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El cuesco del viento, crítica acompasada de La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón (Editorial Planeta).
Las primeras cuatro páginas de este bestseller están cubiertas por dieciocho opiniones laudatorias de diversos sujetos y medios de comunicación, destinadas a dictar al lector lo que ha de pensar cuando lea el libro. Volveré sobre ellas más adelante.
Una primera y positiva noticia es que el libro (una edición de bolsillo) está imprimido en papel ecológico. La dedicatoria adelanta que el dedicado «merecería algo mejor».
Pág.13: El primer párrafo avanza al lector el estilo del libro: «cielos de ceniza», «sol de vapor», «guirnalda de cobre líquido».
Ibídem: El narrador describe a su padre «amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida», tendría la sonrisa en la nuca.
Ibídem: «si el cielo lloraba», comparar las gotas de lluvia con lágrimas es tan original como hacer la o con un canuto.
Ibídem: «un silencio a gritos que aún no había aprendido a acallar con palabras», chirriante expresión.
Pág.14: Reconozco que la imagen del chiquillo que le habla a su madre muerta me ha enternecido un poco, hasta que he leído: «el corazón me batía en el pecho como si el alma quisiera abrirse camino y echar a correr escaleras abajo» y entrar al estanco a comprar tabaco.
Ibídem: Nuevamente sobre el padre: «sus ojos [...] siempre miraban hacia atrás», como su sonrisa de nuca, ¿no estará este joven equivocado respecto a la orientación de su padre?
Pág.15: Ahora habla de una sonrisa «prestada de un tomo de Alejandro Dumas», sonrisa que ni Zafón ni su editor sabrían explicar cómo es. Con tanto descoloque e intercambio, el padre se le antoja al lector como una especie de mecano.
Ibídem: Al leer «avenida de vapor» (otra vez el vapor), «disfraz de acuarela» o «bóveda de bruma azul» el lector comprende que aquí todo es «sustantivo de sustantivo» o «sustantivo de sustantivo adjetivo».
Ibídem: «el cadáver abandonado de un palacio», metáfora propia de un forense.
Ibídem: Referirse a un hombre como «El tal Isaac», es inapropiado para el ambiente que Zafón pretende crear.
Pág.16: «basílica de tinieblas», a este chico le gusta esta estructura.
Pág.17: «aquel laberinto que olía a papel viejo, a polvo y a magia», ¿a magia de vainilla o a magia de chocolate?
Ibídem: «el azar o su pariente de gala, el destino», filosofía propia de un presentador de reality show.
Pág.18: Zafón cree que «rehice mis pasos» equivale a desanduve o retrocedí.
Ibídem: «una sonrisa impresa en los labios», no aclara si con una impresora láser o con un imprenta a la Guttenberg.
Ibídem: El joven genio de diez años que es el protagonista, recogiendo un polvoriento libro, tiene la seguridad de que éste lo ha estado esperando «probablemente desde antes de que yo naciese», pues sí, sí que es probable.
Pág.19: «Los minutos y las horas se deslizaron como un espejismo»; sabido es que todo espejismo viaja en patinete.
Ibídem: «luz de cobre» (otra vez el cobre), «mundo de imágenes y sensaciones», «túnel de aventura y misterio». ¿Es ésta la capacidad de crear tropos de Zafón?
Parte 1. Capítulo 1 (1945-1949).
Pág.21: «modus operandi», «de cabo a rabo», prosa funcionarial y vulgar.
Pág.22: Ni «la flor y nata», ni la crema de la crema deberían estar presentes en ninguna novela.
Pág.23: «estaba, técnicamente, forrado» sugiere que puede uno estar forrado de una manera no técnica.
Ibídem: «poseía una memoria de elefante», y la fuerza de un toro, y la vista de un águila, el sex-appeal de un ornitorrinco...
Ibídem: «a tiro de piedra de casa», esto que se lo digan a un lanzador de martillo.
Ibídem: «mi billete de ida por la vida», lo hubiera encomiado de ser por la tremenda cacofonía consonante.
Ibídem: Nos habla de un café en el que «cualquier pelagatos podía sentirse por unos instantes figura histórica por el precio de un cortado». Es, sin duda, un precio más económico que el del bombo mediático a que se someten las novelas zafónidas. Un momento, ahora caigo... ¡Ja, ja, ja! ¡Zafón está tomando con el Café Gijón! Será que un día no le dejaron entrar, o que entró y pasaron de él.
Pág.24: Decido que no contabilizaré comas perdidas o sobrantes a no ser que el resultado sea especialmente bochornoso.
Ibídem: Segunda «mirada aguileña» detectada. Presumo encontraré abundantes comparaciones animalescas: son las más primitivas.
Pág.25: Intuyo que una «sonrisa florentina» difiere en grado sumo de una sonrisa albaceteña.
Pág.26: Un personaje traduce «quid pro quo» por «no hay duros a cuatro pesetas» y se dice de él que «destilaba una oratoria capaz de aniquilar las moscas al vuelo». Le olería el aliento.
Capítulo 2.
Pág.27: «las nubes habían resbalado del cielo» me hace evocar una nube en pleno resbalón, quizá sobre una piel de plátano.
Ibídem: «bajo una laguna de neblina ardiente que hacía sudar los termómetros en las paredes», debe de ser realmente duro sudar un termómetro, sobre todo subiéndose uno por una pared.
Ibídem: «salones de lectura donde invenciones como el teléfono, la prisa o el reloj de muñeca resultaban anacronismos futuristas», siendo la prisa un futurismo, ¿a qué pensará Zafón que recurría el hombre primitivo a la hora de huir de un mamut cabreado? ¿A hacerse el muerto?
Pág.28: «El portero, o quizá tan sólo fuera una estatua de uniforme, apenas pestañeó a mi llegada»; curiosa estatua, que además de vestir uniforme pestañea con escasez.
Ibídem: «me deslicé hasta el primer piso», quizá como una nube con piel de plátano o un espejismo con patinete.
Ibídem: «lectores adormecidos derritiéndose como cubitos de hielo sobre sus libros y diarios», quizá por esto el deslizarse; esta escena gore causa auténtico pavor. Si al menos hubieran sudado un termómetro o dos...
Ibídem: «una figura [...] que se me antojo un ángel esculpido en brumas», sólidas brumas serían. En esta novela todo es muy vaporoso, brumoso y acuareloso... El rostro y brazos de la figura «vestían» una piel pálida. Vestir una piel no es angelical: evoca a Hannibal Lecter.
Ibídem: «el modo en que el alma parecía caerle a los pies», pedestre.
Ibídem: «atrapada en ese estado de perpetua juventud reservado a los maniquíes en los escaparates de postín», se ve que los maniquíes en los escaparates de oferta sí que envejecen. Zafón quería decir otra cosa: que estos maniquíes se reponen.
Pág.29: «encontrar una aguja en un campo de azucenas», hay que ser todo un genio para escribir esto.
Ibídem: «pupilas blancas como el marmol», claro, como el veteado verdinegro.
Ibídem: La figura tiene «garganta de cisne» (así vulgariza la expresión) (Pág.29), «tez de muñeca de porcelana» (Pág.30): a Zafón le encantan este tipo de construcciones.
Pág.30: «los ojos más tristes que he visto jamás», esto fue literatura, pero hace siglos. Hoy es tan meritorio como rascarse el culo.
Pág.31: «sus manos abiertas como alas sobre su regazo», extrañas alas, que se abren sobre un regazo. Imagine el lector la pose de las manos, ¿se trata de una sombra chinesca?
Pág.32: Sorpréndase el lector: al recorrer los dedos de la muchacha el rostro del joven, éste siente el roce de las mismas.
Ibídem: «presenciar mi sonrojo, que hubiera bastado para prender un habano a un palmo de distancia», sonrojo que, sin embargo, no incinera a la muchacha.
Capítulo 3.
Pág.32: «Clara Barceló me robó el corazón, la respiración y el sueño», pues no le dejó ni el páncreas.
Pág.33: Durante la guerra civil: «los pueblos no se miran nunca en el espejo [...] y menos con una guerra entre las cejas», guerra diminuta, sería.
Ibídem: «disimulando mal el llanto», hombre, se podrá disimular bien una lágrima, pero, lo que es un llanto...
Ibídem: «para que le leyese de nuevo las cartas de su padre en su integridad», ¿cómo se las va a leer de nuevo en su integridad si la primera vez ha escuchado su lectura mutilada?
Págs.33-34: «años de secreto y sombra», «mirada de porcelana», y dale con la estructura y con la porcelana.
Pág.34: habla de una mujer con «propensión al vello facial», cuando quiere decir propensión a desarrollar vello facial, así que acaba refiriéndose a un gusto muy respetable.
Pág.35: Al leer «el texto de la sobrecubierta, pomposo y apolillado al gusto de la época», se me hace imperativo cerrar y leer la sobrecubierta, con su pomposo «este libraco lo han leído más personas que conguitos hay en el Congo», al gusto de la época.
Ibídem: El explicado argumento de La casa roja, novela de Carax, no es el de la gran novela que se nos ha querido hacer creer que Carax escribe: resulta bastante tontuelo y folletinesco.
Pág.36: Al leer: «una casa de tres al cuarto», «no iba a dar la nota», «se le ablandaba el corazón», el lector se da cuenta de que cualquiera puede escribir así.
Ibídem: «el paisaje se deslizaba como un mal sueño de los hermanos Lumière», que se ve que, además de inventar el cine, soñaban con paisajes.
Pág.37: Un personaje «leyó toda la noche, ajeno a los ronquidos», pero, entonces, ¿cómo supo que sonaban?; «Girando [pasando] la última página al despuntar el alba», ¡qué puntualidad!
Ibídem: «el corazón envenenado de envidia», cutre, pese a la aliteración.
Ibídem: «El resto de ejemplares», no, Zafón: «El resto de los ejemplares».
Ibídem: «Esos libros, si realmente existían, eran imposibles de encontrar», en realidad, cuando algo existe, ello indica una posibilidad, aunque leve, de que uno lo encuentre.
Pág.38: «no le daba la gana de pasar por el aro», ¡qué gastado tiene que estar este aro!
Ibídem: Con «tumba anónima» se refiere a una no firmada por su escultor, cuando quiere decir otra cosa. Más tarde se enmienda y habla de la «tumba sin nombre».
Capítulo 4.
Pág.39: Ejemplo de prosa elevada: «Aunque sólo fuera por llevar la contraria».
Ibídem: «habían demostrado ser inmunes al encanto de los clásicos, las fábulas de Esopo o el verso inmortal de Dante Alighieri», ¿sabrá Zafón que estos dos autores van ya incluidos en «clásicos»?
Ibídem: «cabeza llena de pájaros», «una verdad a medias», un lenguaje trillado...
Ibídem: «las lecturas eran una obligación, una especie de multa a pagar», ¡literatura en estado puro!
Pág.40: Una posible explicación a la existencia de esta novela: «Se me atragantó el cerebelo».
Pág.41: «tiene el alma de pan bendito», vamos, un alma de la hostia.
Pág.42: «Podría intentar contarte el argumento, pero sería como describir una catedral diciendo que es un montón de piedras en punta», la inversión de este argumento ha convertido este grupo de hojas rectangulares en una novela.
Ibídem: «Las mujeres tienen un instinto infalible para saber cuándo un hombre se ha enamorado de ellas perdidamente, especialmente si el varón en cuestión es tonto de capirote y menor de edad»; sí, se llama «los ojos».
Ibídem: «dos fugitivos cabalgando a lomos de un libro, dispuestos a escaparse a través de mundos de ficción y sueños de segunda mano» parece la introducción de una teleserie para subnormales.
Ibídem: «Barceló regresó arrastrando una sonrisa felina», pero ¿por qué la arrastraba?
Pág.43: «Al último interfecto que me vino con eso [...] le vendí un Fuenteovejuna firmado por Lope de Vega a bolígrafo», hay que ser un crack para venderle un libro a un muerto.
Capítulo 5.
Pág.44: «relucía como el faro de Alejandría» del que no quedan ni las ruinas. Zafón: esto te pasa por no informarte.
Pág.45: Hablando de una pluma: «una revolucionaria teoría sobre émbolos y vasos comunicantes, todo ello parte de la ignota ciencia teutona que sostenía el trazo glorioso de aquel adalid de la tecnología gráfica». ¿Por qué «teutona» en lugar de alemana? Porque Zafón piensa que, cuanto más estrambótica es su escritura, más literaria es.
Pág.46: «el padre Vicente, un jesuita veterano que tenía la mano rota para explicar todos los misterios del universo», comprendo ahora por qué yo, de intactas manos, soy incapaz de ello.
Pág.47: «Una anemia de invención plagaba mi sintaxis y mis vuelos metafóricos me recordaban a los de los anuncios de baños efervescentes para pies que acostumbraba a leer en las paradas de los tranvías». Autobiográfico y autorreferente. A todo esto: sin la coma, la última subordinada se refiere a «pies».
Pág.48: «una dichosa pluma que no servía para nada», se me ocurre, cuando menos, una posible utilización: introducírsela a Zafón por donde no sea peligrosa para sus lectores.
Ibídem: «se enrolla como una persiana» y se desenrolla cual papel de culo.
Pág.49: «la muerte era una mano anónima e incomprensible, un vendedor a domicilio que se llevaba madres, mendigos o vecinos nonagenarios como si se tratase de una lotería del infierno», aparte de lo chorruno del telemuerte, no toda madre, mendigo o vecino nonagenario va siempre al infierno.
Pág.50: Este libro no carece de profundidad poética: «el fin de la infancia, como la RENFE, llegaba cuando llegaba».
Ibídem: «la sonrisa breve resbalándole de los labios», aquí las sonrisas persiguen, se arrastran, resbalan, muchos personajes son como un Mister Potato embadurnado de manteca.
Capítulo 6.
Pág.53: «Una criada de uniforme, cofia y una vaga expresión de legionario»; cosas de las preposiciones: de uniforme, de cofia y de una vaga expresión de legionario. Por cierto, la cofia es parte del uniforme.
Ibídem: «acento cacereño cerrado a cal y canto», ce-ce-ce e inapropiada locución nada original.
Ibídem: La criada guía al chico «con pompa y circunstancia» y el lector se pregunta cómo manifestaba la criada esa pompa y esa circunstancia.
Ibídem: Nueva efervescencia: «una luz dorada de polvo y vapor». ¡Y dale con el vapor! Antes la luz era de cobre, ahora es dorada, supongo que después será verde pistacho.
Ibídem: Dice «el aliento de un piano flotaba en el aire» refiriéndose a una música de piano. Muy desacertado este aliento flotante, sobre todo procediendo de un instrumento de cuerda. Si hubiera sido de viento...
Ibídem: «La Bernarda se abría paso entre la espesura blandiendo sus brazos de descargador portuario a modo de machetes», dudo que una criada trate a machetazos la vegetación de la casa a su cargo.
Ibídem: «cacatúas de [..] tamaño enciclopédico», se ve que también las hay de bolsillo y en edición rústica.
Pág.54: Marchando otra de vapor: «vaporoso vestido».
Ibídem: Dice: «el verla me inspiraba una visión celestial», pero no explica cual.
Ibídem: Dice: «propensión flatulenta» por «propensión a las flatulencias». Es el segundo error de este tipo.
Ibídem: Adrián le cae al protagonista «Como un piano de cola desde un séptimo piso», comparación propia de una viñeta de un Mortadelo.
Ibídem: «bizcochos de canela que quitan el hipo» y la originalidad.
Ibídem: «Merendamos como la realeza, devorando cuanto la criada nos ponía a tiro», quizá disparando sus lenguas de batracio. Por otro lado, las realezas no suelen distinguirse precisamente por rebañar el plato, sino por lo mucho que desperdician.
Pág.55: «Clara [...] me sugirió que [...] podía leer La Sombra del Viento [¿a qué esas mayúsculas?] y que, ya puestos, podía empezar por el principio», parece, este personaje de Clara, una mujer perspicaz y ocurrente.
Ibídem: En «emulando a aquellas voces de Radio Nacional que recitaban viñetas de corte patriótico poco después de la hora del ángelus con prosopopeya ejemplar», se advierte que Ruiz quería asignar esta prosopopeya ejemplar a las viñetas, pero la falta de un par de comas le traiciona.
Ibídem: «leí [...] atravesando cinco capítulos», otro espadachín, por si no fuera poco con Pérez.
Ibídem: «-Me recuerda un poco a La casa roja», comentario demasiado típico y superficial para un libro que se presume grandioso.
Ibídem: «aquel encuentro [...] fue el primero entre muchos más»; el primero no esta ENTRE muchos más, sino al principio de todo.
Pág.56: «me aprendí cada sala, cada corredor y cada planta», ¿y cada tropismo?
Ibídem: A la invidente Clara «le encantaba [...] adivinar el eco de los pasos», ¿cómo se adivina un eco? Yo, como mucho, puedo oírlo.
Pág.57: «esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño», ¿por qué eterna?
Pág.58: Del ya citado latinista dice Ruiz: «Barceló no era exactamente George Bernard Shaw». El sujeto se expresa de aquesta manera: «tú eres más buena que el pan», ¡como el foie gras La Piara! ¿Será publicidad subliminal? Voy a prepararme una rebanada.
Ibídem: Nueva ocurrencia del latinista: «La condición básica del beato ibérico es el estreñimiento crónico». He tenido que tomarme un descanso una hora para carcajearme y además una prórroga.
Págs.58-59: «de Pascuas a Ramos».
Pág.62: «usted lo que tiene que hacer es buscarse una buena chavala», le dicen al padre del chico, el cual califica esto de «insinuaciones». Menos mal que no es detective.
Capítulo 7.
Pág.67: «corazón envenenado», Ruiz es muy aficionado a esta expresión.
Pág.68: «hacía años que no embarcábamos en una golondrina, aunque yo sabía que él a veces iba sólo», pues no hacía años entonces, ¿o habrá querido decir juntos?
Pág.69: Obsérvese la justificación: «ni está en venta, ni lo tengo».
Págs.68-72: Demasiadas palabras empleadas en el encuentro con el extraño, cuya identidad «intuyo» y cuya manera de expresarse abunda en clichés: «yo nunca me equivoco de persona», «la gente habla», «no hace falta que hagas comedia», «me trae sin cuidado», «Eso es asunto mío», «Tienes agallas», «Por una mujer así, cualquier pierde el sentido común», «me trae sin cuidado» (nuevamente), «que nadie salga perjudicado», «volveremos a vernos», «nunca se me olvida una cara», «Yo no me fiaría ni un pelo de él». También nos cuenta un chiste: «no me suena de nada, y eso es lo peor que se puede decir de un músico». Le contado este chiste a mi vecino y se ha tirado por la ventana.
Pág.72: «una silueta evaporándose en la oscuridad envuelta en su risa de trapo», esto de las carcajadas maléficas es de remake cutre de Conde Drácula. Y, si encima tiene «risa de trapo», será el Drácula de Barrio Sésamo.
Capítulo 8.
Pág.72: Horror: el mal tiempo comienza a poner poético a Zafón: «Un manto de nubes chispeando electricidad cabalgaba desde el mar», digerido lo cual, comprendo que se trata de una tormenta de chispas.
Ibídem: «guarecerme del aguacero» es un error de novato.
Ibídem: «con pies y piernas de plomo», novedoso.
Ibídem: «Un trueno descargó cerca [si algo descarga, será el relámpago], rugiendo como un dragón enfilando la bocana del puerto», no, por supuesto, como uno que sobrevolara una pista de aterrizaje, el cual profiere un rugido posicional.
Ibídem: «No se veía un alma en las calles» ni literatura en los libros.
Ibídem: Obligada ebullición: «mortaja de vapor». ¿Zafón escribirá en una sauna?
Pág.73: «Me pareció ver contornos de sombra reptando a mis espaldas», ¿dónde se encontraría el resto de la sombra, sin su contorno? Se pregunta el lector aterrado.
Ibídem: «pozo de sombra», «aliento de relámpagos», pedo de trueno, etc..
Ibídem: «Sujeté la barandilla», inestable barandilla sería.
Ibídem: «los peldaños se deshicieron [sic] en una planicie y comprendí que había llegado al rellano del principal», nos hallamos ante un superdotado.
Pág.75: «guirnaldas de vapor». Es el sexto vapor o vaporosidad.
Ibídem: «El teclado del piano formaba una sonrisa interminable», ¿un piano combado?
Ibídem: «explorando un cuerpo que había memorizado de pura ignorancia»; memorizado no, Zafón: imaginado.
Capítulo 9.
Pág.76: «sábanas blancas que brillaban como seda lavada», supongo que con Perlán.
Ibídem: ¡Cielos!: «embestidas», «la penetraba entre sus muslos», «aferraban [...] las nalgas», «clavándole las uñas y guiándole hacia sus entrañas [se ve que aquello era como un taladro]». Esta guarrada patética pretende ser uno de los ingredientes del bestseller; no es especialmente erótica ni está sublimada en absoluto.
Pág.78: «Bebí un trago [...]. Sabía a gasoil esclarecido con vinagre». ¿Y cómo sabes tú a qué sabe el «gasoil esclarecido con vinagre»?
Ibídem: Autopresentación del protagonista: «-Daniel Sempere, tonto de remate. El gusto es mío». No tengo nada que añadir.
Pág.79: «le di cuerda» a un mendigo.
Pág.82: «se podía oír un goteo intermitente». A ver, Zafón, todos los goteos son intermitentes; cuando un goteo no es intermitente, no es un goteo: es un chorro.
Ibídem: Escribiendo «extraía de su abrigo un manojo de llaves que hubiera sido la envidia de un carcelero», Zafón cree aumentar el número de llaves, cuando en realidad lo disminuye. ¡Cómo si no tuvieran ya bastante trabajo los carceleros!
Ibídem: «Conjurando una ciencia ignota, acertó cuál era la que buscaba», la ciencia ignota de la vista, quizá.
Ibídem: «una caja de música a escala industrial», quiere decir grande, pero también se producen «a escala industrial» piezas diminutas. Es lo que le pasa por tratar de ponerse creativo sin saber lo que hace.
Ibídem: «el mecanismo chasqueó como las entrañas de un autómata», pero no como las de un reloj, ojo.
Pág.83: El lector se entera de que «aprender a robar un banco» y «a crear uno» vienen a ser la misma cosa. ¡Habrá que cambiar la injusta legislación!
Ibídem: «una burbuja intermitente de luz rojiza y evanescente. Cojeaba vagamente», ente-ente-ente: ¡triple cacofonía!: ¡entérese la gente!
Ibídem: «a medio camino entre Caronte y el bibliotecario de Alejandría», no tengo el gusto de conocer al segundo. El primero creo que es calvo y con gafas.
Ibídem: Nueva perla para el protagonista: «capullito de alelí».
Pág.84: El «tal Isaac« se refiere al rostro del protagonista como «careto». Mola, kolega.
Ibídem: «una sonrisa de pillo redomado».
Ibídem: «su papel de siniestro cancerbero», ¿no era de Caronte? Isaac se aperruniza.
Capítulo 10.
Pág.84: «una taza con un mejunje humeante que olía a chocolate caliente con ratafía», misterioso mejunje, en verdad.
Pág.85: «de poca monta».
Ibídem: «París es la única ciudad del mundo donde morirse de hambre todavía es considerado un arte»; Zafón quizá no habrá oído hablar de Kafka.
Ibídem: «El idioma favorito de Cabestany era el de la peseta», recuérdese esto.
Ibídem: «le traía al pairo».
Pág.86: «todo hombre tiene sus secretos», y todo bestseller sus clichés.
Ibídem: Chorrada memorable: «El tal» Isaac afirma que Cabestany, cuyo idioma favorito «era el de la peseta», publicaba los libros de Carax perdiendo dinero: «por llevarle la contraria a Darwin». ¿Creerá Zafón que al paso del tiempo sobreviven aquellos libros que más dinero generan? No conoce, sin duda, otro baremo que este. ¿Sabrá que la cuarta parte de Así habló Zaratustra fue autoeditada por Nietzsche, imprimiéndose sólo cuarenta ejemplares?
Ibídem: «La edad, que a todos nos pasa factura», ¿es esta la manera de hablar del guardián del cementerio de los libros? Y sigue: «de los que no saben leerse ni la talla de los calzoncillos», «la empresa se vino abajo», «hecho de otra pasta».
Pág.87: «no le encontraba la gracia ni de refilón»; la prosa de un maestro.
Pág.88: «Nuria siente debilidad por las causas perdidas. De pequeña recogía animalillos de la calle y los llevaba a casa.». El lector se sorprende de la audacia de esta Juana de Arco y se pregunta si tan mal lo pasa un animal en la calle para que su salvación sea una causa perdida. He de afirmar que recogí a mi gato de la calle y que hoy está hecho todo un tigre. Pero ojo, que sigue: «Con el tiempo pasó a adoptar novelistas malditos»; ¿les daría Friskis?
Ibídem: Al leer la frase hecha «blandió su sonrisa de diablo cojuelo», se pregunta el lector cómo se blande una sonrisa y cuánto se diferencia la sonrisa de un diablo cojuelo de la sonrisa de un diablo campeón de decatlón. Zafón cree que hacer literatura es empotrar cultismos de todo a cien.
Ibídem: «Se me comió el silencio y la duda»; a mí se me come el cansancio de leer chorradas.
Pág.89: Nuevas gotas de sabiduría del «tal» Isaac: «La gente se complica la vida, como si no fuese suficientemente complicada». A este tío lo contratará el Dalai Lama. Más: «no leo las necrológicas porque los conocidos caen como moscas y uno se queda acojonado»; exacta descripción del estado del lector.
Ibídem: «Mi Nuria es de las que rompen corazones con sólo entrar en una tienda», pues tendrá que pagarlos, claro.
Ibídem: Al tener una hija «es ley de vida que tarde o temprano le romperá a uno el corazón», el tiempo verbal requerido es «rompa», no romperá.
Pág.90: «si algún día tiene usted una hija empezará sin darse cuenta a dividir a los hombres en dos clases: los que usted sospecha que se acuestan con ella y los que no. El que diga que no, miente por los codos». Y el que diga que sí, por las rodillas. A todo esto, la señorita Nuria debe de ser toda una ninfómana, o eso piensa su padre, «el tal» Isaac.
Pág.91: Rollo telegramático de oraciones simples: un claro ejemplo de simploide escritura bestseller. Espero que «el tal» Isaac sea pronto asesinado para no verme obligado a leer más parlamentos suyos.
Ibídem: «De cría lo recordaba todo» me recuerda a lo de «careto».
Pág.93: «Acuérdese del Minotauro», dice «el tal» Isaac para sugerir al protagonista que emule a Teseo, matador del Minotauro.
Pág.94: Autoreferencia: «oculta detrás de aquellos muros de prosa granítica».
Ibídem: «Me despedí de la novela con un guiño», y yo saludo a ésta con un corte de mangas.
Pág.95: Habla de una mesa «ataviada de fiesta». No basta con poner palabras raras, Zafón: también tienen que quedar bien.
Ibídem: «un cigarrillo que sostenía entre el índice y el anular, como si fuese una pluma». Extraña forma de coger tanto un cigarrillo como una pluma. Junte el lector los dedos índice y anular, y obtendrá un curioso gesto, dedicable a Zafón.
Ibídem: «La mirada se me cayó al suelo», una prosa que deslumbra por su belleza y una mirada digna de Mister Potato.
Pág.96: «Se me iluminó la sonrisa antes de abrirla», original prosa y sonrisa: Mister Potato versión de neón.
Págs.96-97: El previsible fin de capítulo, y de parte, es entrañable. Escrito para que el lector de bestsellers pueda olvidarse del libro e irse tranquilo a dormir. Sólo un apunte: «a falta de palabras, me mordí la voz» es una deformación de morderse la lengua.
Capítulo 11 (1953).
Pág.99: «Aquel año, el otoño», ¡pero qué co...!
Ibídem: «un manto de hojarasca que revoloteaba en las calles como piel de serpiente». A ver: si era un manto, y de hojarasca, estaría depositado, no revoloteando cual golondrina, ni mucho menos «como piel de serpiente». ¿Cuántas pieles de serpiente habrá visto Zafón revolotear? ¿Se referirá a algún tipo de serpiente alada? ¿Tal vez a un dragón chino? ¿O es que habrá querido referirse a ESCAMAS de serpiente, sabiendo que las serpientes no mudan su piel escama a escama sino de golpe, cual streaker o exhibicionista?
Ibídem: «mis penas de sainete», «más trabajo del que podíamos quitarnos de encima».
Ibídem: Para trabajar en una librería de viejo: «Lo que nos haría falta sería alguien muy especial, medio detective, medio poeta, que cobre barato y al que no le asusten las misiones imposibles»; vamos, una mezcla de Jack el Destripador, Sherlock Holmes, Walt Whitman, Kunta Kinte, con una pizca de Tom Cruise. Por supuesto, existe alguien así: el mendigo que invitó a vino al protagonista un par de capítulos atrás. ¿Quién dice que los personajes no se pueden reciclar?
Pág.100: El mendigo habla como el resto de chiflados personajes de esta novela, pero como resulta aceptable que un mendigo esté tarumba, pues no queda TAN mal.
Ibídem: «su rostro se iluminó de pronto con una sonrisa de bandera», ¿por qué en esta novela las sonrisas nunca están quietas ni en stand-by?
Ibídem: «verborrea incesante».
Pág.101: «El mendigo se encogió en un manojo de roña y nervios». Chorruna y roñosa descripción.
Ibídem: «avergonzado por su aspecto y la mugre que le cubría la piel», mugre que, claro, no formaba parte de su aspecto.
Ibídem: «con mucha oratoria y tácticas subrepticias [¿cuáles?] conseguimos meterlo en la bañera», le recitarían a Pericles.
Ibídem: «temblaba como un pollo desplumado», o como una vela al viento.
Pág.102: Al escribir «unos calzones que exhibían el color y la consistencia del jamón serrano», Zafón sin duda creyó haber compuesto un delicioso pasaje: ¡nada como comparar unos calzoncillos con el jamón serrano para deleitar al lector!
Ibídem: El mendigo se coloca, «quizá» bajo los efectos de las sales de baño: menuda juerga.
Ibídem: «piel de gallina», ¿otra ave desplumada, Zafón?
Pág.103: «perdí mi musculatura hercúlea en la carcel», aparte de que suele suceder lo contrario, la triple cacofonía clr rcl crl, triletre vuelve ridícula esta oración.
Ibídem: «se le deshacía la mirada».
Ibídem: «hecho un pincel»; estos personajes utilizan tantas frases hechas que cuesta creer que se trate de los encargados de una librería de viejo, un puesto que supone cierto respeto a lo literario.
Pág.104: «sombrero peliculero», cacofonero trompetero.
Ibídem: «algo que ver con el asunto».
Ibídem: «no mentar el tema», Zafón está en esa fase embrionaria del escritor en la que se cree que la cacofonía es un descubrimiento de cuño propio.
Ibídem: Explotan al mendigo «durante doce horas o más sin pausa».
Pág.105: «demasiado perfectas para ser ciertas», es el capítulo de las cacofonías.
Ibídem: «noche fría, de viento que cortaba y cielos de alquitrán»; no sé que es peor: si el manido viento cortante o los originales cielos de alquitrán.
Pág.106: «Joaquín Costa caía como una brecha de colmenas ennegrecidas fundiéndose en las tinieblas del Raval»; ahora dudo entre el alquitrán y esto otro.
Ibídem: «una espiral de mugre», «bombillas desnudas y cansadas».
Ibídem: «Doña Encarna [...] enfundada en una bata azul celeste y luciendo una cabeza de rulos a juego». Supongo que, para lucir una cabeza, primero habrá que enroscársela. Nótese que, además, la cabeza es a juego con la bata azul celeste; será la cabeza de un pitufo.
Ibídem: «se llevó las manos al corazón, oculto bajo los pliegues abundantes de su frondosa pechuga», y oculto también bajo algo más, digo yo.
Pág.108: «de puro susto», páginas atrás: «de puro placer».
Ibídem: «inquilinos con color de cirio gastado», los cirios gastados no tienen color: están gastados.
Ibídem: «Se le tensaron los músculos como cables de acero», ¿se referirá a los tendones con esta original comparación?
Pág.109: Tras el ataque o posesión demoníaca que sufre el mendigo, quien mancha de sangre y excrementos la pared, la casera «le cogió aún más cariño». Yo soy igual: nunca acepto a un inquilino hasta que vacía medio sistema circulatorio por la pared y arroja contra ella sus boniatos.
Ibídem: Nueva autoreferencia: «Yo por usted, Doña Encarna, me trago un ladrillo».
Pág.110: Siempre que se refiere al mendigo, lo nombra «Fermín Romero de Torres»: ¿para qué abreviar a «Fermín», a «Romero» o a «de Torres», pudiendo rellenar siempre un poquito más? Igual para tantas otras expresiones.
Pág.111: «le traía al pairo», menuda prosa repetitiva y cateta.
Pág.112: El mendigo compara desnudar una mujer con pelar un boniato. Juro al lector que es cierto.
Ibídem: ¿Qué es un «metabolismo de bombilla»?
Ibídem: «Se me cayó la mirada de la pantalla», ¡patachof!
Pág.113: «oficinistas con problemas de estreñimiento y beatas ajadas de aburrimiento»; sí, se trata del capítulo de las cacofonías. Y es la segunda vez que Zafón recurre al estreñimiento.
Ibídem: Escribir «la sonrisa se me heló» es tan original como rascarse el culo.
Ibídem: «el haz nebuloso del proyector taladraba las tinieblas de la sala», la forma de un haz de proyección no es precisamente la de una broca, sino al contrario.
Ibídem: «putón desorejado», la malsonancia no está justificada. Otro que se cree que eructar tacos es masculino y atrevido.
Ibídem: A comprar gominolas lo llama Zafón «safari gastronómico», ¿cazará los chicles en África con una Mágnum 44?
Pág.114: «tenga un Sugus de limón, que lo cura todo»; todo, menos escribir mal. ¿Cuánto habrá cobrado Zafón por la introducción de esta marca? Es común que ciertas películas se financien con anuncios entremetidos; quizá pronto Alatriste se pimple una Coca-cola. Y lo que es aún peor, esta parte del noveloide se desarrolla en 1953 y los caramelos Sugus, aunque desarrollados en Suiza en 1931, no llegaron a España hasta treinta años más tarde, en 1961. Sorprende que estos pobretes anden comprando caramelos de importación. Los habrán comprando por Internet.
Ibídem: «me pareció haber despertado de un mal sueño», en el que todas las frases se habían dicho antes.
Capítulo 12.
Pág.115: Continúan la traca de cacofonías: «críos sedientos de combate sangriento».
Ibídem: El protagonista explica cómo conoció a su mejor amigo sufriendo una paliza por parte de éste, jaleados ambos por, entre otros, el padre de este gran amigo.
Pág.117: «fotografías de lagos de azul imposible», no sería tan imposible si había lagos de ese color.
Ibídem: «relojes de cucú», ¡de cuco!
Pág.118: Del amigo Tomás dice que tenía «pinta de duro» y que se dirigía a sus tutores a domicilio únicamente en latín, por lo que «dimitían por desesperación y temor a que el muchacho estuviese poseído y les estuviera endilgando consignas demoníacas en arameo»; lógico, tratándose de latín; también lógico tratándose de profesores, que son los únicos en desconocer el latín.
Pág.119: «la niña de los ojos de su padre» es tan original como las películas de clones.
Capítulo 13.
Pág.121: Aquí intuyo un desliz: «le planté un par de sonoros besos en cada mejilla».
Pág.122: «la sonrisa florentina estampada en el rostro»; repito: que una sonrisa sea florentina no significa nada, no la diferencia de ninguna otra sonrisa: hubiera dado lo mismo que fuera una sonrisa lepera; del estampamiento prefiero no hablar.
Ibídem: Nueva apostilla publicitaria por cortesía de Zafón y Planeta: «el ímpetu que reservaba para las chocolatinas Nestlé». Nestlé hace ya un tiempo que existía entonces, pero yo creo que Zafón ha acertado de chiripa.
Pág.123: «le soplé unos cuantos duros de la caja», duros livianos serían.
