Andrés Blanco Díaz es un referente. Nos esforzamos por imitarle en su capacidad de trabajo, aunque nunca yo nunca le alcance en su erudición; es digno de imitar también en su gran calidad humana. De manera silenciosa, como se hacen las buenas obras, él, su familia y sus amigos sostienen la esperanza en un lugar donde sólo queda el verde. Digno de imitar, Don Andrés, usted se merece todo mi respeto.
Jueves 7 de Enero del 2010, actualizado 11:53 AM
PROVINCIAS
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Las Lagunetas, donde la hojalata es un lujo
Yaniris López - 1/4/2010
EL ORIGEN. ES UN PARAJE UBICADO A TRES KILÓMETROS DEL CENTRO DE OCOA. ALLÍ SE NOTA LA POBREZA EXTREMA. TENER UNA LÁMPARAS DE GAS Y UN RADIO DE PILA ES UN PRIVILEGIO
En Las Lagunetas, la hoja de lata es un lujo. Con este material construyen casi todas las casitas.
Las Lagunetas, San José de Ocoa.- Parece que el mundo se ha olvidado de nosotros aquí, ¿usted ve? Parece como que no existimos”. La frase, dicha por doña Dircia María Minyeti, resume el estado de abandono en que se encuentran los moradores de Las Lagunetas.
La casa de Dircia, hecha de zinc y hojalata, es la primera de un caserío de más de 30 dispersas en las laderas del paraje ubicado a diez minutos del centro de San José de Ocoa.
Eso mismo se preguntan ellos: cómo es que estando a sólo tres kilómetros del centro de Ocoa nunca han tenido servicios de energía eléctrica, ni agua, ni atenciones comunitarias. La situación es tan precaria en Las Lagunetas que las lámparas de gas, los radios de pila y la hojalata son objetos de lujo.
Hace varios años las inundaciones por las lluvias tumbaron el puente que comunicaba con la comunidad y ahora sólo se llega allí a pie, en motocicleta o en vehículos todo terreno.
La escuelita apenas llega al quinto curso de primaria y debido a que “el arroyo se pone difícil cuando llueve” los alumnos no se animan a seguir los estudios en Arroyo Palma, el liceo más cercano.
Al dejar la escuela los varones se ocupan como jornaleros y las hembras se dedican a parir. Las circunstancias, la pobreza y la falta de oportunidades las hacen crecer de manera acelerada, y ya a los 13 y 14 años están amamantando a sus pequeños. Sólo el juego de dominó bajo dos enormes matas de jobo parece aliviar los pesares de sus habitantes.
Quieren trabajar
Muchos vecinos de Las Lagunetas tienen tierritas, pero no las semillas ni los recursos para trabajarlas y ponerlas a producir.
“Por las condiciones en que vivimos y porque es un lugar remoto nos niegan los préstamos en los bancos”, dice Elías Tejeda.
En los años 80, cuando el padre Luis Quinn vivía, existían asentamientos agrícolas que se regían bajo el método de que quienes tenían muchas tierras prestaban pedazos a los que no tenían y de esta forma todos trabajaban. Pero tras la muerte del padre Quinn murió eso desapareció, cuentan en Las Lagunetas.
Salvo diez viviendas de concreto y madera que les construyó la Junta para el Desarrollo de San José de Ocoa con ayuda local e internacional a igual número de familias, luego de las tormentas Olga y Noel, la mayoría de los habitantes de Las Lagunetas vive en casas de hojalata. Y generalmente una casita es compartida por más de una familia. Las latas, dijeron a LISTÍN DIARIO, las sacan del vertedero de Ocoa, las limpian y las clavan como si se tratara de la mejor madera.
¿No le temen a los huracanes? “Es que cuando viene un huracán todos sabemos que tenemos que andar al trote para que no nos joda”, responde Marcial Andújar (Macho).
La escuela les sirve de refugio.
“A nosotros nos ha pasado de tó”, sigue narrando Macho, de 49 años. El hombre pasa balance y asegura que después de la quema de carbón fue que llegó la agricultura y que ahora no hacen nada, porque no hay ni agricultura ni leña en los montes.
