos personajes. Recordemos que en paso del “ditirambo” a la
pieza teatral fue creado un participante o actor (entiéndase quien acciona”,
llamado el “protagonistes” (que está a favor de la acción), quien se alternaba
con el coro y su director, el corifeo.
Posteriormente, Esquilo añadiría otro, el “deuteragonistes” (o segundo
que está a favor de la acción) que llegaría a convertirse en “antagonistes (o
que está en contra de la acción) lo cual haría posible la plasmación del
“diálogo” o dinámica de dos. El tercer
actor, “tritagonistes”, llegaría con Sófocles, aporte no tan importante como
los dos anteriores pero que, indudablemente, amplió las posibilidades
orales. Debemos tener presente que
fueron tres actores; no tres personajes: estos elementos, siempre masculinos
(para impedir los excesos femeninos) podían representar numerosos caracteres
con un simple cambio de máscara (antecedente del maquillaje, además de
megáfono). Si observamos, en cada
episodio de todas las treinta y un tragedias, nunca intervienen más de tres
personajes a la vez, fuera del corifeo, que llegó a ser una cuarta posibilidad.
b) Unidad temática o “unidad de
acción”. La única que verdaderamente
detecta y recomienda Aristóteles en su “Poética”. Las otras dos, de “tiempo” y de “lugar”, si bien se
mantienen en la mayoría de ellas, se entienden mejor como una economía de
recursos que como algo fundamental. Al
igual que en la técnica del cuento
La segunda, llamada (se
me antoja que caprichosamente), romántica, tuvo su magnífico despunte con “La
Tragicomedia de Calisto y Melibea”[47], y
fue el favorito medio de expresión del teatro español del Siglo de Oro y del
Isabelino inglés. No tanto del alemán y
el francés. Luego, durante el
romanticismo, el realismo el naturalismo y hasta nuestros días, casi eliminó el
clasicismo de la escena. Abierta sería
la mejor manera de conocerla; precisamente por estar despejada de las restricciones
de la otra.
Podemos considerar sus características.
a)
Libertad
en la cantidad de personajes, aunque como en la escuela anterior estos se
supeditan de alguna manera a la cantidad de actores de la compañía para la cual
trabajaba el dramaturgo. El ejemplo más
notable lo constituye William Shakespeare, cuyas 36 obras, todas tienen
alrededor de 30 personajes, lo cual nos indica la dimensión de su grupo (había
que poner a trabajar a todos pues de esto vivían). Más tarde, esto que pudo semejarse a una
regla también se desliza hacia la liberación y veremos, sobre todo con la
entrada del romanticismo como se reduce considerablemente el número de
participantes.
b)
Albedrío
temático: Como ya señalé un poco antes, cada pieza artística que ha merecido la
permanencia tiene al menos una aspiración a la unidad; pero la consistencia
básicamente horizontal de esta escuela transige una mayor población de temas
relacionados y subtemas.
Por supuesto, todo esto se refiere a un
teatro bien construido. Pero, por
desgracia para los que nos tomamos este trabajo en serio y para la gente con
criterio definido y desarrollado (sea devoto del teatro o víctima primera, que
se espantará y no volverá a pisar una sala), estas virtudes se ignoran o se
olvidan con demasiada frecuencia. ¡Ay,
libertad, cuántos crímenes se cometen en
tu nombre!
El diletantismo profesional, la constante
improvisación manchada por la falta de escrupulosidad, la absurda necesidad de
creerse Colón redescubriendo una América
que ya ha probado sus defectos y virtudes; la ignorancia, en fin, llena
nuestros espacios escénicos y otros no tan apropiados de verdaderos esperpentos
que, si no fuera por los que perseveramos en la dignidad ya hubieran dado el
tiro de gracia a una actividad que en nuestros días se enfrenta
desventajosamente con el cine y la televisión.
Quiero terminar con otro trozo de
literatura teatral, para confirmar todo lo antes dicho. Pero más aún para reafirmar esta noche un
compromiso que asumí casi sin darme cuenta en mi primera obra teatral: “Más Allá de la Búsqueda”. Está inspirada en el semidiós Prometeo: pero
con el original solo tiene en común sus deseos de ayudar al ser humano, y su
aparentemente eterno castigo por intentar hacerlo.
“Prometeo: Yo viví en un mundo de ilusiones, una
vez… Inocente en mi niñez prolongada,
todo era para mí alegría, belleza, distracción, disipación; todo estaba bien,
nada pensaba… Y cierto día,
inesperadamente, un lamento indescriptible llegó hasta mis oídos; un lamento;
un lamento que rogaba por justicia o por piedad a falta de ella. Era el hombre que lloraba su dolor hasta el
momento para mí desconocido. Las
cuerdas más sensibles de mi ser parecieron quebrarse, y desde lo más profundo
de mí mismo nació un quejido que se acrecentó a cada instante y se unió al
lamento de mi hermano. Ya no hubo más
paz: nació la protesta. Pensé y trabajé
sin descanso, hasta el agotamiento, y encontré palabras que decir a los que
suplicaban. Se crearon bandos, y los
hombres se colocaron unos en frente de los otros. Hubo sangre entre ellos, y encontré a mis
hermanos más desesperados aún. Me alejé
de los hombres; busqué la distancia;
creí descansar… Pasado el tiempo fueron
a buscarme. “Necesitamos de ti”, me
dijeron, “sólo tu pareces ver clara”… Y
era tal su miseria y abandono que marché con ellos… Pensé que la situación no podía
empeorarse… ¡Oh, Pandora, cuán
equivocado estaba; como fui engañado!: el odio creció como una nube negra sobre
la tierra. Escuché quejidos, gritos,
alaridos. La faz del mundo se convirtió
en una masa sanguinolenta de brazos, dedos, piernas y cabezas mutiladas… Y el amor se alejó más en cada pausa… Todo por mi culpa; soy un apestado; nací con
alimañas en el cerebro. Tú no las ves;
pero yo las siento. Las siento a cada
instante. En este momento, las
siento. No puedes comprenderlo; pero es
verdad: contamino todo lo que toco; todo lo que se me acerca.”
Y ese Prometeo, que no era y es más que yo
mismo, planteaba desde aquel principio el utópico escape hacia la ignorancia,
imposible ésta después de haber robado la luminosa inteligencia a los
dioses. Amaba la libertad y había
sufrido en carne hermana el resultado de intentar lograrla; varios compañero
habían sido eliminados por los esbirros de la tiranía, y yo, indemne, me sentía
culpable. Y yo lo sabía; pero quería
compartirlo con “mis hermanos humanos”.