Pág.124: «la cerré a cal y canto» es expresión propia de un chico muy leído.
Ibídem: «mirada [...] envenenada de alegría», pernicioso veneno este de la alegría.
Págs.124-125: Cuando Zafón describe una foto, utiliza una forma de expresarse más bien propia de un telegrama, no sea que un exceso de oraciones subordinadas confunda al lector, derritiéndole el cerebro. Zafón: los lectores no son tan tontitos, ya hay adolescentes que notan cómo te repites de libro a libro, y los adultos vemos cómo te repites en uno solo.
Pág.125: «una imagen de luz y de esperanza que prometía cosas que sólo existen en las miradas de pocos años»; como, por ejemplo, las de Mahatma Gandhi o Hermann Hesse.
Ibídem: la supuesta escena de misterio con foto encontrada en el suelo de la tienda resulta de lo más insubstancial pero, como es final de una parte del libro, así permite al lector dormir muy tranquilamente. Tras la siestecita, continúo.
Capítulo 14 (1954).
Pág.127: «en alas de Cupido», «a los cuatro vientos», ¡cultos libreros!
Ibídem: Las gilipuerteces que suelta el antes mendigo no tuvieron gracia desde un primer momento y siguen sin tenerla ahora. Son un relleno estúpido y tontícola.
Pág.128: Resulta deprimente imaginarse a Zafón rascándose la cabeza después de haber escrito «cielo azul», pensando en cómo completar este cielo para crear una imagen única en la mente del lector, y entonces leer: «cielo azul de bandera».
Ibídem: Zafón adopta el temible registro que él considera lírico. Me ajusto el barbuquejo del escurridor y calo la bayoneta en el lápiz: «le sale el alma a pasear y uno se hace más sabio con sólo beber de la fuente de Canaletas», Zafón bebió sin duda de una fuente opuesta y contraria, «que, durante esos días, de puro milagro, no sabe ni a cloro», ¡es como para avisar al nuncio apostólico!; «un ballet de barrenderos», conocido espectáculo barcelonés; «puliendo la ciudad a pincel», pobres barrenderos; «y con trazo puntillista», ¡puntillista! ¡En el puntillismo no había trazos!, ¡había PUNTOS!; más propaganda, esta vez de «Phillips».
Pág.129: Siento simpatía por la soflama del antes mendigo contra la televisión, hasta que leo: «Este mundo no se morirá de una bomba atómica, como dicen los diarios, se morirá de risa, de banalidad, haciendo un chiste de todo, y además un chiste malo». Y pienso que es precisamente a esto a lo que el citado personaje se ha dedicado durante todo el tiempo que lleva en la novela: a hacer chistes malos; y también que este libruco bestsellerado por Planeta es uno de estos embajadores de la banalidad contra la que hipócritamente clama Zafón, personaje mediante. Sabido es que el frívolo de Zafón rebuzna en las entrevistas que la autentica literatura se hace en televisión; y, por lo que vemos, él lleva a cabo la operación inversa: escribir telebasura para las editoriales.
Ibídem: Nuevo adelanto tecnológico: «luz en polvo», cómo el cacao o la leche.
Ibídem: «un traje granate que le ceñía el talle a cuchillo»; curioso método de sujeción, afirmo; lle-llo, añado.
Pág.130: Ve una mujer de espaldas y se la imagina «en tres dimensiones y perspectiva alejandrina». Original resultado de este corte de digestión mental: «dientes largos como palmatorias».
Pág.131: «son de paz».
Pág.132: Momento Mister Potato: «eché los ojos al patio», se refiere a los suyos.
Ibídem: «en qué clase debía clasificarme a mí».
Pág.133: «vais a casaros y os vais a vivir».
Pág.134: Léase lo siguiente con rayos X y en perspectiva macedónica: «Maldije mi estampa».
Pág.135: «galería infinita». Este continuo recurrir a expresiones manidas y frases hechas nos demuestra la impotencia narrativa de Zafón: es incapaz de crear mediante el lenguaje propio de un novelista. Su impotencia se manifiesta de modo aún más agudo cuando intenta crear algún tropo y le sale una cachupinada que no tendría gracia ni en una teleserie.
Capítulo 15.
Pág.135: Construcción favorita de zafón: «ennegrecido de hollín», «empañados de mugre»; nótese el parecido entre ambas.
Pág.136: «Adopté la más angelical de mis sonrisas», se ve que, dentro de las angelicales, disponía de varias con distinta intensidad. Fíjese el navegante en la continua (y fallida) calificación de sonrisas.
Ibídem: Nueva originalidad: «clavó la mirada». Al menos no se le cayó por las escaleras.
Pág.137: Nombre para un posible y serio personaje: «Vicenteta».
Pág.140: «temí empezar a perder el interés de la portera», ¿y no teme Zafón perder el del lector? Porque cada vez que el «detective» protagonista Sempere encuentra con quien hablar, su interlocutor suele enrollarse, como diría Zafón, cual persiana.
Pág.142: Tópica descripción: «aliento fétido», «olía a cerrado y a humedad», «Volutas de mugre», «manto de ceniza».
Ibídem: «Cerramos la puerta a nuestra espalda. [...] permanecimos inmóviles en el umbral del piso». Me temo que en el umbral estaba la puerta, vosotros estabais más bien en el recibidor o el vestíbulo.
Ibídem: «alma envenenada de codicia y anhelo», le tiene afición Zafón a envenenar, ¿será otra de sus palabras favoritas entre las cien que conoce?
Pág.143: La portera, sobre las palomas: «me dan un asco [...] Con lo que llegan a cagar». Respuesta del listillo de Sempere: «Usted tranquila, doña Aurora, que sólo atacan cuando tienen hambre». Aparte de que nada tiene que ver la cantidad de excremento avícola con la agresividad de la especie, da la impresión de que Zafón crea que esto es gracioso.
Ibídem: «nos adelantamos unos pasos hasta el fin del pasillo» y pasó que pasaron.
Ibídem: «veladas de suciedad», «velo de polvo», vaporeadas de cuesco, etc...
Ibídem: La butaca donde ha muerto un hombre es una «butaca mortuoria».
Pág.144: «podía oírse el aleteo nervioso y hostil de palomas al otro lado»; ¿cabe la posibilidad de que Zafón no bromeara antes con las palomas?, ¿padecerá palomofobia?
Pág.145: Abriendo la puerta a un baño y observando un espejo: «Un rostro me observaba desde el espejo. Hubiera podido ser el mío o el de la hermana que vivía en los espejos de aquel piso». ¡Qué misterio! Después de desclavar las manos del sofá y de tomarme seis o siete calmantes, me doy cuenta de que el protagonista se está mirando al espejo. «¡Cielos!, me digo, no pasaba tanto miedo desde la última vez que me compré un huevo sorpresa».
Ibídem: Pregunta: ¿por qué enumera Zafón tal cantidad de objetos innecesarios cuando describe? Respuesta: para rellenar.
Pág.146: «Me cayeron los ojos a la caja de música», Potato Sempere debería invertir su paga en un tubo de pegamento o unas gafas de buceo.
Capítulo 16.
Pág.146: Al leer «El señor Fortuny había hecho instalar un cerrojo en la puerta de la habitación desocupada de su hijo que hacía tres del que tenía en la puerta del piso». Se pregunta el lector porqué el hijo único, teniendo sólo una hermana de vapor, «hace tres». Después comprende la mal construida oración.
Ibídem: «un pozo de oscuridad [...] impenetrable». Retenga el navegante este «tropo».
Pág.147: «una aguja de luz vaporosa taladró la tiniebla [impenetrable]», una aguja no taladra ni la tiniebla ni el cartón piedra; una broca, puede. Es la segunda tiniebla que se taladra, ¿tan pobre es el vocabulario zafoniano?
Ibídem: Dice «la habitación estaba infestada de crucifijos». La descripción posterior induce a pensar que, además de crucifijos, había cruces, pero que Zafón desconoce la diferencia entre unos y otras.
Ibídem: Y lo que Zafón llama «escritorio de consola cerrado» es en realidad un buró.
Ibídem: La curiosidad de la portera ya no es excusa, aunque lo fue al principio, para la profunda exploración que Sempere Holmes está llevando a cabo.
Pág.148: «aparecía en la imagen quemada tomada al pie», ada-ada.
Ibídem: Sempere roba una foto. La portera calla.
Pág.149: Sempere roba una carta.
Ibídem: «despacho cochambroso» y de techumbre achuchada.
Ibídem: «un puro a medio fumar que parecía crecerle del bigote», qué sitio más raro para clavarse un puro.
Ibídem: «era difícil determinar si estaba dormido o despierto», suelta Sempere justo antes de que hable el indeterminado.
Ibídem: ¿Qué entenderá Zafón por «mirada porcina»?
Pág.150: Pregunta: ¿Por qué demonios prácticamente todos los interrogados por Sempere son siempre ancianos que, a la primera pregunta, sueltan un rollo macabeo que aburre hasta a los lectores de Javier Marías y Juan Benet? Respuesta: Para rellenar.
Ibídem: Al leer «De rodillas se me ponían las chavalas para que les hiciera un favor» se imagina el lector de qué tipo.
Ibídem: «El siglo veinte es una mierda». La prueba: durante él se gestó el noveloide presente, publicado en 2001.
Pág.151: «los números que hace mi secretaria no los entiendo, porque ya sabe usted que las mujeres para las matemáticas no sirven», ¿qué tendrá que ver la caligrafía con las matemáticas?
Ibídem: Los sarcasmos con que Sempere chulea a sus interrogados, además de carecer de gracia, son bastante propios de un gilipuertas maleducado. ¿Zafón considera esto gracioso? Los interrogados son siempre más tontos que Sempere y no se dan cuenta de cómo los vapulea el malcriado protagonista. Me sorprende que en ciento cincuenta páginas tan sólo le hayan partido la cara dos veces, contando la paliza retrospectiva.
Ibídem: Y todavía resulta más absurdo que, así burlados, sigan colaborando con él como si nada: no es creíble.
Pág.152: «el hombre no viene del mono, viene de la gallina», ergo esta novela es un huevo.
Ibídem: Comienzan unas cursivas que son el parlamento del citado descendiente de las gallinas, y que quizá ahorren al lector los diálogos chorras.
Ibídem: «había aprendido el oficio que algún día soñaba en enseñar a su propio hijo»; ¿»soñaba en enseñar»?
Pág.153: El marido que no toca a su mujer la noche de bodas es un recurso que ya utilizó Miguel Delibes en Cinco horas con Mario.
Ibídem: «Sólo se detuvo cuando pensó que un solo roce más la mataría», si es que hay roces que matan, afirmo; sólo-solo, añado.
Pág.154: «Nadie compraría sombreros a un hombre con fama de cornudo. Era un contrasentido». Estas tonterías sin sentido son las que escribe Zafón y las que le publican sus editores.
Ibídem: Sobre los breves coitos del sombrerero: «De dichos asaltos a camisón arremangado», prosa es funcionarial y vulgar.
Pág.155: Tras hablar de Velásquez, se nos dice que Julian Carax «adoraba la música, la pintura, y todas las materias desprovistas de provecho y beneficio en la sociedad de los hombres», pero las materias citadas sí son de provecho y también crean beneficio.
Pág.156: «Imploraba al Señor que le enviase [...] una migaja de su presencia», haberse bajado al Caprabo ¡o a comulgar!
Pág.157: Intercambiando el sombrerero y su mujer gritos e insultos, se nos cuenta que acribillaban «a quien osara interponerse en su trayectoria» y se nos descubre que, oh sorpresa, el habitualmente acribillado era el hijo de ambos. Qué cosas tiene la convivencia.
Ibídem: Al autor de los Episodios Nacionales lo llama «el insigne don Benito».
Pág.158: Me pregunto cuán típica sería esta expresión en el año 1954 para solicitar la repetición de lo dicho: «-Fermín, rebobine».
Ibídem: «gesticulando al uso siciliano», ¿se refiere quizá a un corte de mangas?
Ibídem: «Le podría describir a usted hasta el olor. A lavanda, pero más dulce. Como un bollito recién hecho». Ansía el lector probar un bollito con olor a lavanda.
Ibídem: Se pregunta el lector si por aquel año se llamaba a las mujeres «bollito».
Págs.157-161: Chorruna conversación con el antes mendigo, maquina humana de soltar memeces.
Pág.161: «Me tendió la mano con aplomo templario». ¿En qué se diferencia el «aplomo templario» del aplomo teutón? El lector comprende que Zafón escribe las palabras sin atender a su significado, eligiendo sólo por sus sonidos, en este caso plo-pla. Ejemplos: Rumió el rumor, flan de Flandes, chupó el chorizo...
Pág.162: «galán de peliculón, pero con treinta quilos menos en los huesos». Dudo que haya un solo «galán de peliculón» cuyos huesos pesen treinta quilos más de lo habitual en un ser humano.
Ibídem: El antes mendigo anota un apartado de correos. ¿En una mano?, no: en un pie.
Pág.163: «le vi partir gallardo como un gallo rumbo al gallinero», ¿no lo decía yo?
Ibídem: «sonrisa grasienta y falsa», «No me vas a vender ni las buenas tardes».
Ibídem: Nueva impertinencia del protagonista.
Ibídem: «en la vida hay que pencar». No sólo el vocabulario de Zafón es escaso, sino que utiliza palabras no registradas en el diccionario.
Pág.165: «las palabras se me habían quedado congeladas en los labios», como la sonrisa helada de hace unas páginas.
Ibídem: «rió su risita», no iba a reír el himno español.
Pág.167: A Sempere no se le encoge el estómago, porque Zafón es muy original, sino que las tripas se le estrechan «en un nudo», como una garganta.
Ibídem: «concluí sellar aquel episodio en algún rincón de mi memoria», prodigiosa capacidad.
Pág.168: «Dile que me diga el qué», aparte de que la falta de tilde sobre el pronombre hace detenerse al lector, dile-diga.
Pág.169: «Intenté conciliar de nuevo el sueño, pero [...] se me había escapado el tren». Lo dicho: cuando Zafón trata de resultar creativo, es incluso peor que cuando recicla frases hechas y lugares comunes.
Pág.170: Si, como dice Zafón, «Un trazo de tinta azul se deslizaba con aliento nervioso», entonces esta novela padece una potente halitosis.
Pág.171: «No deseo nada más en el mundo que seas feliz», ¡que que seas feliz, Zafón! Una cosa es el «nada más que» y otra el «que» que introduce la subordinada.
Pág.172: «Las escaleras del metro exhalaban un lienzo de vapor tibio que ardía en luz de cobre». Nueva chorrada templaria ¡y dale con el vapor!, ¡y van siete! Zafón le tiene tanta afición al vapor que parece el tren chu-chú. La luz de cobre hace su tercera aparición. Zafón acumula adjetivos brumosos y vaporosos, nubes de aliento y neblinas de cuesco, y así cree dar forma a una realidad en la mente del lector, cuando en verdad logra lo opuesto: con tal sobreabundancia de adjetivos pedobrumíticos, lo que hace es desbordar con sus muchos palabros, que son lo único que queda en la cabeza del lector, hasta el punto de que éste se pregunta si es que Zafón era incapaz de elegir el adjetivo o sintagma adecuado y decidió, por tanto, incluirlos todos, amasados y expelidos en un churro teutónico.
Ibídem: «bocadillos del tamaño de un ladrillo», cacofonía de novato.
Ibídem: «un filo de púrpura», «entre neblinas», «enlutada de piel cenicienta», mortaja de cuesco, etc...
Págs.172-173: El caradura de Sempere pretende pagar su billete de tren con una sonrisa.
Pág.173: «mansiones con alma de castillo», expresión tontaina para referirse a un parecido físico.
Ibídem: «a cal y canto». Adivine el navegante como qué hortaliza se repite Zafón.
Ibídem: «Un rastro de herrumbre sangraba», más que un sangrado sería una costra.
Ibídem: «velos de maleza».
Pág.175: Propaganda chorra de Sugus y Montecristo: «puedo ofrecerle un caramelo Sugus que está demostrado que lleva la misma nicotina que un Montecristo y además una barbaridad de vitaminas», «rechupeteando el caramelo gomoso», «masca usted el orgullo de la industria confitera nacional. El Generalísimo los traga como peladillas». Ni Sugus es una marca española, ni se distribuía en España durante esta época, ni es más difícil de tragar que una peladilla. ¿A qué velocidad se tragará Zafón las peladillas? Además de un compact disc con eructos y pedorretas del autor, a esta mamarrachada escrita la debería haber acompañado un paquete de Sugus.
Ibídem: Continúan los anuncios publicitarios: «acépteme una pastilla Juanola». El producto sí que existía en la época, pero no deja de ser una propaganda innecesaria y falta de gracia.
Pág.177: Sobre una puerta cerrada, por supuesto, «en las narices»: «-Me parece una corriente de aire –dije. –O de otra cosa –apuntó el portero», sin duda un potente cuesco.
Ibídem: Se trata de un nuevo anciano. Transcribo esto para que contemple el lector qué profundos misterios es capaz de entretejer Zafón: «Fíjese usted que parece que han encontrado la verdadera sábana santa en pleno centro de Sardanyola. La habían cosido en la pantalla de un cine, para ocultarla de los musulmanes, que la quieren usar para decir que Jesucristo era negro. ¿Qué le parece?». Me parece que Zafón debería ser capturado, atado, amordazado, embreado, emplumado, pasado por la túrmix, ensacado, encadenado, criogenizado, arrojado al interior de un cohete espacial y certificado por correo sideral al agujero negro más próximo. Este bodrio es peor que una bomba atómica con subnormalidad en vez de uranio. Sobre el cohete debería viajar, crucificado, José Manuel Lara, responsable creador del engendro zafónido, con una nariz de payaso y un ejemplar del noveloide embutido en su cavidad bucal.
ESTO es lo que sucede por no haberse hecho crítica alguna contra Javier Marías, Arturo Pérez Reverte, Maruja Torres y demás nanoescritores: que ahora hasta ESTO se publica. Y lo peor es que la industria cultural todavía es capaz de sumergirse más profundamente en esta inmunda fosa séptica en la que ha transformado el mundo literario español. Temo que ni una docena de clones heracleos ni un ejército de exorcistas podrían acabar con el zurullo armagedónico que amenaza cubrir nuestro país con un grueso manto de estiércol.
Ibídem: El protagonista sabe que el citado gilipuertas se llama Remigio, incluso aunque éste no lo haya dicho. ¿Por qué lo sabe? Pues por no haber contratado un corrector.
Ibídem: «nubes de gasa».
Capítulo 18.
Pág.178: Por un descuido en la expresión, Sempere se pimpla «un termo de café». Eso, o es un adicto.
Pág.179: «galletas de Camprodón», cómpratelas, so Zafón.
Pág.180: Nuevo clímax literario: «le sonrió, sonrojado».
Pág.181: «batiéndose en retirada», esta expresión es tan original como proferir un eructo después de beber un refresco carbonatado.
Ibídem: Nuevo y gracioso nombre (seudónimo): «Rodolfo Pitón». Soberbio epónimo, las carcajadas me producen convulsiones. Es probable que Zafón tardara semanas en recuperarse del ataque de risa y, entretanto, su hámster continuara con la nivola.
Pág.182: El tal Rodolfo Pitón habla como un capullo.
Ibídem: «se me caía el alma a los pies», creo que es la segunda vez que se le cae. Será mejor que no las cuente.
Págs.183-186: Pitón (o Anacleto) continúa hablando como un capullo, aburriendo al lector. Pero lo más vergonzoso es que este tono chorruno y subnormal, que se pretende gracioso, es el que el lumbreras de Zafón ha elegido para narrar algo tan horrible como la violación de un homosexual en la cárcel por un grupo de maleantes. Y, por mucho que Zafón nos cuente que una mujer suelte una lagrimilla, todo dramatismo es erradicado por lo subnormal del discurso de este señor Pitón. Resulta casi insultante para el lector, que ve como Zafón parece tomarse a coña unos acontecimientos que son estremecedores y se presentan por un personaje que es un cateto y que habla como un gilipuertas.
Ante esta frivolidad por parte de Zafón, cabe recordar la obra Desgracia, de Coetzee, donde una violación es tratada en serio, no como un chiste de culos y tetas. ¿Cómo es posible que Zafón, para describir una violación, monte una telecomedia?
Capítulo 19.
Págs.186-187: Dos personajes, para mostrar su consternación por lo que acaban de escuchar, se ponen a discutir de chorradas. Esto es como una telecomedia, donde se reproducen unas risas y desaparece el problema.
Pág.188: «el catedrático [...] partió [...] cinco años más viejo de lo que había entrado», quizá este personaje se siente humillado por lo que Zafón le ha hecho decir.
Págs.190-191: Blasfemia: «muy a mi pesar, el día amenazaba con hacérseme más largo que Los Hermanos Karamazov». Ya le gustaría a Zafón que un solo día de uno solo de sus personajes tuviese el más mínimo parecido, más allá del soporte, con la obra de Dostoievski, más amena que la que aquí se analiza.
Pág.191: Dada la moral de la época, no resulta creíble que las vecinas formen un «comando» para proteger al homosexual víctima de violación.
Ibídem: Zafón sigue creyendo que es gracioso hablar de este modo: «un desgarro rectal de libro de texto». La única disculpa que se me ocurre es que quizá lo haya escrito su hámster homófobo.
Ibídem: Propaganda: «colonia Nenuco», «frascos de Fruco». Fruco no nace hasta 1959. ¡Que faltan cinco años, Zafón! Pero te comprendo: no te pudiste aguantar aquel frasco-Fruco. ¡Casi coinciden todas las consonantes! ¡Y en el mismo orden!
Ibídem: Nuevo desprecio, por parte del antes mendigo, al homosexual: «Hecho una caquilla». Así es como trata Zafón el problema de una violación. ¿No advierte Zafón nada raro en esta forma de referirse a un personaje violado? ¿Le parece gracioso? ¿Le parece ocurrente? ¿Le parece algo? ¿Lo ha escrito él? El autor nos muestra aquí su catadura moral.
Ibídem: Lenguaje de culto librero: «tengamos la fiesta en paz», «Genio y figura».
Pág.192: «pinceladas de vapor», «sol acerado», «ecos de cobre», culos de gaseosa, Chorizo de Cantimpalos, etc... Fíjese el navegante en la vaporofilia de Zafón y en su pronunciada afición al cobre. No pienso llevar la cuenta.
Pág.193: El protagonista adopta un tamaño similar a la catadura moral de su autor: «pisar firme sobre aquellos peldaños diminutos, de casa de muñecas».
Ibídem: «La escalera olía [...] a piedra envejecida», por supuesto Zafón distingue la edad de las piedras por su olor.
Ibídem: «un casco de rulos» evoca en Sempere la imagen de «un buzo». Yo creo que la mente de Sempere está perturbada.
Ibídem: No es necesario mentar «los productos de belleza Aurorín».
Ibídem: «verrugones irreverentes». «Aquí coinciden tres consonantes», debió de pensar Zafón mientras se anotaba tres puntos.
Ibídem: «¿No será un acreedor, verdad?»; signos de interrogación mal colocados, debería ser: «No será un acreedor, ¿verdad?».
Ibídem: ¿Cómo es un «talle [...] pincelado»? Da igual, sólo son palabras que empotra Zafón de relleno. No importa que no signifiquen nada.
Capítulo 20.
Pág.195: «al aliento de cañerías y tuberías que rondaban el siglo»; resulta lógico que, si Sempere-Zafón es capaz de distinguir la edad de una piedra por su olor, pueda calibrar también la edad de una tubería; incluso aunque esta capacidad probablemente supere a la del fontanero Súper Mario.
Ibídem: «un balcón de oscuridades».
Ibídem: El olorólogo siempre golpea dos veces: «olía a tabaco negro, a frío y a ausencias». No es el olfato lo que estimula el frío, sino el tacto. Pero, si cree Zafón que de verdad él huele el frío y puede detectar una ausencia por su olor, ¿cómo no habrá detectado su olfato nada anormal mientras deyectaba este Gusano de Dune?
Págs.195-196: Encarcelado Miquel por imprimir octavillas para un sindicato, se le ha contado a los vecinos que está «en América, de viaje», como si los vecinos tuvieran todos cuatro años o fuesen gilipuertas.
Pág.196: Habla la traductora Nuria, culta cual librero de viejo: «Otro gallo me cantaría», o más bien cual Sancho Panza.
Pág.196: «La soledad que desprendía aquella mujer quemaba», una violación da risa; el frío huele; ergo, la soledad quema.
Pág.197: «volutas de humo azul», «nieblas», «halos de luz imposible», pues no sería tan imposible si formaba halos. ¿Esto no lo he escrito ya?
Pág.199: «Julián vivía de puertas adentro, para sus libros y dentro de ellos, como un prisionero de lujo». Tonta expresión y tontamente rematada.
Pág.201: «se la comía la nostalgia», ¡ñam!
Pág.204: La culta de la traductora: «Me dio mala espina».
Pág.205: De nuevo la citada: «vaya usted a saber«.
Pág.206: «Él solía decir que existimos mientras alguien no recuerda». ¡Pobre gilipuertas!, ¡si no vendía ni un libro!
Ibídem: «rara intimidad de penumbras», abstruso crepúsculo de cuescos.
Págs.198-206: Todo el interrogatorio se ha desarrollado como los anteriores. El jovencito Sempere pregunta que te pregunta y su interlocutor proporcionándole toda la información necesaria. Nadie desconfía de un desconocido, nadie tiene nada que ocultar, ¿por qué? Para que Zafón tenga que trabajar aún menos. Al menos, no siendo un anciano el interrogado, se han dicho menos gilipuerteces. Zafón debe de pensar que los ancianos son menos inteligentes que él.
Pág.207: Con «calles repletas de gente sin rostro» Zafón se refiere a gente que tenía la sonrisa en la nuca, y a la que se le caían los ojos, presumiendo el lector que igual potencia de sujeción poseían otros rasgos faciales.
Ibídem: «angosto cañón de penumbras», prieto canalillo entre cachas. Retroceda el navegante y compare si «rara intimidad de penumbras» y «angosto cañón de penumbras» no guardan cierta similitud.
Ibídem: «ojos envenenados de lágrimas», se quitaría pronto el veneno. Por cierto, que comienza a haber mucha ponzoña por esta novela. Me refiero a mencionada, claro.
Capítulo 21.
Pág.208: «Se desplomó la tarde casi a traición», cómo cuando sales de la ducha y se te cae la toalla.
Ibídem: «aliento frío», «manto púrpura»; obsérvese que, como sólo tiene este recurso de acumulación de palabras, Zafón se repite continuamente: alientos de piano, de relámpagos, nerviosos o de cañerías; mantos de nubes, cenizas y colores variados. Zafón cuenta con un limitado número de elementos que combina mediante su torpeza expresiva. ¿Poseerá un programa informático que genera combinaciones aleatorias de vaporosos vocablos? Quizá haya recubierto las caras de varios dados con pegatinas de palabras y así genere sus «tropos».
Ibídem: «la fachada de la universidad emergió como un buque ocre varado en la noche»; uno: emergió como un buque ocre, no como uno fucsia o fosforito; dos: si tan varado estaba, ¿cómo leches iba a emerger?; tres: lo que emerge son los submarinos y los cachalotes ocres.
Ibídem: «el rubor de dos luces amarillentas apenas inquietaban la penumbra»; la concordancia dicta que debiera ser inquietaba, pues era «el rubor de dos luces» quien lo hacía (¿será que embutió «el rubor de» tras pegarse una merienda y se olvidó de releer la oración?); obsérvese la continua alusión a toda clase de penumbras.
Ibídem: «Las hojas parpadeaban como lágrimas de plata»; y no, lector, como lágrimas de diamante, lo cual hubiera sido distinto; » y el rumor de la fuente serpenteaba entre los arcos», potente visión zafónida esta que permite identificar si el movimiento de un rumor es serpenteante, rectilíneo o da tumbos cual beodo. Y extraño movimiento, limitado a unos arcos.
Ibídem: «la mirada escalando las bóvedas del claustro», alpinistas globos oculares. Al menos no se le caen al suelo, ahora flotan como los de helio.
Pág.209: «-Creí que no ibas a venir –dijo Bea. –Eso mismo pensaba yo -repuse»; pensaba él, pero de ella, no de sí mismo, tiene que completar el lector.
Ibídem: «como se mira a un tren que escapa», «se me cayó el mundo de las manos»; no sé que es peor: si los diálogos tontorrones o la poesía zafónida. Ya ha habido antes otro tren escapista y, como se le ha caído el alma dos veces, ahora se le cae el mundo. Al lector se le cae el libro.
Ibídem: «se le inflamaba el rostro de reparo», quizá la ira inflamara más, el reparo es más bien ignífugo.
Ibídem: «Nos amparaba [...] aquel silencio de abandono que une a los extraños», ayer topé con un extraño y no se produjo tal silencio: íbamos los dos silbando el himno español.
Pág.210: «Me ofreció una sonrisa que se deshacía por las costuras», ¡aaaah!, ¡qué horror!
Ibídem: Una de las gilipuerteces del tal Julián Carax: «en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre»; pues yo hace cincuenta años me paré a pensar si quería a mi mujer y después me pasé la citada cincuentena queriéndola todavía más.
Pág.211: «cielo encendido de moretones», ¡un cielo azotado!
Ibídem: «las palabras que se la comían por dentro», manido recurso comedor.
Ibídem: «un extraño nos ve como somos, no como quiere creer que somos»; pues no, no siempre, a veces los extraños también se engañan.
Pág.212: «pedimos unos bocadillos de jamón serrano y un par de cafés con leche», supongo que mojarían los bocatas en el café. Salado más dulce aparte, veo a este hijo de librero y a su empleado recogido de la calle bastante bien provistos para vivir en la postguerra.
Ibídem: «un tipo escuálido con mueca de diablo cojuelo», si es que hasta las frases hechas repites, Zafón.
Ibídem: Esta página se ha desperdiciado para narrar cómo se pide la cena en un bar: bravas con café, picante más dulce. El lector toma nota, por si algún día tiene que hacerlo.
Pág.213: Respuesta al hacer referencia el protagonista a «los sueños que viven en la sombra del viento»: «-Hablas como la solapa de una novela de a duro». Justa contestación.
Ibídem: El protagonista insiste en ponerse serio: «ésta es una historia real. Tan cierta como que este pan que nos han servido tiene por lo menos tres días». Pero ¿no se da cuenta Zafón de que su personaje se ridiculiza a sí mismo?, ¿de que sacrifica cualquier misterio posible al lanzarse a soltar cateteces?, ¿de que no puede mover a misterio quien se empeña en comportarse cual payaso de feria?, ¿de que la supuesta intención de la novela se frustra al introducir toda esta serie de gilipuerteces?
Ibídem: ¡Horror!, no había terminado: «Y como todas las historias reales, empieza y acaba en un cementerio»; claro, la historia real de cada lector comienza, de hecho, en un cementerio, que es donde suele nacer la gente.
Zafón no es capaz de tomarse en serio lo que escribe, o quizá lo intente, pero sea tan mediocre que no puede lograrlo. Sin embargo, en mi bondad sobrehumana, he ideado una teoría que salvaría a Zafón de la mediocridad que muestran sus textos; es la siguiente: dado que no puede ser que un bodrio tan mediocre haya sido escrito por un ser humano de modo inconsciente, como es imposible haber escrito estas cateteces sin conocimiento de lo que se hacía (porque, aunque escritas, al leerlas, todo ser humano no mongoloide hubiese reparado en su profunda subnormalidad), lo más altamente probable es que un conjunto de negros (un equipo, por supuesto, ya que tantos rebuznos no pueden ser obra de un solo hombre) sea el que haya escrito este noveloide; este supuesto Equipo Ch (Equipo Chorra), cabreados sus ingrantes por su condición de negros, habría decidido jugársela a Zafón, introduciendo mentecateces supinas y expresiones propias de un retrasado mental, como las citadas hasta el momento.
Esto explicaría que, hasta ahora, el luengo excremento haya alcanzado tan ciclópeas proporciones. Resulta impensable que semejantes mamarrachadas hayan sido escritas sin querer o, por lo menos, sin –una vez releídas- tener conciencia de su mamarrachez, conciencia que habría inducido a un humano no lerdo a corregirlas.
Pág.214: Bea, al protagonista: «Te crujen los sesos», será un retortijón previo a la deyección.
Ibídem: «mundo de penumbras». ¿Otra penumbra? Hay tantas que están bajando de precio.
Pág.215: «cerrojo kafkiano». ¿Por qué escribir «complicado» pudiendo escribir kafkiano?
Ibídem: «El tal» Isaac a Bea: «¿Ya sabe usted que anda en compañía de un débil mental?». «Yo lo sabía desde hace tiempo», piensa el lector.
Pág.216: «ángulos espectrales», «manto de niebla», «burbuja de claridad vaporosa», «pasarela tendida hacia la negrura», volátil niebla rectal, etc...
Ibídem: El protagonista habla de su «brújula mental». El lector no comprende de qué habla.
Pág.217: En el misterioso y espectral Cementerio de los Libros: «Mira, éste de aquí promete. El cerdo mesetario, ese desconocido: En busca de las raíces del tocino ibérico [...] Del cerdo se aprovecha todo». ¿Esto es lo que entiende Zafón por misterio? ¿Esto es lo que entiende Planeta por misterio? ¿Esto es lo que entienden los medios de comunicación por misterio? Todos ustedes son unos mentirosos y unos timadores.
Pág.218: Nueva comida interior: «la ventisca que se la comía por dentro».
Ibídem: «un sereno tonadillero [...] acompañándose del tintineo sabrosón de sus arbustos de llaves». En esta nivola hasta el sereno hace el gilipuertas.
Pág.220: Nuevo manto: «manto de alas blancas». Me informan de que los mantos bajan de precio: ahora un manto sólo cuesta cuatro penumbras.
Capítulo 22.
Pág.221: «la librería parecía un bote a la deriva en un océano de paz y sombra», ¿se tratará de un bote salvavidas del «buque ocre»? ¿Y qué gandumbas hacía una librería a la deriva? ¿Será para especular?
Pág.220-225: Cinco páginas de tonterías de Fermín, el antes mendigo.
Pág.225: Habla el citado: «la cara de vómito que se le ha puesto». ¡Qué bello!
Ibídem: Y sigue: «estaba más buena que la Venus de Milo y más firme de pecho», ¡tetas pétreas! Zafón debió de pensar que esto era muy sexy. Al lector lo asalta la idea de que, Zafón escriba lo que escriba, nunca lo relee ni lo borra.
Pág.225-227: Continúan las tonterías del antes mendigo.
Capítulo 23.
Pág.227: «aparecer por la puerta como por ensalmo» es tan original como comer fabada y tirarse un cuesco.
Pág.229: No se puede «driblar» un «puntapié». ¿Cómo se va a regatear una patada? ¡Como mucho se esquiva! A ver, Zafón: cambiar las palabras a lo tonto no implica la creación de tropos o de literatura. Si no, esto sería literatura: «Comí un mesa vaporeando sin estacionar luz de butano y polímero convexo de penumbras». ¿Ves, Zafón? Pues lo que tú escribes no es muy distinto.
Pág.230: El termo del antes mendigo «sabía a gasoil tibio», puesto que el gasoil on the rocks tiene otro sabor. Otrosí: es el segundo sabor a combustible.
Ibídem: «había desaparecido por ensalmo», ¿otra vez por ensalmo?, yo creo que lo hizo por la puerta.
Ibídem: Observe el lector cómo plasma Zafón los sentimientos que provoca un silencio en el protagonista y su amigo: «un silencio que prometía más solidez que el franco suizo». Pero, vamos a ver, Zafón. ¿Tú te has dado cuenta de cómo escribes? ¿Comprendes a quién estás imitando? ¿Recuerdas quién hablaba así? ¿Se ha apercibido el navegante? Correcto: Zafón escribe como habla Chiquito de la Calzada. Tan sólo le falta añadir de cuando de cuando un «epetecaaan», un «¡jarl!», un «no puedo, no puedo, no puedo» o un «ereh un fistro de la pradera!».
Ibídem: Tras tres intervenciones: «pasó un minuto de murmullos en la calle», sólido silencio, en verdad.
