Bernardo Regino
Santo Domingo
CAISA
Francisco Bernardo Regino E. | perspectivaciudadana.com | 07-06-2010
Profesiones hay que cuidan sus miembros, otras, sin padrinos, lucen desamparadas. A políticos y chóferes los defienden partidos y sindicatos; los que reciben favores resguardan al político y los administradores del sindicato al chofer. Los poetas, no tienen protectores. Hay un país en el mundo, que se encuentra en el mismo trayecto del sol, donde el oficio de poeta es para desamparados. ¿Quién se ocupa del poeta, de su seguridad social, de su pensión y seguro médico?
El poeta no sirve para nada en la narcotizada y politizada sociedad dominicana de hoy. No tiene valor comercial, no otorga contratas, no produce nada tangible que pueda intercambiarse, nada que sea rentable, apetecible por las masas o codiciado por las minorías económicas, siempre en busca de oportunidades. Nada tiene que provoque furor ni envidia. Los poetas no construyen, no cavan, no hacen hoyos de los que sacan un metro de tierra que se convierte en veinte y se transportan y se cobran de nuevo para llenar otros huecos que hacen fortunas.
Los poetas son nada y de nada sirven; no tienen valor económico, no responden a ningún principio de utilidad: no tienen utilidad de forma, de lugar, de tiempo ni de posesión. Los poetas no agarran vueltas, no puede dársele la forma que quiere el que tiene poder –político o económico, es independiente, dueño de sí, no es dúctil ni maleable, no es manejable, no es reducible. Por eso no sirve como objeto de cambio. Los poetas no se colocan donde el otro quiere, no van a donde les dicen que vayan, no se mudan por interés, no están disponibles para decir lo que el otro quiere como quiera. Los poetas no responden a mandatos de premura del sistema –capitalista o socialista-, porque su tiempo es de ellos. Los poetas producen cuando les nace del espíritu, no cuando lo ordena el patrón. Los poetas no pueden poseerse, no pueden comprarse, no se venden, no se valoran en monedas corrientes. Los poetas no sirven para nada cuando la ambición ciega y mide el éxito sólo por el lucro, desdeñando la alegría sana del espíritu que desborda la materia.
Pero, las sociedades sin poetas se agostan, se corroen, se corrompen, se secan, se esfuman, se mueren. Tenemos que cuidar los poetas como profetas mayores y menores; a los del pasado y del presente, a nuestros cantores del alma, del sentimiento individual y colectivo. A Héctor J. Díaz y Federico Bermúdez; a Salomé Ureña y Pedro Mir; a Fabio Fiallo y Blas Jiménez; a todos los poetas de la familia, del barrio, del pueblo, del país, del mundo. Hay que ocuparse de los poetas leyendo sus poesías y dejándose morder el alma con la sensibilidad de sus versos; hay que dejarse ablandar el corazón duro y despertar la conciencia, a ver si dejamos de ser una sociedad tan indolente.
Hoy, tú y yo, deberíamos ocuparnos de algún poeta.
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