Por eso al final de la obra, “más allá de la búsqueda”, la promesa sólo
podía ser una, como lo declara el último diálogo entre ese Lucifer, ladrón sin
manzanas, y la hacedora del mal, mi conciencia, una Eva que ante la ignorancia
del mal escoge la evolución del conocimiento colocado como prohibida promesa
alternativa en el centro del Edén. Ya establecida
la armonía que los unifica, ella iniciando el camino hacia el compromiso, le
susurra:
“Pandora: Tu dolor es
mi dolor y tu alegría será mi alegría.
He comenzado a ser tú mismo; a formar parte de ti.
Prometeo: ¿Otra vez la muerte y la desgracia?
Pandora: No importan.
Prometeo: ¿Y entonces?
Pandora: ¿Tengo yo que decírtelo?
Prometeo: No.
Pandora: Gracias… ¿Sabes realmente lo que nos espera?
Prometeo: Nos espera un largo camino hacia el
calvario.
Pandora: Sí.
Prometeo: Nos espera la soledad entre los hombres.
Pandora: La incomprensión.
Prometeo: Los escupitajos en la cara.
Pandora: Una pesada cruz.
Prometeo: La vergüenza de toda la tierra.
Pandora: Nos espera un lanzazo entre las
costillas.
Prometeo: Vamos.
Pandora: Hacia afuera.
Prometeo: Vamos.
Pandora: ¡Fuerza, Prometeo!
Prometeo: La tenemos… sólo somos uno.
Pandora: Sí… Somos el dolor del mundo, que busca
desesperadamente… ¡algo que lo destruya!”
[2] “La Teogonía” (el término
significa el origen y la genealogía de los dioses), es una obra poética escrita
por Hesíodo, y viene a
ser como el Génesis de la mitología griega. Se discute si debe datarse en el siglo VII a.C.
o en el VIII a.C. En ella se narra el
origen del cosmos y el linaje de los dioses de la mitología griega, hasta
entonces propagada por medios orales.
Escrita en primera persona, refleja el afán de Hesíodo por «pensar» en
el mundo según categorías esenciales. Es una de las obras claves de la épica grecolatina. Esta obra sirvió para fundamentar un
posterior trabajo del mismo autor, más moralista y diseñado como una guía
práctica para la vida diaria. En esta
explica la justificación divina del trabajo, dentro de un marco conceptual en
el cual lo divino es entendido como el elemento fundador de la realidad, pero
sólo en la medida en que su presencia y realidad se verifican cada día en el
acaecer del mundo. A diferencia de los textos
homéricos, “La Teogonía” está escrita para ser
leída como “Verdad”, como una revelación hecha al autor por las Musas del Monte Helicón; historia que forma la primera parte del texto. Los relatos
en ella parecen escritos en respuesta a la excesiva humanización de los
dioses de la tradición homérica.
[3] “Los trabajos y los días” (referida a veces por el nombre latino Opera et Dies) es un poema griego de unos 800 versos escrito por Hesíodo en torno al 700 a.C.
El poema gira en torno a dos verdades generales: el trabajo es el
destino universal del hombre, pero sólo quien esté dispuesto a trabajar podrá
con él. Los estudiosos han interpretado
esta obra en el contexto de una crisis agraria en el continente griego, que
inspiró una ola de colonizaciones en busca de nuevas tierras.
Esta obra muestra las cinco Edades del Hombre, además de contener consejo y
sabiduría, prescribiendo una vida de honesto trabajo y atacando la ociosidad y
a los jueces injustos, así como la práctica de
la usura.
Describe a los inmortales que vagan por la tierra vigilando las justicia
y la injusticia. [] El poema considera el trabajo como origen de
todo el bien, pues tanto hombres como dioses odian a los holgazanes, que
parecen zánganos en una colmena.[
[4] Hesíodo nació en Ascra, cerca de Tebas, campesino e hijo de comerciante, hacia la segunda mitad del siglo VIII a.C. Poco se sabe de su vida; parece que fue
fundamental en ella la enemistad con su hermano Perseo a causa de la herencia
paterna, y este tema abordó en su obra “Los trabajos y los días”. Muerto su padre, Hesíodo se estableció en
Naupaktos, donde pasó su juventud al cuidado de un rebaño de ovejas. Los actuales especialistas lo sitúan como
contemporáneo de Homero, mas su poesía, muy alejada del estilo épico y grandioso de la de aquél,
está destinada a instruir más que a exaltar.
Se sabe también que en Calcis (Eubea) participó en un concurso de aedos (en el que también estuvo Homero) y obtuvo la
victoria. Murió al parecer en Ascra y sus cenizas
se conservaron en Orcómeno, donde se le rindieron honores como a un fundador de la ciudad. Muchas de las obras que durante la
antigüedad se le atribuían, no son realmente suyas. Lo que parece probado con seguridad es que
fue el autor de “Los trabajos y los días”, de la “Teogonía”, y de los cincuenta y cuatro
primeros versos del “El escudo de Heracles”. Es el gran y primer compilador de la
religión antigua griega. Puso por
escrito y ordenó todo el cuerpo mitológico transmitido hasta entonces de forma
oral. []
[5] En la figura
de Homero confluyen realidad y
leyenda, la tradición sostenía que era ciego, pero parece
ser que hay cierta relación entre este nombre el significado de desprovisto de
vista. Su biografía es una hoja casi
completamente en blanco. Se ha
cuestionado repetidamente si el autor de “La
Ilíada” y “La
Odisea” fue el mismo poeta, por notables diferencias entre el
estilo de ambas. Los investigadores
están generalmente de acuerdo en que sufrieron un proceso de estandarización y
refinamiento a partir de material más antiguo en el siglo VIII a.C.
El estudio de las menciones geográficas en La Ilíada devela que
el autor conocía detalladamente la actual costa turca y en particular Samotracia y el río Caistro,
cerca de Éfeso. En cambio las referencias a la península
griega son escasas y ambiguas. Todo
parece indicar, entonces, que Homero sería natural de algunas de las ciudades
de la actual costa turca. Es objeto de
debate cuándo estos poemas podrían haber tomado una forma escrita fija. La solución tradicional es la de que un
«Homero» iletrado dicta su poema a un escriba.
Las excavaciones de Heinrich Schliemann a finales del siglo XIX comprobaron que había una base histórica en la Guerra
de Troya. También se
asegura que la realidad de sus obras ocurre durante la civilización micénica. Ya que el
palacio de Agamenón fue encontrado en Creta por el mismo arqueólogo
alemán.
