Sonia, por Luis Carvajal


Sonia murió de muerte no posible,
la enterraron las almas, en sus almas.
Mientras, los muertos de la muerte cierta
pretenden carroñar sobre sus huellas.

Se atrevió a la verdad sin media tinta.
Se tragó cada hiel que le sirvieron.
Sacudió con sus ojos las pocilgas.
Lavó llagas con cal, con lágrimas, con vinagre y limón
cual madre buena.

Vestida de mujer y de esperanza
se atrevió a nombrar los innombrables,
a colgar sus miserias en el viento,
a sacar los granitos de azúcar que en el ojo
endulzan las cegueras, los silencios
y recubren de hormigas los cuadernos

Con un lápiz de luz
Sonia tacho sermones y homilías,
puso duendes y comas en el libro de historia,
dibujo nuestro rostro en el espejo,
hizo un croquis con rieles y raíces;
trazó un río de sangre, de sudores
de melaza, de olvido y de memoria.

No tuvo tiempo para guarecerse
de la lluvia, la rabia y el veneno.

Vestida de mujer y de esperanza,
de su voz, de su amor y de su cielo
Se sembró para siempre en el camino,
se marchó, tan callada como un sueño.

©Luis Carvajal (dic. 2011)


SONIA

Me quedé mucho rato sentada ante el monitor. Sin palabras. Barrida por dentro, como un higüero sin masa o como uno de esos muertos egipcios a los que les sacaban el cerebro a pedazos, por la nariz, para momificarlos.

Busqué un lápiz y una libreta para escribir a mano, con los dedos, con la carne, con la piel, con los huesos, con los nervios, con madera y carbón, sobre la pulpa reseca de árboles muertos, sobre los que una vez brilló el sol y que tuvieran memoria del agua, de la savia y del canto de los pájaros y conocieran el rumor de los insectos, las cosquillas de las hormigas y las traiciones de los mamíferos, tal vez, hasta los sofocos de amantes clandestinos o las angustias de exploradores extraviados.

Quería escribir un gemido y la computadora a mí no me sirve para eso. La computadora es una bicicleta, pero el  lápiz es un caballo, que conoce la naturaleza del sudor y sabe de sombras, de horrores jamás contados y de enigmas suspendidos en la nada.

Necesitaba algo entre las manos que latiera y llorara por ti, Sonia, que sobre el papel  sonara como pisadas frenéticas  y tristes, un fuego húmedo y desbocado, no contenido, ni cercado, ni encogido, como estaba mi corazón mudo.

En uno solo de los átomos de su saliva tiene una estatura  hasta la que no pueden levantarse Trujillo, Balaguer, Vincho y El Cardenal. Y menos juntos
La computadora es una herramienta.  El lápiz es un amigo, sencillo, viejo y sabio, que aunque resentido por el largo abandono, se levanta con bríos cuando se siente convocado.  Es noble. Se parece a ti.

Escribir con lápiz es como abrazar, besar y morder, como moldear con determinación el barro, pintar con furia un cuadro, amasar diestramente el pan, cultivar con paciencia la tierra o bañarse desnuda en el río: hay que movilizar esa hoy recóndita parte del alma que suma los números en la cabeza,  lee libros que se manosean, se siente sobrecogida escuchando una pieza de Elia Cmiral y recuerda las historias de Susan Anthony o Martin Luther King, al lado de quienes te corresponde estar, Sonia.

¿Podré cabalgar con este lápiz-caballo, por un instante junto contigo, negra amazona de luz, seda y acero?

Sé que no cabes en ningún ataúd, ni en ningún cementerio. No cabes ni en una isla completa, que ya está demasiado llena de injusticias, miserias, mentiras y mierdas para que también quepa una demasiado espléndida mariposa extra, que en uno solo de los átomos de su saliva tiene una estatura  hasta la que no pueden levantarse Trujillo, Balaguer, Vincho y El Cardenal. Y menos juntos.

Negra como la poesía,  negra como la rabia, negra como el café, negra como el vino rojo, negra como el chocolate, negra como la malagueta, negra como el anís, negra como la canela, negra como la caoba, negra como el ónix, negra como el concón, negra como lo bello, negra como la madre tierra, negra como la madre África, negra como el hermano Haití, negra como República Dominicana, negra como lo profundo  del mar azul, negra como la risa honda, negra como la libertad y negra como el amor.

Vilipendiada, calumniada, incomprendida, perseguida, odiada, atropellada, amenazada, Sonia murió linchada. Hasta su nombre se lo regatearon y quisieron despojarla del polvo sobre el que asentaba tus pies.

Ángel del sol, diablillo de luna, magnífica bruja voladora, astilla de estrellas, tea, faro, rugido, dolor y silencio, sobre tus frágiles hombros llevabas  los pesados fardos no sólo de las lágrimas de los sectores más desamparados y depauperados del país, sino los odios y cadenas de los traficantes de esclavos, de los trujillistas blancófilos  fascistoides  y de los ex-izquierdistas , hoy neoliberales, que asisten no con indiferencia, ni impasibilidad, sino con codiciosa aprobación a la reducción humana y a la explotación inclemente.

Se te habría perdonado, de ser un banquero ladrón, que fabrica un millón de nuevos pobres para comprarse trajes y yates. O un tirano criminal. O un gobernante asesino, aferrado al poder como una ladilla o un narcotraficante de los que salen en fotos con Leonel. O un abogado sicópata y sin escrúpulos.  Pero era demasiado que quisieras  sacar del subsuelo a los  pisoteados y enterrados por  la iniquidad más extrema.

Sin que te haya conocido y sin que nunca hayamos hablado, me conmovió y entristeció tu muerte. También celebraba tu vida y tu causa, que no es solo la causa de los domínico-haitianos y haitianos desheredados de la fortuna, sino de los dominicanos y dominicanas que nos avergonzamos de la segregación social, racial, cultural y económica a la que se someten la población domínico-haitiana y los inmigrantes haitianos en la República Dominicana.

Hiciste lo que tenías que hacer. Lo hiciste bien y tenías la razón.

¡Cuántas transgresiones hay en tu negro y brilloso expediente, gran mujer acorralada!

Abrías la boca cuando tenías que callarte. Te parabas en dos patas, cuando se daba por sentado que andarías toda la vida a cuatro. Protestaste cuando se suponía que serías dócil. Respondiste cuando tenías que acatar. Despertabas cuando  te creían dormida.

Y después de muerta estoy segura de que saldrás.

©Sara Pérez

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