2 de Noviembre de 2008
Una luz en la oscuridad
Después de varios intentos interesantes pero de resultado incierto, al fin el irlandés John Connolly escribió su gran thriller de autor.
Mariana Enriquez
Los atormentados
John Connolly
Tusquets
425 páginas
John Connolly es irlandés pero sus novelas transcurren en Estados Unidos, y él mismo pasa la mitad de su tiempo en el país que eligió para su ficción. Comenzó su carrera con gran impacto: su debut, Todo lo que muere, era una novela negra impiadosa y desordenada, que prometía mucho pero dejaba al lector desconcertado ante tanta información administrada con una intensidad rayana en la impericia. Sin embargo, Connolly encontró un nuevo abordaje para el género: el sobrenatural. De a poco, sus novelas negras se fueron poniendo –valga la paradoja– cada vez más oscuras. Si en Todo lo que muere, la primera entrega protagonizada por el detective y ex policía Charlie Parker, éste se lanzaba a la venganza del crimen de su esposa y su hija y terminaba en los pantanos de Nueva Orleáns codeándose con las religiones afro, en la quinta entrega, El ángel negro, Parker andaba entre ángeles caídos, las muertas de Ciudad Juárez, reliquias religiosas y el osario del monasterio checo de Sedlec. Eran novelas interesantes, novedosas, pero tan recargadas que, en última instancia, resultaban fallidas.
El propio Connolly admitió en 2007, cuando se publicó en inglés Los atormentados, que su ficción se había puesto demasiado barroca. “Quería escribir un libro complejo que no fuera confuso de leer”, dijo en una entrevista. Y aquí está, por fin, su gran thriller de autor: el que tiene su marca de estilo, la presencia de lo sobrenatural, la crueldad al límite, el gore, la ambigüedad moral de Parker y sus amigos-colaboradores, los amantes asesinos a sueldo Angel y Louis (en un giro diverso inédito en la novela negra, muy bienvenido y fresco). La trama no puede ser más horrible y más contemporánea: un psiquiatra infantil especializado en abusos sexuales ha desaparecido después de que muchos de sus pacientes fueran atacados en un bosque por hombres con máscaras de pájaros. La hija del psiquiatra, una mujer llamada Rebecca, acude al detective Parker porque el padre de una de las víctimas –un asesino recién salido de la cárcel–, la acecha: su niña ha desaparecido, y el hombre quiere saber qué ha ocurrido. Y en el mejor estilo de la novela negra, donde el misterio es propiciado por una mujer que va en busca de ayuda, el detective revela un mundo podrido hasta el corazón. Connolly es ciertamente impiadoso, y aquí no falla: caen bajo su mirada certera las redes de pedófilos pero también los macabros criaderos de pollos para consumo, las cárceles de máxima seguridad, los jóvenes vulnerables abandonados por un sistema que suma torpezas y la desigualdad social en un país que niega la pobreza. A esas fuerzas se les suman otras, de orden sobrenatural o secreto, casi como pinceladas: el fantasma de una familia muerta, unos “hombres huecos” que acechan los lugares donde acontece la maldad, el mito verdadero, perdido y recobrado de un pueblo en el norte de Maine, donde un grupo de pedófilos dio rienda suelta a su perversión hasta llegar al asesinato.
Desde el principio de su carrera, Connolly tenía entre manos una novela con la potencia y la aparente simpleza de Los atormentados. Sólo que no conseguía cristalizar toda esa promesa. Ahora que lo ha conseguido, el resultado es rotundo y sencillamente deslumbrante.