Pág.231: «silencio envenenado», aquí todo está envenenado. El veneno baja de precio.
Capítulo 24.
Págs.231-232: Leyendo «unos brioches cuya textura, incluso untados de mantequilla, albergaba cierta similitud con la de la piedra pómez», ve el lector que continúa Zafón con los chistes malos sobre crítica gastronómica. Lo que se dice una novela de misterio.
Pág.232: Parece que Zafón quiere crear un paralelismo entre las vidas de Sempere y Julian Carax. Esto no me parece mal, aunque por sí solo resulta escaso, sobre todo entre kilómetros cúbicos de penumbra y chistes de Chiquito de la Calzada.
Págs.232-235: Habla el antes mendigo, ahora detective Fermín. Sigue soltando chorradas innúmeras.
Pág.235: «Tenga un Sugus, que lo cura todo». ¡Pues que Zafón se coma alguno!
Pág.236: Discusión del taxista y de Fermín sobre la «próstata» de Stalin y sobre qué tal «mea». Conclusión: «El camarada mea como un toro». Es este uno de esos fragmentos que traen la paz al alma del lector, aunque resulta difícil sostener el libro con una sola mano.
Pág.238: «su delgadez y una cabellera rala le conferían un aire de ave rapaz», ¿de águila calva y flacucha?
Ibídem: Zafón vuelve a cambiar palabras al tuntún: «calzaba una mirada penetrante», sí, de talla cuarenta y ocho y con agujeritos para transpirar.
Ibídem: «escudado tras su sonrisa», de talla todavía mayor.
Ibídem: Novedosa manera de expresar la vergüenza del protagonista: «Quise que me tragara la tierra». Es tan original como un infierno en llamas.
Capítulo 25.
Pág.241: «una moraleja de propina», prosa de camarero.
Págs.241-263: El padre Fernando, con toda confianza, contribuye a uno de estos capítulos en los que se nos endosa un trozo de historia de Julián Carax, y que siguen siempre el mismo patrón de pregunta y respuesta. Se pregunta el lector si, al ir él a un colegio e inventar alguna excusa, le soltarán un rollo tal sobre un antiguo alumno. Sólo en la página 243 duda, pero, por supuesto, continúa; no podría ser de otro modo porque Zafón no es un hombre de recursos literarios. De éste en particular, abusa.
Pág.243: «El rector le tenía por endemoniado porque recitaba a Marx en alemán durante las misas.», dice el padre; » –Signo inequívoco de posesión», suelta Fermín. Es idiótico burlarse del padre Fernando con sarcasmos mientras está colaborando con el dúo detectivesco, pero ningún interrogado se comporta como un personaje con personalidad propia, sino como un nombre que cuenta lo que tiene que contar y punto. Asumo que, si se le echara un cubo de agua fría a uno de estos interrogados, se les soltaran dos sopapos y se les orinara en la pantorrilla seguirían diciendo lo que tienen que decir como si no pasara nada.
Pág.244: Para ahorrarse el tener que hacer preguntas de cuatro palabras al cura cada pocas líneas (y el tener que inventar nuevos sarcasmos con los que humillarlo), Zafón reutiliza el recurso de las cursivas, transformando el diálogo en un discurso de varias hojas, tal como hace varios capítulos.
Pág.245: Se nos narra que Don Ricardo Aldaya era melonicéfalo.
Pág.246: Cuando el joven Julián Carax le suelta un sarcasmo sobre su calva a Don Ricardo Aldaya, éste se echa a reír: al menos es una reacción. Y hasta se nos explica, un poco después. El lector se maravilla de que Aldaya no se comporte como un vegetal.
Pág.247: Culto padre Fernando: «la crema y nata». Aquí Zafón recordó que ya había usado antes «la flor y nata», así que se inventa aquesto para epatarnos con su vocabulario superior al de un simio.
Pág.248: «-¿Has leído a Conrad? ¿El corazón de las tinieblas? –Tres veces», bah, yo llevo diecisiete.
Ibídem: «un gesto que aparecía forjado para acallar a juntas de accionistas» y ¿cómo conoce este gesto el padre Fernando?, ¿se lo ha descrito así el jovencito Carax? Porque lo que es él, no lo ha visto. ¿Y cómo sabría cualquiera de ambos qué tipo de gestos se utilizan para acallar juntas de accionistas? Porque no se nos dice que acudan a ninguna.
Ibídem: «Ahora que lo pienso, tengo tres ejemplares autografiados por Conrad en persona»; querido Zafón: ¡no los iba a autografiar su secretaria o su portero!
Ibídem: Al sombrerero «Todos aquellos nombres le resultaban desconocidos», «Todos aquellos» se refiere a los dos antes citados: a un autor y a un título.
Ibídem: Descripción de un Mercedes Benz: «carruaje de lujo desaforado». Tras leer esta bella poesía, tres ingenieros de esta compañía se suicidaron en grupo.
Págs.248-249: «Y que no vuelva a ver este vino en la mesa. Con el rebajado con agua tenemos más que suficiente. La avaricia nos acabará pudriendo».
Pág.249: Consejo para banqueros: «El truco está en no juntar las pesetas de tres en tres, sino de tres millones en tres millones». Quizá esto resuelva la presente crisis mundial.
Ibídem: «se dejó arrastrar por el vestíbulo», todo hace pensar que esto no fue así, ¿por qué lo iban a arrastrar por el suelo nada más haberlo conocido?
Ibídem: «una gran sala cuyas paredes estaban tejidas de libros desde el suelo al infinito»; dudo que una pared se pueda «tejer» de libros, aunque quizá si recubrir, tapiar, amurallar, etc...; y presumo que los libros no llegaban hasta el infinito sino solamente hasta el techo.
Pág.250: «Los sirvientes [...] se deslizaban a la mínima orden del señor con la eficacia y la docilidad de un cuerpo de insectos bien entrenados»; ¿como un circo de pulgas? Zafón considera que el cuerpo de animales que con más eficacia y docilidad pueden ser entrenados son los insectos, de ahí las múltiples utilidades que el hombre ha encontrado para este taxón: mosquitos mensajeros, abejorros policía, pulgas lecheras, langostas lazarillo, saltamontes de carreras, piojos de tiro, etc...
Pág.251: «la piel de sus hombros y la garganta [...] parecían transparentar a la luz»; ¿descubriendo un bellísimo tejido muscular? ¡eeeks!
Ibídem: Obsérvese cuán bella expresión: «el mundo le resbalaba».
Pág.253: «contradecir a todo bicho viviente», prosa de entomólogo.
Pág.255: «sintió tanta lástima al ver como una pedrada le abría la frente [...] que decidió acudir en su auxilio»; un chico sensible este Julian Carax, al que enternecen los sesos; por cierto, frontiabierto, el nuevo amigo de Carax, se apunta a jugar al ajedrez. Se cerraría la cremallera.
Pág.256: Se califica de «profecías» unas advertencias sobre el frontiabierto y un poco ido amigo de Carax. Profetizo alguna chorrada inminente.
Ibídem: Lo dicho: «un pobre hombre que trabajo tiene con encontrarse las nalgas a la hora de hacer aguas mayores»; por mucho que a un obeso le cueste encontrar su cosita cuando va orinar, temo que hasta hoy nadie haya perdido sus nalgas: es cuestión de sentarse.
Pág.257: «corrió a ocultarse en lo alto de la torre de las cisternas junto al palomar del ático del colegio». ¡Desbocado encadenamiento!
Pág.259: «¿Este muchacho, el hijo del conserje que perdió heroicamente el escroto defendiendo las colonias, está usted seguro de que se llamaba Fumero, Francisco Javier Fumero?». Signos de interrogación mal colocados, deberían ser: «¿está usted seguro de que se llamaba Fumero?, ¿Francisco Javier Fumero?».
Ibídem: El genio del sacerdote se da cuenta, justo después de haber largado casi toda la historia de Julián Carax, de que el joven protagonista no es hijo de Julián Carax: claro, es que si se hubiera dado cuenta antes, no habría contado la historia. Así enmienda Zafón la inocencia tontorrona del padre Fernando, transformándola en un síncope temporal. ¿Se da cuenta el navegante? La inteligencia del personaje decrece, al toparse Zafón con una dificultad narrativa, y luego aumenta, una vez la dificultad se ha resuelto.
Pág.260: Resulta curioso que, aunque prácticamente todos los personajes de esta novela hayan leído todas las novelas de Julián Carax, no sepamos apenas nada de los frutos de este genio. La explicación es clara: al parecer fue Kingsley Amis, quien decía que lo malo de las novelas de extraterrestres superinteligentes es que nunca pueden ser más inteligentes que el autor.
Pág.262: «apenas la vi [...] un par o tres de veces»; ¿tres de veces? Con lo que supuestamente venden estos libros, ¿de verdad no pueden pagar a un corrector? Pero señor José Manuel Lara, ¿TAN TACAÑO ES USTED?
Ibídem: Aunque a veces advierta comas faltantes o sobrantes, hay demasiadas chorradas en este libraco inmundo como para prestar atención a las comas.
Ibídem: Se nos aventura un interrogatorio con un próximo personaje, una ancianita, que presumo seguirá el mismo esquema que los ya narrados. Predecible, repetitivo y una muestra de indigencia literaria.
Pág.263: El padre Fernando insta a los protagonistas a prometer no molestar a la ancianita y les hace jurar que le mantendrán informado de cuanto averigüen. Esto es, que no le pregunten, pero que luego se lo cuenten.
Ibídem: Esto me ha gustado: «verja de lanzas». Esto no: «distancia prudencial» (tan literario como un profesor de autoescuela), «calle que serpenteaba» (tan original como un adolescente borracho), «como si temiera evaporarse [el padre Fernando]» (¿a quién no le ha pasado alguna vez?, ¡hay que andarse con cuidado!).
Pág.264: Leyendo «la vida debe de saber algo que nosotros no sabemos» el lector observa atento que esta oración no significa nada en absoluto.
Capítulo 26.
Pág.264: Nuevo derretimiento vaporoso-luminescente: «Un velo de nubes oscuras se extendía como sangre derramada y destilaba astillas de luz del color de la hojarasca». Nótese el nuevo velo y también que la luz de cobre no cambia de color, sino de apellido. Otrosí: ¿cómo se destila una astilla?, ¿se requiere una asonancia y la ocurrencia doble de las consonantes s y t?
Ibídem: «¿Qué me dice si [...] nos marcamos dos bocadillos de tortilla con muchísima cebolla?», no estoy seguro de que «marcarse» un bocadillo, aparte de que suena a prepararlo más que a deglutirlo, fuese una expresión frecuente en los años cincuenta.
Ibídem: «una horda de abuelillos» no es forma de referirse a un grupo ancianos que alimentan palomas, a menos que después fueran a cazarlas y asarlas, para después «marcárselas».
Ibídem: «Nos procuramos una mesa», dice Sempere, cuando en realidad se sentaron a una.
Ibídem: «un trifásico de ron», ¿cuándo se inventó esto? Algo me dice que esta no era la forma usual de referirse a una bebida en aquella época.
Pág.265: «De postre se tomó un Sugus». Esta publicidad reiterada, en el presunto caso de que no se trate de un negocio encubierto, supone un chuleo tontaina al lector: por injustificada, es un capricho estúpido y repetitivo.
Ibídem: Nuevas subnormalidades de Fermín, que no transcribo.
Pág.267: «conjurando con enjundia un sonoro gargajo, lo que bastó para granjearnos», cacofónica acumulación, con la que Zafón pretenderá emular aquel capricho de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Habrá que darle el Nóbel.
Ibídem: Pregunta: ¿Qué entiende Zafón por lenguaje literario? Respuesta: «miradas sulfúricas», «trío de beatorras», «viajaban en comando».
Ibídem: «Con Azaña estábamos mejor»; claro, por eso luego terminó todo tan bien, ¿no? Esto lo dice el autobusero a Fermín, a quien no conoce de nada, en plena dictadura franquista. Sólo les falta ponerse a cantar: «Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su muujeeeer...».
Ibídem: «Crucé con él la mirada brevemente. Me sonrió cordialmente». Mente-mente.
Ibídem: «El autobús se deslizaba por el señorío almidonado del paseo de San Gervasio», ¡un atropello multitudinario!
Pág.268: «melindros» por melindres.
Pág.269: «¿Y la nena esa, qué?», no, Zafón: ¿Y la nena esa?, ¿qué?
Pág.270: Reseñaré esto: «El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Como si fuese un chorizo, una furcia o un vendedor de lotería: sus tres encarnaciones más socorridas». Así ha hablado, habla y hablará Fermín Romero de Torres durante todo el libraco.
Ibídem: «un cielo de ceniza que se comía la luz». Ahora no es manto de ceniza, sino cacofónico cielo: cie-ce-za,
Pág.271: Hasta esta página ha estado expeliendo gilipuerteces la boca de Fermín.
Ibídem: «su gabardina gris que aleteaba como una bandera raída al viento», mucho viento haría.
Ibídem: «reclutar un buen libro», ¿y por qué no degradarlo a cabo?
Ibídem: «los transeúntes que se deslizaban a nuestra espalda en soplos de gris y de viento», cual expelidos cuescos.
Ibídem: Nueva comparación «de bandera»: «Una sonrisa a media asta». Matemáticamente, correcto; líricamente, un fracaso.
Pág.272: La estudiante de letras: «No eres el único que sabe misterios en Barcelona», «conoce» hubiera sido más apropiado.
Pág.273: «su silueta se fundió en la penumbra gris que precedía a la tormenta», otra vez la penumbra y otra vez el gris, sustituyendo a la calma que precede a la tormenta: repetitivo y falto de originalidad.
Capítulo 27.
Pág.273: «La tormenta no esperó al anochecer para asomar los dientes». ¡Ñaca! ¡Qué belleza expresiva! ¡La tormenta asoma los dientes! Pues sepa el navegante que con estos «dientes», se refiere Zafón a los relámpagos: es un principio de figura literaria, pero ¡tan tontuelo!, ¡y pergeñado con ayuda de una frase hecha!
Pero, Don José Manuel Lara: ¿De verdad cree que para aumentar el público potencial de un bestseller es necesario rebajar su calidad hasta este punto? Una cosa es lectura fácil y otra, muy distinta, lectura basura o lectura gilipuertas.
Ibídem: «ascender Balmes arriba», ¡no iba a ascender hacia abajo!
Ibídem: «la ciudad se desdibujaba bajo telones de terciopelo líquido», ¿terciopelo líquido?, ¿¿terciopelo líquido?? Pero ¡¿qué gandumbas es el terciopelo líquido?! ¿Un fluido peludo? ¿Quizá un zumo de rata?
Ibídem: Sorprendida frase de un autobusero: «Hay que tener valor». Manido.
Ibídem: ¡Pero todavía sigue!: «el autobús me dejó en un eslabón perdido al final de la calle Balmes». Acabáramos: Próxima parada: ATAPUERCA. Esto es lo que pasa por asociar cada palabra a aquella otra junto a la que más se la oye en la tele. Otrosí: tratándose de la última parada, como Zafón parece querer sugerir, es imposible que se tratara de un «eslabón perdido», los cuales siempre figuran entre otros eslabones.
Págs.273-274: Nueva acuosidad: «la avenida del Tibidabo se desvanecía en un espejismo acuoso bajo cielos de plomo». Note el navegante que cielo sustituye a luz y que plomo sustituye a cobre.
Pág.274: «empapado hasta la médula» recuerda a calado hasta los huesos.
Ibídem: «Ausculté el resto del trayecto», correcto pero inapropiado.
Ibídem: «El aliento helado de la tormenta arrastraba un velo gris que enmascaraba el contorno espectral de palacetes y caserones enterrados en la niebla»; ¡cuántos alientos, velos, contornos y espectros! ¡Y nieblas! Zafón no sabe escribir de otra guisa que acumulando aquestas palabras.
Ibídem: «el torreón [...] varado entre la arboleda ondulante», nuevo edificio marítimo.
Ibídem: cuatro líneas más abajo: «sendero ondulante».
Ibídem: La expresión «pedestales de estatuas derrocadas sin piedad» denota en Sempere la capacidad de identificar, a partir de unas ruinas, el estado de ánimo del equipo de demolición autor de las mismas.
Ibídem: ¿Qué tipo de ángel es un «ángel purificador»? ¿Y un «ángel ígneo»?
Ibídem: «Su silueta se perfilaba en un corredor clavado [¡horror!] en la penumbra, recortada en la claridad mortecina de una galería que se abría al fondo»; y luego va y remata este clímax con «Estaba sentada en una silla».
Ibídem: La estudiante de letras: «La llave está puesta en la cerradura». Puesta.
Pág.275: La estudiante de letras prende una hojas de periódicos «conjurando rápidamente una corona de llamas», fíjese el lector que, desde el momento en que Zafón decide que las llamas formen una corona, es imprescindible que esta sea conjurada.
Pág.276: Sempere, mojado frente al fuego: «observando el vapor ascender de mi ropa como ánima en fuga». Me pregunto si este vapor sería realmente observable. Me respondo que no.
Ibídem: Tras revelársenos que el auténtico nombre del «palacete Aldaya» es «El ángel de bruma» -¡no iba a ser El ángel de piedra!-, se termina el capítulo con una breve pero edificante lección de historia sobre el vaporoso edificio.
Capítulo 28.
Pág.277: Una criada «mulata» es definida como «belleza de ébano». ¡Qué original! Aunque el ébano es «muy negro» según el diccionario de la RAE, no mulato.
Ibídem: La belleza estaba «dotada de mirada y talle que [...] inducía a taquicardias». La obligada concordancia dicta que el verbo debiera ser «inducían». Por otro lado, y aunque sea bella la criada, a taquicardias pueden también inducir una mirada horrible como la de Medusa y un talle bestial como el de un hipopótamo, porque las taquicardias no son exclusivamente provocadas por la contemplación de la belleza.
Ibídem:«amante y guía en placeres ilícitos e innombrables», pero entonces, ¿cómo sabrán Sempere o Bea que son ilícitos?
Pág.278: «En estas tertulias circulaban rumores sin confirmar»; Zafón: de haberse confirmado los rumores, hubieran dejado de ser tales.
Ibídem: «la hembra africana»; por muy africana que sea, es poco apropiado este «hembra» para referirse a una mujer, pero sigue: «fornicaba aupada al varón, es decir, [nos lo va a aclarar] cabalgándolo cual yegua en celo», ¿Habrá visto Zafón alguna cópula ecuestre?, porque quien cabalga no es la yegua, sino que sucede a la inversa. Al menos los caballos de mi pueblo.
Ibídem: «Para más inri», original.
Ibídem: Nuevo calificativo para la «hembra»: «la negraza». ¿Pero no era mulata? ¡Santo cielo!
Ibídem: «En su diccionario, «diferente» era el mejor de los epítetos». No Zafón, los diccionarios no califican los epítetos como mejores o peores: eso lo hacen las personas. Aunque tú, por ejemplo, no lo haces muy bien, o sí lo haces muy bien, pero luego no te haces caso.
Ibídem: No sabe Zafón tampoco calificar de mejor o peor los sustantivos que elige: «la cara este del Central Park», ¡la cara!
Pág.279: Ni los verbos, tampoco: «sus instrucciones (destiladas por Marisela)». Oh, oh... Zafón piensa que el verbo destilar es literario y que basta embutirlo para dotar a un texto de literariedad. «A ver qué verbos se usan en estos libros», debió de pensar antes de hacer una lista e ir empotrándolos a la menor oportunidad.
Ibídem: Resulta cómica, de tan irreal, esta firma de un cheque para la construcción del monumental edificio en sólo seis meses, como si a la hora de edificar no hubiese otro óbice que el dinero, sin que hubiera necesidad de aguardar a que lleguen los materiales correspondientes, a que se asienten o fragüen una vez colocados en su sitio, a encontrar suficiente mano de obra cualificada. ¿Se habrá percatado Zafón de que, teóricamente, escalando la cantidad, el edificio podría haberse construido en un día?
Algo parecido debe de pensar José Manuel Lara de las novelas: él firma un cheque epatante y en seis meses le entregan una master opera como aquesta. Ojalá fuese una casa y viviese en ella.
Pág.280: Tiene lugar un crimen en la construcción –un palacete- y «las paredes de toda la casa estaban ensangrentadas». Hágase el lector idea de la cantidad de sangre requerida para ello.
Ibídem: La investigación sobre el crimen en el edificio dura, graciosamente, más meses que su construcción. Sus conclusiones: dos envenenados por «un extracto vegetal», lo cual no es precisamente una conclusión muy concreta para una investigación de ocho meses; la sangre que maculaba las paredes de toda la casa pertenece únicamente a la mulata, abundantemente pletórica, al parecer, lo que refuerza mi hipótesis acerca de su talle hipopotámico.
Ibídem: «la purria de indianos», ¿purria? No viene en el diccionario de la RAE, he tenido que buscarlo en otro. Casi mejor no pongo lo que decía, para que Zafón no pierda el cuero calvanudo.
Pág.281: Alegrándose del cese de la actividad excéntrica de Salvador Jausà, las gentes buena sociedad «Como siempre, se equivocaban». Temo que, aunque Zafón piense lo contrario, las gentes de la buena sociedad no se equivocan siempre. Aunque algunos bajen la tapa del váter antes de sentarse, en vez de subirla, sin duda hay ocasiones en que aciertan.
Ibídem: «se ofreció a comprarle la propiedad con la intención de demolerla y venderla de nuevo», pero, piensa el lector avispado, demolida, no podría venderla; vendería, en todo caso, el solar.
Ibídem: Al leer «las imágenes animadas iban a sustituir a la religión organizada», se pregunta el lector cómo será una religión no organizada.
Pág.282: «compartía la opinión [...] de que la cámara succionaba almas», rechupeteo fotográfico aparte, es esta una chorrada con la que todo lector se sentirá familiar, pero que resulta demasiado estúpida como para contribuir a un supuesto ambiente de misterio. Continuamente, por no tomarse en serio, Zafón lo transforma todo en mala comedia, como un Rey Midas que, todo lo que toca, lo convierte en cateto.
Ibídem: Se jacta Zafón «me marco unas jornadas laborales inacabables». Probablemente en el momento álgido de estos periodos creativos logra resultados como aqueste: Llámase «Fructuós» el cameraman contratado para captar psicofonías y psicopelículas, aunque, hasta la fecha, sus intentos «pese al nombre de pila del técnico [...] habían resultado infructuosos». Imagino a Zafón en su decimocuarta hora de trabajo, tras la ocurrencia, irguiendo los brazos, con puños eufóricos, gritando: «¡¡¡Bieen!!! ¡¡¡Chúpate esa, Dickens!!!».
Ibídem: Nuevo misterio: para justificar un posible éxito de la psicopelícula, se denomina «un tecnicismo que nunca quedó claro» al derrame de vino espumoso sobre la cubeta de revelado. Me pregunto cuántos lectores se habrán sentido muy inteligentes adivinando este «tecnicismo».
Ibídem: «su caserón espectral».
Pág.283: Ahondando en lo subnormal, se procede a revelar «kilómetros de película» en diversas soluciones de revelado aderezadas con «Aromas de Monserrat, vino tinto bendecido en la parroquia del Ninot y toda suerte de cavas de la huerta tarraconense». Esto, que linda lo gilipuertas, pero ya por su lado interno, es una chorrada tal, que me hace dudar de la supuesta apreciación de los lectores de la que, tal como se repite en los medios de comunicación, goza Zafón.
Págs.283-284: «son montuno» no suena tan bien como tú crees, Zafón.
Pág.284: «de Pascuas a Ramos».
Pág.285: Tras hablarse de libros cuyo orden cambia, de sonidos extraños o no tan extraños de procedencia desconocida o inexplicable, de manchas en las paredes que forman rostros, de corrientes heladas, de súbitos olores a putrefacción, de desaparición de objetos y su posterior aparición desenterrados del jardín, además de algún otro poltergeist, se nos dice que a Aldaya «todos estos aconteceres se le antojaban supercherías». Vamos a ver, Zafón, si eran aconteceres, esto es, sucesos acontecidos, tan fraudulentos no serían, lo que acontece no es superstición, es hecho. Pero tú querías decir otra cosa.
Ibídem: «en lágrima viva», no, Zafón; será, si te empeñas en utilizar frases hechas y prefabricadas, en lugar idear tus propias figuras, «a lágrima viva».
Ibídem: «colarse en las alcobas de las criadas jóvenes a medianoche con fines lúdicos y extramaritales». «Qué gracioso soy cuando escribo así», debe de pensar Zafón. Aparte del vaporoso, es este el otro registro literario que Zafón conoce: el chorruno, el cual no es apropiado para narrar misterios, salvo, quizá, el chiste del fantasma de las bragas rotas.
Ibídem: «los bastardos que iba dejando por el camino organizarían su propio sindicato»; querido Zafón: ser bastardo no es un trabajo; ergo, tu «chiste», por llamarlo de algún modo, carece de gracia para un ente pensante.
Ibídem: «se negaba en redondo».
Pág.286: «su imperio financiero» suena muy mal, pero es que acaba peor: «estaba herido de muerte». Original figura, esta de herir de muerte, propia de un escritor que anhela sorprender al lector.
Ibídem: Otra figura original: «sus industrias textiles flotaban en la gloria».
Ibídem: ¡Zafón está sembrado!: «fue puesta a la venta a precio de risa».
Pág.287: «en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos», «Todo forma parte de algo que no podemos entender, pero que nos posee». Según creo, tras leer lo anterior, tanto el Dalai Lama como Benedicto XVI han solicitado audiencia con el sapientísimo Zafón, quién, por ahora, ha acuñado el término «destino» para referirse a su metafísico hallazgo.
Pág.288: «mientras ella hablaba, mi mano torpemente se había desplazado hacia el tobillo de Bea y ascendido hasta su rodilla». El protagonista está, lo que se dice, seducido por el misterio. Pero Zafón, ¿cómo vas a poder crear una atmósfera de misterio si en lo único que piensa tu protagonista es en mojar el churro?
Pág.289: Dice «el sobre que giraba en sus manos como una apuesta de dados», pero ningún sobre gira así.
Ibídem: Como ha sido previsible desde un primer momento, Bea quema la carta en la que se compromete con su novio. Pero eso no es todo: «la carta quebrándose entre las brasas», no ha sabido Zafón hurtarse a este brá-bra; vuelve además lo vaporoso y volutesco: «las páginas evaporándose en volutas de humo azul, una a una», ¿una a una, Zafón? ¿Quieres decirnos que el fuego abrió la carta y decidió quemar primero la página uno, a continuación la página dos, más tarde la tercera y así sucesivamente?
Págs.289-290: Zafón se nos desvela incapaz de narrar un primer acto sexual. Se embrolla hablando de botones y cremalleras; de «aquel espejismo que parecía arder en cada poro de la piel» que, aunque repetido, debía de ser un espejismo muy pequeñito; «el milagro sólo sucedía una vez»; «un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huían para siempre» con lo que, claro, no puede Zafón describirlos ni tampoco intentarlo; «Mil veces que herido recuperar»; «el rumor de la lluvia se llevó el mundo»; «Mil veces he querido regresar», y, claro: no ha podido. Acaba con un peligrosísimo «abierta en una mirada» -¡abierta!- y un último y muy poético: «–Hazme lo que quieras», que desata las carcajadas del lector.
INTERMEDIO.
Llegados al ecuador de la –es un decir- novela, urge revisar aquella colección de declaraciones sobre este mazacote libromórfico.
La trasera del libro: «Todos los que disfruten con novelas conmovedoras y de suspense deberían apresurarse a la librería más cercana y hacerse con un ejemplar de La Sombra del Viento» para, acto seguido, estamparlo contra la cara del comerciante.
Se atribuye esta declaración a todo el periódico Washington Post. Imagino a las señoras de la limpieza repitiéndosela unas a otras, al repartidor de pizzas escuchándola tres veces en el vestíbulo, a dos empleados comentarla de una letrina a otra, etc...
Igualmente se atribuyen otros tantos rebuznos a diversos periódicos:
Sunday Times: «Una de esas novelas que combinan una trama brillante con una escritura sublime». Esto es tan sublime cual vapor sulfuroso del infierno.
Daily Telegraph: «Una obra maestra, un clásico contemporáneo». Si el Daily Telegraph considera esta nivola una obra maestra, ¿qué calificativo reservaría para, por ejemplo, alguna del candidato al Nóbel Phillip Roth? ¿Y para Crimen y Castigo? ¿Y para Rojo y Negro?
Le Figaro: «El mejor libro del año. Irresistible. Es erudito y accesible a todo el mundo, se inscribe en la gran tradición de novelas de aprendizaje en las que los secretos y maleficios se suceden como muñecas rusas». Debió de ser un año irresistiblemente apestado. En cuanto a «erudito», nada aquí corresponde a tal término, que se opone frontalmente a aquel otro de «accesible». Eso sí, Le Figaro se habrá embolsado el soborno publicitario del Grupo Planeta, que hace irresistible todo libro.
The New York Times: «García Márquez, Umberto Eco y Jorge Luis Borges se encuentran en un mágico y desbordante espectáculo, de inquietante perspicacia y definitivamente maravilloso, escrito por el novelista español Carlos Ruiz Zafón». Sí, en verdad nos hallamos ante la reencarnación simultánea de Cervantes, Shakespeare y Perico el de los palotes. El problema es que causa un conflicto de software.
Entertainment Weekly: «Indiscutiblemente, La Sombra del Viento es maravillosa. Una construcción argumental magistral y meticulosa con un extraordinario dominio del lenguaje... Una carta de amor a la literatura, dirigida a lectores tan apasionados por la narrativa como su joven protagonista». Fíjese el lector que esta supuesta pasión, hasta el momento, sólo se ha manifestado en la búsqueda de un cierto autor, en la que el «joven protagonista» pierde más tiempo que en documentarse y culturizarse.
La Vanguardia: «La Sombra del Viento anuncia un fenómeno de la literatura popular española». Pues, mira por donde, esto sí que es cierto, un fenómeno semejante a la peste.
Atención, que llega Stephen King: «Si alguien pensaba que la auténtica novela gótica había muerto en el siglo XIX, este libro le hará cambiar de idea. Una novela llena de esplendor y de trampas secretas donde hasta las subtramas tienen subtramas. En manos de Zafón, cada escena parece salida de uno de los primeros films [por filmes] de Orson Welles. Hay que ser un romántico de verdad para llegar a apreciar todo su valor, pero [,] si uno lo es, entonces es una lectura deslumbrante.» Correcto, la novela gótica no había muerto, sino que muere ahora, gracias a esta zafónica puñalada. Incorrecto, sin embargo, el que se requiera romanticismo para «apreciar todo su valor»: basta con no haber leído nunca un solo libro.
El Mundo: «Las páginas de Ruiz Zafón ensimisman durante dos días a cuantos deciden leerlas. El talento narrativo de este hombre arrasa». No obstante, las secciones de comatosos de los hospitales no dan abasto contra el arrasamiento.
The Philadelphia Enquirer: «Una vez más he hallado un libro que prueba cuán maravilloso es sumergirse en una novela rica y larga... Esta novela lo tiene todo: seducción, riesgo, venganza y un misterio que el autor teje de forma magistral. Zafón aventaja incluso al extraordinario Charles Dickens». En lo único que aventaja Zafón a Dickens es en mediocridad narrativa y en capacidad para entretejer chorradas.
Hamburguer Abendblatt: «Pura magia, no hay otra forma de describir esta novela. Historia y escritura, trama y carácter, personajes y perfiles, todo adecuadamente. Nunca puedes abandonar sus más de quinientas cautivadoras páginas, llenas de suspense. Su escritura es especial como el aroma de un perfume que se va esparciendo, seductor y sensual. Y este aroma dura mucho tiempo». Como el cuesco procedente de una fabada.
Sunday Telegraph: «Tremendamente bueno... su historia está redondeada de un modo impresionante. Humor, terror, política y romance están muy bien dosificados... y el efecto de conjunto es del todo satisfactorio. Zafón, ex guionista, es particularmente bueno en el contraste y el ritmo: las más de quinientas páginas del libro pasan con increíble rapidez». Lo que es debido a su increíble frivolidad y falta de substancia. Es relevante el desvelarnos que Zafón es guionista, porque no sabe novelar, sólo describir un montón de paisajes gaseosos y embutir sus diálogos de chorradas de telecomedia. Es falso que haya política o terror en esta novela.
The Observer: «Todo en La Sombra del Viento es extraordinariamente sofisticado. El estilo deslumbra, mientras la trama se trenza y se desenreda con una gracia sutil... La novela de Zafón es atmosférica, seductora y de lectura recomendable». «Novela atmosférica» se refiere probablemente a la continua emulsión de flatulencias y delicuescencias con las que Zafón muestra su impotencia para crear una atmósfera novelesca, pues pretende quizá imitar la del cine o la televisión.
La primera opinión reseñada, de The Washington Post, remata aquí con un: «De verdad, deberían hacerlo», como queriendo decir: así aprenderían a no fiarse de caraduras asalariados como nosotros, ¡so tontainas!
Qué Leer: «Una obra ambiciosa, capaz de conjugar los más variados estilos (desde la comedia de costumbres hasta el apunte histórico, pasando por el mismo misterio central) sin perder por ello un ápice de su poder de fascinación». El que pretendan aclarar que semejante potaje narrativo no estropea nada, es claro indicio de que sí lo hace.
El Periódico: «Absorbente, imaginativa y sólidamente construida. El placer de recuperar con la lectura al eterno adolescente que todos llevamos dentro». Esto, señores de El Periódico, sería si leyéramos por ejemplo a Hermann Hesse. El presunto «eterno adolescente» malcreado por Zafón no es más que un bocazas y un graciosillo sin gracia.
El gilipuertismo alcanza su culminación al ser reseñada la opinión del famoso «Joschka Fischer (vicecanciller alemán)», a quien tanto admiramos, y que debe de ser un amigote de parranda de José Manuel Lara: «Lo dejarás todo de lado y leerás a lo largo de la noche entera; no querrás abandonar La Sombra del Viento hasta que hayas llegado al final». Desmiento tal subnormalidad. Esto le pasará al lector si no ha leído gran cosa y, sobre todo, nada mejor (lo cual es complejo).
¿Y quién es Joschka Fischer?, piensa el lector. Según parece se trata de un ministro, además líder de los Verdes. La Vanguardia recoge como «después de que el líder de los Verdes dijera por televisión que se trataba de una obra cuya lectura no se podía dejar, la demanda por parte de las librerías de toda Alemania se ha disparado». Al parecer en esto se basa la «Zafonmanía» alemana. Otro comentario explica como el éxito de Javier Marías se construyó igualmente mediante la alabanza de Marcel-Reich-Ranicki, «capaz de encumbrar o hundir un libro con un mero comentario».
En El Mundo, Zafón afirma incluso que «la publicidad es mucho menos efectiva de lo que creemos», será por eso que mueve billones. Otra opinión recabada en este artículo de El Mundo es que «Carlos Ruiz Zafón es un ferviente militante antibanalización», lo cual dada la cantidad de chorradas leídas y la chorrez con que se ha narrado lo supuestamente serio, provoca estupor ante este galopante cinismo. Con lo escrito hasta ahora ha militado. Si llega a ser banal, ¿qué gandumbas habría escrito?, ¿una línea recta cual encefalograma?
(Enlace general a estos y más artículos).
Berlin Literatura Critique: «La Sombra del Viento cuenta con todo lo que necesita una gran historia: amor, traición, muerte, odio y amistad. No es extraño que se haya convertido en el libro del año». Sobre todo teniendo en cuenta los billetazos que estás contando.
Más opiniones:
«Leer a Zafón es más divertido que hacer la O con un canuto». Paco, ingeniero tunelador.
«Si eres un imbécil que todavía se deja timar por las recomendaciones patrocinadas de los periódicos, cómprate este libro». Bobelia, El País (opinión por confirmar).
«¡Oh, no! ¡Escribe mejor que yo!». Javier Marías (opinión presunta).
«¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!». Luke Skywalker.
«Zafón es la repera, voy a hacerlo ministro de kultura». José Luis Rodríguez Zapatero.
«Zafón será visitado por tres fantasmas esta noche, no va a quedar de él ni la calva». Charles Dickens (médium mediante).
