Blog detallPARALELO 49
Poco ha cambiado la prédica de la violencia de este
mal llamado intelectual. Hablo con esta crudeza porque no es fácil entender
cómo alguien supuestamente entrenado en las disciplinas humanísticas puede
adelantar argumentos que contribuyen a acrecentar la violencia en la sociedad.
Tristemente, Núñez sigue siendo una de las más
curiosas figuras del folclore nacionalista dominicano. Sus ocurrencias, que no
se le puede llamar ideas a un discurso que incita al odio al prójimo, continúan
repitiendo la retórica de los paladines del nacionalismo trujillista como Peña
Batlle y Balaguer, quienes contribuyeron a dar forma al catequismo de la
superioridad nacionalista en República Dominicana en la primera mitad del siglo
pasado.
El accionar de figuras como Peña Batlle y Balaguer
no deja de ser escandaloso en sí mismo, pero se puede entender en base al
contexto histórico en el cual se afinca y el lugar de estos
intelectuales-funcionarios en el edificio del poder de aquel entonces. En el
caso de Núñez, sujeto que forma parte de una nación con una considerable y
creciente masa de ciudadanos que se ve obligada a emigrar a otras tierras, la
retórica anti inmigrante es más bien una aberración.
En 2002 publiqué en la desaparecida revista
Xinesquema una nota sobre la segunda edición de El ocaso de la nación
dominicana. En ella empleaba la imagen del más conocido de los
"caprichos" de Goya, ése que retrata al filósofo durmiendo sobre su
mesa de trabajo mientras un grupo de lechuzas y murciélagos se abalanza sobre
él, para llamar la atención sobre los fantasmas que parecen mortificar el sueño
de los arcontes actuales del nacionalismo trujillista.
En el retrato de Goya, una de las lechuzas blande
entre sus garras la pluma del filósofo, gesto que destaca la indefensión de
éste ante los monstruos que pueblan su universo intelectivo una vez ausente la
seguridad de la vigilia. Goya corona este "capricho" con un
inquietante apotegma: "El sueño de la razón produce monstruos". La
estampa del artista español del siglo dieciocho puede servir de metáfora a una
crítica del nacionalismo dominicano, tal y como se expresa en la actualidad en
figuras como Manuel Núñez. Me refiero a la vituperable pervivencia en este tipo
de pensador criollo de la pedagogía nacionalista de los tiempos de la dictadura.
Las palabras de Núñez son la mejor prueba de todo
cuanto digo. Nótese la manera en que en la entrevista de la semana pasada
describe a Haití como un país arruinado tanto al nivel económico como
"moral": "Allí no hay nada, un país con solo un 1% de tierra
útil para la agricultura, es decir, una nación en devastación. Un país
destruido moral y físicamente, sin infraestructura, con sida y la malaria, y
con el más alto índice de desempleo de América Latina, un 70%, y el más alto
índice de analfabetismo".
La dominicanidad a ultranza que defiende este auto
proclamado adalid de la "soberanía y la cultura" no aporta nada
positivo al debate sobre el tema haitiano. En realidad las afirmaciones de
Núñez lo que logran es exacerbar el racismo y la xenofobia que no sólo nos
coloca en una situación vergonzosa como país ante la opinión mundial, sino que
le cuesta cada año todo tipo de vejaciones y maltratos a cientos de familias
haitianas, dominico-haitianas y rayanas.
Para disipar los fantasmas de la intolerancia y el
odio étnico de la cabeza de "ilustrados" como Núñez habría que
empezar por señalar lo obvio. Los inmigrantes haitianos activan sectores de la
economía nacional en los que ningún dominicano está dispuesto a emplearse,
puesto que se trata de trabajos con una remuneración miserable, si es que hay
algún tipo de paga en dinero. De esta cruda realidad han sabido sacar partido
las corporaciones, empresarios y terratenientes desde principios del siglo
pasado.
La patria que nacionalistas de parroquia como Núñez
dicen amar se beneficiaría grandemente si su labor cívica como intelectuales
públicos se encausara por la vía de la denuncia de las principales fuentes del
mal llamado "problema haitiano", a saber, 1) la rapacidad de los
consorcios que se han enriquecido importando mano de obra haitiana semiesclava
en la industria azucarera, desde las compañías estadounidenses que iniciaron la
tradición a principios de siglo veinte hasta los Vicini en la actualidad; 2) la
sed de ganancias de las corporaciones hoteleras que no dudan en contratar
haitianos por una fracción de lo que pagarían a trabajadores dominicanos, 3) la
avaricia de contratistas desalmados que por un caldero de locrio de pica pica
obtienen la lealtad de todo un ejército de obreros haitianos capaces de erigir
un edificio en cuestión de meses, 4) los militares corruptos que empañan la
imagen de las instituciones castrenses al prestarse al tráfico ilegal de
personas.
Por ahí es por donde hay que empezar a discutir el
asunto de los inmigrantes haitianos en República Dominicana. Es un acto de
irresponsabilidad intelectual y ciudadana envenenar el debate con arengas
nacionalistas engendradoras de violencia.
Mala señal cuando los políticos y/o los mal llamados "intelectuales" empiezan a utilizar palabras como "patria", "dios", "raza"... y la ignorancia es tierra siempre fértil para estos conceptos. Es patético que entre hermanos queramos "distinguirnos" unos de otros cuando compartimos el mismo destino, impuesto por el colonialismo -que parece infinito y que se nutre precisamente de nuestras divisiones-. Excelente artículo.
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