Con una dignidad inusitada,
con la voz, la mirada y los gestos
de la cortesía aprendida,
ella pasea rotunda Duarte abajo
y posa de mil amores aceptando mi elogio.
Su pantalón invade la milicia y los tacones blancos
desarman la masculinidad del saco.
Es mujer, lo pregona y lo reafirma
y ni está sucia ni anda por los astros.
¿Quién puede decir que ella está ida
si en realidad nos lleva?
Somos nosotros los que idos estamos
por no saber juntar nuestras dos manos
para brindarle a su donaire un gran aplauso.
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