[6] La Ilíada. Esta epopeya es el poema escrito más antiguo
de la literatura occidental. Consta de
15.691 versos, divididos por los editores en 24 cantos o rapsodias. Narra los acontecimientos ocurridos durante
51 días en el décimo y último año de la Guerra de Troya.
El título de la obra deriva del nombre griego de Troya, Ιlión. La fecha de su composición es controvertida:
algunos estudiosos aseguran que hay fragmentos anteriores al siglo VIII a.C., y la mayoría opina que el canto X, es una
interpolación tardía, puesto que no parece tener conexión con el resto del
poema ni hay referencias a sucesos narrados en este canto en el resto. Se conservan papiros con copias de La
Ilíada del siglo II a.C., aunque se tiene constancia de la existencia de
uno anterior al año 520
a.C., que se utilizaba en Atenas para
recitarlo en las fiestas en honor de Atenea (las
llamadas Panateneas).
[7] La Odisea. Esta epopeya está compuesta por 24
cantos. Al igual que “La
Ilíada” se cree que fue escrita en los asentamientos que Grecia tenía en la costa oeste del Asia Menor (actual Turquía). Narra la
vuelta a casa del héroe griego Odiseo (Ulises en latín) tras la Guerra
de Troya. El poema
original fue transmitido por vía oral durante siglos, por aedos que
recitaban el poema de memoria, alterándolo consciente o inconscientemente. Al igual que muchos poemas épicos antiguos,
comienza en la mitad de la historia, contando los hechos anteriores a base de
recuerdos o narraciones del protagonista.
Está dividido en tres partes. En
la “Telemaquia” (cantos del I al
IV) se describe la situación de Ítaca
con la ausencia de su rey, el sufrimiento de Telémaco, su hijo, y Penélope, su
esposa, debido a los pretendientes, y cómo el joven emprende un viaje en busca
de su padre. En “El regreso de Odiseo” (cantos V al XII) se narra el final
del viaje del héroe hasta su hogar. Es
en esta parte donde se detallan todas sus aventuras desde que salió de Troya hasta su vuelta a Ítaca, durante veinte años. Finalmente, en “La venganza de
Odiseo”, se describe el regreso a la isla, el reconocimiento
por alguno de sus esclavos y su hijo, y como Odiseo se venga de los pretendientes matándolos a todos. Tras aquello es reconocido por su esposa y
recupera su reino. Por último, se firma
la paz entre todos los itacenses.
[9] Esquilo, nació en Eleusis, Ática, en el
525 a.C., y falleció
en Gela, Sicilia, en el 456
a.C.). Predecesor
de Sófocles y Eurípides, es considerado como el creador de la tragedia griega. Pertenecía a una noble y rica familia de terratenientes. Luchó en las guerras promovidas contra los Persas en la batalla de Maratón 490 a.C., en las de Salamina 480 a.C. y, posiblemente, en la de Platea. Alguna de
sus obras son el resultado de sus experiencias de guerra. Se le acusó de haber revelado los misterios
de Eleusis, por lo que fue juzgado y posteriormente absuelto. Tuvo un hijo, Euforión, que, como
él, fue un poeta trágico. Escribió de
82 a 90 piezas, consiguió su primera victoria en composición dramática en el 484 a.C., siendo sus rivales Pretinas, Franco y Querido de Atenas. Sólo fue vencido por Sófocles en el
año 468 a.C. De la importancia de su obra da fe el hecho
de que se permitiera que sus obras fueran representadas y presentadas en el agón
(«certamen») en los años posteriores a su muerte, junto a las de los
dramaturgos vivos; un honor excepcional.
Sólo se conservan siete piezas, seis de ellas premiadas, y sustanciosos
fragmentos de otras tantas.
[10] Trilogía, un
término de origen griego (trilogía, de treis-logos: "tres
discursos" o "tres textos") con el que se designaba en la Grecia clásica el conjunto de tres tragedias presentadas
a concurso por cada uno de los autores que competían por conseguir el premio en
los certámenes que se celebraban en las fiestas en honor de Dionisio. Cada concursante presentaba, además, un drama satírico, de donde, a su vez, procede el término tetralogía.
[11] Sófocles, nació en Colono, hoy
parte de Atenas, en el 496 a.C., y falleció en Atenas, en el 406 a.C. Es,
cronológicamente, el segundo poeta trágico de Grecia. A los dieciséis años fue elegido director
del coro de muchachos para celebrar la victoria de Salamina. A los 33 se dio a conocer como autor
trágico al vencer a Esquilo en el
concurso teatral que se celebraba anualmente en Atenas durante las fiestas
Dionisias. Comenzó así una carrera literaria sin
parangón. Llegó a escribir hasta 123 tragedias, adjudicándose 24 victorias, frente a las 13 que
había logrado Esquilo. Su muerte
coincidió con la guerra con Esparta que habría
de significar el principio del fin del dominio ateniense, y se dice que el
ejército atacante concertó una tregua para que se pudieran celebrar debidamente
sus funerales. De su enorme producción,
sin embargo, se conservan en la actualidad, aparte de algunos fragmentos, tan
sólo siete tragedias completas, de vital importancia. A él se deben la introducción de un tercer
actor en la escena (lo que daba mayor juego al diálogo), y el hecho de dotar de
complejidad psicológica al héroe de la obra.
El enfrentamiento entre la ley humana y la ley natural es central en su
obra, de la que probablemente sea cierto decir que representa la más
equilibrada formulación de los conflictos culturales de fondo a los que daba
salida la tragedia griega.
[12] Eurípides, nacido en Salamina, actual Grecia, en el 480 a.C..., y fallecido en
Pella (hoy desaparecida), también en la actual Grecia, en el 406 a.C. Cronológicamente, es el tercer gran poeta
griego, junto a Esquilo
y Sófocles. Odiaba la política y era amante del estudio,
para lo que poseía su propia biblioteca privada. Durante un tiempo estuvo interesado por la
pintura. Tuvo dos esposas, llamadas Melito y Quérile o Quérine. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se
representaban sus obras. En 408
a.C., decepcionado por los
acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao de Macedonia, muriendo dos años después. Se
cree que escribió 92 tragedias, pero se conservan sólo 17 de ellas, mas un
drama satírico. Los rasgos
diferenciales de su obra son: innovación
en el tratamiento de los mitos, complejidad de las situaciones y
personajes, humanización de los
personajes, que se muestran como hombres y mujeres de carne y hueso, con
pasiones y defectos que en algunos casos, se acercan a la tragicomedia,
especial influencia de los problemas y polémicas del momento, que dan un aire
de realismo, crítica de la divinidad tradicional desde un punto de vista
tradicionalista y disminución de la Importancia del coro.