Lo que sigue de la conversación, para que no se pierda entre párrafos, quedó grabada de esta manera:
- ¿Es cierto que han pasado días sin comer?
- ¡Oye!-, responde asintiendo Macho.
- ¿Y cómo se hacen?
- Salimos a buscar. Uno se la busca siempre, echando días a otros. Si usted tiene su tierra yo le echo días.
- Pero ustedes tienen tierras.
- Claro, pero y ¿si no la tengo sembrá? Nosotros tenemos tierras y no están sembradas, no hay dinero para comprar las semillas, no hay agua.
Doña Matilde, una anciana medio escurridiza, dice sin soltar su cachimbo: “A veces duramos uno y dos días sin comer”.
Al escucharla, algunos miembros y amigos de la fundación Unión Amigos de Ana Luisa, que visitaban el lugar ese día, bajan la vista y guardan silencio.
Ellos saben que doña Mercedes no miente. Desde 1998 les ha tocado vivir y dar seguimiento a las desdichas de las familias de Las Lagunetas. Hoy, ante la situación extrema que viven los vecinos, piden a las autoridades ir en su auxilio.
LA FUNDACIÓN “UNIÓN AMIGOS DE LUISA DÍAZ”
De las Lagunetas se acuerda la fundación Unión Amigos de Ana Luisa Díaz. Compuesta por los descendientes de Ana Luisa Díaz (fallecida) y Federico Blanco, ocoeños, en 1998 decidieron formalizar la ayuda que brindan a la comunidad. “El propósito siempre ha sido dar continuidad a la enseñanza que ella nos inculcó, el ejemplo de dar a los demás, ayudar en la medida de lo posible, a no quedarse con todo lo que uno tenía, a dar la mano”, dice uno de sus hijos, Andrés Blanco Díaz. Apoyada por el equipo, la doctora Belkis Blanco, por ejemplo, se encarga de que cada tres o cuatro meses todos los niños de Las Lagunetas sean desparasitados y reciban vitaminas. Para las donaciones recurren a la sensibilidad de amigos locales y extranjeros que ofrecen todo cuanto pueden: ropas, zapatos, útiles escolares, alimentos y orientación.
Yaniris López - 1/4/2010
EL ORIGEN. ES UN PARAJE UBICADO A TRES KILÓMETROS DEL CENTRO DE OCOA. ALLÍ SE NOTA LA POBREZA EXTREMA. TENER UNA LÁMPARAS DE GAS Y UN RADIO DE PILA ES UN PRIVILEGIO
En Las Lagunetas, la hoja de lata es un lujo. Con este material construyen casi todas las casitas.
Las Lagunetas, San José de Ocoa.- Parece que el mundo se ha olvidado de nosotros aquí, ¿usted ve? Parece como que no existimos”. La frase, dicha por doña Dircia María Minyeti, resume el estado de abandono en que se encuentran los moradores de Las Lagunetas.
La casa de Dircia, hecha de zinc y hojalata, es la primera de un caserío de más de 30 dispersas en las laderas del paraje ubicado a diez minutos del centro de San José de Ocoa.
Eso mismo se preguntan ellos: cómo es que estando a sólo tres kilómetros del centro de Ocoa nunca han tenido servicios de energía eléctrica, ni agua, ni atenciones comunitarias. La situación es tan precaria en Las Lagunetas que las lámparas de gas, los radios de pila y la hojalata son objetos de lujo.
Hace varios años las inundaciones por las lluvias tumbaron el puente que comunicaba con la comunidad y ahora sólo se llega allí a pie, en motocicleta o en vehículos todo terreno.
La escuelita apenas llega al quinto curso de primaria y debido a que “el arroyo se pone difícil cuando llueve” los alumnos no se animan a seguir los estudios en Arroyo Palma, el liceo más cercano.
