Mercedes Mota. Educadora hija de chino y dominicana. |
Ahora que Fernando me pregunta sobre un dato voy a compartir con todos lo que el plimo historiador José Chez Checo aportó para la exposición que formó parte de la inauguración del Barrio Chino en 2008. Todo el mundo sabe que hay un libro fruto de las investigaciones del Lic. José Chez Checo y de la doctora Mu-kien Adriana Sang, que se titula Historia de la migración china en República Dominicana, del cual la artista Graciela Azcárate ha publicado un extracto que está en Internet. Mi hermana Rosa, también es coautora del libro.
En este momento nos ocupa la información escasa que se presenta en el siguiente cartel formado por varias imágenes de época. Dice el Lic. Chez Checo:
En 1867, el señor Gregorio Rivas, mocano-vegano, importó un grupo de chinos desde Cuba. Los puso a trabajar en la confección de ladrillos y cal. De este modo construyeron depósitos en Moca, Yuma y Samaná, al menos. Uno de estos chinos fue el padre de Mercedes y Antera Mota, educadoras dominicanas, nacidas en San Francisco de Macorís, pero residentes en Puerto Plata. Fueron alumnas de don Demetrio Betances, quien fue hermano del prócer boricua Ramón Emeterio Betances.
"Mercedes Mota, en su autobiografía describe a su padre de la siguiente manera: "De país lejano era mi padre. Y nada sé que pueda arrojar luz sobre mi ancestro paterno a no ser los datos administrados por la boca de mis progenitores. Hijo de gente que ejercía la profesión de comercio en una importante ciudad marítima, víctima de rapto por un buque pirata en ocasión de estar bañándose en el mar, vinieron a parar en tierna edad a playas americanas".
Y para terminar, en el estilo de la admirada Ángela Peña, la biografía de esta dama que no debemos olvidar por sus aportes a la educación y como ejemplo de mujer emprendedora.
Mercedes Mota
Escrito por Angela Peña.
Mercedes Mota, maestra precoz, brillante escritora, decidida luchadora por la superación femenina, incansable artesana de tejidos y bordados para la subsistencia, no sólo se adelantó a su tiempo por la temprana edad en que se inició en el magisterio, a los catorce años, sino por la valentía y la entereza con que realizó sus aspiraciones. Mujer sola, soltera, en una sociedad de discriminación y mentes estrechas, cumplió su acariciado anhelo de conocer el mundo contando sólo con el excepcional valor de su espíritu resuelto y la escasa economía de sus años en las aulas puertoplateñas.
“Por la virtud del ahorro vi realizado el sueño que desde muy temprano me asedió: viajar. Y viajé. Conocí a Europa, viví por algunos meses en París. La historia que aprendí en la escuela se tornó en cosa real, viviente, en patética lección que ningún maestro será capaz de darme, por culto y elocuente que él sea”, contaba en breve autobiografía que escribió en 1962, dos años antes de que la muerte tronchara las ansias postreras de volver a la Patria.
Su vida, empero, fue trágica, triste, conmovedora, angustiada. Del padre chino que llegó a San Francisco de Macorís, apenas supo que era hijo “de gente que ejercía la profesión del comercio en una importante ciudad marítima”. Y que, víctima de un rapto por un buque pirata, vino a parar a tierna edad a playas americanas. “En tierra dominicana, dice, se dedicó al comercio y en ese ramo de actividad prosperó con gran éxito. Luego infortunios y fracasos... Tragedia fue la vida de mi padre. Tragedia, fue la vida de mi madre”, agrega. No explica las causas de la disolución del matrimonio, pero relata el viaje de la madre huérfana y separada, joven, responsable de la subsistencia y protección de una pequeña familia, desprovista de recursos económicos, a Puerto Plata, ciudad que ella recuerda con gratitud y reminiscencias queridas y tiernas, aunque no fue su cuna.
La valiente mujer no aporta los nombres de sus progenitores, ausentes también en las biografías y crónicas que la exaltan.
Mercedes Mota, hermana de otra excelsa educadora, Antera, fue a los catorce años profesora de la Escuela Superior de Señoritas, al tiempo que estudiaba con los profesores Demetria Betances, hermana del prócer Ramón Emeterio Betances, defensor de la Independencia de Puerto Rico; José Dubeau, Alejandro Llenas, Rogelio Oller, Carlos Simón, Ulpiano Delundé y a la vez que se preparaba y enseñaba, completaba la “mezquina paga” de la escuela bordando pañuelos.
“Imposible sería olvidar el afán para obtener con honradez y decencia las perentorias necesidades de la existencia diaria. Mucho más allá de la medianoche, a la luz de una lámpara de kerosene, dos jóvenes huérfanas caían rendidas de sueño en modestísimo lecho, fatigadas después de haber terminado una faena bastante delicada: el calado de pañuelos a mano. Ellos debían ser entregados sin tardanza a la clientela: empleados belgas de la empresa ferroviaria de Puerto Plata a Santiago. Antera y Mercedes formaban aquel cuadro...”, refiere.