[13] En la mitología griega, Prometeo,
nombre que significa el que piensa primero o previsión, es el Titán amigo de los
mortales, honrado
principalmente por robar el fuego de los dioses en el tallo de una caña, darlo a los
humanos para su uso y ser castigado por este motivo. El fuego es luz, inteligencia, capacidad de
decisión; por lo cual este ente superior enfrentado a Zeus es comparable al
ángel rebelde de la mitología judía, quien le dio al humano la posibilidad de
discriminar entre el bien y el mal, por lo cual fue condenado también.
[14] Las danaides
fueron las cincuenta hijas del rey Dánao, hermano de Egipto, el cual
tendría cincuenta hijos. Después de una
disputa de los hermanos, Egipto se exilió
junto con sus hijas en Argos. Años
después, quizás queriendo terminar la disputa Egipto envió a sus hijos a
casarse con sus primas. Dánao pretendió
aceptar y en la noche de la boda les dio dagas a sus hijas con la orden expresa
de matarlos a todos. Sólo Hipermnestra,
la mayor, no llegó a ejecutar a su esposo, Linceo, como
muestra de gratitud por haberla respetado durante toda la noche. Los dioses la castigaron por desobedecer a
su padre; pero, tras la muerte de las danaides, éstas fueron juzgadas y
encontradas culpables del asesinato de sus esposos, por lo cual todas fueron
condenadas a llenar con agua un tonel que no tenía fondo. La única que se salvaría del castigo eterno
sería Hipermnestra.
[15] Apolonio de Rodas,
nació en Alejandría, en el 295
a.C., y falleció en Rodas, en el 215
a.C. Se le llama de
Rodas porque allí pasó la mayor parte de su vida y porque casi con total
seguridad adoptó la ciudadanía rodia.
Realizó estudios en Alejandría, teniendo como maestro al poeta Calímaco y como compañero de escuela al
físico y astrónomo Eratóstenes, destinado a sucederle en la
dirección de la famosa Biblioteca de Alejandría. Cuando tenía unos treinta años fue nombrado
bibliotecario para suceder al célebre gramático Zenódoto de Éfeso. Durante los veinte años que permaneció en el
cargo compuso su famoso poema épico llamado también “El viaje de los
argonautas”. Una tradición
afirma que su primera composición del poema provocó las burlas de sus colegas
en Alejandría;
por lo cual se exilió a Rodas
donde reescribió de nuevo la obra con la que alcanzó fama y reconocimiento.
[17] Aristófanes fue un comediógrafo griego que nació en Atenas sobre el 444 a.C, y falleció en la misma ciudad el 385 a.C. Vivió durante la Guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su
consecuente derrota a manos de Esparta. Sin embargo, también fue
contemporáneo del resurgimiento de la hegemonía a comienzos del siglo IV a.C. Leyendo a Aristófanes es
posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas políticas,
filosóficas, económicas y literarias en la Atenas de aquella época. Su postura conservadora le llevó a defender
la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante
cualquier nueva doctrina filosófica.
Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia “Las nubes” lo presenta como un demagogo dedicado
a inculcar todo tipo de tonterías en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se
caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico.
Presentó su primera comedia a un certamen siendo tan joven que no la
pudo hacer con su nombre por no estar permitido. Fue llamada, “Los
Convidados”, hoy desaparecida. Se conservan once obras suyas, desarrolladas
con una estructura definida (similar a la de la tragedia) en la que alternan el
diálogo y el canto.
[18] Menandro nació en Atenas, alrededor del 342 a.C., y falleció en la misma
ciudad alrededor del 292 a.C.,
comediógrafo griego, fue el máximo exponente de la llamada Comedia nueva. Discípulo del filósofo Teofrasto, sucesor de Aristóteles en la Academia y autor del tratado “Los
caracteres”, que probablemente influyó en su obra dramática. Escribió ciento cinco piezas, de las cuales
una ha llegado a nuestros tiempos completa, “Díscolos”, y seis
casi enteras, “Arbitraje”, “Detestado”, “Escudo”,
“Rapada”, “Samia” y “Sicionio”, así
como escenas sueltas de dieciocho. Del
resto sólo quedan fragmentos. Sus
comedias fueron premiadas ocho veces Su
teatro se caracteriza, por la ambientación urbana, el tratamiento de temas
cotidianos, el abandono de asuntos heroicos y la desaparición del coro en escena, a la vez que la vivacidad de los diálogos. Era
muy hábil en la caracterización de los personajes, que son en su mayoría tipos
populares, y muchos de ellos pasaron a ser arquetipos de vicios (el parásito,
el avaro, el misántropo); dominó la trama y su verosimilitud, que cuidó
especialmente a causa de su formación aristotélica. Los argumentos ya no proceden del mito sino de la vida real: amoríos, conflictos
generacionales entre padres e hijos, niños expuestos, muchachas violadas y un
final feliz con una o varias bodas.
Escéptico en lo religioso, posee una concepción optimista de la
naturaleza humana “(¡Qué cosa tan
agradable el hombre, cuando es hombre!”), por su fe en la solidaridad
con el semejante ("soy hombre y
nada de lo humano me es ajeno") y su creencia de que la virtud, por
encima de las diferencias de raza o de estamento social, es patrimonio común
del género humano. Puede tenerse por el
más cabal formulador de los ideales del Humanismo.
[19] Tito
Marcio Plauto, nació en Sársina, Umbría, en el 254 a.C. (aproximadamente), y falleció en Roma, en el 184
a.C. Fue soldado y comerciante. Se arruinó y tuvo que empujar la piedra de
un molino al tiempo que empezaba a escribir comedias palliatas adaptadas del griego.
Gracias a su enorme éxito logró dejar de ser molinero para consagrarse a
este nuevo oficio y murió prácticamente rico con más de setenta años, envuelto
en gran popularidad. Si bien se le
atribuyeron hasta 130 obras, ya Varrón en el siglo I redujo críticamente su número a las 21 que se tienen por
auténticas. Se han conservado por
entero veinte de éstas. Plauto se inspiró en los
autores de la Comedia
nueva griega, principalmente Menandro. En algunas ocasiones mezcló
dos obras en una sola, lo cual era conocido como "contaminatio". La complicación de las tramas a causa de
este procedimiento obligó a Plauto no pocas veces a poner un pequeño prólogo declamado por un actor, cuya función era explicar los argumentos
demasiado complejos para que el público no se desorientara. La mezcla de dos acciones en una sola obra
hizo de él el primer creador de la técnica del "imbroglio" o enredo, que tanto juego ofrecerá en la comedia. No se limitó a traducir, sino
que adaptó los originales al gusto romano e introdujo canciones y danza. Es un penetrante psicólogo en obras que
anuncian ya la comedia
de carácter o comedia de figurón. Aunque sus personajes son los
mismos que en las comedias griegas, sus obras son menos refinadas pero más
cómicas que aquellas.