«En nuestra aldea nos limpiamos nuestros pequeños y numerosos ojetes con hojas de las nivolas de Zafón». Papá Pitufo.
FIN DEL INTERMEDIO.
Capítulo 29.
Pág.290: Los protagonistas abandonan el caserón «envueltos en sombras azules».
Pág.291: Sempere, con su imaginación «envenenada» y ganas de «recitarle la sarta de tonterías que a cualquier otro le hubiesen matado de risa a mi costa». Después de la vulgaridad que ha volcado Zafón en la escena, no es de extrañar que haga burla de su protagonista. Zafón no sabe tomarse en serio a sí mismo, por lo que este adoquín, más que a una novela de misterio, se parece a un episodio de Scooby-Doo.
Ibídem: «algo la recomía por dentro, en silencio y a gritos», ¿otro reconcomio?, ¿otro silencio a gritos? Soy de la opinión de que no era una piedra lo que empujaba Sísifo, sino las obras completas de Carlos Ruiz Zafón.
Ibídem: «el aire pareció prender como una burbuja de gas al calor de farolas y semáforos que me hicieron pensar en una muralla invisible». Las burbujas de gas no prenden al calor de farolas ni al de semáforos. Tampoco esto es una descripción de nada. ¿Y qué, Zafón, si piensas en una muralla invisible? ¡Escribe palabras que sirvan para algo, leñe!, ¡que presenticen la realidad!, ¡que se la hagan ver al lector! ¡Déjate gases y muros de cuesco!
Pág.292: «La vi partir y perderse en un taxi», pues muy inteligente no parece esta chica.
Ibídem: «había seguido el intercambio con ojo de juez de línea», nuevo tropo chorra y fuera de contexto. El maestro literario de Carlos Ruiz Zafón es Chiquito de la Calzada.
Ibídem: Todo lo que sea luz o sombra, Zafón lo describe. Un taxi alejándose: «dos puntos de luz hundiéndose en un pozo de negrura». Zafón, guionista, pintarrajea fotogramas embadurnándolos de colores, lucecitas y flatos. ¡Pero Zafón!, ¡que esto es una novela!, ¡que no es un guión!
Ibídem: Nueva gilipuertez cinematográfica: «el alba derramó cien tonos de gris sobre la ventana de mi habitación». Se imagina el lector al protagonista tomando medidas con el fotómetro: «Apasionante: tono número ochenta y siete».
Ibídem: «me enfundé mi delantal azul», poca funda es un delantal, se lo abrocharía, tal vez.
Ibídem: «su mirada de intriga internacional; una ceja enarcada, la otra alerta». Adivine el navegante qué gesto internacional merece esta nivola.
Pág.293: Nuevo mote pichesco: «Pichafreda». Estos motes se le han de ocurrir Zafón mientras se rasca la entrepierna.
Ibídem: Constatamos que el antes mendigo Fermín sigue hablando como un estúpido, lo que la revista Qué Leer llama «comedia de costumbres» y al lector le parece una mala telecomedia que, sin risas embutidas, carece de gracia y lo aburre.
Pág.294: El Sunday Times recomienda esta escritura sublime: «me vacié de confesiones sin dejar pelos ni señales».
Ibídem: El protagonista se autodefine como «colegial retardado», el lector se muestra de acuerdo.
Pág.295: «era harina de otro costal», sublime cual Sancho Panza.
Ibídem: Fermín y el protagonista se dirigen a la «institución de reputación fantasmal que languidecía en las entrañas de un antiguo palacio en ruinas». Cacofonía ción-ción aparte, ¿qué es una reputación fantasmal? ¿Cómo puede una reputación «languidecer en las entrañas de etc...»? En fin, que van a un asilo a otro interrogatorio.
Ibídem: Ya lo dijo Stephen King: «Una novela llena de esplendor y de trampas secretas donde hasta las subtramas tienen subtramas». Un claro ejemplo: «un extravagante empresario que se hacía llamar Laszlo de Vicherny, duque de Parma y alquimista privado de la casa de Borbón, pero cuyo verdadero nombre resultó ser Baltasar Deulofeu i Carallot, natural de Esparraguera, gigoló y embaucador profesional». Nótese el nuevo mote pitónico
Ibídem: El tal sujeto colecciona «fetos humanoides» y «ordenes de captura» de diversas policías, y «ofrecía sesiones de espiritismo, necromancia, peleas de gallos, ratas, perros, mujeronas, impedidos, o mixtas«. La ignorancia de Zafón en cuanto a puntos y coma, hace pensar al lector por qué el gigoló ofrece ratas y perros cuando, a partir de peleas, toda palabra pretende designar a un contendiente.
Pág.296: El «Tenebrarium» posee también «un prostíbulo especializado en tullidos y fenómenos [...] un taller de filtros de amor». Les cambiarían las ruedas.
Págs.296-297: «las condiciones del local [...] no invitaban a la longevidad», no fomentaban, que aquí no hay invitación que valga. Zafón cree que cambiar una palabra por otra cualquiera equivale a literatura.
Pág.297: «los difuntos eran retirados [...] y hacían su último viaje a la fosa común», se ve que iban cada domingo.
Ibídem: Menciona una charcutería relacionada con los «últimos viajes» a la fosa común e insinúa un repugnante «sombrío escándalo». Si esto es una subtrama, Stephen King es una trayectoria planetaria.
Ibídem: Fermín se refiere a «acallar los aromas», tosco.
Ibídem: «semejantes expectativas en ciernes», Zafón es un genio capaz de discernir entre expectativas «en ciernes» y expectativas llegadas a su culminación. Zafón: todas las expectativas están en ciernes; en caso contrario, no se trata de expectativas, sino de hechos. Creo que esto ya te lo he dicho.
Capítulo 30.
Pág.297: Merece la pena llamar la atención sobre la estructura de esta frase: «Un portón de madera podría nos condujo al interior de un patio custodiado por lámparas de gas que salpicaban gárgolas y ángeles cuyas facciones se deshacían en la piedra envejecida» formada en el periodo precámbrico cuando los dinosaurios dominaban la tierra en la que vivimos los humanos entre los cuales campa Zafón quien escribe sobre este portón.
Pág.298: Pasan a través de «un rectángulo de claridad vaporosa». «Novela atmosférica», piensa el lector delicuescente. Aún hay más: «la luz de gas [...] teñía de ocre la neblina de miasmas». Zafón sólo sabe pedorrear nieblas y después colocar alguna que otra palabra extraña para darles una apariencia novedosa.
Ibídem: La manera que tiene Fermín de chulear a todo personaje –ahora a una monja- con excusas y mentiras estúpidas no resulta creíble. Evidencia el prurito de Zafón por hacer reír con bobadas y ello va en detrimento de lo poco adecuado que es su hablar. En esta ocasión, se cuelan en un convento fingiéndose funerarios, dándose motes de evidente chorrez y aduciendo una excusa de chiste: ambos harían desconfiar a un párvulo. Hasta le hablan de una furgoneta que la monja no puede haber oído.
Pág.299: «marcos sin puertas tras los cuales se adivinaban», ¡poco habría que adivinar si no había puertas!
Ibídem: «llevaba la avanzadilla» por «llevaba la delantera».
Pág.300: Tras decir, en la página anterior: «No tenían edad o sexo discernible», suelta ahora, sobre la monja: «Pocos años la separaban del resto de inquilinos de la casa», ¡pero si no tenían edad discernible! Quiero ser corrector del Grupo Planeta: ya me he comprado las bermudas y la hamaca.
Ibídem: «Se alejó en la tiniebla [...] arrastrando su sombra como un velo nupcial», lo que se arrastra es la cola nupcial, Zafón; el velo es lo que se pone en la cara y para arrastrarlo habría que trotar a cuatro patas hasta el altar.
Pág.301: «Los ojos, blancos como cáscaras de huevo rotas». Zafón: una cáscara blanca de huevo seguirá siendo blanca aún cuando se la parta en muchos pedacitos muy pequeños. No es por su integridad que conserva el blanco.
Ibídem: El lector se extraña de que la monja, que lleva a la pareja hasta la caja con el muerto -quienes han fingido venir a por él- les deje después a su aire en el cuartucho. ¿Por qué no los acompaña hasta la salida, si sólo han de recogerlo? Pues porque, aunque sea estúpido y todo el mundo haría exactamente lo contrario, conviene a la narración, para que puedan campar a sus anchas por el asilo. A Zafón no se le ha ocurrido nada mejor.
Ibídem: Hablando de los habitantes del asilo: «Su mera presencia se me antojó una estratagema propagandística en favor del vacío moral del universo y la brutalidad mecánica con que éste destruía a las piezas que ya no le resultaban útiles»; ¿una estratagema propagandística? ¿Pagada por quién, Zafón?, ¿con qué objetivo?, ¿quizá el de que tú escribas al tuntún?
Ibídem: Sempere llama a lo anterior «profundos pensamientos». Son profundos cual examen de próstata.
Pág.302: Esto sí que es una «estratagema propagandística»: «He intentado lo de los Sugus, pero los toman por supositorios». Ex-guionista Zafón: esto sólo tiene gracia en las malas telecomedias, cuando se embuten risitas estúpidas de fondo.
Ibídem: «miradas envilecidas de avidez», cacofonía.
Pág.303: Denomina «El interfecto» a un interno del asilo que está muy pero que muy vivo. Zafón no sabe lo que significa interfecto. ¿Por qué utiliza esta palabra? El lector se detiene un momento, y solicita del Microsoft Word sinónimos para persona:
Una primera y positiva noticia es que el libro (una edición de bolsillo) está imprimido en papel ecológico. La dedicatoria adelanta que el dedicado «merecería algo mejor».
Pág.13: El primer párrafo avanza al lector el estilo del libro: «cielos de ceniza», «sol de vapor», «guirnalda de cobre líquido».
Ibídem: El narrador describe a su padre «amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida», tendría la sonrisa en la nuca.
Ibídem: «si el cielo lloraba», comparar las gotas de lluvia con lágrimas es tan original como hacer la o con un canuto.
Ibídem: «un silencio a gritos que aún no había aprendido a acallar con palabras», chirriante expresión.
Pág.14: Reconozco que la imagen del chiquillo que le habla a su madre muerta me ha enternecido un poco, hasta que he leído: «el corazón me batía en el pecho como si el alma quisiera abrirse camino y echar a correr escaleras abajo» y entrar al estanco a comprar tabaco.
Ibídem: Nuevamente sobre el padre: «sus ojos [...] siempre miraban hacia atrás», como su sonrisa de nuca, ¿no estará este joven equivocado respecto a la orientación de su padre?
Pág.15: Ahora habla de una sonrisa «prestada de un tomo de Alejandro Dumas», sonrisa que ni Zafón ni su editor sabrían explicar cómo es. Con tanto descoloque e intercambio, el padre se le antoja al lector como una especie de mecano.
Ibídem: Al leer «avenida de vapor» (otra vez el vapor), «disfraz de acuarela» o «bóveda de bruma azul» el lector comprende que aquí todo es «sustantivo de sustantivo» o «sustantivo de sustantivo adjetivo».
Ibídem: «el cadáver abandonado de un palacio», metáfora propia de un forense.
Ibídem: Referirse a un hombre como «El tal Isaac», es inapropiado para el ambiente que Zafón pretende crear.
Pág.16: «basílica de tinieblas», a este chico le gusta esta estructura.
Pág.17: «aquel laberinto que olía a papel viejo, a polvo y a magia», ¿a magia de vainilla o a magia de chocolate?
Ibídem: «el azar o su pariente de gala, el destino», filosofía propia de un presentador de reality show.
Pág.18: Zafón cree que «rehice mis pasos» equivale a desanduve o retrocedí.
Ibídem: «una sonrisa impresa en los labios», no aclara si con una impresora láser o con un imprenta a la Guttenberg.
Ibídem: El joven genio de diez años que es el protagonista, recogiendo un polvoriento libro, tiene la seguridad de que éste lo ha estado esperando «probablemente desde antes de que yo naciese», pues sí, sí que es probable.
Pág.19: «Los minutos y las horas se deslizaron como un espejismo»; sabido es que todo espejismo viaja en patinete.
Ibídem: «luz de cobre» (otra vez el cobre), «mundo de imágenes y sensaciones», «túnel de aventura y misterio». ¿Es ésta la capacidad de crear tropos de Zafón?
Parte 1. Capítulo 1 (1945-1949).
Pág.21: «modus operandi», «de cabo a rabo», prosa funcionarial y vulgar.
Pág.22: Ni «la flor y nata», ni la crema de la crema deberían estar presentes en ninguna novela.
Pág.23: «estaba, técnicamente, forrado» sugiere que puede uno estar forrado de una manera no técnica.
Ibídem: «poseía una memoria de elefante», y la fuerza de un toro, y la vista de un águila, el sex-appeal de un ornitorrinco...
Ibídem: «a tiro de piedra de casa», esto que se lo digan a un lanzador de martillo.
Ibídem: «mi billete de ida por la vida», lo hubiera encomiado de ser por la tremenda cacofonía consonante.
Ibídem: Nos habla de un café en el que «cualquier pelagatos podía sentirse por unos instantes figura histórica por el precio de un cortado». Es, sin duda, un precio más económico que el del bombo mediático a que se someten las novelas zafónidas. Un momento, ahora caigo... ¡Ja, ja, ja! ¡Zafón está tomando con el Café Gijón! Será que un día no le dejaron entrar, o que entró y pasaron de él.
Pág.24: Decido que no contabilizaré comas perdidas o sobrantes a no ser que el resultado sea especialmente bochornoso.
Ibídem: Segunda «mirada aguileña» detectada. Presumo encontraré abundantes comparaciones animalescas: son las más primitivas.
Pág.25: Intuyo que una «sonrisa florentina» difiere en grado sumo de una sonrisa albaceteña.
Pág.26: Un personaje traduce «quid pro quo» por «no hay duros a cuatro pesetas» y se dice de él que «destilaba una oratoria capaz de aniquilar las moscas al vuelo». Le olería el aliento.
Capítulo 2.
Pág.27: «las nubes habían resbalado del cielo» me hace evocar una nube en pleno resbalón, quizá sobre una piel de plátano.
Ibídem: «bajo una laguna de neblina ardiente que hacía sudar los termómetros en las paredes», debe de ser realmente duro sudar un termómetro, sobre todo subiéndose uno por una pared.
Ibídem: «salones de lectura donde invenciones como el teléfono, la prisa o el reloj de muñeca resultaban anacronismos futuristas», siendo la prisa un futurismo, ¿a qué pensará Zafón que recurría el hombre primitivo a la hora de huir de un mamut cabreado? ¿A hacerse el muerto?
Pág.28: «El portero, o quizá tan sólo fuera una estatua de uniforme, apenas pestañeó a mi llegada»; curiosa estatua, que además de vestir uniforme pestañea con escasez.
Ibídem: «me deslicé hasta el primer piso», quizá como una nube con piel de plátano o un espejismo con patinete.
Ibídem: «lectores adormecidos derritiéndose como cubitos de hielo sobre sus libros y diarios», quizá por esto el deslizarse; esta escena gore causa auténtico pavor. Si al menos hubieran sudado un termómetro o dos...
Ibídem: «una figura [...] que se me antojo un ángel esculpido en brumas», sólidas brumas serían. En esta novela todo es muy vaporoso, brumoso y acuareloso... El rostro y brazos de la figura «vestían» una piel pálida. Vestir una piel no es angelical: evoca a Hannibal Lecter.
Ibídem: «el modo en que el alma parecía caerle a los pies», pedestre.
Ibídem: «atrapada en ese estado de perpetua juventud reservado a los maniquíes en los escaparates de postín», se ve que los maniquíes en los escaparates de oferta sí que envejecen. Zafón quería decir otra cosa: que estos maniquíes se reponen.
Pág.29: «encontrar una aguja en un campo de azucenas», hay que ser todo un genio para escribir esto.
Ibídem: «pupilas blancas como el marmol», claro, como el veteado verdinegro.
Ibídem: La figura tiene «garganta de cisne» (así vulgariza la expresión) (Pág.29), «tez de muñeca de porcelana» (Pág.30): a Zafón le encantan este tipo de construcciones.
Pág.30: «los ojos más tristes que he visto jamás», esto fue literatura, pero hace siglos. Hoy es tan meritorio como rascarse el culo.
Pág.31: «sus manos abiertas como alas sobre su regazo», extrañas alas, que se abren sobre un regazo. Imagine el lector la pose de las manos, ¿se trata de una sombra chinesca?
Pág.32: Sorpréndase el lector: al recorrer los dedos de la muchacha el rostro del joven, éste siente el roce de las mismas.
Ibídem: «presenciar mi sonrojo, que hubiera bastado para prender un habano a un palmo de distancia», sonrojo que, sin embargo, no incinera a la muchacha.
Capítulo 3.
Pág.32: «Clara Barceló me robó el corazón, la respiración y el sueño», pues no le dejó ni el páncreas.
Pág.33: Durante la guerra civil: «los pueblos no se miran nunca en el espejo [...] y menos con una guerra entre las cejas», guerra diminuta, sería.
Ibídem: «disimulando mal el llanto», hombre, se podrá disimular bien una lágrima, pero, lo que es un llanto...
Ibídem: «para que le leyese de nuevo las cartas de su padre en su integridad», ¿cómo se las va a leer de nuevo en su integridad si la primera vez ha escuchado su lectura mutilada?
Págs.33-34: «años de secreto y sombra», «mirada de porcelana», y dale con la estructura y con la porcelana.
Pág.34: habla de una mujer con «propensión al vello facial», cuando quiere decir propensión a desarrollar vello facial, así que acaba refiriéndose a un gusto muy respetable.
Pág.35: Al leer «el texto de la sobrecubierta, pomposo y apolillado al gusto de la época», se me hace imperativo cerrar y leer la sobrecubierta, con su pomposo «este libraco lo han leído más personas que conguitos hay en el Congo», al gusto de la época.
Ibídem: El explicado argumento de La casa roja, novela de Carax, no es el de la gran novela que se nos ha querido hacer creer que Carax escribe: resulta bastante tontuelo y folletinesco.
Pág.36: Al leer: «una casa de tres al cuarto», «no iba a dar la nota», «se le ablandaba el corazón», el lector se da cuenta de que cualquiera puede escribir así.
Ibídem: «el paisaje se deslizaba como un mal sueño de los hermanos Lumière», que se ve que, además de inventar el cine, soñaban con paisajes.
Pág.37: Un personaje «leyó toda la noche, ajeno a los ronquidos», pero, entonces, ¿cómo supo que sonaban?; «Girando [pasando] la última página al despuntar el alba», ¡qué puntualidad!
Ibídem: «el corazón envenenado de envidia», cutre, pese a la aliteración.
Ibídem: «El resto de ejemplares», no, Zafón: «El resto de los ejemplares».
Ibídem: «Esos libros, si realmente existían, eran imposibles de encontrar», en realidad, cuando algo existe, ello indica una posibilidad, aunque leve, de que uno lo encuentre.
Pág.38: «no le daba la gana de pasar por el aro», ¡qué gastado tiene que estar este aro!
Ibídem: Con «tumba anónima» se refiere a una no firmada por su escultor, cuando quiere decir otra cosa. Más tarde se enmienda y habla de la «tumba sin nombre».
Capítulo 4.
Pág.39: Ejemplo de prosa elevada: «Aunque sólo fuera por llevar la contraria».
Ibídem: «habían demostrado ser inmunes al encanto de los clásicos, las fábulas de Esopo o el verso inmortal de Dante Alighieri», ¿sabrá Zafón que estos dos autores van ya incluidos en «clásicos»?
Ibídem: «cabeza llena de pájaros», «una verdad a medias», un lenguaje trillado...
Ibídem: «las lecturas eran una obligación, una especie de multa a pagar», ¡literatura en estado puro!
Pág.40: Una posible explicación a la existencia de esta novela: «Se me atragantó el cerebelo».
Pág.41: «tiene el alma de pan bendito», vamos, un alma de la hostia.
Pág.42: «Podría intentar contarte el argumento, pero sería como describir una catedral diciendo que es un montón de piedras en punta», la inversión de este argumento ha convertido este grupo de hojas rectangulares en una novela.
Ibídem: «Las mujeres tienen un instinto infalible para saber cuándo un hombre se ha enamorado de ellas perdidamente, especialmente si el varón en cuestión es tonto de capirote y menor de edad»; sí, se llama «los ojos».
Ibídem: «dos fugitivos cabalgando a lomos de un libro, dispuestos a escaparse a través de mundos de ficción y sueños de segunda mano» parece la introducción de una teleserie para subnormales.
Ibídem: «Barceló regresó arrastrando una sonrisa felina», pero ¿por qué la arrastraba?
Pág.43: «Al último interfecto que me vino con eso [...] le vendí un Fuenteovejuna firmado por Lope de Vega a bolígrafo», hay que ser un crack para venderle un libro a un muerto.
Capítulo 5.
Pág.44: «relucía como el faro de Alejandría» del que no quedan ni las ruinas. Zafón: esto te pasa por no informarte.
Pág.45: Hablando de una pluma: «una revolucionaria teoría sobre émbolos y vasos comunicantes, todo ello parte de la ignota ciencia teutona que sostenía el trazo glorioso de aquel adalid de la tecnología gráfica». ¿Por qué «teutona» en lugar de alemana? Porque Zafón piensa que, cuanto más estrambótica es su escritura, más literaria es.
Pág.46: «el padre Vicente, un jesuita veterano que tenía la mano rota para explicar todos los misterios del universo», comprendo ahora por qué yo, de intactas manos, soy incapaz de ello.
Pág.47: «Una anemia de invención plagaba mi sintaxis y mis vuelos metafóricos me recordaban a los de los anuncios de baños efervescentes para pies que acostumbraba a leer en las paradas de los tranvías». Autobiográfico y autorreferente. A todo esto: sin la coma, la última subordinada se refiere a «pies».
Pág.48: «una dichosa pluma que no servía para nada», se me ocurre, cuando menos, una posible utilización: introducírsela a Zafón por donde no sea peligrosa para sus lectores.
Ibídem: «se enrolla como una persiana» y se desenrolla cual papel de culo.
Pág.49: «la muerte era una mano anónima e incomprensible, un vendedor a domicilio que se llevaba madres, mendigos o vecinos nonagenarios como si se tratase de una lotería del infierno», aparte de lo chorruno del telemuerte, no toda madre, mendigo o vecino nonagenario va siempre al infierno.
Pág.50: Este libro no carece de profundidad poética: «el fin de la infancia, como la RENFE, llegaba cuando llegaba».
Ibídem: «la sonrisa breve resbalándole de los labios», aquí las sonrisas persiguen, se arrastran, resbalan, muchos personajes son como un Mister Potato embadurnado de manteca.
Capítulo 6.
Pág.53: «Una criada de uniforme, cofia y una vaga expresión de legionario»; cosas de las preposiciones: de uniforme, de cofia y de una vaga expresión de legionario. Por cierto, la cofia es parte del uniforme.
Ibídem: «acento cacereño cerrado a cal y canto», ce-ce-ce e inapropiada locución nada original.
Ibídem: La criada guía al chico «con pompa y circunstancia» y el lector se pregunta cómo manifestaba la criada esa pompa y esa circunstancia.
Ibídem: Nueva efervescencia: «una luz dorada de polvo y vapor». ¡Y dale con el vapor! Antes la luz era de cobre, ahora es dorada, supongo que después será verde pistacho.
Ibídem: Dice «el aliento de un piano flotaba en el aire» refiriéndose a una música de piano. Muy desacertado este aliento flotante, sobre todo procediendo de un instrumento de cuerda. Si hubiera sido de viento...
Ibídem: «La Bernarda se abría paso entre la espesura blandiendo sus brazos de descargador portuario a modo de machetes», dudo que una criada trate a machetazos la vegetación de la casa a su cargo.
Ibídem: «cacatúas de [..] tamaño enciclopédico», se ve que también las hay de bolsillo y en edición rústica.
Pág.54: Marchando otra de vapor: «vaporoso vestido».
Ibídem: Dice: «el verla me inspiraba una visión celestial», pero no explica cual.
Ibídem: Dice: «propensión flatulenta» por «propensión a las flatulencias». Es el segundo error de este tipo.
Ibídem: Adrián le cae al protagonista «Como un piano de cola desde un séptimo piso», comparación propia de una viñeta de un Mortadelo.
Ibídem: «bizcochos de canela que quitan el hipo» y la originalidad.
Ibídem: «Merendamos como la realeza, devorando cuanto la criada nos ponía a tiro», quizá disparando sus lenguas de batracio. Por otro lado, las realezas no suelen distinguirse precisamente por rebañar el plato, sino por lo mucho que desperdician.
Pág.55: «Clara [...] me sugirió que [...] podía leer La Sombra del Viento [¿a qué esas mayúsculas?] y que, ya puestos, podía empezar por el principio», parece, este personaje de Clara, una mujer perspicaz y ocurrente.
Ibídem: En «emulando a aquellas voces de Radio Nacional que recitaban viñetas de corte patriótico poco después de la hora del ángelus con prosopopeya ejemplar», se advierte que Ruiz quería asignar esta prosopopeya ejemplar a las viñetas, pero la falta de un par de comas le traiciona.
Ibídem: «leí [...] atravesando cinco capítulos», otro espadachín, por si no fuera poco con Pérez.
Ibídem: «-Me recuerda un poco a La casa roja», comentario demasiado típico y superficial para un libro que se presume grandioso.
Ibídem: «aquel encuentro [...] fue el primero entre muchos más»; el primero no esta ENTRE muchos más, sino al principio de todo.
Pág.56: «me aprendí cada sala, cada corredor y cada planta», ¿y cada tropismo?
Ibídem: A la invidente Clara «le encantaba [...] adivinar el eco de los pasos», ¿cómo se adivina un eco? Yo, como mucho, puedo oírlo.
Pág.57: «esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño», ¿por qué eterna?
Pág.58: Del ya citado latinista dice Ruiz: «Barceló no era exactamente George Bernard Shaw». El sujeto se expresa de aquesta manera: «tú eres más buena que el pan», ¡como el foie gras La Piara! ¿Será publicidad subliminal? Voy a prepararme una rebanada.
Ibídem: Nueva ocurrencia del latinista: «La condición básica del beato ibérico es el estreñimiento crónico». He tenido que tomarme un descanso una hora para carcajearme y además una prórroga.
Págs.58-59: «de Pascuas a Ramos».
Pág.62: «usted lo que tiene que hacer es buscarse una buena chavala», le dicen al padre del chico, el cual califica esto de «insinuaciones». Menos mal que no es detective.
Capítulo 7.
Pág.67: «corazón envenenado», Ruiz es muy aficionado a esta expresión.
Pág.68: «hacía años que no embarcábamos en una golondrina, aunque yo sabía que él a veces iba sólo», pues no hacía años entonces, ¿o habrá querido decir juntos?
Pág.69: Obsérvese la justificación: «ni está en venta, ni lo tengo».
Págs.68-72: Demasiadas palabras empleadas en el encuentro con el extraño, cuya identidad «intuyo» y cuya manera de expresarse abunda en clichés: «yo nunca me equivoco de persona», «la gente habla», «no hace falta que hagas comedia», «me trae sin cuidado», «Eso es asunto mío», «Tienes agallas», «Por una mujer así, cualquier pierde el sentido común», «me trae sin cuidado» (nuevamente), «que nadie salga perjudicado», «volveremos a vernos», «nunca se me olvida una cara», «Yo no me fiaría ni un pelo de él». También nos cuenta un chiste: «no me suena de nada, y eso es lo peor que se puede decir de un músico». Le contado este chiste a mi vecino y se ha tirado por la ventana.
Pág.72: «una silueta evaporándose en la oscuridad envuelta en su risa de trapo», esto de las carcajadas maléficas es de remake cutre de Conde Drácula. Y, si encima tiene «risa de trapo», será el Drácula de Barrio Sésamo.
Capítulo 8.
Pág.72: Horror: el mal tiempo comienza a poner poético a Zafón: «Un manto de nubes chispeando electricidad cabalgaba desde el mar», digerido lo cual, comprendo que se trata de una tormenta de chispas.
Ibídem: «guarecerme del aguacero» es un error de novato.
Ibídem: «con pies y piernas de plomo», novedoso.
Ibídem: «Un trueno descargó cerca [si algo descarga, será el relámpago], rugiendo como un dragón enfilando la bocana del puerto», no, por supuesto, como uno que sobrevolara una pista de aterrizaje, el cual profiere un rugido posicional.
Ibídem: «No se veía un alma en las calles» ni literatura en los libros.
Ibídem: Obligada ebullición: «mortaja de vapor». ¿Zafón escribirá en una sauna?
Pág.73: «Me pareció ver contornos de sombra reptando a mis espaldas», ¿dónde se encontraría el resto de la sombra, sin su contorno? Se pregunta el lector aterrado.
Ibídem: «pozo de sombra», «aliento de relámpagos», pedo de trueno, etc..
Ibídem: «Sujeté la barandilla», inestable barandilla sería.
Ibídem: «los peldaños se deshicieron [sic] en una planicie y comprendí que había llegado al rellano del principal», nos hallamos ante un superdotado.
Pág.75: «guirnaldas de vapor». Es el sexto vapor o vaporosidad.
Ibídem: «El teclado del piano formaba una sonrisa interminable», ¿un piano combado?
Ibídem: «explorando un cuerpo que había memorizado de pura ignorancia»; memorizado no, Zafón: imaginado.
Capítulo 9.
Pág.76: «sábanas blancas que brillaban como seda lavada», supongo que con Perlán.
Ibídem: ¡Cielos!: «embestidas», «la penetraba entre sus muslos», «aferraban [...] las nalgas», «clavándole las uñas y guiándole hacia sus entrañas [se ve que aquello era como un taladro]». Esta guarrada patética pretende ser uno de los ingredientes del bestseller; no es especialmente erótica ni está sublimada en absoluto.
Pág.78: «Bebí un trago [...]. Sabía a gasoil esclarecido con vinagre». ¿Y cómo sabes tú a qué sabe el «gasoil esclarecido con vinagre»?
Ibídem: Autopresentación del protagonista: «-Daniel Sempere, tonto de remate. El gusto es mío». No tengo nada que añadir.
Pág.79: «le di cuerda» a un mendigo.
Pág.82: «se podía oír un goteo intermitente». A ver, Zafón, todos los goteos son intermitentes; cuando un goteo no es intermitente, no es un goteo: es un chorro.
Ibídem: Escribiendo «extraía de su abrigo un manojo de llaves que hubiera sido la envidia de un carcelero», Zafón cree aumentar el número de llaves, cuando en realidad lo disminuye. ¡Cómo si no tuvieran ya bastante trabajo los carceleros!
Ibídem: «Conjurando una ciencia ignota, acertó cuál era la que buscaba», la ciencia ignota de la vista, quizá.
Ibídem: «una caja de música a escala industrial», quiere decir grande, pero también se producen «a escala industrial» piezas diminutas. Es lo que le pasa por tratar de ponerse creativo sin saber lo que hace.
Ibídem: «el mecanismo chasqueó como las entrañas de un autómata», pero no como las de un reloj, ojo.
Pág.83: El lector se entera de que «aprender a robar un banco» y «a crear uno» vienen a ser la misma cosa. ¡Habrá que cambiar la injusta legislación!
Ibídem: «una burbuja intermitente de luz rojiza y evanescente. Cojeaba vagamente», ente-ente-ente: ¡triple cacofonía!: ¡entérese la gente!
Ibídem: «a medio camino entre Caronte y el bibliotecario de Alejandría», no tengo el gusto de conocer al segundo. El primero creo que es calvo y con gafas.
Ibídem: Nueva perla para el protagonista: «capullito de alelí».
Pág.84: El «tal Isaac« se refiere al rostro del protagonista como «careto». Mola, kolega.
Ibídem: «una sonrisa de pillo redomado».
Ibídem: «su papel de siniestro cancerbero», ¿no era de Caronte? Isaac se aperruniza.
Capítulo 10.
Pág.84: «una taza con un mejunje humeante que olía a chocolate caliente con ratafía», misterioso mejunje, en verdad.
Pág.85: «de poca monta».
Ibídem: «París es la única ciudad del mundo donde morirse de hambre todavía es considerado un arte»; Zafón quizá no habrá oído hablar de Kafka.
Ibídem: «El idioma favorito de Cabestany era el de la peseta», recuérdese esto.
Ibídem: «le traía al pairo».
Pág.86: «todo hombre tiene sus secretos», y todo bestseller sus clichés.
Ibídem: Chorrada memorable: «El tal» Isaac afirma que Cabestany, cuyo idioma favorito «era el de la peseta», publicaba los libros de Carax perdiendo dinero: «por llevarle la contraria a Darwin». ¿Creerá Zafón que al paso del tiempo sobreviven aquellos libros que más dinero generan? No conoce, sin duda, otro baremo que este. ¿Sabrá que la cuarta parte de Así habló Zaratustra fue autoeditada por Nietzsche, imprimiéndose sólo cuarenta ejemplares?
Ibídem: «La edad, que a todos nos pasa factura», ¿es esta la manera de hablar del guardián del cementerio de los libros? Y sigue: «de los que no saben leerse ni la talla de los calzoncillos», «la empresa se vino abajo», «hecho de otra pasta».
Pág.87: «no le encontraba la gracia ni de refilón»; la prosa de un maestro.
Pág.88: «Nuria siente debilidad por las causas perdidas. De pequeña recogía animalillos de la calle y los llevaba a casa.». El lector se sorprende de la audacia de esta Juana de Arco y se pregunta si tan mal lo pasa un animal en la calle para que su salvación sea una causa perdida. He de afirmar que recogí a mi gato de la calle y que hoy está hecho todo un tigre. Pero ojo, que sigue: «Con el tiempo pasó a adoptar novelistas malditos»; ¿les daría Friskis?
Ibídem: Al leer la frase hecha «blandió su sonrisa de diablo cojuelo», se pregunta el lector cómo se blande una sonrisa y cuánto se diferencia la sonrisa de un diablo cojuelo de la sonrisa de un diablo campeón de decatlón. Zafón cree que hacer literatura es empotrar cultismos de todo a cien.
Ibídem: «Se me comió el silencio y la duda»; a mí se me come el cansancio de leer chorradas.
Pág.89: Nuevas gotas de sabiduría del «tal» Isaac: «La gente se complica la vida, como si no fuese suficientemente complicada». A este tío lo contratará el Dalai Lama. Más: «no leo las necrológicas porque los conocidos caen como moscas y uno se queda acojonado»; exacta descripción del estado del lector.
Ibídem: «Mi Nuria es de las que rompen corazones con sólo entrar en una tienda», pues tendrá que pagarlos, claro.
Ibídem: Al tener una hija «es ley de vida que tarde o temprano le romperá a uno el corazón», el tiempo verbal requerido es «rompa», no romperá.
Pág.90: «si algún día tiene usted una hija empezará sin darse cuenta a dividir a los hombres en dos clases: los que usted sospecha que se acuestan con ella y los que no. El que diga que no, miente por los codos». Y el que diga que sí, por las rodillas. A todo esto, la señorita Nuria debe de ser toda una ninfómana, o eso piensa su padre, «el tal» Isaac.
Pág.91: Rollo telegramático de oraciones simples: un claro ejemplo de simploide escritura bestseller. Espero que «el tal» Isaac sea pronto asesinado para no verme obligado a leer más parlamentos suyos.
Ibídem: «De cría lo recordaba todo» me recuerda a lo de «careto».
Pág.93: «Acuérdese del Minotauro», dice «el tal» Isaac para sugerir al protagonista que emule a Teseo, matador del Minotauro.
Pág.94: Autoreferencia: «oculta detrás de aquellos muros de prosa granítica».
Ibídem: «Me despedí de la novela con un guiño», y yo saludo a ésta con un corte de mangas.
Pág.95: Habla de una mesa «ataviada de fiesta». No basta con poner palabras raras, Zafón: también tienen que quedar bien.
Ibídem: «un cigarrillo que sostenía entre el índice y el anular, como si fuese una pluma». Extraña forma de coger tanto un cigarrillo como una pluma. Junte el lector los dedos índice y anular, y obtendrá un curioso gesto, dedicable a Zafón.
