Este es el título de un escrito del arquitecto Emilio José Brea que reproduzco porque con lo que dice estoy de acuerdo. Yo tenía 6 años cuando mataron a Trujillo, sé que a mi madre le desaparecieron un primo y la recuerdo a ella llegar muy cansada (y bella) de un mitin de asistencia obligatoria. Aprendí poco a poco de sus horrores, de su ambición ilimitada y de su férrea política. No puedo entender que a veintemil muertos de distancia existan personas que quieran tapar el sol con un dedo. No puedo entender que uno de los asesinos del régimen (por poner un ejemplo) que fue marido de Ángela Trujillo (de "lita" ya no queda nada por su gordura y edad) se suicidara tranquilamente el otro día en la Núñez de Cáceres en la soledad y privacidad de su apartamento, lo que quiere decir que vivió sin ser molestado todos estos años en este país donde "aún está caliente la sangre de las víctimas de la dictadura". Y tampoco puedo entender que el que tuvo la idea de levantar el museo en San Cristóbal, a quien yo juzgué en un primer momento como abanderado del marketing, de lo cual ahora dudo porque leí que anda con el nieto de Trujillo para arriba y para abajo; y si era así, pretende que sea el Gobierno el que financie la obra cuando ellos mismos pudieron montar su museo porque dinero no les faltará, digo yo ¿o estoy equivocada? Y si lo montan, ¿qué? ¿Tenemos miedo de que nuestros jóvenes se vuelvan trujillistas? ¿Acaso no hay suficiente valor para mantener la VERDAD a flote?
Me parece hasta infantil que sigamos perdiendo energías en cosas tan absurdas como revivir al tirano cuando nuestra juventud se pierde en las drogas y la prostitución, en la incultura y la búsqueda de identidades ajenas.
En fin, que yo me opongo a pensar que aquí hay dos vertientes: los neotrujillistas y los antitrujillistas porque aceptar eso es aceptar que somos un país derrotado. Que todos estos años han transcurrido en vano si ese fantasma nos asusta todavía y que lamentablemente, estamos más atrasados de lo que yo pensaba. LNG.
Sí al Museo, no al personaje
Por Emilio José Brea
El culto a la personalidad sigue haciendo daño en República Dominicana.
Un Museo, de lo que fuere, no hace otra cosa que educar, lo que tanto se necesita en este país.
El problema de los museos es que hay que entrar en ellos para nutrirse de la sabia allí dentro. Por esto el concepto del museo ha ido variando con los años y hay quienes hayan propuesto y logrado hacer museos sin muros y museos en las calles, en las plazas, o en cualquier sitio donde una entidad museográfica pueda instalar una muestra museística o parte de ella, para intentar establecer una comunicación didáctica con la envolvente humana que le rodeará ocasional y circunstancialmente.
Recién, en Alemania, se han decidido a montar uno sobre Hitler, antes lo hubo sobre el holocausto, Japón los tiene sobre su atómica e infernal derrota de la segunda guerra mundial.
África, Asía y toda latinoamerica son museos al ultraje, al saqueo y a la corrupción...
Este que aquí se polemiza tras su proposición como ente orgánico, lo que no puede es serlo para exaltar ni para alabar al personaje.
Siendo Museo de las Dictaduras podría abarcar la historia, desde Báez o antes, y hasta la actualidad en que se cuelan reacciones estalinistas porque se actúe “políticamente incorrecto”.
Si así fuera además de museo fura monumento contra el bochorno, contra la ignominia, contra las perversidades, las humillaciones y las bajezas ha que se somete sistemáticamente, y así ha sido siempre, en todos los procesos históricos, a la humanidad. Ha ocurrido en Estados Unidos, el abanderado de la democracia (aunque restrictiva) y en China con su modelo dictatorial republicano popular.
El que tengamos al lado un tríptico de dudosa reputación democrática, en el injerto del “estado libre asociado”, nos permitiría esbozar sus potencialidades y debilidades para describirlas museográficamente. Del otro lado geográfico tenemos, sin volteretas semánticas, la otra cara de la moneda ideológica, dictatorial también.
En consecuencia a lo que se le debiera tener miedo no es al museo en si mismo sino a quienes hagan la museografía, ha no ser cosa que las asesorías deslicen, con justificaciones históricas, indiscreciones monárquicas que aún sin corona, todavía gravitan en tantos rincones de la siquis nacional.
Quizás entonces el mito empiece a disminuir cuando usted descubra que en la cotidianidad hay trujillismo a tropel y a granel; por ejemplo, si las puertas son dobles mantener una cerrada es trujillismo, o si las plazas tienen verjas también es trujillismo; cuando un vehículo de un funcionario se sube a las áreas verdes o a las aceras, también es trujillismo. Es sencillo. Con el modelo del trujillato expuesto en museografía educativa imparcial, iremos descubriendo nuestras trujillistas maneras de actuar y entonces quizás el sonrojo nos haga descubrir que debemos dejar de ser trujillistas para sobrepasar la etapa sangrienta de su existencia voraz.
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