[20] Publio
Terencio Afer (el Africano), fue un autor de
comedias durante la República Romana. Desconocemos la fecha exacta de su
nacimiento, pero según Suetonio, murió en el 169 a.C. a la edad de treinta y cinco años. Se supone, por apodo Afer ("el
africano"), que nació en Cartago. Sus comedias se estrenaron
entre 170 y 160 a.C. A lo largo de su
vida escribió seis obras, las cuales todas se han conservado. Terencio, de origen beréber, nació como esclavo romano (tomó su nombre del
senador Terencio Lucano, en cuya casa sirvió como esclavo), pero fue manumitido dadas sus
extraordinarias cualidades. Como Plauto, adaptó obras griegas de la última época de la Comedia Ática. Al igual que aquel, fue más que un
traductor, como han confirmado los descubrimientos modernos de antiguas obras
griegas. Sin embargo, las obras de Terencio utilizan
un entorno griego más convincente en lugar de romanizar la situación.
[21] Lucio Anneo Séneca, también conocido como “el joven”, nació en Córdoba,
en la provincia romana de la Bética (actualmente Córdoba, en España), en el 4 a.C., y falleció en el 65
DC.
Fue un filósofo romano conocido por sus obras de carácter moralista. Su
estilo brillante de orador y escritor se había asentado cuando llegó al poder
el emperador Cayo
César Germánico, Calígula. La megalomanía del emperador no permitió que la fama
de Séneca le hiciera sombra.
Se le exilia a Córcega acusado de adulterio con Julia Livilla, hermana de Cayo, y allí pasa nueve años, cuando por influencia de Agripina se le llama a Roma y se le nombra pretor. Se le asigna también, el tutorado del joven Nerón, y cuando éste sube al poder, lo nombra consejero
político y ministro. Durante ocho años hubo buen gobierno en el imperio. Pero, cuando otras personas que alimentaban
los crímenes de Nerón comenzaron a tener influencia sobre él, la posición de Séneca se convirtió en intolerable. Pidió entonces al emperador retirarse de la corte y
le donó toda su inmensa fortuna. Años
más tarde se le acusa de estar implicado en una conjura y es condenado a
suicidarse cortándose las venas e ingiriendo cicuta para acelerar su muerte. Además de obras filosóficas, diez tragedias
suyas han llegado hasta nosotros; aunque una es dudosa y otra ciertamente apócrifa.
[22] Nicolás Maquiavelo (Niccolo
di Bernardo dei Machiavelli), nació en el pequeño pueblo de San Casciano in
Val di Pesa a unos quince kilómetros de Florencia, el 3 de mayo del 1469, y falleció en Florencia, el 21 de junio de 1527. Fue un
político, diplomático, filósofo, historiador, poeta y autor teatral
italiano. Es considerado como el
fundador de la filosofía política moderna y uno de sus principales
exponentes. Su obra más popularizada, “El
Príncipe”, fue objeto de vivas controversias y
continúa siendo discutida. El nombre
propio Maquiavelo ha dado origen al
término “maquiavelismo”, como sinónimo de intriga, lo cual no es
más que una injusticia porque si bien el autor describe las perversidades de
los gobernantes, en ningún momento las justifica, si no que las crítica: “Todo Príncipe
debe tener virtud y fortuna para subir al poder, virtud al tomar buenas
decisiones y fortuna al tratar de conquistar un territorio… Aquel…
que obtenga el poder mediante el crimen y el maltrato, siendo este vil y
déspota; debe entender que una vez subido al poder tiene que cambiar esa
actitud hacia con el pueblo. dándole
libertad… para ganarse el favor del mismo, ya que al fin y al cabo estos serán
los que decidan su futuro”. Además de sus trabajos políticos escribió
sobre el lenguaje, la historia, una novela y tres obras teatrales: “Andrea”,
comedia, “Lisia”, comedia en
prosa y “La Mandrágora”,
comedia en prosa de cinco actos, con prólogo en verso.
[23] Félix Lope de Vega y Carpio, nació en Madrid, el 25 de noviembre del 1562, y falleció en la misma ciudad, el 27 de agosto del
1635. Uno
de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno de los más prolíficos autores de la
literatura universal. El llamado por Miguel de Cervantes Fénix de los ingenios y
Monstruo de la Naturaleza, renovó las fórmulas del teatro español en un
momento en que el teatro comenzaba a ser un fenómeno cultural y de masas. Máximo exponente, junto a Tirso de Molina
y Calderón de la Barca, del teatro barroco español, sus obras siguen representándose en la
actualidad y constituyen una de los más altos niveles alcanzadas en la
literatura y las artes españolas. Fue
también uno de los grandes líricos de la lengua castellana y autor de unas cuantas novelas. Se le atribuyen unos 3.000 sonetos, 3 novelas, 4 novelas cortas, 9 epopeyas, 3 poemas didácticos, y varios centenares de comedias (se ha dicho que 1.800)
[24] Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y
Riaño, nació en Madrid, el 17 de enero del 1600, y falleció en la misma ciudad. el 25 de mayo del 1681. Un
importante poeta y dramaturgo español. Su
obra teatral significa la culminación barroca del modelo teatral creado a
finales del siglo XVI y comienzos del XVII por Lope de Vega. Según
el recuento que él mismo hizo el año de su muerte, su producción dramática
consta de ciento diez comedias y ochenta autos sacramentales, loas, entremeses
y otras obras menores. Aunque es menos
fecundo que su modelo Lope de Vega, resulta técnicamente mejor que aquel en el
teatro y de hecho lleva a su perfección su fórmula dramática, reduciendo el
número de escenas de esta, depurándola de elementos líricos y poco funcionales,
y convirtiéndola en un pleno espectáculo barroco.
[25] Christopher
Marlowe, nacido en Canterbury en
fecha desconocida y bautizado el 26 de febrero del 1564, falleció,
asesinado, el 30 de mayo del 1593. Dramaturgo, poeta y traductor inglés del Período isabelino.