Ibídem: «La mirada se me cayó al suelo», una prosa que deslumbra por su belleza y una mirada digna de Mister Potato.
Pág.96: «Se me iluminó la sonrisa antes de abrirla», original prosa y sonrisa: Mister Potato versión de neón.
Págs.96-97: El previsible fin de capítulo, y de parte, es entrañable. Escrito para que el lector de bestsellers pueda olvidarse del libro e irse tranquilo a dormir. Sólo un apunte: «a falta de palabras, me mordí la voz» es una deformación de morderse la lengua.
Capítulo 11 (1953).
Pág.99: «Aquel año, el otoño», ¡pero qué co...!
Ibídem: «un manto de hojarasca que revoloteaba en las calles como piel de serpiente». A ver: si era un manto, y de hojarasca, estaría depositado, no revoloteando cual golondrina, ni mucho menos «como piel de serpiente». ¿Cuántas pieles de serpiente habrá visto Zafón revolotear? ¿Se referirá a algún tipo de serpiente alada? ¿Tal vez a un dragón chino? ¿O es que habrá querido referirse a ESCAMAS de serpiente, sabiendo que las serpientes no mudan su piel escama a escama sino de golpe, cual streaker o exhibicionista?
Ibídem: «mis penas de sainete», «más trabajo del que podíamos quitarnos de encima».
Ibídem: Para trabajar en una librería de viejo: «Lo que nos haría falta sería alguien muy especial, medio detective, medio poeta, que cobre barato y al que no le asusten las misiones imposibles»; vamos, una mezcla de Jack el Destripador, Sherlock Holmes, Walt Whitman, Kunta Kinte, con una pizca de Tom Cruise. Por supuesto, existe alguien así: el mendigo que invitó a vino al protagonista un par de capítulos atrás. ¿Quién dice que los personajes no se pueden reciclar?
Pág.100: El mendigo habla como el resto de chiflados personajes de esta novela, pero como resulta aceptable que un mendigo esté tarumba, pues no queda TAN mal.
Ibídem: «su rostro se iluminó de pronto con una sonrisa de bandera», ¿por qué en esta novela las sonrisas nunca están quietas ni en stand-by?
Ibídem: «verborrea incesante».
Pág.101: «El mendigo se encogió en un manojo de roña y nervios». Chorruna y roñosa descripción.
Ibídem: «avergonzado por su aspecto y la mugre que le cubría la piel», mugre que, claro, no formaba parte de su aspecto.
Ibídem: «con mucha oratoria y tácticas subrepticias [¿cuáles?] conseguimos meterlo en la bañera», le recitarían a Pericles.
Ibídem: «temblaba como un pollo desplumado», o como una vela al viento.
Pág.102: Al escribir «unos calzones que exhibían el color y la consistencia del jamón serrano», Zafón sin duda creyó haber compuesto un delicioso pasaje: ¡nada como comparar unos calzoncillos con el jamón serrano para deleitar al lector!
Ibídem: El mendigo se coloca, «quizá» bajo los efectos de las sales de baño: menuda juerga.
Ibídem: «piel de gallina», ¿otra ave desplumada, Zafón?
Pág.103: «perdí mi musculatura hercúlea en la carcel», aparte de que suele suceder lo contrario, la triple cacofonía clr rcl crl, triletre vuelve ridícula esta oración.
Ibídem: «se le deshacía la mirada».
Ibídem: «hecho un pincel»; estos personajes utilizan tantas frases hechas que cuesta creer que se trate de los encargados de una librería de viejo, un puesto que supone cierto respeto a lo literario.
Pág.104: «sombrero peliculero», cacofonero trompetero.
Ibídem: «algo que ver con el asunto».
Ibídem: «no mentar el tema», Zafón está en esa fase embrionaria del escritor en la que se cree que la cacofonía es un descubrimiento de cuño propio.
Ibídem: Explotan al mendigo «durante doce horas o más sin pausa».
Pág.105: «demasiado perfectas para ser ciertas», es el capítulo de las cacofonías.
Ibídem: «noche fría, de viento que cortaba y cielos de alquitrán»; no sé que es peor: si el manido viento cortante o los originales cielos de alquitrán.
Pág.106: «Joaquín Costa caía como una brecha de colmenas ennegrecidas fundiéndose en las tinieblas del Raval»; ahora dudo entre el alquitrán y esto otro.
Ibídem: «una espiral de mugre», «bombillas desnudas y cansadas».
Ibídem: «Doña Encarna [...] enfundada en una bata azul celeste y luciendo una cabeza de rulos a juego». Supongo que, para lucir una cabeza, primero habrá que enroscársela. Nótese que, además, la cabeza es a juego con la bata azul celeste; será la cabeza de un pitufo.
Ibídem: «se llevó las manos al corazón, oculto bajo los pliegues abundantes de su frondosa pechuga», y oculto también bajo algo más, digo yo.
Pág.108: «de puro susto», páginas atrás: «de puro placer».
Ibídem: «inquilinos con color de cirio gastado», los cirios gastados no tienen color: están gastados.
Ibídem: «Se le tensaron los músculos como cables de acero», ¿se referirá a los tendones con esta original comparación?
Pág.109: Tras el ataque o posesión demoníaca que sufre el mendigo, quien mancha de sangre y excrementos la pared, la casera «le cogió aún más cariño». Yo soy igual: nunca acepto a un inquilino hasta que vacía medio sistema circulatorio por la pared y arroja contra ella sus boniatos.
Ibídem: Nueva autoreferencia: «Yo por usted, Doña Encarna, me trago un ladrillo».
Pág.110: Siempre que se refiere al mendigo, lo nombra «Fermín Romero de Torres»: ¿para qué abreviar a «Fermín», a «Romero» o a «de Torres», pudiendo rellenar siempre un poquito más? Igual para tantas otras expresiones.
Pág.111: «le traía al pairo», menuda prosa repetitiva y cateta.
Pág.112: El mendigo compara desnudar una mujer con pelar un boniato. Juro al lector que es cierto.
Ibídem: ¿Qué es un «metabolismo de bombilla»?
Ibídem: «Se me cayó la mirada de la pantalla», ¡patachof!
Pág.113: «oficinistas con problemas de estreñimiento y beatas ajadas de aburrimiento»; sí, se trata del capítulo de las cacofonías. Y es la segunda vez que Zafón recurre al estreñimiento.
Ibídem: Escribir «la sonrisa se me heló» es tan original como rascarse el culo.
Ibídem: «el haz nebuloso del proyector taladraba las tinieblas de la sala», la forma de un haz de proyección no es precisamente la de una broca, sino al contrario.
Ibídem: «putón desorejado», la malsonancia no está justificada. Otro que se cree que eructar tacos es masculino y atrevido.
Ibídem: A comprar gominolas lo llama Zafón «safari gastronómico», ¿cazará los chicles en África con una Mágnum 44?
Pág.114: «tenga un Sugus de limón, que lo cura todo»; todo, menos escribir mal. ¿Cuánto habrá cobrado Zafón por la introducción de esta marca? Es común que ciertas películas se financien con anuncios entremetidos; quizá pronto Alatriste se pimple una Coca-cola. Y lo que es aún peor, esta parte del noveloide se desarrolla en 1953 y los caramelos Sugus, aunque desarrollados en Suiza en 1931, no llegaron a España hasta treinta años más tarde, en 1961. Sorprende que estos pobretes anden comprando caramelos de importación. Los habrán comprando por Internet.
Ibídem: «me pareció haber despertado de un mal sueño», en el que todas las frases se habían dicho antes.
Capítulo 12.
Pág.115: Continúan la traca de cacofonías: «críos sedientos de combate sangriento».
Ibídem: El protagonista explica cómo conoció a su mejor amigo sufriendo una paliza por parte de éste, jaleados ambos por, entre otros, el padre de este gran amigo.
Pág.117: «fotografías de lagos de azul imposible», no sería tan imposible si había lagos de ese color.
Ibídem: «relojes de cucú», ¡de cuco!
Pág.118: Del amigo Tomás dice que tenía «pinta de duro» y que se dirigía a sus tutores a domicilio únicamente en latín, por lo que «dimitían por desesperación y temor a que el muchacho estuviese poseído y les estuviera endilgando consignas demoníacas en arameo»; lógico, tratándose de latín; también lógico tratándose de profesores, que son los únicos en desconocer el latín.
Pág.119: «la niña de los ojos de su padre» es tan original como las películas de clones.
Capítulo 13.
Pág.121: Aquí intuyo un desliz: «le planté un par de sonoros besos en cada mejilla».
Pág.122: «la sonrisa florentina estampada en el rostro»; repito: que una sonrisa sea florentina no significa nada, no la diferencia de ninguna otra sonrisa: hubiera dado lo mismo que fuera una sonrisa lepera; del estampamiento prefiero no hablar.
Ibídem: Nueva apostilla publicitaria por cortesía de Zafón y Planeta: «el ímpetu que reservaba para las chocolatinas Nestlé». Nestlé hace ya un tiempo que existía entonces, pero yo creo que Zafón ha acertado de chiripa.
Pág.123: «le soplé unos cuantos duros de la caja», duros livianos serían.
Pág.124: «la cerré a cal y canto» es expresión propia de un chico muy leído.
Ibídem: «mirada [...] envenenada de alegría», pernicioso veneno este de la alegría.
Págs.124-125: Cuando Zafón describe una foto, utiliza una forma de expresarse más bien propia de un telegrama, no sea que un exceso de oraciones subordinadas confunda al lector, derritiéndole el cerebro. Zafón: los lectores no son tan tontitos, ya hay adolescentes que notan cómo te repites de libro a libro, y los adultos vemos cómo te repites en uno solo.
Pág.125: «una imagen de luz y de esperanza que prometía cosas que sólo existen en las miradas de pocos años»; como, por ejemplo, las de Mahatma Gandhi o Hermann Hesse.
Ibídem: la supuesta escena de misterio con foto encontrada en el suelo de la tienda resulta de lo más insubstancial pero, como es final de una parte del libro, así permite al lector dormir muy tranquilamente. Tras la siestecita, continúo.
Capítulo 14 (1954).
Pág.127: «en alas de Cupido», «a los cuatro vientos», ¡cultos libreros!
Ibídem: Las gilipuerteces que suelta el antes mendigo no tuvieron gracia desde un primer momento y siguen sin tenerla ahora. Son un relleno estúpido y tontícola.
Pág.128: Resulta deprimente imaginarse a Zafón rascándose la cabeza después de haber escrito «cielo azul», pensando en cómo completar este cielo para crear una imagen única en la mente del lector, y entonces leer: «cielo azul de bandera».
Ibídem: Zafón adopta el temible registro que él considera lírico. Me ajusto el barbuquejo del escurridor y calo la bayoneta en el lápiz: «le sale el alma a pasear y uno se hace más sabio con sólo beber de la fuente de Canaletas», Zafón bebió sin duda de una fuente opuesta y contraria, «que, durante esos días, de puro milagro, no sabe ni a cloro», ¡es como para avisar al nuncio apostólico!; «un ballet de barrenderos», conocido espectáculo barcelonés; «puliendo la ciudad a pincel», pobres barrenderos; «y con trazo puntillista», ¡puntillista! ¡En el puntillismo no había trazos!, ¡había PUNTOS!; más propaganda, esta vez de «Phillips».
Pág.129: Siento simpatía por la soflama del antes mendigo contra la televisión, hasta que leo: «Este mundo no se morirá de una bomba atómica, como dicen los diarios, se morirá de risa, de banalidad, haciendo un chiste de todo, y además un chiste malo». Y pienso que es precisamente a esto a lo que el citado personaje se ha dedicado durante todo el tiempo que lleva en la novela: a hacer chistes malos; y también que este libruco bestsellerado por Planeta es uno de estos embajadores de la banalidad contra la que hipócritamente clama Zafón, personaje mediante. Sabido es que el frívolo de Zafón rebuzna en las entrevistas que la autentica literatura se hace en televisión; y, por lo que vemos, él lleva a cabo la operación inversa: escribir telebasura para las editoriales.
Ibídem: Nuevo adelanto tecnológico: «luz en polvo», cómo el cacao o la leche.
Ibídem: «un traje granate que le ceñía el talle a cuchillo»; curioso método de sujeción, afirmo; lle-llo, añado.
Pág.130: Ve una mujer de espaldas y se la imagina «en tres dimensiones y perspectiva alejandrina». Original resultado de este corte de digestión mental: «dientes largos como palmatorias».
Pág.131: «son de paz».
Pág.132: Momento Mister Potato: «eché los ojos al patio», se refiere a los suyos.
Ibídem: «en qué clase debía clasificarme a mí».
Pág.133: «vais a casaros y os vais a vivir».
Pág.134: Léase lo siguiente con rayos X y en perspectiva macedónica: «Maldije mi estampa».
Pág.135: «galería infinita». Este continuo recurrir a expresiones manidas y frases hechas nos demuestra la impotencia narrativa de Zafón: es incapaz de crear mediante el lenguaje propio de un novelista. Su impotencia se manifiesta de modo aún más agudo cuando intenta crear algún tropo y le sale una cachupinada que no tendría gracia ni en una teleserie.
Capítulo 15.
Pág.135: Construcción favorita de zafón: «ennegrecido de hollín», «empañados de mugre»; nótese el parecido entre ambas.
Pág.136: «Adopté la más angelical de mis sonrisas», se ve que, dentro de las angelicales, disponía de varias con distinta intensidad. Fíjese el navegante en la continua (y fallida) calificación de sonrisas.
Ibídem: Nueva originalidad: «clavó la mirada». Al menos no se le cayó por las escaleras.
Pág.137: Nombre para un posible y serio personaje: «Vicenteta».
Pág.140: «temí empezar a perder el interés de la portera», ¿y no teme Zafón perder el del lector? Porque cada vez que el «detective» protagonista Sempere encuentra con quien hablar, su interlocutor suele enrollarse, como diría Zafón, cual persiana.
Pág.142: Tópica descripción: «aliento fétido», «olía a cerrado y a humedad», «Volutas de mugre», «manto de ceniza».
Ibídem: «Cerramos la puerta a nuestra espalda. [...] permanecimos inmóviles en el umbral del piso». Me temo que en el umbral estaba la puerta, vosotros estabais más bien en el recibidor o el vestíbulo.
Ibídem: «alma envenenada de codicia y anhelo», le tiene afición Zafón a envenenar, ¿será otra de sus palabras favoritas entre las cien que conoce?
Pág.143: La portera, sobre las palomas: «me dan un asco [...] Con lo que llegan a cagar». Respuesta del listillo de Sempere: «Usted tranquila, doña Aurora, que sólo atacan cuando tienen hambre». Aparte de que nada tiene que ver la cantidad de excremento avícola con la agresividad de la especie, da la impresión de que Zafón crea que esto es gracioso.
Ibídem: «nos adelantamos unos pasos hasta el fin del pasillo» y pasó que pasaron.
Ibídem: «veladas de suciedad», «velo de polvo», vaporeadas de cuesco, etc...
Ibídem: La butaca donde ha muerto un hombre es una «butaca mortuoria».
Pág.144: «podía oírse el aleteo nervioso y hostil de palomas al otro lado»; ¿cabe la posibilidad de que Zafón no bromeara antes con las palomas?, ¿padecerá palomofobia?
Pág.145: Abriendo la puerta a un baño y observando un espejo: «Un rostro me observaba desde el espejo. Hubiera podido ser el mío o el de la hermana que vivía en los espejos de aquel piso». ¡Qué misterio! Después de desclavar las manos del sofá y de tomarme seis o siete calmantes, me doy cuenta de que el protagonista se está mirando al espejo. «¡Cielos!, me digo, no pasaba tanto miedo desde la última vez que me compré un huevo sorpresa».
Ibídem: Pregunta: ¿por qué enumera Zafón tal cantidad de objetos innecesarios cuando describe? Respuesta: para rellenar.
Pág.146: «Me cayeron los ojos a la caja de música», Potato Sempere debería invertir su paga en un tubo de pegamento o unas gafas de buceo.
Capítulo 16.
Pág.146: Al leer «El señor Fortuny había hecho instalar un cerrojo en la puerta de la habitación desocupada de su hijo que hacía tres del que tenía en la puerta del piso». Se pregunta el lector porqué el hijo único, teniendo sólo una hermana de vapor, «hace tres». Después comprende la mal construida oración.
Ibídem: «un pozo de oscuridad [...] impenetrable». Retenga el navegante este «tropo».
Pág.147: «una aguja de luz vaporosa taladró la tiniebla [impenetrable]», una aguja no taladra ni la tiniebla ni el cartón piedra; una broca, puede. Es la segunda tiniebla que se taladra, ¿tan pobre es el vocabulario zafoniano?
Ibídem: Dice «la habitación estaba infestada de crucifijos». La descripción posterior induce a pensar que, además de crucifijos, había cruces, pero que Zafón desconoce la diferencia entre unos y otras.
Ibídem: Y lo que Zafón llama «escritorio de consola cerrado» es en realidad un buró.
Ibídem: La curiosidad de la portera ya no es excusa, aunque lo fue al principio, para la profunda exploración que Sempere Holmes está llevando a cabo.
Pág.148: «aparecía en la imagen quemada tomada al pie», ada-ada.
Ibídem: Sempere roba una foto. La portera calla.
Pág.149: Sempere roba una carta.
Ibídem: «despacho cochambroso» y de techumbre achuchada.
Ibídem: «un puro a medio fumar que parecía crecerle del bigote», qué sitio más raro para clavarse un puro.
Ibídem: «era difícil determinar si estaba dormido o despierto», suelta Sempere justo antes de que hable el indeterminado.
Ibídem: ¿Qué entenderá Zafón por «mirada porcina»?
Pág.150: Pregunta: ¿Por qué demonios prácticamente todos los interrogados por Sempere son siempre ancianos que, a la primera pregunta, sueltan un rollo macabeo que aburre hasta a los lectores de Javier Marías y Juan Benet? Respuesta: Para rellenar.
Ibídem: Al leer «De rodillas se me ponían las chavalas para que les hiciera un favor» se imagina el lector de qué tipo.
Ibídem: «El siglo veinte es una mierda». La prueba: durante él se gestó el noveloide presente, publicado en 2001.
Pág.151: «los números que hace mi secretaria no los entiendo, porque ya sabe usted que las mujeres para las matemáticas no sirven», ¿qué tendrá que ver la caligrafía con las matemáticas?
Ibídem: Los sarcasmos con que Sempere chulea a sus interrogados, además de carecer de gracia, son bastante propios de un gilipuertas maleducado. ¿Zafón considera esto gracioso? Los interrogados son siempre más tontos que Sempere y no se dan cuenta de cómo los vapulea el malcriado protagonista. Me sorprende que en ciento cincuenta páginas tan sólo le hayan partido la cara dos veces, contando la paliza retrospectiva.
Ibídem: Y todavía resulta más absurdo que, así burlados, sigan colaborando con él como si nada: no es creíble.
Pág.152: «el hombre no viene del mono, viene de la gallina», ergo esta novela es un huevo.
Ibídem: Comienzan unas cursivas que son el parlamento del citado descendiente de las gallinas, y que quizá ahorren al lector los diálogos chorras.
Ibídem: «había aprendido el oficio que algún día soñaba en enseñar a su propio hijo»; ¿»soñaba en enseñar»?
Pág.153: El marido que no toca a su mujer la noche de bodas es un recurso que ya utilizó Miguel Delibes en Cinco horas con Mario.
Ibídem: «Sólo se detuvo cuando pensó que un solo roce más la mataría», si es que hay roces que matan, afirmo; sólo-solo, añado.
Pág.154: «Nadie compraría sombreros a un hombre con fama de cornudo. Era un contrasentido». Estas tonterías sin sentido son las que escribe Zafón y las que le publican sus editores.
Ibídem: Sobre los breves coitos del sombrerero: «De dichos asaltos a camisón arremangado», prosa es funcionarial y vulgar.
Pág.155: Tras hablar de Velásquez, se nos dice que Julian Carax «adoraba la música, la pintura, y todas las materias desprovistas de provecho y beneficio en la sociedad de los hombres», pero las materias citadas sí son de provecho y también crean beneficio.
Pág.156: «Imploraba al Señor que le enviase [...] una migaja de su presencia», haberse bajado al Caprabo ¡o a comulgar!
Pág.157: Intercambiando el sombrerero y su mujer gritos e insultos, se nos cuenta que acribillaban «a quien osara interponerse en su trayectoria» y se nos descubre que, oh sorpresa, el habitualmente acribillado era el hijo de ambos. Qué cosas tiene la convivencia.
Ibídem: Al autor de los Episodios Nacionales lo llama «el insigne don Benito».
Pág.158: Me pregunto cuán típica sería esta expresión en el año 1954 para solicitar la repetición de lo dicho: «-Fermín, rebobine».
Ibídem: «gesticulando al uso siciliano», ¿se refiere quizá a un corte de mangas?
Ibídem: «Le podría describir a usted hasta el olor. A lavanda, pero más dulce. Como un bollito recién hecho». Ansía el lector probar un bollito con olor a lavanda.
Ibídem: Se pregunta el lector si por aquel año se llamaba a las mujeres «bollito».
Págs.157-161: Chorruna conversación con el antes mendigo, maquina humana de soltar memeces.
Pág.161: «Me tendió la mano con aplomo templario». ¿En qué se diferencia el «aplomo templario» del aplomo teutón? El lector comprende que Zafón escribe las palabras sin atender a su significado, eligiendo sólo por sus sonidos, en este caso plo-pla. Ejemplos: Rumió el rumor, flan de Flandes, chupó el chorizo...
Pág.162: «galán de peliculón, pero con treinta quilos menos en los huesos». Dudo que haya un solo «galán de peliculón» cuyos huesos pesen treinta quilos más de lo habitual en un ser humano.
Ibídem: El antes mendigo anota un apartado de correos. ¿En una mano?, no: en un pie.
Pág.163: «le vi partir gallardo como un gallo rumbo al gallinero», ¿no lo decía yo?
Ibídem: «sonrisa grasienta y falsa», «No me vas a vender ni las buenas tardes».
Ibídem: Nueva impertinencia del protagonista.
Ibídem: «en la vida hay que pencar». No sólo el vocabulario de Zafón es escaso, sino que utiliza palabras no registradas en el diccionario.
Pág.165: «las palabras se me habían quedado congeladas en los labios», como la sonrisa helada de hace unas páginas.
Ibídem: «rió su risita», no iba a reír el himno español.
Pág.167: A Sempere no se le encoge el estómago, porque Zafón es muy original, sino que las tripas se le estrechan «en un nudo», como una garganta.
Ibídem: «concluí sellar aquel episodio en algún rincón de mi memoria», prodigiosa capacidad.
Pág.168: «Dile que me diga el qué», aparte de que la falta de tilde sobre el pronombre hace detenerse al lector, dile-diga.
Pág.169: «Intenté conciliar de nuevo el sueño, pero [...] se me había escapado el tren». Lo dicho: cuando Zafón trata de resultar creativo, es incluso peor que cuando recicla frases hechas y lugares comunes.
Pág.170: Si, como dice Zafón, «Un trazo de tinta azul se deslizaba con aliento nervioso», entonces esta novela padece una potente halitosis.
Pág.171: «No deseo nada más en el mundo que seas feliz», ¡que que seas feliz, Zafón! Una cosa es el «nada más que» y otra el «que» que introduce la subordinada.
Pág.172: «Las escaleras del metro exhalaban un lienzo de vapor tibio que ardía en luz de cobre». Nueva chorrada templaria ¡y dale con el vapor!, ¡y van siete! Zafón le tiene tanta afición al vapor que parece el tren chu-chú. La luz de cobre hace su tercera aparición. Zafón acumula adjetivos brumosos y vaporosos, nubes de aliento y neblinas de cuesco, y así cree dar forma a una realidad en la mente del lector, cuando en verdad logra lo opuesto: con tal sobreabundancia de adjetivos pedobrumíticos, lo que hace es desbordar con sus muchos palabros, que son lo único que queda en la cabeza del lector, hasta el punto de que éste se pregunta si es que Zafón era incapaz de elegir el adjetivo o sintagma adecuado y decidió, por tanto, incluirlos todos, amasados y expelidos en un churro teutónico.
Ibídem: «bocadillos del tamaño de un ladrillo», cacofonía de novato.
Ibídem: «un filo de púrpura», «entre neblinas», «enlutada de piel cenicienta», mortaja de cuesco, etc...
Págs.172-173: El caradura de Sempere pretende pagar su billete de tren con una sonrisa.
Pág.173: «mansiones con alma de castillo», expresión tontaina para referirse a un parecido físico.
Ibídem: «a cal y canto». Adivine el navegante como qué hortaliza se repite Zafón.
Ibídem: «Un rastro de herrumbre sangraba», más que un sangrado sería una costra.
Ibídem: «velos de maleza».
Pág.175: Propaganda chorra de Sugus y Montecristo: «puedo ofrecerle un caramelo Sugus que está demostrado que lleva la misma nicotina que un Montecristo y además una barbaridad de vitaminas», «rechupeteando el caramelo gomoso», «masca usted el orgullo de la industria confitera nacional. El Generalísimo los traga como peladillas». Ni Sugus es una marca española, ni se distribuía en España durante esta época, ni es más difícil de tragar que una peladilla. ¿A qué velocidad se tragará Zafón las peladillas? Además de un compact disc con eructos y pedorretas del autor, a esta mamarrachada escrita la debería haber acompañado un paquete de Sugus.
Ibídem: Continúan los anuncios publicitarios: «acépteme una pastilla Juanola». El producto sí que existía en la época, pero no deja de ser una propaganda innecesaria y falta de gracia.
Pág.177: Sobre una puerta cerrada, por supuesto, «en las narices»: «-Me parece una corriente de aire –dije. –O de otra cosa –apuntó el portero», sin duda un potente cuesco.
Ibídem: Se trata de un nuevo anciano. Transcribo esto para que contemple el lector qué profundos misterios es capaz de entretejer Zafón: «Fíjese usted que parece que han encontrado la verdadera sábana santa en pleno centro de Sardanyola. La habían cosido en la pantalla de un cine, para ocultarla de los musulmanes, que la quieren usar para decir que Jesucristo era negro. ¿Qué le parece?». Me parece que Zafón debería ser capturado, atado, amordazado, embreado, emplumado, pasado por la túrmix, ensacado, encadenado, criogenizado, arrojado al interior de un cohete espacial y certificado por correo sideral al agujero negro más próximo. Este bodrio es peor que una bomba atómica con subnormalidad en vez de uranio. Sobre el cohete debería viajar, crucificado, José Manuel Lara, responsable creador del engendro zafónido, con una nariz de payaso y un ejemplar del noveloide embutido en su cavidad bucal.
ESTO es lo que sucede por no haberse hecho crítica alguna contra Javier Marías, Arturo Pérez Reverte, Maruja Torres y demás nanoescritores: que ahora hasta ESTO se publica. Y lo peor es que la industria cultural todavía es capaz de sumergirse más profundamente en esta inmunda fosa séptica en la que ha transformado el mundo literario español. Temo que ni una docena de clones heracleos ni un ejército de exorcistas podrían acabar con el zurullo armagedónico que amenaza cubrir nuestro país con un grueso manto de estiércol.
Ibídem: El protagonista sabe que el citado gilipuertas se llama Remigio, incluso aunque éste no lo haya dicho. ¿Por qué lo sabe? Pues por no haber contratado un corrector.
Ibídem: «nubes de gasa».
Capítulo 18.
Pág.178: Por un descuido en la expresión, Sempere se pimpla «un termo de café». Eso, o es un adicto.
Pág.179: «galletas de Camprodón», cómpratelas, so Zafón.
Pág.180: Nuevo clímax literario: «le sonrió, sonrojado».
Pág.181: «batiéndose en retirada», esta expresión es tan original como proferir un eructo después de beber un refresco carbonatado.
Ibídem: Nuevo y gracioso nombre (seudónimo): «Rodolfo Pitón». Soberbio epónimo, las carcajadas me producen convulsiones. Es probable que Zafón tardara semanas en recuperarse del ataque de risa y, entretanto, su hámster continuara con la nivola.
Pág.182: El tal Rodolfo Pitón habla como un capullo.
Ibídem: «se me caía el alma a los pies», creo que es la segunda vez que se le cae. Será mejor que no las cuente.
Págs.183-186: Pitón (o Anacleto) continúa hablando como un capullo, aburriendo al lector. Pero lo más vergonzoso es que este tono chorruno y subnormal, que se pretende gracioso, es el que el lumbreras de Zafón ha elegido para narrar algo tan horrible como la violación de un homosexual en la cárcel por un grupo de maleantes. Y, por mucho que Zafón nos cuente que una mujer suelte una lagrimilla, todo dramatismo es erradicado por lo subnormal del discurso de este señor Pitón. Resulta casi insultante para el lector, que ve como Zafón parece tomarse a coña unos acontecimientos que son estremecedores y se presentan por un personaje que es un cateto y que habla como un gilipuertas.
Ante esta frivolidad por parte de Zafón, cabe recordar la obra Desgracia, de Coetzee, donde una violación es tratada en serio, no como un chiste de culos y tetas. ¿Cómo es posible que Zafón, para describir una violación, monte una telecomedia?
Capítulo 19.
Págs.186-187: Dos personajes, para mostrar su consternación por lo que acaban de escuchar, se ponen a discutir de chorradas. Esto es como una telecomedia, donde se reproducen unas risas y desaparece el problema.
Pág.188: «el catedrático [...] partió [...] cinco años más viejo de lo que había entrado», quizá este personaje se siente humillado por lo que Zafón le ha hecho decir.
Págs.190-191: Blasfemia: «muy a mi pesar, el día amenazaba con hacérseme más largo que Los Hermanos Karamazov». Ya le gustaría a Zafón que un solo día de uno solo de sus personajes tuviese el más mínimo parecido, más allá del soporte, con la obra de Dostoievski, más amena que la que aquí se analiza.
Pág.191: Dada la moral de la época, no resulta creíble que las vecinas formen un «comando» para proteger al homosexual víctima de violación.
Ibídem: Zafón sigue creyendo que es gracioso hablar de este modo: «un desgarro rectal de libro de texto». La única disculpa que se me ocurre es que quizá lo haya escrito su hámster homófobo.
Ibídem: Propaganda: «colonia Nenuco», «frascos de Fruco». Fruco no nace hasta 1959. ¡Que faltan cinco años, Zafón! Pero te comprendo: no te pudiste aguantar aquel frasco-Fruco. ¡Casi coinciden todas las consonantes! ¡Y en el mismo orden!
Ibídem: Nuevo desprecio, por parte del antes mendigo, al homosexual: «Hecho una caquilla». Así es como trata Zafón el problema de una violación. ¿No advierte Zafón nada raro en esta forma de referirse a un personaje violado? ¿Le parece gracioso? ¿Le parece ocurrente? ¿Le parece algo? ¿Lo ha escrito él? El autor nos muestra aquí su catadura moral.
Ibídem: Lenguaje de culto librero: «tengamos la fiesta en paz», «Genio y figura».
Pág.192: «pinceladas de vapor», «sol acerado», «ecos de cobre», culos de gaseosa, Chorizo de Cantimpalos, etc... Fíjese el navegante en la vaporofilia de Zafón y en su pronunciada afición al cobre. No pienso llevar la cuenta.
Pág.193: El protagonista adopta un tamaño similar a la catadura moral de su autor: «pisar firme sobre aquellos peldaños diminutos, de casa de muñecas».
Ibídem: «La escalera olía [...] a piedra envejecida», por supuesto Zafón distingue la edad de las piedras por su olor.
Ibídem: «un casco de rulos» evoca en Sempere la imagen de «un buzo». Yo creo que la mente de Sempere está perturbada.
Ibídem: No es necesario mentar «los productos de belleza Aurorín».
Ibídem: «verrugones irreverentes». «Aquí coinciden tres consonantes», debió de pensar Zafón mientras se anotaba tres puntos.
Ibídem: «¿No será un acreedor, verdad?»; signos de interrogación mal colocados, debería ser: «No será un acreedor, ¿verdad?».
Ibídem: ¿Cómo es un «talle [...] pincelado»? Da igual, sólo son palabras que empotra Zafón de relleno. No importa que no signifiquen nada.
Capítulo 20.
Pág.195: «al aliento de cañerías y tuberías que rondaban el siglo»; resulta lógico que, si Sempere-Zafón es capaz de distinguir la edad de una piedra por su olor, pueda calibrar también la edad de una tubería; incluso aunque esta capacidad probablemente supere a la del fontanero Súper Mario.
Ibídem: «un balcón de oscuridades».
Ibídem: El olorólogo siempre golpea dos veces: «olía a tabaco negro, a frío y a ausencias». No es el olfato lo que estimula el frío, sino el tacto. Pero, si cree Zafón que de verdad él huele el frío y puede detectar una ausencia por su olor, ¿cómo no habrá detectado su olfato nada anormal mientras deyectaba este Gusano de Dune?
Págs.195-196: Encarcelado Miquel por imprimir octavillas para un sindicato, se le ha contado a los vecinos que está «en América, de viaje», como si los vecinos tuvieran todos cuatro años o fuesen gilipuertas.
Pág.196: Habla la traductora Nuria, culta cual librero de viejo: «Otro gallo me cantaría», o más bien cual Sancho Panza.
Pág.196: «La soledad que desprendía aquella mujer quemaba», una violación da risa; el frío huele; ergo, la soledad quema.
Pág.197: «volutas de humo azul», «nieblas», «halos de luz imposible», pues no sería tan imposible si formaba halos. ¿Esto no lo he escrito ya?
Pág.199: «Julián vivía de puertas adentro, para sus libros y dentro de ellos, como un prisionero de lujo». Tonta expresión y tontamente rematada.
Pág.201: «se la comía la nostalgia», ¡ñam!
Pág.204: La culta de la traductora: «Me dio mala espina».
Pág.205: De nuevo la citada: «vaya usted a saber«.
Pág.206: «Él solía decir que existimos mientras alguien no recuerda». ¡Pobre gilipuertas!, ¡si no vendía ni un libro!
Ibídem: «rara intimidad de penumbras», abstruso crepúsculo de cuescos.
Págs.198-206: Todo el interrogatorio se ha desarrollado como los anteriores. El jovencito Sempere pregunta que te pregunta y su interlocutor proporcionándole toda la información necesaria. Nadie desconfía de un desconocido, nadie tiene nada que ocultar, ¿por qué? Para que Zafón tenga que trabajar aún menos. Al menos, no siendo un anciano el interrogado, se han dicho menos gilipuerteces. Zafón debe de pensar que los ancianos son menos inteligentes que él.
Pág.207: Con «calles repletas de gente sin rostro» Zafón se refiere a gente que tenía la sonrisa en la nuca, y a la que se le caían los ojos, presumiendo el lector que igual potencia de sujeción poseían otros rasgos faciales.
Ibídem: «angosto cañón de penumbras», prieto canalillo entre cachas. Retroceda el navegante y compare si «rara intimidad de penumbras» y «angosto cañón de penumbras» no guardan cierta similitud.
Ibídem: «ojos envenenados de lágrimas», se quitaría pronto el veneno. Por cierto, que comienza a haber mucha ponzoña por esta novela. Me refiero a mencionada, claro.
Capítulo 21.
Pág.208: «Se desplomó la tarde casi a traición», cómo cuando sales de la ducha y se te cae la toalla.
Ibídem: «aliento frío», «manto púrpura»; obsérvese que, como sólo tiene este recurso de acumulación de palabras, Zafón se repite continuamente: alientos de piano, de relámpagos, nerviosos o de cañerías; mantos de nubes, cenizas y colores variados. Zafón cuenta con un limitado número de elementos que combina mediante su torpeza expresiva. ¿Poseerá un programa informático que genera combinaciones aleatorias de vaporosos vocablos? Quizá haya recubierto las caras de varios dados con pegatinas de palabras y así genere sus «tropos».
Ibídem: «la fachada de la universidad emergió como un buque ocre varado en la noche»; uno: emergió como un buque ocre, no como uno fucsia o fosforito; dos: si tan varado estaba, ¿cómo leches iba a emerger?; tres: lo que emerge son los submarinos y los cachalotes ocres.
