Lorca, entre la verdad y la fantasía

El horror de la posguerra silenció o distorsionó muchas de las declaraciones de los testigos sobre las circunstancias del asesinato del poeta en agosto de 1936

Federico García Lorca no está enterrado donde se suponía, en Alfacar. El chasco ha sido inmenso para muchos lorquistas pero, en cierto modo, era previsible. Buscar un mito entraña muchos riesgos. Es más, es una indagación viciada de antemano pues los hechos históricos siempre acaban contaminados por la imaginación, el fervor, la mentira o el miedo. Eso no quiere decir que los acontecimientos sustantivos que se narran sean inciertos pero sí los detalles, los elementos concretos y fragmentarios que al final son lo que perfilan ciertos rasgos sentimentales. El caso de la muerte de Federico García Lorca es paradigmático. Durante años se creyó que el poeta y varios compañeros de ejecución fueron enterrados en una parcela de 200 metros cuadrados situada en Alfacar, más en concreto entre dos olivos cerca de Fuente Grande, a un kilómetro y medio de las fosas (éstas sí auténticas) de Víznar donde fueron enterradas miles de víctimas de la represión franquista.

Pero allí, en el subsuelo de esa parcela llena de viejos olivos, donde han peregrinado tantos seguidores del poeta, y donde se celebra cada 19 de agosto una especie de funeral civil en el que han participado a lo largo de los años Rafael Alberti, Francisco Rabal, Gabriel Celaya, Lola Gaos y tantos otros personajes, no está Lorca, No sólo no está Lorca sino que no se produjo ningún enterramiento. El prolijo informe de los geólogos de la Universidad de Granada alude incluso a la aparición de latas de conserva recientes pero nada más, salvo una gran roca. Ni un hueso ni una esquirla.

El informe es demoledor. Demoledor para los investigadores que han mantenido a lo largo de los años que el poeta estaba allí enterrado y que han exigido, al hilo de la reciente polémica con la familia de Lorca, reacia a la búsqueda, que se emprendiera cuanto antes la excavación y se llegara al final: Por si alguien ocultaba algún secreto inconfesable.

Los resultados ahora conocidos no avalan las hipótesis del enterramiento, pero eso no significa que García Lorca no fuese detenido en la casa de la familia del poeta Luis Rosales en agosto de 1936, que fuera llevado al Gobierno Civil y luego trasladado a una antigua colonia de verano en Víznar donde los condenados a muerte pasaban las últimas horas antes de la ejecución. Tampoco invalida la hipótesis del fusilamiento ni, a grandes rasgos, la reconstrucción de las últimas horas del poeta. Sólo prueba que García Lorca no fue enterrado donde suponían los investigadores y donde se alzó en los años ochenta un parque y un monolito en memoria de todas las víctimas de la Guerra Civil.

En el caso de los mitos, hemos dicho, la verdad y la invención se superponen. ¿Por qué razón? En el caso de Lorca por miedo. El enorme muro de silencio y la feroz represión que hubo en Granada tras el golpe militar de Franco impusieron un cerrojo de intimidación y terror que trataron de romper, desde 1948 en adelante, una serie de hispanistas que llegaron a Granada a romper el secreto que encerraba el barranco de Víznar y sus alrededores. Claude Couffon, Gerald Brenan, Marcelle Auclair, Agustín Penón e Ian Gisbon son los más reconocidos, aunque hubo otros que trataron de abrir la espesa tapia de silencio de la Granada de la posguerra. Todos ellos tuvieron incontables dificultades no sólo para dar con los testigos sino para separar el relato cierto del desfigurado por la cautela o el miedo.

En plena dictadura era imposible aplicar un método científico a una investigación que se hacía a hurtadillas, emborrachando con aguardiente barato a los falangistas para sacarles la verdad o rastreando la historia de personas vivas pero atemorizadas por la represión. Sólo el hecho de iniciar una indagación en esas circunstancias era una heroicidad. Antonio Ramos Espejo reproduce en su libro García Lorca en Fuente Vaqueros describe un encuentro con Claude Couffon en el que el investigador repite, años después, su teoría de que el poeta fue asesinado y enterrado en las fosas de Víznar, no en Alfacar. "Está en las zanjas del barranco, lo fusilaron allí", dice Couffon. "¿Cómo lo sabe?", replica el periodista. "¿Cómo se saben las cosas? Se saben, simplemente". Y acaba Ramos Espejo: "Y se niega a decir nada más al respecto".

Las cosas se saben, simplemente. Ese conocimiento casi fortuito, fruto de la confidencia, está detrás de muchos de los detalles que contienen las investigaciones sobre la muerte de Lorca. Sólo las más recientes, las emprendidas por Penón a finales de los cincuenta, las de Gibson en los sesenta y la del falangista Eduardo Molina Fajardo, publicada en los setenta, lograron sacar a la luz pruebas documentales y testificales más sólidas. Ahora los testigos directos han muerto. Sin embargo, en los libros de todos ellos abundan las hipótesis, las contradicciones, las verdades improbables que, sumadas, prefiguran una historia o leyenda común con huecos y debilidades. Yo he tenido la oportunidad de pasear varias veces con Gibson por Granada y comprobar cómo, en el espacio de unos cientos de metros, lo han asaeteado con indicios y hallazgos de todos los calibres, y me he preguntado con qué paciencia e intuición ha sido capaz en el transcurso de los años de separar los datos ciertos de los inventados, los indudables de las conjeturas.

Lorca no está allí, dice el informe, pero la conclusión de los geólogos de Granada, pese a desmentir la presencia de Lorca en el perímetro investigado, es muy valiosa. Primero porque deshace las hipótesis equivocadas que se han dado por ciertas y desmiente las versiones de ciertos testigos; segundo, porque también refuta suposiciones mucho más fantásticas, como la que postulaba que el cadáver fue desenterrado por orden de Franco y entregado a la familia del poeta que lo habría escondido en algún sitio ignoto, desde la Huerta de San Vicente a Nueva York, a donde huyeron exiliados. Y tercero, y más importante, porque demuestra que la valía literaria de un grandísimo poeta y dramaturgo, su trágica muerte, su dignidad vital, su compromiso con los más pobres, su memoria, no están sujetos al cumplimiento de ciertas conjeturas mitómanas.

Como ha mantenido la familia no era necesario buscar a Lorca porque el poeta está aquí, a nuestro lado, presente con sus poemas, sus dramas, sus canciones, sus dibujos y, en fin, con el abrumador testimonio de un enorme e incansable creador desaparecido a los 38 años.

No deja de ser una inmensa lección (una inmensa y paradójica lección) que unos pocos meses después de que los investigadores hayan concluido que Lorca no está enterrado en el parque de Alfacar, Granada, su ciudad natal, vaya a recuperarlo con la apertura de un ejemplar centro cultural donde, además de divulgar su obra, se guardará el valiosísimo archivo familiar. Nunca Lorca estará tan cerca en Granada como en 2010.

http://www.diariodesevilla.es/article/andalucia/590753/lorca/entre/la/verdad/y/la/fantasia.html


(De la imagen: http://personales.jet.es/aguijarro/)

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