Miranda es algo más... por Martha Rivera-Garrido



1.
Ponemos los pies, tal vez, una sola vez sobre la tierra: la primera. Ya jamás podremos desprendernos de ese acontecer que nos proclama en la gravedad de lo inconmensurablemente pequeños que somos en tanto caminantes, nómadas errantes de un lugar a otro en nuestras vidas y en las vidas ajenas. Viandantes, peregrinos del espacio-planeta en el que una mirada sideral, que es la nuestra, alumbra el sol mismo y pone filo a las piedras.



Sólo se vive cuando se está viviendo. Sólo se vive respirando, con ese pulmón de nube que reclamamos desde la realidad a todos nuestros sueños.




2.
Hoy hicimos a pie la ruta del agua de Loma Miranda, casi todo el tiempo (allí donde no transcurre el tiempo) en silencio, colgada el alma de las lianas por donde una idea u otra iba creciendo con fuerza de presagio; abrumados por la música de los pájaros y el pulso de más de un verde corazón, a la sombra húmeda de ancestrales bromelias, al compás de los sapos diminutos y de los lagartos efímeros. Vimos la tierra que somos antes de que nos entierren en nuestro esqueleto vegetal y el agua que es sangre en la piel de esa tierra por ella renovada. El agua que somos y el agua que seremos en una letanía que hace tiempo pudimos aprender: Agua eres y en agua te convertirás. Agua después del polvo, y nada más.





 3.
Llegamos desde la ciudad, palpitante en su viernes, a Algarrobo, la pequeña comunidad que descansa en la falda de la loma y que discurre en su incertidumbre a orillas del río Jaguey. “Toda la comunidad vive del río” nos explica la Arq. Escarlin Gutiérrez, Presidenta de las Comunidades Unidas por el Agua y la Vida. Una mujer aguerrida que lo ha abandonado todo para entregarse a esa lucha en la que cada dominicana, cada dominicano, debería al igual que ella jugar su papel. Nos sorprende lo deprimido de la zona. Una depresión que no es solamente económica sino que se respira junto al aire puro y transparente del lugar. La tensión de la lucha, de la amenaza de la corporación que ahora se pretende dueña de una loma que es hogar y es sustento, se siente en cada respiración. Cada uno de ellos, como más tarde me confirmaría una comunitaria, está consciente de que se está jugando la vida en esta resistencia. “Mire usted, mire toda esta agua. Mire qué belleza. Usted no cree que vale la pena morirse por esto?”. Ella lo pregunta y a mí se me hace un nudo en el pecho. No hay palabras para pagarles a estos combatientes lo que están haciendo por todos nosotros y por el futuro.



Cruzando seis veces el Jaguey a pie, vamos subiendo hasta Llovedera, agarrándonos a veces de las raíces que nos defienden del resbalón en las piedras. Un silencio hecho de agua va creciendo hasta llegar a la altura donde descenderemos de nuevo para encontrarnos en medio de las pozas transparentes, de las vetas que como poros multiplicados van sudando el líquido esencial, que se escapa por todas las paredes de tierra, por la piel de la tierra. Todo es agua en Loma Miranda. Todo! Arriba, abajo, al norte y al sur. Hay un temblor de agua precipitándose al infinito, en las pequeñas cascadas, en la piscina de agua transparente donde diminutos peces de agua dulce hacen su tránsito entre los pedruscos del río que cambian de color al ritmo de la luz.






Me sumerjo entonces en uno de esos corazones de agua con la ropa puesta y todo empieza simultáneamente a tener y a perder sentido. Hay una rabia callada que está llenándome de tristeza, una impotencia tan fría como líquida, un temor frente a la virginidad y a la belleza estremecida en su silencio sideral. Hace cinco minutos vimos al viejo alcalde avanzar por la orilla en su mulo, hace dos horas perdí mi nombre y mi apellido, hace un segundo sudaba por todas partes y ahora no tengo nada qué decir.




Casi nadie llega a Llovedera. Los bañistas se recrean en el balneario Acapulco que está abajo. Creo que desde que era niña no había visto un afluente correr a profundidad de transparencia, no había visto tanta agua besando las rocas imponentes, milenarias, enormes. En las riberas del Jaguey, en cada orilla, el agua se desborda desde las mismas entrañas de la tierra, filtrándose como pequeños vasos capilares abiertos hacia el cauce.

Mientras Xtrata Niquel y Falcondo, junto a todos los emporios a quienes la irresponsabilidad de nuestros gobiernos ha concesionado nuestro futuro por prebendas más que inmediatas, llevan a los diputados a los llanos de “su propiedad”, donde no está Miranda allí en Miranda, yo estoy aquí en Llovedera. Aquí donde nadie viene a ver lo que de verdad es Miranda. Aquí donde puedo ser lluvia, pena, campana, pez, pan y algarrobo. Aquí, donde ha de detenerse o seguir siendo la vida. Aquí donde es la patria ahora mismo y con urgencia.

Acompañados todo el tiempo (allí donde no transcurre el tiempo), es imposible no quedarnos solos frente a nosotros mismos en la inmensidad del santuario de la vida y sus misterios. La montaña siempre nos transforma de alguna manera. Eso lo sabía o me lo imaginé.

Vengan a ver a Miranda todos en silencio. Antes de que sea tarde, vengan a ver un pedazo de todo lo que perderemos si no resistimos de pie.

Heráclito de Éfeso trae su espíritu a lo que me piensa en el Jaguey al mediodía de este día en que me marcho: no podremos bañarnos dos veces en el mismo río. No será el río el mismo, yo tampoco, ni usted.

© Texto Martha Rivera-Garrido
© Reportaje gráfico Enrique Alfredo Pou












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