Ibídem: «el rubor de dos luces amarillentas apenas inquietaban la penumbra»; la concordancia dicta que debiera ser inquietaba, pues era «el rubor de dos luces» quien lo hacía (¿será que embutió «el rubor de» tras pegarse una merienda y se olvidó de releer la oración?); obsérvese la continua alusión a toda clase de penumbras.
Ibídem: «Las hojas parpadeaban como lágrimas de plata»; y no, lector, como lágrimas de diamante, lo cual hubiera sido distinto; » y el rumor de la fuente serpenteaba entre los arcos», potente visión zafónida esta que permite identificar si el movimiento de un rumor es serpenteante, rectilíneo o da tumbos cual beodo. Y extraño movimiento, limitado a unos arcos.
Ibídem: «la mirada escalando las bóvedas del claustro», alpinistas globos oculares. Al menos no se le caen al suelo, ahora flotan como los de helio.
Pág.209: «-Creí que no ibas a venir –dijo Bea. –Eso mismo pensaba yo -repuse»; pensaba él, pero de ella, no de sí mismo, tiene que completar el lector.
Ibídem: «como se mira a un tren que escapa», «se me cayó el mundo de las manos»; no sé que es peor: si los diálogos tontorrones o la poesía zafónida. Ya ha habido antes otro tren escapista y, como se le ha caído el alma dos veces, ahora se le cae el mundo. Al lector se le cae el libro.
Ibídem: «se le inflamaba el rostro de reparo», quizá la ira inflamara más, el reparo es más bien ignífugo.
Ibídem: «Nos amparaba [...] aquel silencio de abandono que une a los extraños», ayer topé con un extraño y no se produjo tal silencio: íbamos los dos silbando el himno español.
Pág.210: «Me ofreció una sonrisa que se deshacía por las costuras», ¡aaaah!, ¡qué horror!
Ibídem: Una de las gilipuerteces del tal Julián Carax: «en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre»; pues yo hace cincuenta años me paré a pensar si quería a mi mujer y después me pasé la citada cincuentena queriéndola todavía más.
Pág.211: «cielo encendido de moretones», ¡un cielo azotado!
Ibídem: «las palabras que se la comían por dentro», manido recurso comedor.
Ibídem: «un extraño nos ve como somos, no como quiere creer que somos»; pues no, no siempre, a veces los extraños también se engañan.
Pág.212: «pedimos unos bocadillos de jamón serrano y un par de cafés con leche», supongo que mojarían los bocatas en el café. Salado más dulce aparte, veo a este hijo de librero y a su empleado recogido de la calle bastante bien provistos para vivir en la postguerra.
Ibídem: «un tipo escuálido con mueca de diablo cojuelo», si es que hasta las frases hechas repites, Zafón.
Ibídem: Esta página se ha desperdiciado para narrar cómo se pide la cena en un bar: bravas con café, picante más dulce. El lector toma nota, por si algún día tiene que hacerlo.
Pág.213: Respuesta al hacer referencia el protagonista a «los sueños que viven en la sombra del viento»: «-Hablas como la solapa de una novela de a duro». Justa contestación.
Ibídem: El protagonista insiste en ponerse serio: «ésta es una historia real. Tan cierta como que este pan que nos han servido tiene por lo menos tres días». Pero ¿no se da cuenta Zafón de que su personaje se ridiculiza a sí mismo?, ¿de que sacrifica cualquier misterio posible al lanzarse a soltar cateteces?, ¿de que no puede mover a misterio quien se empeña en comportarse cual payaso de feria?, ¿de que la supuesta intención de la novela se frustra al introducir toda esta serie de gilipuerteces?
Ibídem: ¡Horror!, no había terminado: «Y como todas las historias reales, empieza y acaba en un cementerio»; claro, la historia real de cada lector comienza, de hecho, en un cementerio, que es donde suele nacer la gente.
Zafón no es capaz de tomarse en serio lo que escribe, o quizá lo intente, pero sea tan mediocre que no puede lograrlo. Sin embargo, en mi bondad sobrehumana, he ideado una teoría que salvaría a Zafón de la mediocridad que muestran sus textos; es la siguiente: dado que no puede ser que un bodrio tan mediocre haya sido escrito por un ser humano de modo inconsciente, como es imposible haber escrito estas cateteces sin conocimiento de lo que se hacía (porque, aunque escritas, al leerlas, todo ser humano no mongoloide hubiese reparado en su profunda subnormalidad), lo más altamente probable es que un conjunto de negros (un equipo, por supuesto, ya que tantos rebuznos no pueden ser obra de un solo hombre) sea el que haya escrito este noveloide; este supuesto Equipo Ch (Equipo Chorra), cabreados sus ingrantes por su condición de negros, habría decidido jugársela a Zafón, introduciendo mentecateces supinas y expresiones propias de un retrasado mental, como las citadas hasta el momento.
Esto explicaría que, hasta ahora, el luengo excremento haya alcanzado tan ciclópeas proporciones. Resulta impensable que semejantes mamarrachadas hayan sido escritas sin querer o, por lo menos, sin –una vez releídas- tener conciencia de su mamarrachez, conciencia que habría inducido a un humano no lerdo a corregirlas.
Pág.214: Bea, al protagonista: «Te crujen los sesos», será un retortijón previo a la deyección.
Ibídem: «mundo de penumbras». ¿Otra penumbra? Hay tantas que están bajando de precio.
Pág.215: «cerrojo kafkiano». ¿Por qué escribir «complicado» pudiendo escribir kafkiano?
Ibídem: «El tal» Isaac a Bea: «¿Ya sabe usted que anda en compañía de un débil mental?». «Yo lo sabía desde hace tiempo», piensa el lector.
Pág.216: «ángulos espectrales», «manto de niebla», «burbuja de claridad vaporosa», «pasarela tendida hacia la negrura», volátil niebla rectal, etc...
Ibídem: El protagonista habla de su «brújula mental». El lector no comprende de qué habla.
Pág.217: En el misterioso y espectral Cementerio de los Libros: «Mira, éste de aquí promete. El cerdo mesetario, ese desconocido: En busca de las raíces del tocino ibérico [...] Del cerdo se aprovecha todo». ¿Esto es lo que entiende Zafón por misterio? ¿Esto es lo que entiende Planeta por misterio? ¿Esto es lo que entienden los medios de comunicación por misterio? Todos ustedes son unos mentirosos y unos timadores.
Pág.218: Nueva comida interior: «la ventisca que se la comía por dentro».
Ibídem: «un sereno tonadillero [...] acompañándose del tintineo sabrosón de sus arbustos de llaves». En esta nivola hasta el sereno hace el gilipuertas.
Pág.220: Nuevo manto: «manto de alas blancas». Me informan de que los mantos bajan de precio: ahora un manto sólo cuesta cuatro penumbras.
Capítulo 22.
Pág.221: «la librería parecía un bote a la deriva en un océano de paz y sombra», ¿se tratará de un bote salvavidas del «buque ocre»? ¿Y qué gandumbas hacía una librería a la deriva? ¿Será para especular?
Pág.220-225: Cinco páginas de tonterías de Fermín, el antes mendigo.
Pág.225: Habla el citado: «la cara de vómito que se le ha puesto». ¡Qué bello!
Ibídem: Y sigue: «estaba más buena que la Venus de Milo y más firme de pecho», ¡tetas pétreas! Zafón debió de pensar que esto era muy sexy. Al lector lo asalta la idea de que, Zafón escriba lo que escriba, nunca lo relee ni lo borra.
Pág.225-227: Continúan las tonterías del antes mendigo.
Capítulo 23.
Pág.227: «aparecer por la puerta como por ensalmo» es tan original como comer fabada y tirarse un cuesco.
Pág.229: No se puede «driblar» un «puntapié». ¿Cómo se va a regatear una patada? ¡Como mucho se esquiva! A ver, Zafón: cambiar las palabras a lo tonto no implica la creación de tropos o de literatura. Si no, esto sería literatura: «Comí un mesa vaporeando sin estacionar luz de butano y polímero convexo de penumbras». ¿Ves, Zafón? Pues lo que tú escribes no es muy distinto.
Pág.230: El termo del antes mendigo «sabía a gasoil tibio», puesto que el gasoil on the rocks tiene otro sabor. Otrosí: es el segundo sabor a combustible.
Ibídem: «había desaparecido por ensalmo», ¿otra vez por ensalmo?, yo creo que lo hizo por la puerta.
Ibídem: Observe el lector cómo plasma Zafón los sentimientos que provoca un silencio en el protagonista y su amigo: «un silencio que prometía más solidez que el franco suizo». Pero, vamos a ver, Zafón. ¿Tú te has dado cuenta de cómo escribes? ¿Comprendes a quién estás imitando? ¿Recuerdas quién hablaba así? ¿Se ha apercibido el navegante? Correcto: Zafón escribe como habla Chiquito de la Calzada. Tan sólo le falta añadir de cuando de cuando un «epetecaaan», un «¡jarl!», un «no puedo, no puedo, no puedo» o un «ereh un fistro de la pradera!».
Ibídem: Tras tres intervenciones: «pasó un minuto de murmullos en la calle», sólido silencio, en verdad.
Pág.231: «silencio envenenado», aquí todo está envenenado. El veneno baja de precio.
Capítulo 24.
Págs.231-232: Leyendo «unos brioches cuya textura, incluso untados de mantequilla, albergaba cierta similitud con la de la piedra pómez», ve el lector que continúa Zafón con los chistes malos sobre crítica gastronómica. Lo que se dice una novela de misterio.
Pág.232: Parece que Zafón quiere crear un paralelismo entre las vidas de Sempere y Julian Carax. Esto no me parece mal, aunque por sí solo resulta escaso, sobre todo entre kilómetros cúbicos de penumbra y chistes de Chiquito de la Calzada.
Págs.232-235: Habla el antes mendigo, ahora detective Fermín. Sigue soltando chorradas innúmeras.
Pág.235: «Tenga un Sugus, que lo cura todo». ¡Pues que Zafón se coma alguno!
Pág.236: Discusión del taxista y de Fermín sobre la «próstata» de Stalin y sobre qué tal «mea». Conclusión: «El camarada mea como un toro». Es este uno de esos fragmentos que traen la paz al alma del lector, aunque resulta difícil sostener el libro con una sola mano.
Pág.238: «su delgadez y una cabellera rala le conferían un aire de ave rapaz», ¿de águila calva y flacucha?
Ibídem: Zafón vuelve a cambiar palabras al tuntún: «calzaba una mirada penetrante», sí, de talla cuarenta y ocho y con agujeritos para transpirar.
Ibídem: «escudado tras su sonrisa», de talla todavía mayor.
Ibídem: Novedosa manera de expresar la vergüenza del protagonista: «Quise que me tragara la tierra». Es tan original como un infierno en llamas.
Capítulo 25.
Pág.241: «una moraleja de propina», prosa de camarero.
Págs.241-263: El padre Fernando, con toda confianza, contribuye a uno de estos capítulos en los que se nos endosa un trozo de historia de Julián Carax, y que siguen siempre el mismo patrón de pregunta y respuesta. Se pregunta el lector si, al ir él a un colegio e inventar alguna excusa, le soltarán un rollo tal sobre un antiguo alumno. Sólo en la página 243 duda, pero, por supuesto, continúa; no podría ser de otro modo porque Zafón no es un hombre de recursos literarios. De éste en particular, abusa.
Pág.243: «El rector le tenía por endemoniado porque recitaba a Marx en alemán durante las misas.», dice el padre; » –Signo inequívoco de posesión», suelta Fermín. Es idiótico burlarse del padre Fernando con sarcasmos mientras está colaborando con el dúo detectivesco, pero ningún interrogado se comporta como un personaje con personalidad propia, sino como un nombre que cuenta lo que tiene que contar y punto. Asumo que, si se le echara un cubo de agua fría a uno de estos interrogados, se les soltaran dos sopapos y se les orinara en la pantorrilla seguirían diciendo lo que tienen que decir como si no pasara nada.
Pág.244: Para ahorrarse el tener que hacer preguntas de cuatro palabras al cura cada pocas líneas (y el tener que inventar nuevos sarcasmos con los que humillarlo), Zafón reutiliza el recurso de las cursivas, transformando el diálogo en un discurso de varias hojas, tal como hace varios capítulos.
Pág.245: Se nos narra que Don Ricardo Aldaya era melonicéfalo.
Pág.246: Cuando el joven Julián Carax le suelta un sarcasmo sobre su calva a Don Ricardo Aldaya, éste se echa a reír: al menos es una reacción. Y hasta se nos explica, un poco después. El lector se maravilla de que Aldaya no se comporte como un vegetal.
Pág.247: Culto padre Fernando: «la crema y nata». Aquí Zafón recordó que ya había usado antes «la flor y nata», así que se inventa aquesto para epatarnos con su vocabulario superior al de un simio.
Pág.248: «-¿Has leído a Conrad? ¿El corazón de las tinieblas? –Tres veces», bah, yo llevo diecisiete.
Ibídem: «un gesto que aparecía forjado para acallar a juntas de accionistas» y ¿cómo conoce este gesto el padre Fernando?, ¿se lo ha descrito así el jovencito Carax? Porque lo que es él, no lo ha visto. ¿Y cómo sabría cualquiera de ambos qué tipo de gestos se utilizan para acallar juntas de accionistas? Porque no se nos dice que acudan a ninguna.
Ibídem: «Ahora que lo pienso, tengo tres ejemplares autografiados por Conrad en persona»; querido Zafón: ¡no los iba a autografiar su secretaria o su portero!
Ibídem: Al sombrerero «Todos aquellos nombres le resultaban desconocidos», «Todos aquellos» se refiere a los dos antes citados: a un autor y a un título.
Ibídem: Descripción de un Mercedes Benz: «carruaje de lujo desaforado». Tras leer esta bella poesía, tres ingenieros de esta compañía se suicidaron en grupo.
Págs.248-249: «Y que no vuelva a ver este vino en la mesa. Con el rebajado con agua tenemos más que suficiente. La avaricia nos acabará pudriendo».
Pág.249: Consejo para banqueros: «El truco está en no juntar las pesetas de tres en tres, sino de tres millones en tres millones». Quizá esto resuelva la presente crisis mundial.
Ibídem: «se dejó arrastrar por el vestíbulo», todo hace pensar que esto no fue así, ¿por qué lo iban a arrastrar por el suelo nada más haberlo conocido?
Ibídem: «una gran sala cuyas paredes estaban tejidas de libros desde el suelo al infinito»; dudo que una pared se pueda «tejer» de libros, aunque quizá si recubrir, tapiar, amurallar, etc...; y presumo que los libros no llegaban hasta el infinito sino solamente hasta el techo.
Pág.250: «Los sirvientes [...] se deslizaban a la mínima orden del señor con la eficacia y la docilidad de un cuerpo de insectos bien entrenados»; ¿como un circo de pulgas? Zafón considera que el cuerpo de animales que con más eficacia y docilidad pueden ser entrenados son los insectos, de ahí las múltiples utilidades que el hombre ha encontrado para este taxón: mosquitos mensajeros, abejorros policía, pulgas lecheras, langostas lazarillo, saltamontes de carreras, piojos de tiro, etc...
Pág.251: «la piel de sus hombros y la garganta [...] parecían transparentar a la luz»; ¿descubriendo un bellísimo tejido muscular? ¡eeeks!
Ibídem: Obsérvese cuán bella expresión: «el mundo le resbalaba».
Pág.253: «contradecir a todo bicho viviente», prosa de entomólogo.
Pág.255: «sintió tanta lástima al ver como una pedrada le abría la frente [...] que decidió acudir en su auxilio»; un chico sensible este Julian Carax, al que enternecen los sesos; por cierto, frontiabierto, el nuevo amigo de Carax, se apunta a jugar al ajedrez. Se cerraría la cremallera.
Pág.256: Se califica de «profecías» unas advertencias sobre el frontiabierto y un poco ido amigo de Carax. Profetizo alguna chorrada inminente.
Ibídem: Lo dicho: «un pobre hombre que trabajo tiene con encontrarse las nalgas a la hora de hacer aguas mayores»; por mucho que a un obeso le cueste encontrar su cosita cuando va orinar, temo que hasta hoy nadie haya perdido sus nalgas: es cuestión de sentarse.
Pág.257: «corrió a ocultarse en lo alto de la torre de las cisternas junto al palomar del ático del colegio». ¡Desbocado encadenamiento!
Pág.259: «¿Este muchacho, el hijo del conserje que perdió heroicamente el escroto defendiendo las colonias, está usted seguro de que se llamaba Fumero, Francisco Javier Fumero?». Signos de interrogación mal colocados, deberían ser: «¿está usted seguro de que se llamaba Fumero?, ¿Francisco Javier Fumero?».
Ibídem: El genio del sacerdote se da cuenta, justo después de haber largado casi toda la historia de Julián Carax, de que el joven protagonista no es hijo de Julián Carax: claro, es que si se hubiera dado cuenta antes, no habría contado la historia. Así enmienda Zafón la inocencia tontorrona del padre Fernando, transformándola en un síncope temporal. ¿Se da cuenta el navegante? La inteligencia del personaje decrece, al toparse Zafón con una dificultad narrativa, y luego aumenta, una vez la dificultad se ha resuelto.
Pág.260: Resulta curioso que, aunque prácticamente todos los personajes de esta novela hayan leído todas las novelas de Julián Carax, no sepamos apenas nada de los frutos de este genio. La explicación es clara: al parecer fue Kingsley Amis, quien decía que lo malo de las novelas de extraterrestres superinteligentes es que nunca pueden ser más inteligentes que el autor.
Pág.262: «apenas la vi [...] un par o tres de veces»; ¿tres de veces? Con lo que supuestamente venden estos libros, ¿de verdad no pueden pagar a un corrector? Pero señor José Manuel Lara, ¿TAN TACAÑO ES USTED?
Ibídem: Aunque a veces advierta comas faltantes o sobrantes, hay demasiadas chorradas en este libraco inmundo como para prestar atención a las comas.
Ibídem: Se nos aventura un interrogatorio con un próximo personaje, una ancianita, que presumo seguirá el mismo esquema que los ya narrados. Predecible, repetitivo y una muestra de indigencia literaria.
Pág.263: El padre Fernando insta a los protagonistas a prometer no molestar a la ancianita y les hace jurar que le mantendrán informado de cuanto averigüen. Esto es, que no le pregunten, pero que luego se lo cuenten.
Ibídem: Esto me ha gustado: «verja de lanzas». Esto no: «distancia prudencial» (tan literario como un profesor de autoescuela), «calle que serpenteaba» (tan original como un adolescente borracho), «como si temiera evaporarse [el padre Fernando]» (¿a quién no le ha pasado alguna vez?, ¡hay que andarse con cuidado!).
Pág.264: Leyendo «la vida debe de saber algo que nosotros no sabemos» el lector observa atento que esta oración no significa nada en absoluto.
Capítulo 26.
Pág.264: Nuevo derretimiento vaporoso-luminescente: «Un velo de nubes oscuras se extendía como sangre derramada y destilaba astillas de luz del color de la hojarasca». Nótese el nuevo velo y también que la luz de cobre no cambia de color, sino de apellido. Otrosí: ¿cómo se destila una astilla?, ¿se requiere una asonancia y la ocurrencia doble de las consonantes s y t?
Ibídem: «¿Qué me dice si [...] nos marcamos dos bocadillos de tortilla con muchísima cebolla?», no estoy seguro de que «marcarse» un bocadillo, aparte de que suena a prepararlo más que a deglutirlo, fuese una expresión frecuente en los años cincuenta.
Ibídem: «una horda de abuelillos» no es forma de referirse a un grupo ancianos que alimentan palomas, a menos que después fueran a cazarlas y asarlas, para después «marcárselas».
Ibídem: «Nos procuramos una mesa», dice Sempere, cuando en realidad se sentaron a una.
Ibídem: «un trifásico de ron», ¿cuándo se inventó esto? Algo me dice que esta no era la forma usual de referirse a una bebida en aquella época.
Pág.265: «De postre se tomó un Sugus». Esta publicidad reiterada, en el presunto caso de que no se trate de un negocio encubierto, supone un chuleo tontaina al lector: por injustificada, es un capricho estúpido y repetitivo.
Ibídem: Nuevas subnormalidades de Fermín, que no transcribo.
Pág.267: «conjurando con enjundia un sonoro gargajo, lo que bastó para granjearnos», cacofónica acumulación, con la que Zafón pretenderá emular aquel capricho de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Habrá que darle el Nóbel.
Ibídem: Pregunta: ¿Qué entiende Zafón por lenguaje literario? Respuesta: «miradas sulfúricas», «trío de beatorras», «viajaban en comando».
Ibídem: «Con Azaña estábamos mejor»; claro, por eso luego terminó todo tan bien, ¿no? Esto lo dice el autobusero a Fermín, a quien no conoce de nada, en plena dictadura franquista. Sólo les falta ponerse a cantar: «Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su muujeeeer...».
Ibídem: «Crucé con él la mirada brevemente. Me sonrió cordialmente». Mente-mente.
Ibídem: «El autobús se deslizaba por el señorío almidonado del paseo de San Gervasio», ¡un atropello multitudinario!
Pág.268: «melindros» por melindres.
Pág.269: «¿Y la nena esa, qué?», no, Zafón: ¿Y la nena esa?, ¿qué?
Pág.270: Reseñaré esto: «El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Como si fuese un chorizo, una furcia o un vendedor de lotería: sus tres encarnaciones más socorridas». Así ha hablado, habla y hablará Fermín Romero de Torres durante todo el libraco.
Ibídem: «un cielo de ceniza que se comía la luz». Ahora no es manto de ceniza, sino cacofónico cielo: cie-ce-za,
Pág.271: Hasta esta página ha estado expeliendo gilipuerteces la boca de Fermín.
Ibídem: «su gabardina gris que aleteaba como una bandera raída al viento», mucho viento haría.
Ibídem: «reclutar un buen libro», ¿y por qué no degradarlo a cabo?
Ibídem: «los transeúntes que se deslizaban a nuestra espalda en soplos de gris y de viento», cual expelidos cuescos.
Ibídem: Nueva comparación «de bandera»: «Una sonrisa a media asta». Matemáticamente, correcto; líricamente, un fracaso.
Pág.272: La estudiante de letras: «No eres el único que sabe misterios en Barcelona», «conoce» hubiera sido más apropiado.
Pág.273: «su silueta se fundió en la penumbra gris que precedía a la tormenta», otra vez la penumbra y otra vez el gris, sustituyendo a la calma que precede a la tormenta: repetitivo y falto de originalidad.
Capítulo 27.
Pág.273: «La tormenta no esperó al anochecer para asomar los dientes». ¡Ñaca! ¡Qué belleza expresiva! ¡La tormenta asoma los dientes! Pues sepa el navegante que con estos «dientes», se refiere Zafón a los relámpagos: es un principio de figura literaria, pero ¡tan tontuelo!, ¡y pergeñado con ayuda de una frase hecha!
Pero, Don José Manuel Lara: ¿De verdad cree que para aumentar el público potencial de un bestseller es necesario rebajar su calidad hasta este punto? Una cosa es lectura fácil y otra, muy distinta, lectura basura o lectura gilipuertas.
Ibídem: «ascender Balmes arriba», ¡no iba a ascender hacia abajo!
Ibídem: «la ciudad se desdibujaba bajo telones de terciopelo líquido», ¿terciopelo líquido?, ¿¿terciopelo líquido?? Pero ¡¿qué gandumbas es el terciopelo líquido?! ¿Un fluido peludo? ¿Quizá un zumo de rata?
Ibídem: Sorprendida frase de un autobusero: «Hay que tener valor». Manido.
Ibídem: ¡Pero todavía sigue!: «el autobús me dejó en un eslabón perdido al final de la calle Balmes». Acabáramos: Próxima parada: ATAPUERCA. Esto es lo que pasa por asociar cada palabra a aquella otra junto a la que más se la oye en la tele. Otrosí: tratándose de la última parada, como Zafón parece querer sugerir, es imposible que se tratara de un «eslabón perdido», los cuales siempre figuran entre otros eslabones.
Págs.273-274: Nueva acuosidad: «la avenida del Tibidabo se desvanecía en un espejismo acuoso bajo cielos de plomo». Note el navegante que cielo sustituye a luz y que plomo sustituye a cobre.
Pág.274: «empapado hasta la médula» recuerda a calado hasta los huesos.
Ibídem: «Ausculté el resto del trayecto», correcto pero inapropiado.
Ibídem: «El aliento helado de la tormenta arrastraba un velo gris que enmascaraba el contorno espectral de palacetes y caserones enterrados en la niebla»; ¡cuántos alientos, velos, contornos y espectros! ¡Y nieblas! Zafón no sabe escribir de otra guisa que acumulando aquestas palabras.
Ibídem: «el torreón [...] varado entre la arboleda ondulante», nuevo edificio marítimo.
Ibídem: cuatro líneas más abajo: «sendero ondulante».
Ibídem: La expresión «pedestales de estatuas derrocadas sin piedad» denota en Sempere la capacidad de identificar, a partir de unas ruinas, el estado de ánimo del equipo de demolición autor de las mismas.
Ibídem: ¿Qué tipo de ángel es un «ángel purificador»? ¿Y un «ángel ígneo»?
Ibídem: «Su silueta se perfilaba en un corredor clavado [¡horror!] en la penumbra, recortada en la claridad mortecina de una galería que se abría al fondo»; y luego va y remata este clímax con «Estaba sentada en una silla».
Ibídem: La estudiante de letras: «La llave está puesta en la cerradura». Puesta.
Pág.275: La estudiante de letras prende una hojas de periódicos «conjurando rápidamente una corona de llamas», fíjese el lector que, desde el momento en que Zafón decide que las llamas formen una corona, es imprescindible que esta sea conjurada.
Pág.276: Sempere, mojado frente al fuego: «observando el vapor ascender de mi ropa como ánima en fuga». Me pregunto si este vapor sería realmente observable. Me respondo que no.
Ibídem: Tras revelársenos que el auténtico nombre del «palacete Aldaya» es «El ángel de bruma» -¡no iba a ser El ángel de piedra!-, se termina el capítulo con una breve pero edificante lección de historia sobre el vaporoso edificio.
Capítulo 28.
Pág.277: Una criada «mulata» es definida como «belleza de ébano». ¡Qué original! Aunque el ébano es «muy negro» según el diccionario de la RAE, no mulato.
Ibídem: La belleza estaba «dotada de mirada y talle que [...] inducía a taquicardias». La obligada concordancia dicta que el verbo debiera ser «inducían». Por otro lado, y aunque sea bella la criada, a taquicardias pueden también inducir una mirada horrible como la de Medusa y un talle bestial como el de un hipopótamo, porque las taquicardias no son exclusivamente provocadas por la contemplación de la belleza.
Ibídem:«amante y guía en placeres ilícitos e innombrables», pero entonces, ¿cómo sabrán Sempere o Bea que son ilícitos?
Pág.278: «En estas tertulias circulaban rumores sin confirmar»; Zafón: de haberse confirmado los rumores, hubieran dejado de ser tales.
Ibídem: «la hembra africana»; por muy africana que sea, es poco apropiado este «hembra» para referirse a una mujer, pero sigue: «fornicaba aupada al varón, es decir, [nos lo va a aclarar] cabalgándolo cual yegua en celo», ¿Habrá visto Zafón alguna cópula ecuestre?, porque quien cabalga no es la yegua, sino que sucede a la inversa. Al menos los caballos de mi pueblo.
Ibídem: «Para más inri», original.
Ibídem: Nuevo calificativo para la «hembra»: «la negraza». ¿Pero no era mulata? ¡Santo cielo!
Ibídem: «En su diccionario, «diferente» era el mejor de los epítetos». No Zafón, los diccionarios no califican los epítetos como mejores o peores: eso lo hacen las personas. Aunque tú, por ejemplo, no lo haces muy bien, o sí lo haces muy bien, pero luego no te haces caso.
Ibídem: No sabe Zafón tampoco calificar de mejor o peor los sustantivos que elige: «la cara este del Central Park», ¡la cara!
Pág.279: Ni los verbos, tampoco: «sus instrucciones (destiladas por Marisela)». Oh, oh... Zafón piensa que el verbo destilar es literario y que basta embutirlo para dotar a un texto de literariedad. «A ver qué verbos se usan en estos libros», debió de pensar antes de hacer una lista e ir empotrándolos a la menor oportunidad.
Ibídem: Resulta cómica, de tan irreal, esta firma de un cheque para la construcción del monumental edificio en sólo seis meses, como si a la hora de edificar no hubiese otro óbice que el dinero, sin que hubiera necesidad de aguardar a que lleguen los materiales correspondientes, a que se asienten o fragüen una vez colocados en su sitio, a encontrar suficiente mano de obra cualificada. ¿Se habrá percatado Zafón de que, teóricamente, escalando la cantidad, el edificio podría haberse construido en un día?
Algo parecido debe de pensar José Manuel Lara de las novelas: él firma un cheque epatante y en seis meses le entregan una master opera como aquesta. Ojalá fuese una casa y viviese en ella.
Pág.280: Tiene lugar un crimen en la construcción –un palacete- y «las paredes de toda la casa estaban ensangrentadas». Hágase el lector idea de la cantidad de sangre requerida para ello.
Ibídem: La investigación sobre el crimen en el edificio dura, graciosamente, más meses que su construcción. Sus conclusiones: dos envenenados por «un extracto vegetal», lo cual no es precisamente una conclusión muy concreta para una investigación de ocho meses; la sangre que maculaba las paredes de toda la casa pertenece únicamente a la mulata, abundantemente pletórica, al parecer, lo que refuerza mi hipótesis acerca de su talle hipopotámico.
Ibídem: «la purria de indianos», ¿purria? No viene en el diccionario de la RAE, he tenido que buscarlo en otro. Casi mejor no pongo lo que decía, para que Zafón no pierda el cuero calvanudo.
Pág.281: Alegrándose del cese de la actividad excéntrica de Salvador Jausà, las gentes buena sociedad «Como siempre, se equivocaban». Temo que, aunque Zafón piense lo contrario, las gentes de la buena sociedad no se equivocan siempre. Aunque algunos bajen la tapa del váter antes de sentarse, en vez de subirla, sin duda hay ocasiones en que aciertan.
Ibídem: «se ofreció a comprarle la propiedad con la intención de demolerla y venderla de nuevo», pero, piensa el lector avispado, demolida, no podría venderla; vendería, en todo caso, el solar.
Ibídem: Al leer «las imágenes animadas iban a sustituir a la religión organizada», se pregunta el lector cómo será una religión no organizada.
Pág.282: «compartía la opinión [...] de que la cámara succionaba almas», rechupeteo fotográfico aparte, es esta una chorrada con la que todo lector se sentirá familiar, pero que resulta demasiado estúpida como para contribuir a un supuesto ambiente de misterio. Continuamente, por no tomarse en serio, Zafón lo transforma todo en mala comedia, como un Rey Midas que, todo lo que toca, lo convierte en cateto.
Ibídem: Se jacta Zafón «me marco unas jornadas laborales inacabables». Probablemente en el momento álgido de estos periodos creativos logra resultados como aqueste: Llámase «Fructuós» el cameraman contratado para captar psicofonías y psicopelículas, aunque, hasta la fecha, sus intentos «pese al nombre de pila del técnico [...] habían resultado infructuosos». Imagino a Zafón en su decimocuarta hora de trabajo, tras la ocurrencia, irguiendo los brazos, con puños eufóricos, gritando: «¡¡¡Bieen!!! ¡¡¡Chúpate esa, Dickens!!!».
Ibídem: Nuevo misterio: para justificar un posible éxito de la psicopelícula, se denomina «un tecnicismo que nunca quedó claro» al derrame de vino espumoso sobre la cubeta de revelado. Me pregunto cuántos lectores se habrán sentido muy inteligentes adivinando este «tecnicismo».
Ibídem: «su caserón espectral».
Pág.283: Ahondando en lo subnormal, se procede a revelar «kilómetros de película» en diversas soluciones de revelado aderezadas con «Aromas de Monserrat, vino tinto bendecido en la parroquia del Ninot y toda suerte de cavas de la huerta tarraconense». Esto, que linda lo gilipuertas, pero ya por su lado interno, es una chorrada tal, que me hace dudar de la supuesta apreciación de los lectores de la que, tal como se repite en los medios de comunicación, goza Zafón.
Págs.283-284: «son montuno» no suena tan bien como tú crees, Zafón.
Pág.284: «de Pascuas a Ramos».
Pág.285: Tras hablarse de libros cuyo orden cambia, de sonidos extraños o no tan extraños de procedencia desconocida o inexplicable, de manchas en las paredes que forman rostros, de corrientes heladas, de súbitos olores a putrefacción, de desaparición de objetos y su posterior aparición desenterrados del jardín, además de algún otro poltergeist, se nos dice que a Aldaya «todos estos aconteceres se le antojaban supercherías». Vamos a ver, Zafón, si eran aconteceres, esto es, sucesos acontecidos, tan fraudulentos no serían, lo que acontece no es superstición, es hecho. Pero tú querías decir otra cosa.
Ibídem: «en lágrima viva», no, Zafón; será, si te empeñas en utilizar frases hechas y prefabricadas, en lugar idear tus propias figuras, «a lágrima viva».
Ibídem: «colarse en las alcobas de las criadas jóvenes a medianoche con fines lúdicos y extramaritales». «Qué gracioso soy cuando escribo así», debe de pensar Zafón. Aparte del vaporoso, es este el otro registro literario que Zafón conoce: el chorruno, el cual no es apropiado para narrar misterios, salvo, quizá, el chiste del fantasma de las bragas rotas.
Ibídem: «los bastardos que iba dejando por el camino organizarían su propio sindicato»; querido Zafón: ser bastardo no es un trabajo; ergo, tu «chiste», por llamarlo de algún modo, carece de gracia para un ente pensante.
Ibídem: «se negaba en redondo».
Pág.286: «su imperio financiero» suena muy mal, pero es que acaba peor: «estaba herido de muerte». Original figura, esta de herir de muerte, propia de un escritor que anhela sorprender al lector.
Ibídem: Otra figura original: «sus industrias textiles flotaban en la gloria».
Ibídem: ¡Zafón está sembrado!: «fue puesta a la venta a precio de risa».
Pág.287: «en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos», «Todo forma parte de algo que no podemos entender, pero que nos posee». Según creo, tras leer lo anterior, tanto el Dalai Lama como Benedicto XVI han solicitado audiencia con el sapientísimo Zafón, quién, por ahora, ha acuñado el término «destino» para referirse a su metafísico hallazgo.
Pág.288: «mientras ella hablaba, mi mano torpemente se había desplazado hacia el tobillo de Bea y ascendido hasta su rodilla». El protagonista está, lo que se dice, seducido por el misterio. Pero Zafón, ¿cómo vas a poder crear una atmósfera de misterio si en lo único que piensa tu protagonista es en mojar el churro?
Pág.289: Dice «el sobre que giraba en sus manos como una apuesta de dados», pero ningún sobre gira así.
Ibídem: Como ha sido previsible desde un primer momento, Bea quema la carta en la que se compromete con su novio. Pero eso no es todo: «la carta quebrándose entre las brasas», no ha sabido Zafón hurtarse a este brá-bra; vuelve además lo vaporoso y volutesco: «las páginas evaporándose en volutas de humo azul, una a una», ¿una a una, Zafón? ¿Quieres decirnos que el fuego abrió la carta y decidió quemar primero la página uno, a continuación la página dos, más tarde la tercera y así sucesivamente?
Págs.289-290: Zafón se nos desvela incapaz de narrar un primer acto sexual. Se embrolla hablando de botones y cremalleras; de «aquel espejismo que parecía arder en cada poro de la piel» que, aunque repetido, debía de ser un espejismo muy pequeñito; «el milagro sólo sucedía una vez»; «un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huían para siempre» con lo que, claro, no puede Zafón describirlos ni tampoco intentarlo; «Mil veces que herido recuperar»; «el rumor de la lluvia se llevó el mundo»; «Mil veces he querido regresar», y, claro: no ha podido. Acaba con un peligrosísimo «abierta en una mirada» -¡abierta!- y un último y muy poético: «–Hazme lo que quieras», que desata las carcajadas del lector.
