Gracias a mis alertas de Google sobre escritores, hoy amanezco con este guapo escritor cordovés. Es la primera vez que leo algo suyo y me ha gustado. Es columnista del suplemento cultural de El Mundo y ha ganado muchos premios, aunque eso a mí, no me mueve. En unas líneas transmite mucho sobre un asunto cotidiano. Ahora toca rastrearlo.
Cambio de hora
ESTE cambio de hora no es solamente un cambio de hora y de rutina, un cambio en la luz que se adelanta o en un anochecer que llega antes, que nos amansa y nos contempla antes.
Este cambio de hora, en realidad, puede ser la excusa subterránea de una variación, de un giro de grados incluso milimétrico, camuflado y superfluo sólo a simple vista, porque en realidad esconde un cambio de vida, o un voluntarismo por alterar el surco de una vida. Sin embargo, esta variación será difícil, porque toda rectificación, ya sea nimia o menuda, requiere una inyección de una energía que no es que sea imposible, sino que se nos vuelve imposible, por este mero arrastre de los días contados. Por eso el cambio de hora, esta ingenuidad del cambio de hora, sigue siendo algo de patio de colegio y de clase de Literatura dada todavía de noche, en esa densidad plena de invierno, cuando la profesora nos hablaba de Juan Ramón Jiménez y de Lorca y de uno solo de los hermanos Machado poco antes de que comenzara a amanecer. Este cambio de hora es una ingenuidad, es casi una inocentada fuera de hora, porque a nadie con poder le importa de verdad no sólo el ahorro de energía, sino el desarrollo de las alternativas naturales, del mismo modo que el cambio climático, por el que tanto ha disertado el ex vicepresidente Al Gore, sólo le ha importado verdaderamente, que se sepa, al menos, justo después de dejar de ser el vicepresidente de EEUU.; aunque aquí estamos todos, cambiando la hora de todos los relojes, de los relojes de pulsera y de todos los relojes de la casa, viviendo una ficción que es colectiva y es un engañabobos.
Sin embargo, hay que ser bobo para no cambiar de hora, para no estar predispuesto a un cierto reajuste de las horas. Todo empieza en septiembre pero puede empezar más tarde, porque a veces septiembre no es sino una trampa disfrazada de brindis. En septiembre arrancan todas esas colecciones que luego no colecciona nadie, porque septiembre es un mes predestinado para comenzar cosas que nacen en septiembre para agotarse en septiembre. Pero en octubre, en cambio, llevamos ya un mes y pico de vida, estamos agarrados a la vida, a su costumbre pública, y por eso es un momento sideral para cambiar la hora, para alterar el surco. Si es cierto que septiembre es el mes español de más divorcios, con el movimiento nocturno que se advierte octubre debe ser el mes de los pugilatos más fogosos. Hay que cambiar de hora, pero también de reloj y hasta de pared si es necesario. Todo se reubica y se renueva, todo vuelve a nacer en un cambio de hora. No se trata ya de ecología, sino de la pura supervivencia.
Cambio de hora
ESTE cambio de hora no es solamente un cambio de hora y de rutina, un cambio en la luz que se adelanta o en un anochecer que llega antes, que nos amansa y nos contempla antes.
Este cambio de hora, en realidad, puede ser la excusa subterránea de una variación, de un giro de grados incluso milimétrico, camuflado y superfluo sólo a simple vista, porque en realidad esconde un cambio de vida, o un voluntarismo por alterar el surco de una vida. Sin embargo, esta variación será difícil, porque toda rectificación, ya sea nimia o menuda, requiere una inyección de una energía que no es que sea imposible, sino que se nos vuelve imposible, por este mero arrastre de los días contados. Por eso el cambio de hora, esta ingenuidad del cambio de hora, sigue siendo algo de patio de colegio y de clase de Literatura dada todavía de noche, en esa densidad plena de invierno, cuando la profesora nos hablaba de Juan Ramón Jiménez y de Lorca y de uno solo de los hermanos Machado poco antes de que comenzara a amanecer. Este cambio de hora es una ingenuidad, es casi una inocentada fuera de hora, porque a nadie con poder le importa de verdad no sólo el ahorro de energía, sino el desarrollo de las alternativas naturales, del mismo modo que el cambio climático, por el que tanto ha disertado el ex vicepresidente Al Gore, sólo le ha importado verdaderamente, que se sepa, al menos, justo después de dejar de ser el vicepresidente de EEUU.; aunque aquí estamos todos, cambiando la hora de todos los relojes, de los relojes de pulsera y de todos los relojes de la casa, viviendo una ficción que es colectiva y es un engañabobos.
Sin embargo, hay que ser bobo para no cambiar de hora, para no estar predispuesto a un cierto reajuste de las horas. Todo empieza en septiembre pero puede empezar más tarde, porque a veces septiembre no es sino una trampa disfrazada de brindis. En septiembre arrancan todas esas colecciones que luego no colecciona nadie, porque septiembre es un mes predestinado para comenzar cosas que nacen en septiembre para agotarse en septiembre. Pero en octubre, en cambio, llevamos ya un mes y pico de vida, estamos agarrados a la vida, a su costumbre pública, y por eso es un momento sideral para cambiar la hora, para alterar el surco. Si es cierto que septiembre es el mes español de más divorcios, con el movimiento nocturno que se advierte octubre debe ser el mes de los pugilatos más fogosos. Hay que cambiar de hora, pero también de reloj y hasta de pared si es necesario. Todo se reubica y se renueva, todo vuelve a nacer en un cambio de hora. No se trata ya de ecología, sino de la pura supervivencia.
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