El sueño de la NACIÓN produce MONSTRUOS



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NÉSTOR E. RODRÍGUEZ

Escritor
Manuel Núñez

El pasado 27 de octubre leí con gran consternación la noticia de una entrevista televisiva a Manuel Núñez, quien ha hecho carrera predicando el evangelio de la xenofobia en República Dominicana desde la publicación, hace ya veinte años, de un lamentable volumen titulado El ocaso de la nación dominicana. Leer las opiniones de Núñez en torno al tema de los inmigrantes haitianos reactivó en mí la indignación sentida al leer su escandaloso tratado años atrás.





Poco ha cambiado la prédica de la violencia de este mal llamado intelectual. Hablo con esta crudeza porque no es fácil entender cómo alguien supuestamente entrenado en las disciplinas humanísticas puede adelantar argumentos que contribuyen a acrecentar la violencia en la sociedad.


Presidentes Dominicano y Haitiano durante visita de negociación tratado de delimitación fronteriza (1935). D. Calixte, Elie Lescot, Stenio Vincent, Trujillo, Felipe Ciprián (General Larguito), durante el proceso de negociación de la firma del Tratado de Acuerdo Fronterizo de 1935. En 1937 se produjo la Matanza de haitianos, triste episodio en el que Trujillo ordenó el deguello de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos del vecino país.


Tristemente, Núñez sigue siendo una de las más curiosas figuras del folclore nacionalista dominicano. Sus ocurrencias, que no se le puede llamar ideas a un discurso que incita al odio al prójimo, continúan repitiendo la retórica de los paladines del nacionalismo trujillista como Peña Batlle y Balaguer, quienes contribuyeron a dar forma al catequismo de la superioridad nacionalista en República Dominicana en la primera mitad del siglo pasado.

El accionar de figuras como Peña Batlle y Balaguer no deja de ser escandaloso en sí mismo, pero se puede entender en base al contexto histórico en el cual se afinca y el lugar de estos intelectuales-funcionarios en el edificio del poder de aquel entonces. En el caso de Núñez, sujeto que forma parte de una nación con una considerable y creciente masa de ciudadanos que se ve obligada a emigrar a otras tierras, la retórica anti inmigrante es más bien una aberración.

En 2002 publiqué en la desaparecida revista Xinesquema una nota sobre la segunda edición de El ocaso de la nación dominicana. En ella empleaba la imagen del más conocido de los "caprichos" de Goya, ése que retrata al filósofo durmiendo sobre su mesa de trabajo mientras un grupo de lechuzas y murciélagos se abalanza sobre él, para llamar la atención sobre los fantasmas que parecen mortificar el sueño de los arcontes actuales del nacionalismo trujillista. 



En el retrato de Goya, una de las lechuzas blande entre sus garras la pluma del filósofo, gesto que destaca la indefensión de éste ante los monstruos que pueblan su universo intelectivo una vez ausente la seguridad de la vigilia. Goya corona este "capricho" con un inquietante apotegma: "El sueño de la razón produce monstruos". La estampa del artista español del siglo dieciocho puede servir de metáfora a una crítica del nacionalismo dominicano, tal y como se expresa en la actualidad en figuras como Manuel Núñez. Me refiero a la vituperable pervivencia en este tipo de pensador criollo de la pedagogía nacionalista de los tiempos de la dictadura.

Las palabras de Núñez son la mejor prueba de todo cuanto digo. Nótese la manera en que en la entrevista de la semana pasada describe a Haití como un país arruinado tanto al nivel económico como "moral": "Allí no hay nada, un país con solo un 1% de tierra útil para la agricultura, es decir, una nación en devastación. Un país destruido moral y físicamente, sin infraestructura, con sida y la malaria, y con el más alto índice de desempleo de América Latina, un 70%, y el más alto índice de analfabetismo".



La dominicanidad a ultranza que defiende este auto proclamado adalid de la "soberanía y la cultura" no aporta nada positivo al debate sobre el tema haitiano. En realidad las afirmaciones de Núñez lo que logran es exacerbar el racismo y la xenofobia que no sólo nos coloca en una situación vergonzosa como país ante la opinión mundial, sino que le cuesta cada año todo tipo de vejaciones y maltratos a cientos de familias haitianas, dominico-haitianas y rayanas.

Para disipar los fantasmas de la intolerancia y el odio étnico de la cabeza de "ilustrados" como Núñez habría que empezar por señalar lo obvio. Los inmigrantes haitianos activan sectores de la economía nacional en los que ningún dominicano está dispuesto a emplearse, puesto que se trata de trabajos con una remuneración miserable, si es que hay algún tipo de paga en dinero. De esta cruda realidad han sabido sacar partido las corporaciones, empresarios y terratenientes desde principios del siglo pasado.

La patria que nacionalistas de parroquia como Núñez dicen amar se beneficiaría grandemente si su labor cívica como intelectuales públicos se encausara por la vía de la denuncia de las principales fuentes del mal llamado "problema haitiano", a saber, 1) la rapacidad de los consorcios que se han enriquecido importando mano de obra haitiana semiesclava en la industria azucarera, desde las compañías estadounidenses que iniciaron la tradición a principios de siglo veinte hasta los Vicini en la actualidad; 2) la sed de ganancias de las corporaciones hoteleras que no dudan en contratar haitianos por una fracción de lo que pagarían a trabajadores dominicanos, 3) la avaricia de contratistas desalmados que por un caldero de locrio de pica pica obtienen la lealtad de todo un ejército de obreros haitianos capaces de erigir un edificio en cuestión de meses, 4) los militares corruptos que empañan la imagen de las instituciones castrenses al prestarse al tráfico ilegal de personas.

Por ahí es por donde hay que empezar a discutir el asunto de los inmigrantes haitianos en República Dominicana. Es un acto de irresponsabilidad intelectual y ciudadana envenenar el debate con arengas nacionalistas engendradoras de violencia.

Comentarios

  1. Mala señal cuando los políticos y/o los mal llamados "intelectuales" empiezan a utilizar palabras como "patria", "dios", "raza"... y la ignorancia es tierra siempre fértil para estos conceptos. Es patético que entre hermanos queramos "distinguirnos" unos de otros cuando compartimos el mismo destino, impuesto por el colonialismo -que parece infinito y que se nutre precisamente de nuestras divisiones-. Excelente artículo.

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