La desolación se apoderó de la hermana menor, en 1916, cuando falleció Antera, la que había sido madre y tutora de la inquieta joven que a los quince años publicaba profundos artículos acogidos con entusiasmo por la intelectualidad nacional. “Tan tremendo golpe me anonadó... La vida apareció ante mí sin valor ninguno... En mí hablaba la voz de la ancianidad prematura, de la miseria, del infortunio, del dolor...”, narra.
Siguió el ejercicio de su vocación y se hizo cargo de la educación de los hijos de la hermana. Sus publicaciones y reclamos por los derechos de la mujer le granjearon reconocimientos. Representó a la República en Buffalo y en época tan remota como mediados del siglo antepasado disertó en la Sociedad Internacional de Mujeres Feministas leyendo un valiente trabajo dando a conocer la condición cultural de las dominicanas, en el que lamentaba el deplorable estado en que se encontraba, desde la colonia: “confinada en el estrecho círculo del hogar, exenta de ambiciones, escasa de cultura intelectual, entregada a las devociones religiosas y a las tareas caseras, sin participación en los asuntos públicos. Humilde, sencilla, indiferente a todo lo que no fuese la educación cristiana y los cuidados del hogar: en ese estado deplorable permaneció durante siglos la mujer dominicana”.
El Olvido
Lo que para Mercedes Mota fue la cristalización de un ideal, fue tal vez la causa que la condenó al olvido de sus compatriotas: su ausencia de la Patria, en 1919, en busca de salud moral y física, de más amplios espacios, manifiesta. “Tres sobrinos, huérfanos del amor de madre, me acompañaban en el viaje audaz, trascendental, que debía cambiar por completo el curso de sus tiernas vidas, tanto como el de la mía... Escenario geográfico distinto, ambiente moral y cultural más en armonía con mi idiosincrasia, más propicio a un futuro mejor de gente en edad de formación, eso encontré aquí”, expresa aludiendo a Estados Unidos.
Entonces contaba treinta y ocho años de edad. Una vez más, añade, “tenía que afrontarme a las embestidas de una existencia de pruebas, sola, sin ayuda alguna. Pero el valor, las fuerzas espirituales, no faltaban”.
Desde allí recorrió Italia, España, Inglaterra, Alemania, Bélgica, Suiza, pero quedó deslumbrada por el encanto del alma de París donde compartió con el ex presidente Carlos Morales Languasco, entonces embajador dominicano ante varias naciones europeas, Rubén Darío –“en extrema decadencia mental, una verdadera ruina humana”-, Vargas Vila, Rufino Blanco Fombona, los hermanos García Calderón, Alejandro Sux, y “de los nuestros”, los doctores Betances, Julio Piñeyro, José Dolores Alfonseca, Américo Lugo, Tulio Cestero... “La colonia hispanoamericana residente o transeúnte allí por ese tiempo, era en verdad, de gente selecta, brillante. Gente de alta alcurnia intelectual y social. Poetas, novelistas, periodistas, diplomáticos, algunos exilados, víctimas de nuestras corrientes dictaduras”. Pero también se codeó con gobernantes e intelectuales parisinos.
Los últimos años de su vida discurrieron, después de veintitrés en Nueva York “en cuatro acres de tierra en el estado de New Jersey. Teniendo por fieles compañeros mis libros, mis souvenirs de otros tiempos, circundada de árboles y arbustos que mis manos han plantado, un rústico jardín, lindas flores y perfumes exquisitos. Y así, ni envidiosa ni envidiada, los versos de Fray Luis de León repercuten a mi oído: “Qué descansada vida, / la del que huye del mundanal ruido...”, concluía la maestra en las notas que preparó a petición de su alumna Maria Coiscou. Vivió cuarenta y tres años en el extranjero.
Nacida el dos de agosto de 1880, su precocidad, según Max Henríquez Ureña, era asombrosa. “Tenía verdadero don magisterial y sabía ganarse el cariño de sus discípulos... Rehuía el bullicio y se enfrascaba en la lectura”. En 1904 dirigió la Escuela de Varones Número Uno y tres años después volvió a ser profesora de la Escuela Superior de Señoritas que dirigió al desaparecer su hermana. Contribuyó a la fundación del Liceo de Puerto Plata, creó y presidió la Sociedad Patriótica Rosa Duarte y fue presidenta y secretaria del Club de Damas de Puerto Plata y del Comité de Damas de Nueva York.
Una cruel lesión cardiaca que le afectaba desde hacía años le impidió volver a la República. Murió el 12 de marzo de 1964, “al lado de sus queridas sobrinas, las hijas de Antera Mota”, anota uno de sus más devotos biógrafos, el historiador Julio Jaime Julia. En la crónica de su muerte figuran como deudos: Max Cohén, Lesbia Reyes de Cohén, Sam Sylverman, Dulce María Reyes de Sylverman, Mike Evans, Leil Cohén de Evans, Bert Sylverman Reyes, entonces residentes en Estados Unidos y Manuel Emilio Reyes Mota y Rafael Reyes Mota, domiciliados en Santo Domingo.
Recientemente fue designada Mercedes Mota una calle del sector La Castellana.
Bibliografía:
Julio Jaime Julia: Antera Mota, El Caribe, 23 de marzo 1964. Haz de luces, Santo Domingo, 1990. Vida y Pensamiento de Mercedes Mota (recopilación de sus artículos). Santo Domingo , 1965.
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