INTERMEDIO.
Llegados al ecuador de la –es un decir- novela, urge revisar aquella colección de declaraciones sobre este mazacote libromórfico.
La trasera del libro: «Todos los que disfruten con novelas conmovedoras y de suspense deberían apresurarse a la librería más cercana y hacerse con un ejemplar de La Sombra del Viento» para, acto seguido, estamparlo contra la cara del comerciante.
Se atribuye esta declaración a todo el periódico Washington Post. Imagino a las señoras de la limpieza repitiéndosela unas a otras, al repartidor de pizzas escuchándola tres veces en el vestíbulo, a dos empleados comentarla de una letrina a otra, etc...
Igualmente se atribuyen otros tantos rebuznos a diversos periódicos:
Sunday Times: «Una de esas novelas que combinan una trama brillante con una escritura sublime». Esto es tan sublime cual vapor sulfuroso del infierno.
Daily Telegraph: «Una obra maestra, un clásico contemporáneo». Si el Daily Telegraph considera esta nivola una obra maestra, ¿qué calificativo reservaría para, por ejemplo, alguna del candidato al Nóbel Phillip Roth? ¿Y para Crimen y Castigo? ¿Y para Rojo y Negro?
Le Figaro: «El mejor libro del año. Irresistible. Es erudito y accesible a todo el mundo, se inscribe en la gran tradición de novelas de aprendizaje en las que los secretos y maleficios se suceden como muñecas rusas». Debió de ser un año irresistiblemente apestado. En cuanto a «erudito», nada aquí corresponde a tal término, que se opone frontalmente a aquel otro de «accesible». Eso sí, Le Figaro se habrá embolsado el soborno publicitario del Grupo Planeta, que hace irresistible todo libro.
The New York Times: «García Márquez, Umberto Eco y Jorge Luis Borges se encuentran en un mágico y desbordante espectáculo, de inquietante perspicacia y definitivamente maravilloso, escrito por el novelista español Carlos Ruiz Zafón». Sí, en verdad nos hallamos ante la reencarnación simultánea de Cervantes, Shakespeare y Perico el de los palotes. El problema es que causa un conflicto de software.
Entertainment Weekly: «Indiscutiblemente, La Sombra del Viento es maravillosa. Una construcción argumental magistral y meticulosa con un extraordinario dominio del lenguaje... Una carta de amor a la literatura, dirigida a lectores tan apasionados por la narrativa como su joven protagonista». Fíjese el lector que esta supuesta pasión, hasta el momento, sólo se ha manifestado en la búsqueda de un cierto autor, en la que el «joven protagonista» pierde más tiempo que en documentarse y culturizarse.
La Vanguardia: «La Sombra del Viento anuncia un fenómeno de la literatura popular española». Pues, mira por donde, esto sí que es cierto, un fenómeno semejante a la peste.
Atención, que llega Stephen King: «Si alguien pensaba que la auténtica novela gótica había muerto en el siglo XIX, este libro le hará cambiar de idea. Una novela llena de esplendor y de trampas secretas donde hasta las subtramas tienen subtramas. En manos de Zafón, cada escena parece salida de uno de los primeros films [por filmes] de Orson Welles. Hay que ser un romántico de verdad para llegar a apreciar todo su valor, pero [,] si uno lo es, entonces es una lectura deslumbrante.» Correcto, la novela gótica no había muerto, sino que muere ahora, gracias a esta zafónica puñalada. Incorrecto, sin embargo, el que se requiera romanticismo para «apreciar todo su valor»: basta con no haber leído nunca un solo libro.
El Mundo: «Las páginas de Ruiz Zafón ensimisman durante dos días a cuantos deciden leerlas. El talento narrativo de este hombre arrasa». No obstante, las secciones de comatosos de los hospitales no dan abasto contra el arrasamiento.
The Philadelphia Enquirer: «Una vez más he hallado un libro que prueba cuán maravilloso es sumergirse en una novela rica y larga... Esta novela lo tiene todo: seducción, riesgo, venganza y un misterio que el autor teje de forma magistral. Zafón aventaja incluso al extraordinario Charles Dickens». En lo único que aventaja Zafón a Dickens es en mediocridad narrativa y en capacidad para entretejer chorradas.
Hamburguer Abendblatt: «Pura magia, no hay otra forma de describir esta novela. Historia y escritura, trama y carácter, personajes y perfiles, todo adecuadamente. Nunca puedes abandonar sus más de quinientas cautivadoras páginas, llenas de suspense. Su escritura es especial como el aroma de un perfume que se va esparciendo, seductor y sensual. Y este aroma dura mucho tiempo». Como el cuesco procedente de una fabada.
Sunday Telegraph: «Tremendamente bueno... su historia está redondeada de un modo impresionante. Humor, terror, política y romance están muy bien dosificados... y el efecto de conjunto es del todo satisfactorio. Zafón, ex guionista, es particularmente bueno en el contraste y el ritmo: las más de quinientas páginas del libro pasan con increíble rapidez». Lo que es debido a su increíble frivolidad y falta de substancia. Es relevante el desvelarnos que Zafón es guionista, porque no sabe novelar, sólo describir un montón de paisajes gaseosos y embutir sus diálogos de chorradas de telecomedia. Es falso que haya política o terror en esta novela.
The Observer: «Todo en La Sombra del Viento es extraordinariamente sofisticado. El estilo deslumbra, mientras la trama se trenza y se desenreda con una gracia sutil... La novela de Zafón es atmosférica, seductora y de lectura recomendable». «Novela atmosférica» se refiere probablemente a la continua emulsión de flatulencias y delicuescencias con las que Zafón muestra su impotencia para crear una atmósfera novelesca, pues pretende quizá imitar la del cine o la televisión.
La primera opinión reseñada, de The Washington Post, remata aquí con un: «De verdad, deberían hacerlo», como queriendo decir: así aprenderían a no fiarse de caraduras asalariados como nosotros, ¡so tontainas!
Qué Leer: «Una obra ambiciosa, capaz de conjugar los más variados estilos (desde la comedia de costumbres hasta el apunte histórico, pasando por el mismo misterio central) sin perder por ello un ápice de su poder de fascinación». El que pretendan aclarar que semejante potaje narrativo no estropea nada, es claro indicio de que sí lo hace.
El Periódico: «Absorbente, imaginativa y sólidamente construida. El placer de recuperar con la lectura al eterno adolescente que todos llevamos dentro». Esto, señores de El Periódico, sería si leyéramos por ejemplo a Hermann Hesse. El presunto «eterno adolescente» malcreado por Zafón no es más que un bocazas y un graciosillo sin gracia.
El gilipuertismo alcanza su culminación al ser reseñada la opinión del famoso «Joschka Fischer (vicecanciller alemán)», a quien tanto admiramos, y que debe de ser un amigote de parranda de José Manuel Lara: «Lo dejarás todo de lado y leerás a lo largo de la noche entera; no querrás abandonar La Sombra del Viento hasta que hayas llegado al final». Desmiento tal subnormalidad. Esto le pasará al lector si no ha leído gran cosa y, sobre todo, nada mejor (lo cual es complejo).
¿Y quién es Joschka Fischer?, piensa el lector. Según parece se trata de un ministro, además líder de los Verdes. La Vanguardia recoge como «después de que el líder de los Verdes dijera por televisión que se trataba de una obra cuya lectura no se podía dejar, la demanda por parte de las librerías de toda Alemania se ha disparado». Al parecer en esto se basa la «Zafonmanía» alemana. Otro comentario explica como el éxito de Javier Marías se construyó igualmente mediante la alabanza de Marcel-Reich-Ranicki, «capaz de encumbrar o hundir un libro con un mero comentario».
En El Mundo, Zafón afirma incluso que «la publicidad es mucho menos efectiva de lo que creemos», será por eso que mueve billones. Otra opinión recabada en este artículo de El Mundo es que «Carlos Ruiz Zafón es un ferviente militante antibanalización», lo cual dada la cantidad de chorradas leídas y la chorrez con que se ha narrado lo supuestamente serio, provoca estupor ante este galopante cinismo. Con lo escrito hasta ahora ha militado. Si llega a ser banal, ¿qué gandumbas habría escrito?, ¿una línea recta cual encefalograma?
(Enlace general a estos y más artículos).
Berlin Literatura Critique: «La Sombra del Viento cuenta con todo lo que necesita una gran historia: amor, traición, muerte, odio y amistad. No es extraño que se haya convertido en el libro del año». Sobre todo teniendo en cuenta los billetazos que estás contando.
Más opiniones:
«Leer a Zafón es más divertido que hacer la O con un canuto». Paco, ingeniero tunelador.
«Si eres un imbécil que todavía se deja timar por las recomendaciones patrocinadas de los periódicos, cómprate este libro». Bobelia, El País (opinión por confirmar).
«¡Oh, no! ¡Escribe mejor que yo!». Javier Marías (opinión presunta).
«¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!». Luke Skywalker.
«Zafón es la repera, voy a hacerlo ministro de kultura». José Luis Rodríguez Zapatero.
«Zafón será visitado por tres fantasmas esta noche, no va a quedar de él ni la calva». Charles Dickens (médium mediante).
«En nuestra aldea nos limpiamos nuestros pequeños y numerosos ojetes con hojas de las nivolas de Zafón». Papá Pitufo.
FIN DEL INTERMEDIO.
Capítulo 29.
Pág.290: Los protagonistas abandonan el caserón «envueltos en sombras azules».
Pág.291: Sempere, con su imaginación «envenenada» y ganas de «recitarle la sarta de tonterías que a cualquier otro le hubiesen matado de risa a mi costa». Después de la vulgaridad que ha volcado Zafón en la escena, no es de extrañar que haga burla de su protagonista. Zafón no sabe tomarse en serio a sí mismo, por lo que este adoquín, más que a una novela de misterio, se parece a un episodio de Scooby-Doo.
Ibídem: «algo la recomía por dentro, en silencio y a gritos», ¿otro reconcomio?, ¿otro silencio a gritos? Soy de la opinión de que no era una piedra lo que empujaba Sísifo, sino las obras completas de Carlos Ruiz Zafón.
Ibídem: «el aire pareció prender como una burbuja de gas al calor de farolas y semáforos que me hicieron pensar en una muralla invisible». Las burbujas de gas no prenden al calor de farolas ni al de semáforos. Tampoco esto es una descripción de nada. ¿Y qué, Zafón, si piensas en una muralla invisible? ¡Escribe palabras que sirvan para algo, leñe!, ¡que presenticen la realidad!, ¡que se la hagan ver al lector! ¡Déjate gases y muros de cuesco!
Pág.292: «La vi partir y perderse en un taxi», pues muy inteligente no parece esta chica.
Ibídem: «había seguido el intercambio con ojo de juez de línea», nuevo tropo chorra y fuera de contexto. El maestro literario de Carlos Ruiz Zafón es Chiquito de la Calzada.
Ibídem: Todo lo que sea luz o sombra, Zafón lo describe. Un taxi alejándose: «dos puntos de luz hundiéndose en un pozo de negrura». Zafón, guionista, pintarrajea fotogramas embadurnándolos de colores, lucecitas y flatos. ¡Pero Zafón!, ¡que esto es una novela!, ¡que no es un guión!
Ibídem: Nueva gilipuertez cinematográfica: «el alba derramó cien tonos de gris sobre la ventana de mi habitación». Se imagina el lector al protagonista tomando medidas con el fotómetro: «Apasionante: tono número ochenta y siete».
Ibídem: «me enfundé mi delantal azul», poca funda es un delantal, se lo abrocharía, tal vez.
Ibídem: «su mirada de intriga internacional; una ceja enarcada, la otra alerta». Adivine el navegante qué gesto internacional merece esta nivola.
Pág.293: Nuevo mote pichesco: «Pichafreda». Estos motes se le han de ocurrir Zafón mientras se rasca la entrepierna.
Ibídem: Constatamos que el antes mendigo Fermín sigue hablando como un estúpido, lo que la revista Qué Leer llama «comedia de costumbres» y al lector le parece una mala telecomedia que, sin risas embutidas, carece de gracia y lo aburre.
Pág.294: El Sunday Times recomienda esta escritura sublime: «me vacié de confesiones sin dejar pelos ni señales».
Ibídem: El protagonista se autodefine como «colegial retardado», el lector se muestra de acuerdo.
Pág.295: «era harina de otro costal», sublime cual Sancho Panza.
Ibídem: Fermín y el protagonista se dirigen a la «institución de reputación fantasmal que languidecía en las entrañas de un antiguo palacio en ruinas». Cacofonía ción-ción aparte, ¿qué es una reputación fantasmal? ¿Cómo puede una reputación «languidecer en las entrañas de etc...»? En fin, que van a un asilo a otro interrogatorio.
Ibídem: Ya lo dijo Stephen King: «Una novela llena de esplendor y de trampas secretas donde hasta las subtramas tienen subtramas». Un claro ejemplo: «un extravagante empresario que se hacía llamar Laszlo de Vicherny, duque de Parma y alquimista privado de la casa de Borbón, pero cuyo verdadero nombre resultó ser Baltasar Deulofeu i Carallot, natural de Esparraguera, gigoló y embaucador profesional». Nótese el nuevo mote pitónico
Ibídem: El tal sujeto colecciona «fetos humanoides» y «ordenes de captura» de diversas policías, y «ofrecía sesiones de espiritismo, necromancia, peleas de gallos, ratas, perros, mujeronas, impedidos, o mixtas«. La ignorancia de Zafón en cuanto a puntos y coma, hace pensar al lector por qué el gigoló ofrece ratas y perros cuando, a partir de peleas, toda palabra pretende designar a un contendiente.
Pág.296: El «Tenebrarium» posee también «un prostíbulo especializado en tullidos y fenómenos [...] un taller de filtros de amor». Les cambiarían las ruedas.
Págs.296-297: «las condiciones del local [...] no invitaban a la longevidad», no fomentaban, que aquí no hay invitación que valga. Zafón cree que cambiar una palabra por otra cualquiera equivale a literatura.
Pág.297: «los difuntos eran retirados [...] y hacían su último viaje a la fosa común», se ve que iban cada domingo.
Ibídem: Menciona una charcutería relacionada con los «últimos viajes» a la fosa común e insinúa un repugnante «sombrío escándalo». Si esto es una subtrama, Stephen King es una trayectoria planetaria.
Ibídem: Fermín se refiere a «acallar los aromas», tosco.
Ibídem: «semejantes expectativas en ciernes», Zafón es un genio capaz de discernir entre expectativas «en ciernes» y expectativas llegadas a su culminación. Zafón: todas las expectativas están en ciernes; en caso contrario, no se trata de expectativas, sino de hechos. Creo que esto ya te lo he dicho.
Capítulo 30.
Pág.297: Merece la pena llamar la atención sobre la estructura de esta frase: «Un portón de madera podría nos condujo al interior de un patio custodiado por lámparas de gas que salpicaban gárgolas y ángeles cuyas facciones se deshacían en la piedra envejecida» formada en el periodo precámbrico cuando los dinosaurios dominaban la tierra en la que vivimos los humanos entre los cuales campa Zafón quien escribe sobre este portón.
Pág.298: Pasan a través de «un rectángulo de claridad vaporosa». «Novela atmosférica», piensa el lector delicuescente. Aún hay más: «la luz de gas [...] teñía de ocre la neblina de miasmas». Zafón sólo sabe pedorrear nieblas y después colocar alguna que otra palabra extraña para darles una apariencia novedosa.
Ibídem: La manera que tiene Fermín de chulear a todo personaje –ahora a una monja- con excusas y mentiras estúpidas no resulta creíble. Evidencia el prurito de Zafón por hacer reír con bobadas y ello va en detrimento de lo poco adecuado que es su hablar. En esta ocasión, se cuelan en un convento fingiéndose funerarios, dándose motes de evidente chorrez y aduciendo una excusa de chiste: ambos harían desconfiar a un párvulo. Hasta le hablan de una furgoneta que la monja no puede haber oído.
Pág.299: «marcos sin puertas tras los cuales se adivinaban», ¡poco habría que adivinar si no había puertas!
Ibídem: «llevaba la avanzadilla» por «llevaba la delantera».
Pág.300: Tras decir, en la página anterior: «No tenían edad o sexo discernible», suelta ahora, sobre la monja: «Pocos años la separaban del resto de inquilinos de la casa», ¡pero si no tenían edad discernible! Quiero ser corrector del Grupo Planeta: ya me he comprado las bermudas y la hamaca.
Ibídem: «Se alejó en la tiniebla [...] arrastrando su sombra como un velo nupcial», lo que se arrastra es la cola nupcial, Zafón; el velo es lo que se pone en la cara y para arrastrarlo habría que trotar a cuatro patas hasta el altar.
Pág.301: «Los ojos, blancos como cáscaras de huevo rotas». Zafón: una cáscara blanca de huevo seguirá siendo blanca aún cuando se la parta en muchos pedacitos muy pequeños. No es por su integridad que conserva el blanco.
Ibídem: El lector se extraña de que la monja, que lleva a la pareja hasta la caja con el muerto -quienes han fingido venir a por él- les deje después a su aire en el cuartucho. ¿Por qué no los acompaña hasta la salida, si sólo han de recogerlo? Pues porque, aunque sea estúpido y todo el mundo haría exactamente lo contrario, conviene a la narración, para que puedan campar a sus anchas por el asilo. A Zafón no se le ha ocurrido nada mejor.
Ibídem: Hablando de los habitantes del asilo: «Su mera presencia se me antojó una estratagema propagandística en favor del vacío moral del universo y la brutalidad mecánica con que éste destruía a las piezas que ya no le resultaban útiles»; ¿una estratagema propagandística? ¿Pagada por quién, Zafón?, ¿con qué objetivo?, ¿quizá el de que tú escribas al tuntún?
Ibídem: Sempere llama a lo anterior «profundos pensamientos». Son profundos cual examen de próstata.
Pág.302: Esto sí que es una «estratagema propagandística»: «He intentado lo de los Sugus, pero los toman por supositorios». Ex-guionista Zafón: esto sólo tiene gracia en las malas telecomedias, cuando se embuten risitas estúpidas de fondo.
Ibídem: «miradas envilecidas de avidez», cacofonía.
Pág.303: Denomina «El interfecto» a un interno del asilo que está muy pero que muy vivo. Zafón no sabe lo que significa interfecto. ¿Por qué utiliza esta palabra? El lector se detiene un momento, y solicita del Microsoft Word sinónimos para persona:
Así es, Zafón escribe primero en lengua castellana y lo traduce luego, mediante la herramienta de sinónimos del Microsoft Word, a lengua zafoniana. Esta lengua consiste en seleccionar palabras al azar que sustituyan a las normalmente usadas y al utilizarla está prohibido generar valor estético o ser elegante. Ejemplo: La persona cogió un libro, lo leyó y se lo tiró al librero. En zafoniano: La interfecto aprehendió un vademécum, lo interpretó y se lo ametralló al impresor. No hace falta corregir la concordancia, porque Editorial Planeta sabe que los periódicos van a recomendar su producto de igual manera.
Ibídem: «El interfecto» «procedió a dispensar una ventosidad de formidable contundencia»; pasaje con el que, según The Philadelphia Enquirer, Zafón «aventaja a Dickens»; que Sunday Times califica de «escritura sublime» y Le Figaro como «erudito y accesible a todo el mundo».
Ibídem: Aparece un sujeto «armado con barbas de profeta», pues cómo no las use de látigo... El caso es que el sujeto profetiza: «Juanito sólo sabe tirarse pedos»; en verdad le corresponde el profético atributo, piensa el lector. Sempere lo llama «anciano filósofo»; es cierto que recuerda un poco al excelso Pedócrates.
Ibídem: Más filosofía: «Dígame para qué la busca o me hago el loco. Aquí es fácil». A cada oración de Zafón corresponde siempre una imbecilidad.
Pág.304: Por si no ha tenido poco el lector «El solista emitió entonces un bis [...] que emulaba un pinchazo en [¡de!] un neumático». Y decía Stephen King que quizá «alguien pensaba que la auténtica novela gótica había muerto»; esta novela demuestra la vitalidad del género gótico, ¿verdad Stephen King? Sin duda a esto se refería el famoso Hamburguer Abendblatt, que en su momento dijo: «Su escritura es especial como el aroma de un perfume que se va esparciendo, seductor y sensual. Y este aroma dura mucho tiempo».
Ibídem: Entrando en barrena hacia el infierno literario, Sempere-Zafón todavía encuentra arrestos para ejercer como crítico de cuescos: «Juanito poseía un control del esfínter rayano en el virtuosismo». Imagine el navegante a Charles Dickens narrando la contemplación, por parte de David Copperfield, de un virtuoso del cuesco que se pedorrea sin cesar. Tampoco el lector puede imaginarlo. Y eso que, según el periódico El Mundo, «Carlos Ruiz Zafón es un ferviente militante antibanalización». Presumo que cada mañana Pedro J. Ramírez arenga a sus muchachos a lo George Patton, recitándoles pasajes como aqueste, para que no caigan en la banalización, y que sus chicos le hacen la ola múltiples veces, provocando marejadas.
Ibídem: ¿Qué será un «niño gastado»?
Pág.305: «Juanito enfilaba la segunda parte de su recital. La vida se apagaba por momentos». Quiero desde aquí llamar cobardes y corruptos a todos los críticos, escritores, medios de comunicación y trabajadores mediáticos que han aplaudido esta nivola. Ustedes dan mucha pena. Su trabajo fue otrora importante, hoy sólo son un serrallo de prostitutas ofreciendo su almeja a las editoriales. ¿No les da vergüenza? ¿Es que no les gusta leer? ¿Es que no conocen lo que se siente al leer El juego de los abalorios, El tambor de hojalata, La montaña mágica, El proceso o Rojo y negro? ¿Es que ustedes sólo comen, trabajan, se emborrachan y se reproducen? Si les soy sincero, poco importaría que cerrasen simultáneamente todas las secciones de cultura de sus periódicos y medios de comunicación, que volasen por los aires la oficina de su suplemento cultural y que no volviesen a hablar de libros en su penosa vida: ustedes sólo son vendedores de estiércol.
Ibídem: El filósofo, ahora «abuelete picantón» pide una mujer «con voz de guarra». «El anciano sonrió de oreja a oreja. Conté tres dientes». Cada amago de frase, ante la impotencia de ser seriamente afrontada por el autor, debe ser reventada con un «¡caca, culo, pedo, pis!, ¡juaaaaaaaaaas!». Tantos autores hablan de abandonar la ironía en la literatura y Zafón no levanta el vuelo de la payasada continua, como un albatros de lo cateto.
Capítulo 31.
Pág.306: «Cuanto quedaba de aquel dudoso esplendor eran vapores y perfumes, si bien de otra naturaleza», ergo, cuanto quedaba era nada.
Ibídem: Pregunta: ¿Qué es una «mirada arenosa»? Respuesta: algo que se lee pero da igual lo que signifique.
Págs.307-310: Si este nuevo interrogatorio no desluce tanto como los anteriores, es por ser la interrogada una mujer de dudosa cordura.
Pág.310: Después de tres páginas de pregunta y respuesta. Zafón adopta su recurso pobretón del discurso en itálicas. ¿Por qué? Porque quiere colarnos el relato completo y no sólo sus aspectos relevantes e imprescindibles, y porque no sabe introducirlo correctamente en un diálogo. Un mal recurso utilizado por segunda vez. Otrosí: El lector no sabe cuanto durará, pero sí sabe que Fermín y Sempere prometieron cargar la caja con el muerto, que la monja les dejó estúpidamente a solas con él y que ni siquiera se ha molestado en comprobar que se lo hayan llevado.
Ibídem: Situándonos en Toledo, se habla de la ejecución de una monja al tiempo que esta «declama» -más bien reza- el padrenuestro al revés «al tiempo que una nube roja descendía sobre la ciudad y descargaba una tormenta de escarabajos muertos». Al parecer no existen registros de tal precipitación, quizá se tratara de un furúnculo de realismo mágico que Zafón tuvo que explotarse.
Pág.311: El «gato [...] cuyo aliento olía a azufre» de la página 310 se denomina aquí «gato sulfúrico». Se ve que al hacer pipí practicaría agujeros y derretiría los muebles.
Ibídem: «casi se murió de pena», «había mucha pena en el mundo», ¡qué pobreza expresiva!
Ibídem: «la experiencia de tres años de alcoba con el esposo que insistía en hacer sus cosas sobre ella mientras le tapaba la cabeza con una almohada y le murmuraba “no mires, guarra”», según The Observer, es muy «sofisticado» que el esposo haga «sus cosas» sobre ella. Habrá que hacer un cursillo para no ser un paleto.
Pág.312: «la veracidad de aquellas predicciones», no toda expresión poco habitual es recomendable al novelar, Zafón.
Ibídem: El diácono no conoce a un ángel cuyo gato posee un aliento a azufre. El lector supone que será porque el azufre no se relaciona con ningún ángel. Jacinta decide hacer caso a este ángel, puesto que da confianza, y se muda a Barcelona.
Ibídem: «fábricas que soplaban aliento de niebla que envenenaba la piel de carbón y azufre». El nieblómano Zafón no puede evitar ponerse «poético» cada vez que una masa de gas atraviesa su mente. Nótese el envenenamiento.
Ibídem: Leyendo «aquella ciudad era mujer vanidosa y cruel, y aprendió a temerla», el lector puede aceptarlo, pero si a continuación se añade «y a no mirarla nunca a los ojos», ya no está tan clara la cosa: ¿Es la emigrante quien teme a la ciudad o la ciudad quien la teme a ella? Lo barruntamos, pero Zafón escribe sin pensar.
Ibídem: «para asustar las ratas que se habían comido las orejas y los dedos del bebé de seis meses», esto no basta para crear una atmósfera, menos aún si se deja caer como una anécdota cualquiera. Zafón cuenta y enumera, pero no hace ver gran cosa; y con esta anécdota podría haberse creado una escena aterradora. En su nivola, Zafón quiere contar tal longaniza de anécdotas, que no halla tiempo para novelarlas, sólo inventa (imaginamos) un evento tras otro. Como guionista, debe de estar pensando que ya se las apañará el director. Pero, ¡Zafón!, ¡aquí el director eres tú!
Págs.312-313: «llovió [...] lluvia negra, de hollín y arsénico», que llueva lluvia, no sé; que sea de hollín, vale; pero, ¿de arsénico? ¿Guardará registro Barcelona de una lluvia de tal toxicidad? ¿Era necesario concretar la lluvia llovida hasta el elemento atómico?
Pág.313: resulta tontuno que la interrogada Jacinta haya tragado con las apariciones de su ángel vestido de negro y su «gato sulfúrico», ¿por qué piensa ella que es un ángel? No se nos dice. Ahora el «ángel» Zacarías se presenta con su piel escamada y una serpiente en su torso, pero ella, tan religiosa, no se le ocurre identificarlo con otra cosa que un ángel. ¡Pero si viene en el Génesis de la Biblia! ¡Y al principio de todo!
Ibídem: El «ángel» tiene «dientes triangulares», bidimensionales dientes serían. Nadie previene a Jacinta contra este ángel de agudos dientes. No sé que pensarán los toledanos de esto.
Ibídem: Se comenta de pasada el fin de la anécdota: la prostituta es asesinada y el bebé muere de frío en sus brazos. Zafón emplea dos líneas para esto y cientos de ellas para ejercitar su nieblomanía.
Ibídem: «le pareció atrapada en su propia imagen en el espejo», expresión fascinante que, de tan tosca que es, hay que hacer un esfuerzo para recordar a Narciso.
Pág.314: Al leer «todo el amor con que Dios le había envenenado el alma», el lector comprende: si el amor «envenena», ya puede llover «arsénico» que no va a pasar nada.
Ibídem: «la casa [...] aquel caserón que sus compañeros en el servicio estaban convencidos de que yacía bajo el influjo de algún poderoso embrujo, pero a la que Jacinta no temía»; la introducción de la primera subordinada es simplemente patética, debería ser reescrita por completo, por ejemplo: «aquel caserón considerado por sus compañeros bajo...»; pero además está la cacofonía «influjo» del «embrujo»; y una horrenda falta de concordancia de género: «caserón [...] a la que Jacinta no temía», debida a su primera mención como «casa». Una buena muestra de impotencia narrativa y negligencia literaria, cualidades en las que Zafón aventaja a Dickens.
Ibídem: Ahora el ángel Zacarías «se manifestaba como un lobo que caminaba [-aba, -aba] sobre las dos patas posteriores». ¡Y la mujer no se cosca de nada! En la siguiente página se aparecerá como el monstruo de Frankenstein o como el conde Drácula, y la tía seguirá pensando que es un ángel.
Pág.315: Dice la madre a Penélope: «que ella era lo más importante del universo para ella». Sublime escritura.
Ibídem: «vanidosa y vacía que envejecía», ía-ía, empiezo a pensar que en este discurso se le notan las prisas a Zafón.
Ibídem: «envejecía [...] bajo el peso de las joyas», las llevaría todas en un saco a cuestas, o en mosaico sobre el vestido, cual traje de torero.
Ibídem: Más sublimidades: «su figura recordaba el semblante adusto que dan la piel cansada y el hueso», «sus pechos habían menguado hasta convertirse en soplos de piel».
Ibídem: Según parece, Ricardo Aldaya no alternaba únicamente con sus criadas sino con las de sus allegados. Al lector le parece un exceso de confianza.
Ibídem: La criada, a Penélope, «la bañaba, la vestía, la desnudaba, la peinaba, la sacaba a pasear», espero que no en ese orden.
Pág.316: «Penélope era luz». «¡Soy un genio!», debió de pensar Zafón tras esta ocurrencia.
Pág.317: «vendía su alma a trozos», mal elegida palabra para la segmentación de un alma, ¡ni que fuese un pernil de cordero!
Pág.318: «se abalanzaba sobre Penélope con la fría e indiferente brutalidad de un insecto», ¿por ejemplo con la brutalidad de un mosquito, Zafón? ¿O la de una pulga?
Pág.319: Leyendo «envenenado de rencor», el lector advierte que Zafón está empleando correctamente este participio, sólo que innumerables veces.
Pág.321: «La sombrerería [...] se hundió lentamente en un letargo de sombras y silencios», una descriptiva poco original y bastante anticuada.
Pág.321: «había decidido organizar (o más bien dar órdenes de que se organizase) una monumental fiesta de cumpleaños», querido Zafón: cuando algo es «más bien otra cosa», conviene tachar el algo y reseñar sólo la otra cosa.
Pág.322: «damas de infatigable distinción», Zafón debería saber que la distinción sólo fatiga a quien no es distinguido, puesto que hay quien no tiene que fingirla.
Pág.323: «devorándose los labios» no es expresión adecuada: hace pensar en canibalismo.
Ibídem: «un bisonte disfrazado de Madame Recamier». Récamier. ¿Qué habrá pensado el lector zafoniano desconocedor de este cuadro de Jacques-Louis David?
Ibídem: «el muchacho se volvió [...] y les vio».
Ibídem: Debo comentar que besarse junto a un ventanal que da a la calle no es propio de un amor secreto. Sucede así porque Zafón quiere que los vean, pero no se le ocurre nada más simple que esto.
Pág.324: Como advierte Zafón que «Se besaban con la intensidad de quien se pertenece» no significa nada, nos aclara que significa «ajenos al mundo».
Ibídem: El joven Fumero aparece con una escopeta en su colegio. Sorprende que nadie lo haya detenido mientras caminaba escopeta en mano por la calle, debieron de pensar que iba a una feria. No sorprende tanto que, mientras los demás huyen, sus amigos se queden «mirando al muchacho, sin comprender». Pues no hay tanto que comprender, creo yo.
Ibídem: En apenas unas líneas, la «escopeta» de Fumero se transforma en un «rifle». Esto le pasa a Zafón por escribir sin el diccionario abierto. Y a Lara por no contratar correctores.
Pág.325: «Jacinta mentía por los codos», qué poco original. Si al menos hubiera mentido por las rodillas... Un momento, ¿no he dicho esto ya?
Ibídem: «urdía mil y un ardides», cacofónica expresión.
Ibídem: «una voluntad [...] de que su secreto fuera un escándalo a voces», ¡no iba a ser un escándalo susurrado! Zafón: la palabra escándalo lleva implícito el «a voces».
Pág.326: «Julián era otra cuestión», no, Zafón: «Con Julián era otra cuestión». Julián no es una cuestión, es la persona con la que tiene que ver la cuestión.
Ibídem: «¿No se te escapa nada, eh, Julián?», no Zafón: «No se te escapa nada, ¿eh, Julián?».
Ibídem: «puesto a ser un artista bohemio y muerto de hambre, al menos el decorado de París era inmejorable», rima aparte, ¿sólo el decorado? Un pensamiento de mal guionista.
Pág.327: «La muchacha le escuchó atónita y hechizada». Alguien debería explicarle a Zafón lo que es una cacofonía.
Ibídem: En pleno discurso, supuesto fruto de un interrogatorio a una anciana Jacinta, se pregunta el lector cómo es posible para la anciana no ya el que recuerde, sino que llegara a saber, palabra por palabra, tantos diálogos, anécdotas y detalles sobre tantas personas y sucesos. Antes se ha hablado de la visita del sombrerero a Ricardo Aldaya, que sólo ambos debieron de conocer, pues ni uno ni otro iban a acercarse a reportar a la aya Jacinta. Ahora, por ejemplo, se nos narra una fuga que se le oculta precisamente a ella, con tan abundante información que, por mucho que conociera su desenlace, resulta ridícula y contradictoria. Es, por supuesto, el resultado de embutir estos relatos como el supuesto producto de un interrogatorio.
Pág.328: «estimaba que [...] lo mejor era que durante los días que faltaban para la fuga Julián no visitara a Penélope». No, no, no, Zafón: «lo mejor sería que [...] no visitara» o «lo mejor era [...] no visitar».
Ibídem: «seis días [...] se le hacían infinitos», otra originalidad zafoniana.
Ibídem: La pareja está a punto de fugarse a París y «para no levantar sospechas» procuran no verse. Consecuentemente «Fue entonces cuando Julián condujo a Penélope hasta la alcoba de la Jacinta», «Se desnudaron a fuego, con rabia y anhelo, arañando la piel [note el lector la versificación inconsciente] y deshaciéndose en silencios [horrible y cacofónico]», «Se aprendieron los cuerpos de memoria», cada uno el del otro, se entiende, «y enterraron aquellos seis días de separación en sudor y saliva», pero, aparte de la guarrada antipoética, no se puede enterrar en sudor y saliva, se SUMERGE en sudor y saliva, Zafón.
Ibídem: El lector, pestañeando, relee lo que viene a continuación: «Julián la penetró con furia, clavándola contra los maderos del suelo», ¡este chico es una taladradora!, ella necesitaría asistencia médica si de una embestida la atravesaron clavándola al suelo. No sólo es basta y vulgar esta «sofisticada» «escritura sublime» que «aventaja a Dickens» (según Sunday Times, The Observer y The Philadelphia Enquirer), no sólo es inapropiada a lo que quiere narrar, por hacer uso de un lenguaje propio de un estudiante de instituto, por su ramplonería («la penetró») y su regodeo en la ramplonería («con furia»), sino que, encima, ha sido escrita pero no vuelta a leer. Zafón: lo que se clava al suelo no son las mujeres, sino las moquetas.
Prosigue la furia penetrativa hasta que los adolescentes son, como era previsible, pillados. Se ha tratado de un recurso pobretón para impedir la fuga. Nadie se puede creer que este par de jóvenes, amantes en secreto, fueran tan incapaces de dejar de verse durante seis días. ¿Cuántas veces no habrían tenido ya que aguantarse? ¿Cuántas no habrían estado ya separados? No resulta creíble.
Ibídem: Volviendo a los detalles que supuestamente Jacinta está contando, ¿cómo sabe Jacinta lo furiosas que eran las penetraciones caraxianas?, ¿cómo conoce sus propiedades clavatorias?, ¿dejaría marcas de cipote en el tablado? ¿Cómo sabe lo que sintió la señora Aldaya al descubrirlos? Puede saber que fueron sorprendidos, pero no ciertas cosas que, claro, Zafón quiere contar de todas formas.