Tras sus estudios universitarios se dedicó fundamentalmente a la dramaturgia, ofreciendo en apenas siete obras su aportación
fundamental al teatro inglés, el cual resultó transformado gracias a él,
produciéndole un cambio fundamental que Shakespeare se ocuparía de explotar y llevar hasta cumbres
no visitadas. No se ha sabido la razón
de su muerte, alrededor de la cual se han especulado asuntos varios, desde que
fue asuntos entre espías, pasando por la envidia y hasta por problemas de
bebida o mujeres. Lo que sí es seguro
es que Marlowe había sabido labrarse multitud de enemistades, que le hacían graves
acusaciones de ateísmo, sodomía, bisexualidad y hasta pederastia.
[26] William
Shakespeare, nació en Stratford-upon-Avon, en abril de
1564, y falleció el 23 de abril de 1616[] del calendario juliano, 3 de mayo
de 1616 del calendario gregoriano en el lugar
de su nacimiento. Dramaturgo, poeta y actor inglés. Conocido en ocasiones como el Bardo de Avon. Es
considerado el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la
literatura universal. Muchos lo
consideran el mayor dramaturgo de todos los tiempos. Sus piezas se representan
más veces y en mayor número de naciones que las de cualquier otro
escritor. Han sido traducidas a más de
setenta idiomas. Con el paso del
tiempo, se ha especulado mucho sobre su vida, cuestionando su sexualidad, su
afiliación religiosa, e incluso, la autoría de sus
obras. Existen muy
pocos hechos documentados en su vida.
Lo que sí se puede afirmar es que a la edad de 18 años se casó con Anne Hathaway, con quien
tuvo tres hijos, un varón que murió joven y dos hembras que le
sobrevivieron. Además
de sus famosísimos sonetos, han quedado 34 obras teatrales: 17 comedias, 10
tragedias y obras históricas.
[27] El término enciclopedista es
normalmente usado para nombrar a un grupo de intelectuales, científicos,
artesanos y filósofos franceses que
colaboraron en el siglo XVIII en la producción de la Encyclopédie, bajo la dirección de Denis Diderot. Las ideas políticas de Jean-Jacques
Rousseau, el más destacado de todos ellos, influyeron en gran medida en la Revolución Francesa, el
desarrollo de las teorías Liberales, y el crecimiento del nacionalismo.
[28] La Revolución
francesa fue un proceso social y político que se desarrolló en Francia entre 1789 y 1799 cuyas principales consecuencias fueron la abolición de
la monarquía absoluta y la
proclamación de la República, eliminando las bases económicas y sociales del Antiguo Régimen. Si bien la organización política de Francia
osciló entre república, imperio y monarquía
durante 75 años después de que la Primera República cayera tras
el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, lo cierto
es que la revolución marcó el final definitivo del absolutismo y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas populares, se
convirtieron en la fuerza política dominante en el país.
[29] Por Siglo de Oro se entiende
la época clásica o de apogeo de la cultura española,
esencialmente el Renacimiento del siglo XVI y el Barroco del siglo
XVII. Ciñéndose a fechas concretas de acontecimientos claves, dicho período
abarcaría desde la publicación de la “Gramática castellana” de Antonio de Nebrija (1492) hasta
la muerte de Calderón (1681). El punto más alto de este apogeo se
encuentra en la obra de Miguel de Cervantes.
[30] Gotthold Ephraim Lessing, nació en Kamenz, actual
Alemania, el 22 de enero del 1729, y falleció
en Brunswick, el 15 de febrero del 1781. Escritor y dramaturgo alemán fue un poeta, pensador y crítico literario interesado
en muchos temas. Su teatro va
alejándose de la tragedia francesa para integrar la influencia de Shakespeare y los clásicos griegos, sobre todo a partir de “Miss Sara Sampson”, primer drama realista burgués. Sus ideas sobre estética quedaron reflejadas
en su “Laocoonte”, centrada en los vínculos entre la poesía y la
pintura, y en sus trabajos de crítica teatral, recogidos en “La dramaturgia de Hamburgo”. Afirmó su fe en el perfeccionamiento moral
indefinido de la humanidad. Supo
introducir el racionalismo ilustrado en Alemania, dándole un sentido autóctono
que evitara la imitación de los modelos franceses.
[31] Jean-François Marmontel,
nació en Bort-les-Orgues, Corrèzeel el 11
de Julio del 1723, y
falleció el 31 de
Diciembre en Abloville. Historiador y escritor francés, miembro del Movimiento
Enciclopedista. Creó tragedias
y óperas, con éxito limitado, y escribió
varios artículos para la “Enciclopedia”, mostrando considerable
poder crítico y amplia visión. Además se
dio a conocer como teórico y escritor literario. Fue nombrado miembro de la Académie française, en
la cual fue Secretario, y también alcanzó la posición de Historiador de
Francia.
[32] La Baronesa Anne Louise Germaine Necker de
Staël-Holstein, nacida en París hija de suizos, el 22 de Abril del 1766, y
fallecida en la misma ciudad el 14 de Julio del 1817. Comúnmente conocida como Madame de
Staël. Influyó en los gustos
literarios de Europa entre finales del XVIII y principios del XIX. Al estallar la revolución de 1789, convirtió
su salón de la "rue du Bac" en uno de los principales centros
literarios y políticos de la capital. Escribió
novelas, ensayos y trabajos históricos y críticos.
[33] Originalmente Thomas
Warton, Terence Francis Eagleton
(Terry), nació en Salford, Greater
Manchester, el 22 de Febrero del 1943. Es el crítico británico vivo más
influyente. Fue profesor de Literatura
Inglesa en la Universidad de Oxford, y actualmente es profesor de la misma
matera en la Universidad de Manchester.
Es el autor de más de cuarenta libros, incluyendo “Literary Theory: An Introduction”. “The Ideology of the Aesthetic”, y “The
Illusions of Postmodernism”.
[34] William Blake, nació en Londres, el 28 de noviembre del 1757, y falleció en la misma
ciudad el 12 de Agosto del 1827.
Pintor, grabador y poeta británico.
Toda su obra es sumamente fantasiosa y extraña en la forma, y está
repleta de imágenes y simbolismos difíciles de interpretar. Existe una estrecha relación entre su creación plástica y
su creación literaria, a través de la cual expresó sus complejos pensamientos
filosóficos, basados en la idea de que el mundo sensible no es más que una
envoltura engañosa de la realidad espiritual.
