EN EL NOMBRE DE DIOS

Este es el caricaturista de Mahoma, Kurt Westergaard, de 74 años, quien se ha salvado de algún intento de asesinato y dice que está consciente de que ya jamás será libre otra vez pues debe vivir con protección simplemente porque utilizó su arte para dibujar a Mahoma y los islamitas no le perdonan.

El ejemplo lo traigo a colación (un poco desmesurado es verdad, pero siempre me ha dado por partir de lo macro a lo micro y viceversa) porque durante casi toda la tarde, sentí los gritos desaforados, los cantos y los instrumentos musicales de la iglesia evangélica pentecostal que colinda con el patio. Se me ocurrió poner un disco de John Lennon a todo volumen, pero eso les motivó a vociferar más fuerte sus aleluyas. Finalmente fui hasta la misma iglesia y encontré a la banda con sus instrumentos en mano saliendo. Les expliqué mis razones, entre ellas, que mi hija mayor nació en esta casa y ya tiene 30 años, que he visto crecer esa iglesia desde el solar y que yo también me siento cristiana, pero que comprendan que escuchar de domingo a domingo música, voces, ensayos, gritos de niños y de adultos, exaltaciones de adolescentes, instrumentos musicales desafinados, oraciones demenciales, etc. es mucho para la paciencia de cualquiera. Me quedé impactada por un argumento en particular que dio uno de ellos: "Estamos esperando que el vecino de aquí al lado baje el precio para comprarle, pues queremos expandirnos para evitar este tipo de quejas". Desprevenida le dije: "Ah, entonces compren nuestra casa", pero lo cierto es que me parece sumamente abusivo imponer a los demás sus creencias en el nombre del Señor. ¿Mudarse para dejarles el camino libre! Regresé a casa y seguía escuchando gritos, entonces tomé, cual madre de Plaza de Mayo, una tapa y un cucharón y en el medio del patio empecé a tocar el gong. Me miraron desde las persianas del 2do. piso y les dije: "Por favor, he estado toda la tarde esperando que ustedes concluyeran. Tengan la amabilidad de moderar sus voces y recuerden que no están solos en este barrio". Muy educadamente, me dijeron que disculpara y efectivamente, el silencio reinó.
¿Es preciso llegar a estos extremos? ¿No se dan cuenta de que existen más personas y se apropian del área? Me asombra que el ser humano sea tan pobre mentalmente. Me hace sentir terror comprender que por aferrarse a una idea, la gente pierde la perspectiva. Es tan absurdo pero tan real saber que hay sectas, terroristas, personas incapaces de ejercer la más elemental empatía y lo que es peor: están dispuestos a aferrarse a sus equivocaciones en nombre de los intereses que defienden. Ruego a mi Dios, como León Gieco, "que lo injusto no me sea indiferente y que no me abofeteen la otra mejilla después de que una garra me arañó esta suerte", pero sobre todo, Dios me libre de codiciar la casa de mi vecino. ¡Expansionistas!

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