Al dejar la escuela los varones se ocupan como jornaleros y las hembras se dedican a parir. Las circunstancias, la pobreza y la falta de oportunidades las hacen crecer de manera acelerada, y ya a los 13 y 14 años están amamantando a sus pequeños. Sólo el juego de dominó bajo dos enormes matas de jobo parece aliviar los pesares de sus habitantes.
Quieren trabajar
Muchos vecinos de Las Lagunetas tienen tierritas, pero no las semillas ni los recursos para trabajarlas y ponerlas a producir.
“Por las condiciones en que vivimos y porque es un lugar remoto nos niegan los préstamos en los bancos”, dice Elías Tejeda.
En los años 80, cuando el padre Luis Quinn vivía, existían asentamientos agrícolas que se regían bajo el método de que quienes tenían muchas tierras prestaban pedazos a los que no tenían y de esta forma todos trabajaban. Pero tras la muerte del padre Quinn murió eso desapareció, cuentan en Las Lagunetas.
Salvo diez viviendas de concreto y madera que les construyó la Junta para el Desarrollo de San José de Ocoa con ayuda local e internacional a igual número de familias, luego de las tormentas Olga y Noel, la mayoría de los habitantes de Las Lagunetas vive en casas de hojalata. Y generalmente una casita es compartida por más de una familia. Las latas, dijeron a LISTÍN DIARIO, las sacan del vertedero de Ocoa, las limpian y las clavan como si se tratara de la mejor madera.
¿No le temen a los huracanes? “Es que cuando viene un huracán todos sabemos que tenemos que andar al trote para que no nos joda”, responde Marcial Andújar (Macho).
La escuela les sirve de refugio.
“A nosotros nos ha pasado de tó”, sigue narrando Macho, de 49 años. El hombre pasa balance y asegura que después de la quema de carbón fue que llegó la agricultura y que ahora no hacen nada, porque no hay ni agricultura ni leña en los montes.
Lo que sigue de la conversación, para que no se pierda entre párrafos, quedó grabada de esta manera:
- ¿Es cierto que han pasado días sin comer?
- ¡Oye!-, responde asintiendo Macho.
- ¿Y cómo se hacen?
- Salimos a buscar. Uno se la busca siempre, echando días a otros. Si usted tiene su tierra yo le echo días.
- Pero ustedes tienen tierras.
- Claro, pero y ¿si no la tengo sembrá? Nosotros tenemos tierras y no están sembradas, no hay dinero para comprar las semillas, no hay agua.
Doña Matilde, una anciana medio escurridiza, dice sin soltar su cachimbo: “A veces duramos uno y dos días sin comer”.
Al escucharla, algunos miembros y amigos de la fundación Unión Amigos de Ana Luisa, que visitaban el lugar ese día, bajan la vista y guardan silencio.
Ellos saben que doña Mercedes no miente. Desde 1998 les ha tocado vivir y dar seguimiento a las desdichas de las familias de Las Lagunetas. Hoy, ante la situación extrema que viven los vecinos, piden a las autoridades ir en su auxilio.
LA FUNDACIÓN “UNIÓN AMIGOS DE LUISA DÍAZ”
De las Lagunetas se acuerda la fundación Unión Amigos de Ana Luisa Díaz. Compuesta por los descendientes de Ana Luisa Díaz (fallecida) y Federico Blanco, ocoeños, en 1998 decidieron formalizar la ayuda que brindan a la comunidad. “El propósito siempre ha sido dar continuidad a la enseñanza que ella nos inculcó, el ejemplo de dar a los demás, ayudar en la medida de lo posible, a no quedarse con todo lo que uno tenía, a dar la mano”, dice uno de sus hijos, Andrés Blanco Díaz. Apoyada por el equipo, la doctora Belkis Blanco, por ejemplo, se encarga de que cada tres o cuatro meses todos los niños de Las Lagunetas sean desparasitados y reciban vitaminas. Para las donaciones recurren a la sensibilidad de amigos locales y extranjeros que ofrecen todo cuanto pueden: ropas, zapatos, útiles escolares, alimentos y orientación.
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