Dios sabrá por qué se lleva a quienes amo durante mi ausencia. Aprovecha que salgo y me hace daño. Me impide pasar por un ceremonial que van a cumplir otros.
Un rito que es mejor dejar en el imaginario.
Igual que a un ser dormido, lo contemplo sólo por un segundo.
Ni entubado ni tumbado. Ni yaciente, ni acostado.
La imagen predomina con su risa y sus bromas, su mirada vivaz y un ingenio sobrado.
Un señor que sustenta altos y dignos cargos, responsable y veras, estratega y guerrero, con tiempo para todos y el deseo sincero de solucionarle al mundo el encierro tan torpe de delegar en otros la responsabilidad de actuar.
Claro que ya no pudo cumplir con tanta carga.
Por suerte, estaba ella, Minerva inagotable, que leona y amable, le protegía de sí mismo y su altruismo desmesurado.
Miguel Salvador no se va a morir nunca. Este miércoles imbécil de mayo y primavera es sólo un punto en el Currículum vitae. Que lo dijo Cabral en unos versos ciertos: “Hay hombres que van subiendo mientras más su ataúd baja”. Por lo menos en vida muchos reconocieron su gracia. Él no ganaba nada sirviendo de mecenas (no sólo para artistas, también a periodistas y otros profesionales). Sólo la voluntad. Sólo la gratitud de quienes fueron tocados por su increíble capacidad para llegar al alma. Porque hablabas con él y salías mejor ser humano que cuando entrabas a su despacho. Con su enorme optimismo te infundía valor, impulsos, ganas… y lograbas tal vez, lo que no imaginabas. Ese es el Miguel Cocco que yo conozco y amo. Con voz sincera y tierna, con risa inolvidable, con un par de riñones que se cansaron de filtrar mentiras, angustias, naturaleza humana con dobleces y máscaras…
Él es un sanador, un chamán, un gurú… y me importa muy poco que me juzguen.
Él es un visionario que encaminó al partido que ciego tropezaba.
Él es un general que organizó batallas con soldados inconscientes y torpes, incapaces…
Me niego y negaré a vincularlo a muerte, a quietud, a desierto, a terreno infecundo, a sombra, a olvido...
Su devoción por el Profesor Juan Bosch es una herencia. Muchas veces me pregunté por qué lo amaba tanto. Después comprendí que era el único más grande a quién podía emular.
Miguel nació en verano para conducir, para ser lider. Bien que pudo quedarse siendo un señor burgués, ejerciendo su oficio sin arriesgar la vida… pero eligió ser protagonista de una batalla caótica por nuestra democracia, y pagó su precio.
No nos debe nada. Le debemos muchísimo.
Un rito que es mejor dejar en el imaginario.
Igual que a un ser dormido, lo contemplo sólo por un segundo.
Ni entubado ni tumbado. Ni yaciente, ni acostado.
La imagen predomina con su risa y sus bromas, su mirada vivaz y un ingenio sobrado.
Un señor que sustenta altos y dignos cargos, responsable y veras, estratega y guerrero, con tiempo para todos y el deseo sincero de solucionarle al mundo el encierro tan torpe de delegar en otros la responsabilidad de actuar.
Claro que ya no pudo cumplir con tanta carga.
Por suerte, estaba ella, Minerva inagotable, que leona y amable, le protegía de sí mismo y su altruismo desmesurado.
Miguel Salvador no se va a morir nunca. Este miércoles imbécil de mayo y primavera es sólo un punto en el Currículum vitae. Que lo dijo Cabral en unos versos ciertos: “Hay hombres que van subiendo mientras más su ataúd baja”. Por lo menos en vida muchos reconocieron su gracia. Él no ganaba nada sirviendo de mecenas (no sólo para artistas, también a periodistas y otros profesionales). Sólo la voluntad. Sólo la gratitud de quienes fueron tocados por su increíble capacidad para llegar al alma. Porque hablabas con él y salías mejor ser humano que cuando entrabas a su despacho. Con su enorme optimismo te infundía valor, impulsos, ganas… y lograbas tal vez, lo que no imaginabas. Ese es el Miguel Cocco que yo conozco y amo. Con voz sincera y tierna, con risa inolvidable, con un par de riñones que se cansaron de filtrar mentiras, angustias, naturaleza humana con dobleces y máscaras…
Él es un sanador, un chamán, un gurú… y me importa muy poco que me juzguen.
Él es un visionario que encaminó al partido que ciego tropezaba.
Él es un general que organizó batallas con soldados inconscientes y torpes, incapaces…
Me niego y negaré a vincularlo a muerte, a quietud, a desierto, a terreno infecundo, a sombra, a olvido...
Su devoción por el Profesor Juan Bosch es una herencia. Muchas veces me pregunté por qué lo amaba tanto. Después comprendí que era el único más grande a quién podía emular.
Miguel nació en verano para conducir, para ser lider. Bien que pudo quedarse siendo un señor burgués, ejerciendo su oficio sin arriesgar la vida… pero eligió ser protagonista de una batalla caótica por nuestra democracia, y pagó su precio.
No nos debe nada. Le debemos muchísimo.
Una deuda que sólo se paga con el mejoramiento individual de cada una y uno. Por una sed inmensa de ser honestos en medio de una sociedad deshonesta. Por la lucha continua por resolver la contradicción de ser buenos en medio de tanta basura. Por la increíble lucha individual e íntima de dejar aflorar lo grande y luminoso dentro de cada alma venciendo la mezquindad, la pobreza de espíritu y las justificaciones de lo perverso.
Miguel Cocco no ha muerto. Ahora es cuando va a vivir con inmenso coraje, con gallardía y acierto.
Miguel Cocco es ejemplo.
Miguel Cocco no ha muerto. Ahora es cuando va a vivir con inmenso coraje, con gallardía y acierto.
Miguel Cocco es ejemplo.
Supongo que me lo perdí de él pero lo recibo de tí en su nombre y aunque sé que lo bueno se esparce por el espacio invisible para nuestra penosa vista de humanos perpetuamente vendados, te doy gracias por mostrarlo. Benditas tus palabras que bendicen
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