[35] Percy Bysshe Shelley, nació en Horsham, Sussex, Inglaterra, el 4 de agosto del 1792, y falleció
el 8 de julio del 1822. Poeta romántico, muy conocido por su asociación con otros
escritores contemporáneos como John Keats y Lord Byron, así como por haber muerto, como estos últimos a
una edad temprana. Casado con la autora de la novela de “Frankenstein”, Mary Shelley. Poco
antes de cumplir los 30 años, pereció ahogado en una repentina tormenta
mientras navegaba en su velero cerca de Italia. Su
cuerpo fue recuperado y más tarde incinerado en una playa cerca de Viareggio. Su
corazón fue extraído antes de la cremación y guardado por Mary, pero sus cenizas reposan en el cementerio protestante de
Roma. La influencia de Shelley fue muy superior en los años
posteriores a su muerte que en vida.
[36] Roman
Osipovich Jakobson, nacido en Moscú, el 11 de octubre del
1896 y fallecido el 18 de julio del 1982.
Lingüista y crítico literario ruso, asociado con la Escuela Formalista. Llegó a
ser uno de los más prominentes lingüistas del siglo XX, al iniciar el
desarrollo del análisis estructural de la poesía y el arte
[37] Aristóteles, nació no lejos del actual monte Athos, en la Calcídica, Estagira, Macedonia, el 384 a.C., y falleció en Calcis Eubea, Grecia, el 322 a.C. Apodado El
Estagirita. Es uno de los más grandes filósofos de la
antigüedad y acaso de la historia de la filosofía occidental. Fue precursor de la anatomía y la biología y un creador de la taxonomía. Dentro
de su impresionante catálogo de obras hay cuatro dedicadas a los asuntos
literarios: “Ars Poetica” (“Arte poética”), “Ars Rhetorica” (“El arte retórica”), “Rhetorica” o “De Gryllus”, y “Rhetorica ad Alexandrum” (“Retórica para Alejandro”).
[38] Claude Mauriac, nació el 25 de Abril
del 1914, y falleció el 22 de Marzo del 1996.
Autor y periodista francés, hijo mayor de François Mauriac. Fue el
secretario personal de Charles de Gaulle desde el 1944 al 1949. Es el autor de varias novelas y ensayos. Escribió un estudio sobre Marcel Proust,
cuya sobrina nieta era su esposa
[39] Paul Marie
Verlaine, poeta nacido en Metz, Francia,
el 30 de marzo del 1844, y fallecido en París, el 8 de enero del 1896. En sus últimos años fue elegido “Príncipe
de los Poetas”, y se le otorgó una pensión. Prematuramente envejecido,
muere a los 52 años. Al día siguiente
de su entierro, varios paseantes cuentan que la estatua de la Poesía, ubicada
en la plaza de la Ópera, perdió un brazo, que se rompió junto con la lira que
sujetaba, en el momento en que el coche fúnebre que lo llevaba pasaba por
allí. La influencia de Verlaine fue
grande entre sus coetáneos, y no hizo más que crecer tras su fallecimiento,
tanto en Francia como en el resto del mundo.
El modernismo no puede entenderse sin su figura. Algunos grandes poetas del ámbito hispánico
sin duda habrían recorrido otros caminos de no haberse expuesto al influjo del
poeta francés, y con ellos, probablemente, la historia de la literatura.
[40] Roland Barthes, nació en Cherburgo, el 12 de
noviembre del 1915, y falleció en París luego de ser atropellado en la calle de las "Écoles",
frente a la Sorbona., el 25 de marzo del 1980. Es parte de
la escuela estructuralista, influenciado por el lingüista Ferdinand
de Saussure, por Émile
Benveniste, Jakobson y Claude
Lévi-Strauss. Crítico de los conceptos positivistas en
literatura que circulaban por los centros educativos franceses en los años
50. Una parte de su obra inicial, si
bien heterogénea y a menudo abstracta, puede ser accesible con una lectura
metódica y concentrada; los conceptos propuestos para el análisis semiológico,
en un primer momento provenientes de lingüistas como los ya citados y Hjelmslev y otros van derivando a una
especificidad mayor que permite avanzar por el entonces poco transitado camino
de la Semiótica, que desarrolla en su libro “Elementos de Semiología”. Su producción literaria
experimentó diversas evoluciones: desde unos orígenes sartrianos y brechtianos matizados, desarrolló después una
investigación propiamente semiológica, con un interés especial por la lingüística. Fue su
primer ensayo, “Le degré zéro de l'écriture”, le siguieron un original “Michelet”, y sus “Mythologies”, que le
dieron merecida fama por su agudeza sociológica. Luego publicó un polémico “Sur Racine”
y una recopilación excelente de “Essais critiques”. Su breve
trabajo “Critique et
vérité” sirvió para defender
a la nueva crítica. Más tarde publicó
dos libros más técnicos, “Système de la mode” y “S/Z”, una lectura de Balzac. Sigue un análisis extenso de una historia
breve, el “Sarrasine “de Honoré de
Balzac, donde pretende
identificar otras fuentes de significado y de relevancia. De este proyecto concluye que un texto ideal
debiera ser reversible; es decir, abierto a una gran variedad de
interpretaciones diferentes. Buscó cada
vez la convergencia entre ensayo riguroso y su el deseo de ser escritor: a “Sade,
Fourier, Loyola”, texto más
defensor de cierta neutralidad narrativa, le siguen obras como “L'Empire des signes”, resultado de un viaje a Japón, “Nouveaux essais critiques” y su célebre y sucinto “Le plaisir du texte”, Dio un giro mayor con “Roland Barthes par lui même”, rara autobiografía en forma de aforismos, anécdotas,
pequeñas teorizaciones. Tras su muerte,
en los ochenta se publicaron una serie de libros de ensayos sueltos, agrupados
temáticamente, que ponían de manifiesto la variedad y la alta calidad de su
ensayística: “El
grano de la voz”, entrevistas;” Lo
obvio y lo obtuso”, “La aventura semiológica” y “El susurro del lenguaje”; además apareció “Incidentes”, con escritos muy personales.
En 1993 empezaron a publicarse sus “Euvres complètes”, con gran número de trabajos dispersos y algún
inédito. Pero había más legado de su
obra. Aparecerían además los primeros tomos de sus seminarios:” Comment
vivre ensemble”, “Le neutre” y “La préparation du roman”. Algo más tarde se publicó otro más: “Le discours amoureux.
Séminaire”. En 2009 se han recuperado otros dos libros
inéditos, extraídos de sus notas: “Journal de deuil” y “Carnets de voyage en Chine”.
