(Discurso en la presentación del primer poemario de
Jennet Tineo)
Conocí a Jennet Tineo hace pocos años y como la mayoría de
estas nuevas relaciones de amistad, nació gracias a ese fenómeno social que la
Internet nos ha regalado: Facebook.
Luego, en una Feria Internacional del Libro, en un encuentro
fortuito nos conocimos personalmente. Con ella y un grupo de noveles amantes de
la poesía iniciamos un periplo experimental alrededor de este arte; pero esta
bella joven, de piel morena, cuerpo escultural, radiante cabellera y caminar
ondulante, agregó otros interesantísimos atributos que me provocaron especial
atención: La calidad literaria que exhibía a su corta edad, su marcado interés
por un género poco apetecido por la gente joven de estos tiempos, la demostrada
lectura que reflejaba en sus escritos y un especial pseudónimo en el que se
resguardaba: Naranjita Verde.
Desde ese momento hasta ahora, los encuentros (tanto
virtuales como presenciales) se multiplicaron. Comencé a disfrutar de su
inconmensurable calidad humana, su solidaridad, su lealtad y su indiscutible
don de gentes. Me adentré mucho más en su producción literaria y empecé a
descubrir en ella esa vena que sólo brota en la piel de los predestinados a la
gloria.
Participamos juntos en todas las actividades poéticas que se
realizaban en diferentes ambientes comprometidos con el arte, la incluía en
todos los talleres de formación estilística que impartía, en las reuniones con
otros colegas y por supuesto en los recitales que yo organizaba, ya que como
decía el primer presidente norteamericano George Washington: “La verdadera
amistad es planta de lento crecimiento que debe sufrir y vencer los embates del
infortunio antes de que sus frutos lleguen a completa madurez.”
Naranjita Verde estaba trillando su destino orientado a la
conquista de un espacio entre los grandes de la literatura dominicana y su
presencia en eventos de este tipo se incrementaba con celeridad, incursionando
en grupos y círculos literarios que le abrían sus puertas con beneplácito, al
paso de su depurada impronta y en los que compartía escenario, codo a codo, con
consagrados letristas de nuestro entorno.
Jennet elige temas para sus poemas que transcurren desde
amatorios, lúdicos, eróticos, epistolares y sociales, cuyos contenidos dejan
satisfechos a los más exigentes lectores, tanto por la musical cadencia de su
redacción como por el manejo elegante del lenguaje mismo y por la multiplicidad
de necesarias y armónicas imágenes que cultiva en sus textos, al mismo tiempo
pletórica de hermosísimas figuras de retórica como podemos apreciar en muchos
de sus versos de corte surrealista que nos mueven a la reflexión mientras
nadamos entre notas de profunda filosofía:
“Que la vida
pase a través de ti, no pongas
una piedra en tu cabeza para retenerla,
la arena no puede retenerse en los puños apretados.”
Así mismo cuando nos salpican sus melódicos sueños cantados
en versos estremecedores que fluyen desde su alma conmovida, perturbada aún y
extasiada con el asombro de su descubrimiento:
“Es sólo un instante donde el silencio es el único que hace
ruido sobre los hombros”
Y otros que enmarcados en sutiles efluvios eróticos nos
erizan la piel y nos cubren de pasión mientras cabalgan con luz propia hacia la
trascendencia:
“Tengo las prisas de las olas
corriendo entre las piernas
y un sonámbulo sol sobre las sienes.”
Jennet Tineo incursiona con éxito en otros campos del
quehacer textual, agregando a su trayectoria una gama de ensayos de
grandilocuencia pulcra, que develan una exhaustiva y rigurosa investigación en
cada propuesta, sin dejar de engalanarlos con una redacción revestida de fina
poesía, ingrediente poco usual en este género de la Literatura; además de
soportarlos en planteamientos de hipótesis que de manera magistral desarrolla
entre argumentos y demostraciones sólidas, típicas en los maestros de este
difícil renglón del que han hecho gala nombres de primer orden en nuestro país
como Pedro Henríquez Ureña, José Alcántara Almánzar, Mariano Lebrón Saviñón,
Franklin Gutiérrez y Bruno Rosario Candelier. Los ensayos de Jennet son dignos
de estudio y como bien apuntaba Borges “El tiempo es el mejor antologista, o el
único, tal vez” y ya es el tiempo de estudiar e incluir en cualquier antología
que se respete los ensayos de Jennet, como por ejemplo:
“El cuerpo poético: Una catedral gótica bajo el mar. (El
olor de la palabra rota de Doris Melo)”
“La realidad y el sueño en Sonia Cabrilis de Félix
Villalona.”
Los mundos interiores que crecen “En el ameno huerto
deseado”… (Dedicado al Dr. Bruno Rosario
Candelier y al Movimiento Interiorista
del cual es maestro y guía).
El misterio del alma humana en “Ontología de la Palabra”…
(Basado en esa obra de la poeta de la diáspora Karina Rieke).
“De tiempos y compases: Estación de poesía”… (Análisis
crítico de mi trayectoria en la poesía).
Naranjita Verde, quien desde sus inicios fuera un delicado
recipiente de cristalina poesía, ha madurado lo suficiente como demuestra este
primer parto poético al que ella bautiza como LA MUJER ESPIRAL, para
establecerse con dignidad y decoro en la preferencia de los lectores que
degustamos su mágico despliegue escritural y ubicarse en un sitial privilegiado
de la literatura dominicana, que la convertirá a partir de hoy en Jennet Tineo:
una real promesa del texto bello cuyo tránsito vislumbra como meta el parnaso
poético nacional.
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