Hamlet Hermann, Hoy, 2 enero 2012
Apenas unos años atrás existía lo que Miguel Mena llama “un mundo
sabatino de librerías”. Resultaba habitual para muchas personas hacer un
recorrido por las librerías y curiosear lo que se hubiera publicado
recientemente. Aquello llegó a ser como un caravaneo cultural a través del cual
encontrábamos amigos viejos y conocíamos nuevos relacionados. El aumento del
conocimiento por los intercambios estaba incluido en el recorrido. Una taza de
café siempre salía a nuestro encuentro, gratis por cierto, preparado de acuerdo
con sus cuatro letras: Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso.
Los que disfrutaban de aquella ronda de fin de semana rotaban dentro
de las librerías y se trasladaban de una a otra, generando peñas literarias
entre autores experimentados y diletantes en busca de conocimiento. Pero no.
Eso ya no existe. ¿Qué significado tiene para un país que las principales
librerías estén camino a la quiebra? ¿A quienes podría responsabilizarse por
permitir que los escritores dominicanos no encuentren apoyo alguno mientras los
gobiernos subsidian sus aberraciones? La cacareada ley del libro poco ha
logrado para incrementar la lectura.
Las librerías se van extinguiendo lentamente como una vela de sebo. Ya
sólo quedan recuerdos de aquellos lugares acogedores que nunca alcanzaron la
categoría de comercio rentable. Todos teníamos crédito sin garantía alguna. Era
cuestión de gritar: “Anótamelo y después nos arreglamos”. Y ese arreglo quizás
nunca veía un peso sino que caía en el remolino en el que libros a crédito se
pagaban con obras del autor o muchas veces las facturas amarillaban por el
tiempo sin que alguien las tomara en cuenta.
Contando mal, en la ciudad intramuros hubo 18 librerías que mostraban
el respetable nivel intelectual de la sociedad dominicana de entonces. Hoy ya
no existe el mundo sabatino de librerías. Los apiñados espacios de Fiume Vicini
(de los Vicini pobres), es cuestión arqueológica como también ocupan esa
categoría la “Librería Herrera”, la “Librería Dominicana” y la “Casa Weber”.
Después de la muerte de Perucho, la “Librería América” sólo enciende
sus luces para que el moho y las polillas no se declaren ocupantes absolutos.
La “Librería Internacional” entreabre sus puertas de vez en cuando y
sobrevive porque otras fuentes de ingresos de sus propietarios la oxigenan.
“Luna”, en la calle José Reyes, ya colocó el letrero de “Se Vende”
como exorcismo ante la quiebra absoluta. Eso llega después de que los falsos
nacionalistas lo extorsionaron por vender un libro de la hija del tirano
Trujillo mientras, desde el gobierno, maquillan a Trujillo y veneran a
Balaguer.
“Mateca” no resistió el empuje de la crisis del libro y se redujo a la
mitad. El segundo piso de su establecimiento dejó de ser librería para
convertirse en sede de otro negocio, quizás, verdaderamente rentable.
A “Thesaurus” poco le falta para regalar los libros de tantas rebajas
que, infructuosamente, hace.
“Avante” sobrevive por la venta de agendas anuales y otras mercancías
que la mantienen en cuidados intensivos.
“La Filantrópica” es un remanso donde los textos jurídicos actúan como
vacuna contra la ruina total. Pero sigue bajo un pronóstico reservado.
“La Trinitaria” sigue recibiendo contertulios, más que clientes
compradores. Heroicamente, se mantiene como la única librería que sólo vende
obras de autores dominicanos. Más que reconocer las virtudes de Virtudes Uribe,
el dominicanismo de pies a cabeza es motivo de castigo por parte de los
implacables recaudadores.
Ante esta crisis de las fuentes del conocimiento habría que investigar
si no es competencia desleal que el Ministerio de Cultura inaugure un moderno
establecimiento comercial para vender la producción intelectual de sus cercanos
relacionados. Esa es una empresa gubernamental que nunca irá a la quiebra
porque no paga impuestos ni energía
eléctrica y sus empleados reciben salarios desde el inagotable erario.
Habría que preguntar entonces: ¿no hubiera sido más justo evitar el
desplome de siete librerías con un subsidio de supervivencia en vez de
contribuir a su desaparición creando una empresa competidora? En definitiva si
el gobierno subsidia el 93.4% de la tarifa real del Metro con varios millones
de dólares cada mes, ¿por qué no dedicar algunas boronas para que podamos leer
un poco y no consolidarnos como los más rezagados del mundo en materia de
educación y de cultura?
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