[41] María
Moliner, nacida en Paniza, Zaragoza, España, el 30 de marzo del 1900, y fallecida
en Madrid, el 22 de enero del 1981. Fue una bibliotecónoma y lexicógrafa española. Su candidatura a la Real Academia Española en 1972 fue
rechazada. De haber ingresado, hubiera sido la primera mujer académica. Autora del prestigioso “Diccionario de uso
del español”, una de las principales obras de la
lexicografía española. La primera
edición de esta obra fue publicada en 1966-67 por la editorial Gredos. La autora no pudo continuar trabajando en
dicha obra al padecer la irreversible enfermedad de alzhéimer. Sin embargo se publicó una segunda edición
en 1998 que consta de dos volúmenes y un CD-ROM, así como
una edición abreviada en un tomo. En
Septiembre de 2007 se revisa y actualiza de nuevo, dando lugar a la tercera
edición, en dos tomos.
[42] Guido Gómez
de Silva, nacido en Padua, Italia,
1925. Es maestro en Lengua y Literatura
Españolas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y
maestro en Ciencias de la Columbia University, Nueva York. Ha sido profesor de lengua y literatura en Iowa,
y de lingüística en las Middlebury Language Schools de Vermont
(ambas en Estados Unidos). En el
Colegio de México dirigió el seminario de Lingüística de las clases del
profesor Swadesh, dio conferencias sobre fonética, y dictó la cátedra de
Psicolingüística. Fue elegido miembro
de número de la Academia Mexicana de la Lengua en 1991. El Fondo de Cultura Económica ha
publicado su obra “Breve diccionario etimológico de la lengua española”,
“Diccionario internacional de literatura y gramática” y otras
importantes obras.
[43] La falta del estudio de la comedia sería el origen de la formidable
novela “El Nombre de la Rosa”, de Humberto
Eco, nacido
en Alessandria, Piamonte; el 5 de enero del 1932.
Escritor y filósofo italiano. Distinguido crítico
literario, semiólogo y comunicólogo, empezó a publicar sus obras
narrativas en edad madura (aunque en conferencias recientes cuenta de sus
experimentos juveniles, los que incluyen la edición artesanal de un cómic en la
adolescencia). Hasta el momento ha
publicado cinco novelas. Según declaró
después de la última, no volverá a publicar más novelas
[44] Platón,
nació alrededor del 427 a.C.,
y falleció en el 347 a.C. Fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles. Escribió
principalmente en forma de diálogo. En sus
primeras obras, diferentes personajes discuten un tema haciéndose
preguntas. Sócrates figura
como personaje prominente, y por eso se denominan "Diálogos
Socráticos". La
naturaleza de estos diálogos cambió sustancialmente en el curso de su
vida. Es reconocido generalmente que
sus primeras obras están basadas en el pensamiento de Sócrates, mientras que
las posteriores se van alejando de las ideas de su antiguo maestro. En los últimos diálogos, que más bien tienen
la forma de tratados, Sócrates está callado o ausente. Se estima que si bien los primeros diálogos
están basados en conversaciones reales con el maestro, los posteriores son ya
la obra e ideas suyas. Su influencia
como autor y sistematizador ha sido incalculable en toda la historia
de la filosofía, de la que se ha
dicho con frecuencia que alcanzó identidad como disciplina gracias a sus
trabajos.
[45] Johann Wolfgang von Goethe, nacido en Francfort
del Meno, el 28 de agosto del 1749, y fallecido
el 22 de marzo del 1832. Novelista,
dramaturgo, poeta, científico, geólogo, botánico, anatomista, físico,
historiador de ciencias, pintor, arquitecto, diseñador, economista, filósofo
humanista y, durante diez años, funcionario del estado de Weimar. Constituye el pico del romanticismo
alemán. Representa perfectamente el
puente entre dos tradiciones, el neoclásico y el romántico; el feudalismo y la burguesía. Integra junto con Klinger, Bürger
y Lenz la generación del “Sturm und Drang”. En este período de “esfuerzo y asalto”,
llega a ser la figura principal y descollante.
Su manifiesto proclama los derechos de la inspiración, del entusiasmo y
de la libertad en el arte y en el terreno político. Su obra “Fausto”, es una
versión más del mito nacido de un personaje histórico que vivió alrededor del 1480 en la ciudad de Knittlingen, situada en el actual estado alemán de Baden-Württemberg. Su nombre pudo ser Georgius Faustus. Se dice que murió en 1540. Martín Lutero, el fundador de la Reforma Protestante, le atribuyó
poderes diabólicos. La obra de Goethe
es probablemente la más influyente de toda la tradición fáustica, así como una
de las obras cumbres de la literatura alemana.
Trabajó en ellas durante muchísimos años, hasta su muerte.
[46] Jean
Tardieu, nació
en Saint-Germain-de-Joux, en el 1903, y falleció en Créteil, en el 1995.
Poeta y dramaturgo francés. Su
obra poética aborda cuestiones filosóficas en un tono no exento de ironía. Como autor teatral, sus obras dramáticas se
caracterizan por la brevedad y los juegos del lenguaje, aproximándose en
ocasiones al teatro del absurdo de Ionesco y Beckett.
Alcanzó el Gran Premio de la Poesía de la Academia Francesa en
1972 y el Gran Premio Nacional de las Letras en 1993.
[47] La
Celestina es
el nombre con el que se conoce desde el siglo XVI a
la obra titulada primero Comedia de
Calisto y Melibea y
después “Tragicomedia de Calisto y
Melibea”, atribuida casi en su totalidad al bachiller Fernando de Rojas. Es una obra del prerrenacimiento escrita
durante el reinado de los Reyes
Católicos; su primera edición conocida es de 1499,
en Burgos.
Constituye una de las bases sobre las
que se cimentó el nacimiento de la novela y
el teatro realista
modernos y ejerció una influencia poderosa, aunque soterrada, sobre la
literatura española. Existen dos
versiones de la obra: la Comedia (1499,
16 actos) y la "Tragicomedia” (1502,
21 actos). La crítica tradicional ha
debatido profusamente el género literario de La Celestina, dudando si
clasificarla como obra dramática o
como novela.
La crítica actual coincide en señalar su carácter de obra híbrida y su
concepción como diálogo puro
creador de un género nuevo, el género celestinesco, formado por una serie de
continuaciones y obras inspiradas en ella. Sus logros estéticos y artísticos, la
caracterización psicológica de los personajes —especialmente la tercera, Celestina, cuyo antecedente original se
encuentra en Ovidio—, la novedad artística que suponía
respecto al género de la comedia humanística en
la que parece inspirarse, y la falta de antecedentes y de continuadores a su
altura en la literatura occidental, han hecho de La Celestina una de las obras cumbre de la literatura española y
universal.
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