"Yo digo que las estrellas le dan gracias a la noche..."


Vicente del Bosque (i) es felicitado por su hijo, Álvaro, ante el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero (d). (Imagen: ANGEL DÍAZ / EFE)
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Todo el mundo admira la ecuanimidad de este hombre. Esta imagen a mí me lo explica todo. Tener un hijo especial es una bendición que trae el dolor que purifica. Se arrastra una tristeza eterna, sí, pero hay puertas del alma que estoy segura se nos abren mientras que a otros se les cierran. Destinados a buscar un camino no trillado, desarrollamos los ojos del amor cuando apagamos el resentimiento y la rabia al comprobar que hemos recibido un don que nadie acepta, pues nadie quiere ni desea. Y sin embargo, al contrario de lo que la mayoría piensa, en vez de mal, trae bien. Ser distinto y ser igual es un aprendizaje que pasa del cuestionamiento a la valoración; del dolor a la reivindicación; del empequeñecimiento a la grandeza... Tener un hijo así, es poseer un ángel terrenal que por nosotros vela y es matizar el cielo azul y el verde mar y el caramelo de la miel, la brasa y el carbón, la yerba y la llovizna, el olor del café y el espesor del chocolate.
Si alguien quiere saber de que fibras está hecha el alma de los padres con hijos especiales, aquí tiene un ejemplo. Mi mayor admiración para Vicente del Bosque. Verdadero héroe cotidiano.

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