Bendito el don de Evaristo Laguna, quien describe con tal fluidez cualquier asunto cotidiano que pareciera vivir de incógnito entre los normales de un pueblo llamado Genil. Me ha causado mucha gracia su comparación del Catecismo como estudios "extraOrdinarios y Pre requisitos" de otros cursos. Me parece estupendo su verbo.
El colegio era un edifico muy pequeño en mitad de un patio inmenso; tres aulas solo; aunque yo inauguré, cursé y clausuré la Cuarta Clase, que abrieron -es un decir- exclusivamente para mí. En aquellas aulas uno cursaba sólo Primera y Segunda Clase. Alguna vez, algún hermano marista de paso, convocaba la Tercera Clase donde se preparaba a algunos alumnos para el curso de Ingreso que daba paso a los años de Bachiller. Eran alumnos aventajados, esporádicos y pocos ciertamente, a los que se aconsejaba seguir estudiando; los demás, tras pasar tres o cuatro años aprendiendo lo que asimilaran sus cabezas, a trabajar, que el sistema ni alimentaba ni permitía ociosos ni vagos.
En la Primera Clase se aprendía a leer y a escribir, se memorizaba el Catecismo y te preparaban para la Primera Comunión, que era como una diplomatura. Se entraba con seis años cumplidos, pero no se sabía bien cuando uno iba a promocionar. Había niños allí de toda condición y de todas las edades, desde los que aún se meaban en los calzones a los que ya se afeitaban el bozo. Enseguida sabrás por qué me acuerdo ahora de estas cosas y porque que me ha venido la imagen del hermano Benito con la botella de tinta rellenando con tacañería los tinteros de porcelana incrustados en agujeros en las bancas. Recuerdo también a los mayores migando la plumilla, guarreando las planas. Me entusiasmaba la idea de hacer lo mismo, de usar aquella técnica tan atractiva. Pero pasaron largos días de lápiz y palotes, ondas, olas y rayas con la promesa de que, cuando supiera escribir bien con el lapicero, vendría la tinta, china, por cierto. Nunca llegó. Por aquellos días empezaba a popularizarse los bolígrafos, aunque todavía eran muy raros y caros. El hermano Benito convenció a mi madre para que me consiguiera uno, mi caligrafía era tan buena, decía, que merecía la pena el esfuerzo económico (diez pesetas costó). Fui el primer niño con bolígrafo, con todo lo que eso significaba (envidias, peticiones constantes de préstamo, intentos continuos de robo, robo y rescate...). Eran llamativas mis planas, ejemplares y expuestas en el tablón como modelo de la cursiva británica y, sobre todo, por la limpieza y pulcritud: "Orellana navegó el Amazonas", "Hernán Cortés conquistó el Perú", cosas así escribía doce veces por cuartilla. Sobresaliente en caligrafía, siempre.