Pág.330: Por como lo utilizan, no creo que Zafón ni el personaje de Miquel sepan lo que significa «narcisismo».
Ibídem: «acudía cada día», ía-ía.
Ibídem: «la incertidumbre pisándole los talones», más bien la mente.
Ibídem: Carax, en el colegio «Pasaba las horas fingiendo estar allí». «Extraño», se dice el lector, «yo nunca tuve necesidad de fingir tal, pues, acudiendo al colegio, estaba en él».
Pág.332: Carax recuerda sus «sueños que ahora sabía que nunca llegarían a cumplirse», ¿por qué no?
Ibídem: ¡Qué viene la niebla!: «Las calles vestían una neblina azulada y destellos de cobre despuntaban», tanto la neblina como el cobre son material reciclado en esta nivola, pero Zafón no puede resistirse a ningún vapor atmosférico.
Pág.333: «conserva tus sueños [...] nunca sabes cuándo te van a hacer falta», buena manera de estropear una oración, equiparar un sueño a algo que nunca sabes cuándo te va a hacer falta, como un paquete de Kleenex.
Ibídem: Aquí acaba el discurso en itálicas. Explica Jacinta cómo le contó su señora la escena de la alcoba, incluso aquello que ninguna de ambas vio.
Pág.334: La negligente criada Jacinta se queja de haber sido echada tras dieciocho años de servicio. De ocultar el amor entre Penélope y Carax El Taladro no dice nada.
Ibídem: «sus amigos de altos vuelos», expresión típica de un Mortadelo.
Pág.335: «llorando a moco tendido», qué manido y repugnante.
Ibídem: «el cuerpo de Jacinta Coronado había menguado al tamaño de una niña», es lo que tienen estos interrogatorios tan largos.
Ibídem: Así remata Zafón la escena en que se relata un supuesto drama: «A usted le gustan los Sugus, ¿verdad?». Zafón cree gracioso ofrecer caramelos a desdentadas. Supongo que provocará a los cojos retándolos una carrera. Propaganda aparte, suelta una chorrada, como si apagara la luz para que el lector se fuese a dormir. Quizá por esto deja un huequecito en blanco, que es como los anuncios en la tele.
Ibídem: Habla de «sonrisas [...] caninas», pero temo que los perros no sonríen, sino que sólo enseñan los dientes. Las que se ríen son las hienas.
Pág.336: Aunque la pareja detectivesca se cruza con los funerarios reales, nadie les ha ido a buscar, ni les dice nada. Ni siquiera la monja en la puerta, que sólo les lanza una mirada «condenatoria». «Total, ya está escrito», debió de pensar Zafón.
Ibídem: «cañón de piedra y sombra», «bazar de tinieblas».
Ibídem: Tras decir que la historia «nos pesaba en la conciencia más de lo que nos hubiera gustado admitir», uno de ellos sugiere «Y si nos marcamos (sic) unas croquetillas de jamón y unos espumosos». Piensa el lector que, si no les llega a pesar en la conciencia, se van de putas.
Ibídem: Habla de unos «matarifes» que les detienen por la calle. Al igual que con la palabra interfecto, Zafón tampoco sabe lo que es un matarife.
Ibídem: «Los dos matarifes se apostaron a nuestras espaldas, tan cerca que pude sentir su aliento en la nuca», ¿el de ambos? Entonces estarían sólo a su espalda. Zafón no ha pensado que a cada detective le debería corresponder el aliento de un solo «matarife» si quería cubrir ambas espaldas.
Ibídem: «Me pareció oír todos los huesos de Fermín estremecerse de terror»; el que un hueso se estremezca es una expresión que no significa absolutamente nada, y el que, a la par, produzca un sonido es tejer una bufanda con hilos de nada. Zafón ha aprendido esta literatura de esos dibujos animados en los que salen esqueletos temblequeantes.
Pág.337: «Veo por la cara de sorpresa que pones que pensabas que te había perdido», que, que, que...
Ibídem: «marrullo» por «marrullería».
Pág.338: «conjurar el coraje», repetir fonemas no siempre es apropiado Zafón: a veces, es demasiado llamativo. Y cacofónico.
Ibídem: «toda expresión resbaló de su mirada», otro Mister Potato reducido a tubérculo.
Ibídem: «el primer puñetazo bastó para derribarle de un plumazo», de un plumazo no, de un puñetazo.
Ibídem: Más jugueteos sonoros: «perdí la cuenta al quinto».
Ibídem: Durante la paliza a Fermín, los matones –o «matarifes», según Zafón- «se reían por cortesía u obligación», no viendo tal obligación, el lector exclama: «¡qué corteses!».
Pág.339: Aunque Zafón diga «destrozaba a Fermín a puntapiés» no ve el lector que se produzca ningún despedazamiento.
Ibídem: «se bajó la cremallera y procedió a orinarse encima de Fermín». Son expresiones funcionariales de tipo «procedió a» las que revientan oraciones de esta clase: aprenda el lector del error zafoniano.
Ibídem: «no se movía, dibujando apenas un fardo de ropa vieja», si no se movía, menos iba a dibujar. Que Zafón no haya querido decir esto no significa que no lo esté diciendo. Hay que evitar las ambigüedades.
Ibídem: «descargaba su chorro generoso y vaporoso», oso-oso, ensalzar el chorro de orina que cae sobre un amigo como «generoso» es, desde luego, una manera de solicitar igual generosidad.
Pág.340: De los policías que antes reían corteses, dice ahora que estaban «más relajados al comprobar que el espectáculo se había terminado». ¡Pero si estaban disfrutando de lo lindo!
Capítulo 32.
Págs.340-341: En plena dictadura, tras presenciar la paliza y la meada que han propinado los policías, dos «parroquianos» ofrecen su ayuda. El lector piensa que, de presenciar tal escena, pocas, muy pocas personas se ofrecerían a llevar a un hombre empapado en orina, y que serían menos aún en los embrutecidos años de la postguerra. Además, un taxi transporta al orinado. ¿Qué taxista no lo haría? Yo acepto autoestopistas empapados en orina casi a diario.
Pág.342: Barceló contesta directamente a Sempere y Zafón afirma que lo hizo «sin dirigirse a nadie en particular». ¿Un protagonista no es nadie en particular?
Ibídem: El brandy desaparece en los labios de la criada «por ensalmo». Dudo que fuera debido a un ensalmo, dudo igualmente que ello implique misterio alguno.
Ibídem: ¿Qué es una tiniebla perlada? Las perlas por antonomasia son de color blanco.
Ibídem: Sobre el agua caliente: «me pareció digna de hoteles de lujo en los que no había puesto nunca los pies». Léase tres veces.
Ibídem: «el vapor ascendía de mi piel como hilos de seda». Tal cosa no sucede en las duchas.
Págs.343-344: El baño pasa de estar bajo su bombilla encendida y zumbando a estar en «penumbra» y «oscuridad» sin que se apague la luz. «No importa», pensará Zafón, «nadie se fija en estas cosas».
Pág.344: «se batió en retirada, azorada», ada-ada.
Pág.345: «lo peor ha pasado», dice el genio del médico. Pues, sí, piensa el lector, es verdad que lo peor ha pasado. También afirma este médico que unos periódicos que Fermín llevaba de relleno «han servido de armadura para amortiguar los golpes». ¡Que se entere el ejército americano!
Ibídem: Cuando me entero de que Fermín ha pedido «Sugus de limón», corro a comprar veinte sacos.
Ibídem: Qué postguerra más bien dotada: ya hacían encefalogramas.
Pág.346: El despacho de Barceló era «una cueva sumergida en nieblas de tabaco de pipa». Es importante notar que la niebla de tabaco de pipa es por completo diferente a la niebla de tabaco en cigarros. Curioso que, dado el tiempo que llevaba ausente, no se hubieran dispersado estas nieblas, será que no ventilan.
Ibídem: Triste expresión: «el terreno musical».
Pág.347: Barceló se recuesta «deleitándose en su aspecto mefistofélico», el cual, probablemente, ni siquiera conocía, dado que procede de un retortijón mental de Sempere.
Ibídem: Sempere, al ver temblar a la criada con la bandeja: «temí interponerme en la trayectoria de una lluvia de café ardiente». No, estando sentado no te hubieras interpuesto; en todo caso hubieras estado en ella.
Pág.348: A «ya he complicado a demasiada gente en este asunto» se responde «No vendrá de uno entonces». No se entiende.
Capítulo 33.
Pág.349: Sempere comienza a servir hechos «en bandeja» a Barceló, quién «hacía un gesto con la mano derecha para indicar que siguiera desenhebrando el galimatías de mi historia», ¿comprende Zafón lo que dice al escribir tal memez?
Ibídem: Sempere: «si le parece una tontería[,] me callo»; Barceló: «Hablar es de necios [...]». Terminada la cita, se comenta que su autoría pertenece a un hombre que «regenta una tocinería [...] y posee un don proverbial tanto para el embutido como para el aforismo ocurrente». Zafón considera humorísticas estas intervenciones.
Pág.350: La víctima de la paliza ya está pellizcándole el culo a la enfermera. Manidos culos de enfermeras aparte, el lector se imagina que será necesaria esta curación milagrosa para la continuación del relato.
Ibídem: ¿Qué será un «narizón incolumne»?
Ibídem: Sempere a su amigo Fermín, víctima de una paliza: «se le ve hecho una mierda». Eso, eso, remátalo, piensa el lector.
Pág.351: «Esto parece el rapto del serrallo», culturalismo de todo a cien.
Pág.352: Nueva comparación al tuntún: «La Bernarda roncaba como un becerrillo».
Pág.353: Fermín es tan ocurrente que algunas de sus intervenciones trascienden el sentido común.
Pág.354: «¿Y mientras tanto usted qué piensa hacer, doctor Freud?», no, Zafón: «Y, mientras tanto, usted ¿qué piensa hacer, doctor Freud?».
Pág.355: El fin de capítulo es un potaje sensiblero, con besito incluido, que nada tiene que ver con el capítulo en sí. Se trata del caramelito que compensa los sinsabores leídos hasta el momento. Claramente, permite al lector de bestsellers cerrar el libro y echarse a dormir.
Capítulo 34.
Pág.356: «Dibujaba su piel desnuda bajo mis manos». Tanto adivinar, tanto sugerir, tanto dibujar, etc... al final dan por resultado que apenas se entiende lo que Zafón dice.
Ibídem: «su aliento a pan dulce» es una estupenda forma de evocar el aliento de una mujer, otra sería mencionar un bocadillo de chorizo.
Ibídem: «recordando con precisión cartográfica los pliegues de su cuerpo», ¿puede haber algo menos erótico que la cartografía para evocar el cuerpo femenino?
Ibídem: «el brillo de mi saliva en sus labios», repugnante. En fin, al menos sólo es saliva.
Ibídem: «Aquella línea de vello rubio [...] que le descendía por el vientre [¡qué peluda sería la tía!] y a la que mi amigo Fermín, en sus improvisadas conferencias sobre logística carnal, se refería como “el caminito de Jerez”». Aparte de que Zafón no sabe lo que significa logística, y aparte también de lo estúpido e inapropiado de la expresión, ¿puede existir una forma más chorruna para culminar una pretendida evocación del cuerpo femenino? Es en estos momentos, en los que se requiere sacar las piernas del fango de lo vulgar, cuando Zafón fracasa más estrepitosamente y demuestra de modo más manifiesto su impotencia narrativa.
Ibídem: «Probé a ordenar los recibos del mes, pero el sonido de los fajos de papel me recordaba el roce de la ropa interior deslizándose por las caderas y los muslos pálidos de doña Beatriz Aguilar, hermana de mi íntimo amigo de la infancia»; nueva comparación tontaina más un remate chorruno y funcionarial.
Ibídem: «Mi mejor amigo se había dejado varias costillas [...] y mi primer pensamiento era para el cierre de un sujetador». No, el primero ha sido para su piel desnuda. ¡Si está en la misma página!
Ibídem: ¿Qué es tener «planta de caliqueño retorcido»?
Pág.357: Tal como se preveía, Fermín se ha recuperado de la brutal paliza (sólo cojea un poco y se mueve mal) puesto que su curación milagrosa era necesaria para el avance del relato. Pero, Zafón, ¿no podías haber dejado dos o tres días de descanso?
Ibídem: Escribir «nuestras protestas cayeron en saco roto» es tan original como tirarse un cuesco y señalar al de enfrente.
Ibídem: «se armó de un trapo y una botella de alcohol», hace pensar, más que en hacer la limpieza, en un cóctel molotov.
Ibídem: Zafón se inventa un título y su autor: «Fulgencio Capón». He repetido el chiste a mi portero, quien, inexplicablemente, no se ha reído. Pues es muy gracioso: se llama Fulgencio, un nombre raro y atípico; y se apellida Capón, ¿estará capado? Mi portero es un aguafiestas, pero yo me he reído tan alto que he roto las ventanas de mi casa.
Ibídem: Y dale con el «diablillo cojuelo».
Pág.358: Juro al navegante que no me invento nada: «Un comprador [...] entró a preguntar si teníamos algún libro de Zorrilla, convencido de que se trataba de una crónica en torno a las aventuras de una furcia de corta edad en el Madrid de los Austrias». Imagino a José Manuel Lara sentado en un sofá, leyendo esta ocurrencia y sufriendo un repentino ataque de hilaridad, enrojeciendo y llegando a patalear entre carcajadas. Imagino a todos los críticos de los periódicos que tanto han aplaudido este libraco sufriendo accesos de descojone parecidos. Imagino a Stephen King riendo a carcajada limpia por genialidades como aquesta, ¡y había quien pensaba que la «auténtica novela gótica» había muerto! Tal como dice el periódico El Mundo, «Carlos Ruiz Zafón es un ferviente militante antibanalización». Su especialidad es la trascendencia.
Ibídem: Leído lo anterior, el lector se pregunta cómo conseguirá el Grupo Planeta reseñas positivas para semejante conjunto de memeces. O, lo que es lo mismo, cuánto le cuesta en publicidad o en especie.
Ibídem: «pliegues de una neblina violácea». Otro pliegue y otra neblina.
Pág.359: «sentí el aliento de la casa [...], un vahído a madera», vahído, Zafón, no significa eso que tú crees, significa desvanecimiento.
Ibídem: «Una burbuja de color cobre prendió en mis manos», nótese la reiterada aparición del cobre. ¿Poseerá Zafón una mina del susodicho metal?
Ibídem: «contornos danzantes de muros tramados de lágrimas de humedad», de-de-de rebuscado y casi ininteligible.
Ibídem: Zafón cree que «un halo de luz de ámbar que flotaba en el aire como una telaraña atrapada entre mantos de negrura impenetrable» es una expresión que puede producir algún tipo de imagen en la mente del lector. Se equivoca: más bien produce un KO técnico de la mente en cuestión.
Ibídem: «el frío y la penumbra comenzaban a adormecerme», extraño, si se tiene en cuenta que lo que adormece es la calidez y que el frío más bien despierta. Quizá lo que le daba sueño era la centésima penumbra de la nivola.
Pág.360: «aquel par de mantas que ahora tiritaban frente a la chimenea», reseño esto por no estar mal del todo.
Ibídem: A la busca de una caldera: «Mis nociones de literatura victoriana me sugerían que lo más razonable era iniciar la búsqueda por el sótano». Además de pedantuesco, es muy cateto: ¿dónde se iba a situar la caldera en un gigantesco edificio? ¿En el desván?
Ibídem: Recuerdo al navegante que omito las comas faltantes y sobrantes.
Ibídem: El protagonista describe y abandona una misteriosa puerta a la que, según mis nociones de literatura congoleña, volverá dentro de un cierto número de páginas.
Pág.361: Leyendo «una escalera que descendía en picado hacia una balsa de oscuridad» y «la mirada caída en el pozo de oscuridad» el lector nota un curioso parecido.
Ibídem: Sigue una oración en itálicas de otra cosa que Zafón cree que es literatura: quince líneas sin poner un solo punto.
Págs.361-362: Tras decir «la vela apenas conseguía robarle unos centímetros a la oscuridad», va y suelta una descripción de todo el pasillo, de la sala en la que termina y de una silueta que aguarda en esta. Sin duda se trata de una vela láser, que modifica su alcance según Zafón requiera de negruras misteriosas o de súbitas revelaciones.
Pág.362: «mis lecturas victorianas salieron al rescate», una pena que no lo hiciesen acompañadas de varias lecciones de física.
Ibídem: Los maniquíes amontonados son un recurso manido en el género del misterio.
Pág.363: Habiendo bajado a por leña, el protagonista se pone a «llenar la caldera de pedazos de carbón y madera y rociarlos con un buen baño de queroseno». El lector se maravilla ante la posibilidad de que Sempere pueda incendiar la casa.
Ibídem: El protagonista no se toma en serio a sí mismo: «mis proezas de lampista».
Pág.364: Nueva autoburla, encontrado Sempere por Bea: «palpando las baldosas de un baño como un imbécil con la sonrisa bobalicona del asno flautista estampada en la cara». Más allá de este culturalismo de la fábula del asno flautista(qué gracioso es pensar a Zafón en el papel del cuadrúpedo), comprobar la activo de una caldera no tiene nada de imbécil, pero Zafón insiste en «desmitificar» su novela introduciendo estas chorradas. Cree que, cuanto más imbécil es algo o alguien, más gusta. Quizá, Zafón, pero ¿a quién?
Ibídem: Sempere define el aducir lo activo de la calefacción del baño como un «argumento [...] climatológico». ¿Qué será para Zafón un argumento calefactor?
Pág.365: Comienza, según el Sunday Times, la escritura sublime: «tomé sus pezones entre los dedos y los pellizqué embobado». Si esto sigue cuesta abajo, pronto Sempere estará arreando a su amada cipotazos en la cara.
Ibídem: En pleno cunnilingus, se ponen a hablar de Clara Barceló.
Ibídem: Sempere está «convencido ya de que el canibalismo era la encarnación suprema de la sabiduría». Es lo mismo que piensa Hannibal Lecter.
Pág.366: «la tiniebla azul que reptaba», «fauces de sombra», «el umbral de la oscuridad». Según parece, lo que Stephen King considera novela gótica tan sólo es una sucesión de nieblas y negruras (con algún que otro rechupeteo).
Pág.367: Era evidente: ahora la misteriosa puerta labrada está entornada.
Ibídem: «el aliento frío del viento», cacofonía.
Ibídem: Leyendo «Se adivinaban peldaños de mármol descendiendo hacia la negrura» el lector advierte que esta escalera es como la anterior, sólo que, en lugar de «balsa de oscuridad», hay simplemente «negrura».
Ibídem: Zafón, por cierto, llama a la escalera «escalinata», porque desconoce qué tiene de particular una escalinata respecto a una escalera. Tal como el lector avispado imagina, escalinata es, según la herramienta de sinónimos del Microsoft Word, el primer sinónimo sugerido para «escalera». Al parecer, estas palabras que Zafón no sabe utilizar le son sugeridas por Clippo, la famosa mascota del Microsoft Office, quien, supongo, debería cobrar un porcentaje de los beneficios.
Ibídem: Nueva intensificación de la vela láser, que, desde la cima de la «escalinata» de la cual antes apenas «Se adivinaban peldaños de mármol descendiendo hacia la negrura», ahora es capaz de iluminar una sala rectangular cubierta de crucifijos.
Tal como narra Zafón, la vela sigue «en lo alto», pero el lector comprende que Zafón-Sempere no tiene ni idea, pues la vela tiene que estar en manos de Sempere para que se vean estas cosas.
Ibídem: «El frío [...] cortaba la respiración», y supongo que helaba la sangre y arrugaba el escroto.
Pág.369: Nueva inconsecuencia: el protagonista advierte la ceniza en sus manos, pero afirma que sus lágrimas son ocultadas por «el manto de sombra de la noche».
Capítulo 35.
Pág.371: «me entró una ñoña» es como se refiere Fermín al sueño.
Pág.372: Nueva tontería: Sempere, creyéndose acunado por el rumor del mar, comprende que lo acunan los ronquidos de Fermín. Zafón es incapaz de tomarse en serio lo que escribe.
Ibídem: Peor aún: tras haberse llevado el susto padre en la casa y haber salido la pornográfica pareja huyendo despavoridos y sin terminar sus guarrerías, afirma Sempere: «En toda mi vida no he dormido mejor ni más profundamente que aquella noche». Es lo que a cualquiera le pasaría si, pillado en acto de fornicación con su amada, se pusiera a investigar un viejo caserón, encontrando una cripta con dos ataúdes y una voz de ultratumba que le pega un susto morrocotudo.
Ibídem: «amaneció lloviendo a cántaros» es tan original como un infante deglutiendo su moco.
Ibídem: «Salté a contestar [...] con el corazón en el gaznate», esta curiosa y original expresión sugiere que Sempere, antes ya autodeclarado caníbal, se hallaba en plena pitanza.
Pág.373: «intentaba capturar el sueño», deformación del lugar común «conciliar el sueño», terriblemente mala, en cuanto que siempre es el sueño el que captura al soñante, quien, como mucho, se entrega.
Ibídem: Sempere-Zafón va y nos suelta, al final del capítulo, así sin venir a cuento: «En siete días estaría muerto». El lector admira impaciente su calendario.
Capítulo 36.
Pág.374: «no había ni rastro de Bea». No sabía el lector que Bea dejara un rastro, cual caracol o babosa.
Ibídem: Zafón se refiere a un corrillo de alumnas universitarias como «congregación».
Pág.375: Ahora se refiere al corrillo como «comando» y va adjudicando cargos militares a cada una. No es mal recurso, pero no resulta adecuado para una nivola que se dice de misterio. Además, Zafón lo exagera.
Pág.376: «Querido, si dios hubiera querido darme caderas más anchas, hasta le podría haber parido», ni siquiera en un diálogo con el chalado de Fermín se permite algo como querido-querido-parido. Un personaje tontaina no es excusa para no enmendar fallos tan flagrantes.
Ibídem: No es «in mentis» sino «in mente». ¿Comprendes, Zafonus?
Ibídem: Es Sempere quien habla ahora: «financiar la visita al suntuoso harén de las ninfas mesetarias». Esta grandilocuencia gilipuertense le parece muy graciosa a Zafón. El lector comprende que ésta, como tantas otras tonterías que suelta Fermín, tendrían quizá un triste apoyo si esto fuera un serial televisivo con risas empotradas (recuerde el navegante que Zafón fue guionista). Zafón ha afirmado que la mejor narrativa, de la literatura de calidad, se hace en televisión, y he aquí el resultado cuando él saca la suya de la caja tonta: que le faltan las risas empotradas para que el lector sepa cuando tiene que reírse.
Págs.380-381: La manera en que se chulea a la policía en plena dictadura franquista es simplemente gilipuertas. Esta vez un camarero se presta a tomarle el pelo a un miembro de la policía porque se lo pide un cliente. Hablamos además de un cliente -Fermín- cuyo apaleamiento se nos ha descrito hace varias páginas. Es inconsecuente con los hechos de esta nivola y también con la situación de la época.
Pág.382: Recuerdo al navegante que no estoy reseñando cada memez existente en las intervenciones de Fermín.
Págs.383-384: Fermín cuenta como fue torturado tras la Guerra Civil, pero utilizando un registro que, incluso ahora, raya en el de telecomedia. Tal y como la violación (y posterior muerte) de hace bastantes páginas, que Zafón tampoco fue capaz de abordar con la gravedad que la situación requería. El lector comprende que este Fermín no es un personaje, no es un ser humano: ¡ningún torturado hablaría así de tal experiencia!
Ibídem: Peor aún: Zafón no sabe cómo continuar la historia del torturado y nos suelta que, tras una guerra civil, éste, abandonado en un callejón, «desnudo y con la piel quemada», es rescatado: «Una buena mujer me metió en su casa y me cuidó durante dos meses». ¡Pues sí que era buena!
Otrosí: En esta novela los taxistas recogen clientes a los que se ha dado una paliza y remojado en orina abundante, los camareros chulean a miembros de la policía porque se lo pide un cliente y los desconocidos albergan en su casa a hombres desnudos con la piel quemada por torturas: esto va más allá de lo meramente gilipuertas. Se trata de un nuevo nivel de subnormalidad, sólo accesible tras años de duro entrenamiento en las más altas montañas de tontolandia.
Señores críticos, señores de los medios de comunicación: ¿esto es lo que juzgan como bueno? ¿Para ustedes la vida sólo es mentir y cobrar un sueldo? ¿No conocen nada más valioso?
Capítulo 37.
Pág.387: «se tragó ambos bulos hasta el tobillo», Zafón ha inventado el bulo con patas. La crítica rompe en aplausos, los medios de comunicación zozobran orgásmicos.
Pág.388: Inciso chorruno para romper la tensión (lo que Zafón perpetra cada vez que la trama le obliga a una cierta seriedad), mencionando un programa de radio.
Ibídem: «El orificio de la mirilla se iluminó en una lágrima de luz». El lector recuerda que antes ya se han mencionado «lágrimas de humedad».
Pág.389: «tenía la consistencia y la debilidad de un espejismo: no se cuestiona su veracidad, sencillamente se le [lo] sigue hasta que se desvanece o te destruye». Tal conocimiento presupone que Zafón-Sempere, enfrentado al presunto espejismo de una picadora de carne humana a lo The Wall, de Pink Floyd, sencillamente lo seguiría hasta que se desvaneciese o lo transformase en una salchicha con gafas.
Ibídem: «angosto salón de penumbras», descripción equivalente a una de las dos escaleras mentadas hace varias páginas. Zafón sobreutiliza la fórmula adjetivo + sustantivo + sintagma oscurantoide.
Ibídem: «lápices alineados como un accidente de simetría»; Zafón: precisamente el que estén alineados excluye cualquier «accidente» de simetría.
Ibídem: «la encontré reiterándose en las sombras», Pregunta: ¿qué respondería Zafón si le preguntáramos por el significado de «reiterarse en las sombras»? Respuesta: «¡tonto el último!».
Pág.390: «un hombre cuyo único propósito es borrar cualquier huella de la existencia de Julián Carax, que quema sus libros»; Zafón cree que haber dicho que es el hombre quien quema los libros de Carax, pero en realidad ha dicho que lo hace el propio Carax.
Pág.391: No se nos dice, se nos insinúa, pero la nueva payasada de Fermín consiste en, para pasar desapercibido, disfrazarse de cura con misal y rosario. Igualito que James Bond.
Capítulo 39.
Pág.392: «El sobre era blanco y rectangular, como una lápida»; he de reconocer que, de no leer a Zafón, jamás se me habría ocurrido la idea de que un sobre se parezca a una lápida. Zafón: echa un vistazo a tu correo: ¿no has notado que la mayoría de los sobres se extienden horizontalmente mientras que las lápidas lo hacen de modo vertical? Otrosí: no todas las lápidas son blancas, ¡ni tampoco rectangulares!
Ibídem: Según The Observer, esto es sofisticado: «pulverizarme los pocos ánimos».
Págs.392-393: «Dos meses. Ocho semanas. Sesenta días.», por ahora va bien, piensa el lector, «Siempre podría dividir el tiempo hasta segundos y obtener así una cifra kilométrica». 60 días x 24 horas x 60 minutos x 60 segundos = 5.184.000 segundos. Zafón mismo lo calcula, pero esto no es kilométrico ni para David el gnomo.
Pág.392: «un bastón de marfil [...] que blandía como una mitra cardenalicia», se ve que le ha sonado bien eso de «mitra cardenalicia», pero Zafón no sabe lo que es una mitra, ni tampoco que no se blande.
Pág.397: A un funcionario de la morgue municipal se le ocurre insinuar a la policía que a lo mejor saben bien de quién es un cierto cadáver a identificar. Al menos la policía le contesta y lo acojona, porque esto ya es un pitorreo.
Capítulo 40.
Pág.399: Fragmento de uno de los frecuentes diálogos: «se te ve muy guapo, hecho todo un hombre. –Tomo muchas vitaminas». Típico chiste de novela gótica.
Pág.400: «Tragué saliva con la consistencia de cemento armado»; temo que, cuando tal sucede, no estemos hablando de saliva precisamente.
Ibídem: «me mordí la lengua. Sabía a veneno»; la boca de este chico es un parque de atracciones o un laboratorio de química.
Ibídem: «Medió otro silencio, de aquellos en los que crecen las canas a traición»; tal propiedad del silencio no era conocida hasta la publicación de este producto, sin embargo, sigue desconociéndose qué es una cana crecida a traición y qué cualidades la diferencian de una cana brotada con lealtad.
Pág.401: «atrincherados en la cháchara». Zafón debe tener una mente infantil para no percibir errores como este.
Ibídem: Algo en esto no me gusta: «pasos repiqueteando».
Págs.401-402: «una nueva andanada de golpes hicieron tambalearse la puerta», hizo.
Pág.402: «alzó la rejilla de la mirilla», illa-illa, afirmo.
Ibídem: El padre de Sempere intenta detener al inspector cuando éste va a entrar en la vivienda de aquel y su hijo. Esta dictadura es poco creíble. A estas páginas ya estaban todos contra el paredón y diciendo «patata».
Ibídem: «tenía los ojos inyectados en sangre», pues que ojos tan originales.
Pág.404: Nueva actitud típica de dictadura: el padre de Sempere al inspector Fumero: «Se va usted a acordar de esto». Me sorprende que no le partan la cara.
Ibídem: Sorprende también que los vecinos no sólo escuchen, sino que espíen con la puerta abierta y todo, ¿no tienen miedo de que a alguno le den el paseíllo?
Ibídem: Los policías se van, «como marea envenenada, dejando un rastro de miedo y negrura». La verdad es que Zafón anda corto de vocabulario: de veneno parece que tiene varias bombonas y la negrura, en fin, parece congénita.
Pág.405: «fue asaltada sin razón aparente por el indigente», ente-ente.
Capítulo 41.
Pág.408: «Me entregué a la lluvia helada sin rumbo fijo», la lluvia suele tener un claro rumbo vertical o cuasivertical.
Ibídem: Zafón no es consciente de que pretender ser original y escribir «con la mirada caída» en lugar de «baja» resulta pedestre.
Pág.409: Nueva prueba de la inexistencia de un corrector: «Una muralla de tráfico de deslizó entre nosotros».
Pág.410: «Cecilia, que apenas era un susto perpetuamente cosido a un delantal». Esta comparación trasciende lo pedestre y habita lo subterráneo.
Págs.410-411: ¿Por qué la doncella abre vela en mano a Sempere? ¿Y por qué luego lo deja a oscuras en el recibidor? Mis nociones de literatura zafoniana me indican que para ahorrarse unas pesetillas de luz.
Pág.411: Zafón no es muy bueno calificando: «Se me deshizo la sonrisa de trapo».
Ibídem: Cuando Zafón dice «me arrastré escaleras abajo» quiere decir otra cosa, solo que no se da cuenta y nos describe el reptar de un beodo.
Ibídem: En la línea siguiente: «me alejé calle abajo». Menos mal que no puede seguir bajando porque, si no, volvería a repetirlo de nuevo.
Capítulo 42.
Pág.412: Leyendo «dos pintores entarimados en un andamio» es fácil deducir qué entiende Zafón por entarimar. Ha utilizado un prefijo pero, el efecto, por ambiguo, es cómico sin que él lo pretenda. Hace pensar en un par de pinochos.
Págs.412-413: Es poco inteligente que un mendigo acusado de haber cometido un asesinato mientras vestía de cura, se comunique con Sempere a través de su misal. Pero aún lo es menos que, por mucho que lo entregue el relojero en una bolsita, el policía de guardia lo mire «con vago interés».
Pág.413: Escribe Zafón «en caligrafía diminuta que tuve que sostener al trasluz para poder descifrar», pero teme el lector que lo diminuto no se atenúe al trasluz. Para esto casos se utiliza una lupa o un microscopio electrónico.
Pág.414: Créalo el lector: la notita está escrita en un envoltorio de «caramelo Sugus». Una de dos: o bien ha habido untamiento de por medio, o Zafón es adicto a este tipo de caramelos y los cita en cuanto le viene el mono.
Ibídem: Chiste imbécil a costa del «Premio de la Crítica», el cual, por supuesto, Zafón no espera ganar.
Ibídem: Tras haber leído Sempere la nota, ahora sí que se interesa el policía por el misal, pero estos falsos personajes siempre hacen el tonto primero, para que los protagonistas se salgan con la suya. Seguro que Zafón, cuando se le ocurren estas prestidigitaciones dignas de un manco hasta los dos hombros, se siente espiritualmente elevado.
Ibídem: El policía vuelve a hacer el tonto, pese a que Sempere finja haber estado leyendo el misal en el retrete.
Pág.415: «me enfundé un pijama grueso y una bata que había sido de mi abuelo», ¿y qué importa cuál haya sido el propietario original de la bata, Zafón? ¿Es que acaso va a reclamarla?
Ibídem: «me abandoné a la penumbra», las continuas menciones a penumbras, oscuridades y negruras, son cada vez más reiterativas. Cada vez que haya un apagón, Zafón se lo debe pasar de miedo.
Ibídem: «un atisbo espectral que se cernía sobre torres y tejados, sosteniendo en sus hilos negros cientos de pequeños ataúdes blancos que dejaban a su paso un rastro de flores negras, en cuyos pétalos, escrito en sangre, se leía escrito el nombre de»; pobre recurso de relleno, que Zafón excusa en el típico sueño, imagine el lector a un pensante Zafón: «esto es una chorrada, ¿lo mejoro?, ¡bah!, ¡no hace falta! Es un sueño». Note el lector: «hilos negros», «ataúdes blancos», «flores negras». Resulta patético.
Ibídem: Leyendo acerca de un quiosco que «navegaba frente a la bocana de la calle», al lector se le ilumina el rostro: quizá aparezca un tiburón y se zampe a Sempere.
Pág.416: «supe [...] que siempre llevaría su recuerdo en el roce de un extraño», que algo se entienda no significa que esté bien escrito.
Capítulo 43.
Pág.416: «ángeles ígneos», Zafón: no todo lo que suena «curioso» es biensonante.
Ibídem: Por desgracia, Zafón sigue describiendo: «estatuas de piedra putrefacta». Espero que pronto comience un diálogo.
Pág.417: «podía sentir el frío, el vacío y la furia de aquel lugar», algo estupendo, si no fuera porque se trata de un cementerio.
Ibídem: Malsonancia: «cielo de ceniza». Es el segundo cielo de ceniza. El vocabulario de Zafón es inferior al de una ameba.
Pág.419: Cómica expresión de Sempere: «este coche huele a muerto», pues menudo tufo.
Capítulo 44.
Pág.422: Es ya el segundo padre del que se nos habla y que está destrozado por la muerte de un hijo. Veo venganza en ello: creo que Zafón no ha superado el complejo de Edipo.
Ibídem: «la voz del anciano [...] sonaba casi tan vieja como su mirada», como no se colgase unas castañuelas en las pestañas...
Pág.423: Pregunta: ¿Qué le dice el comprensivo Sempere a un padre que ha perdido el hijo y necesita que le escuchen? Respuesta: «ha bebido usted como un cosaco y no sabe lo que dice». Resulta chorruno que Zafón reviente este tipo de escenas porque no sea capaz de contener la llamarada de gilitonteces que le brota de su estómago. Historia del rey Zafón: Érase un autor que, todo lo que tocaba, lo convertía en pollez.
Pág.424: «Decía que quería ser escritora y redactar enciclopedias y tratados de historia y filosofía», ¡Arturo Pérez Reverte!
Pág.425: Nuevo momento tierno padre-hijo para rematar el capítulo y esta parte del libro. Ya se ha utilizado este recurso para que el lector de bestsellers apague la luz y duerma tranquilo.
1933-1955. Capítulo 1.
Pág.427: Algo positivo: Zafón varía de recurso (debería haberlo hecho antes) para hablar sobre Julián Carax: comienzan las cien páginas del manuscrito de Nuria Monfort.
Págs.427-428: Un poco tontuela y manida la mención a los fracasos de ventas que son «buena literatura». Hermann Hesse, por ejemplo, vendía libros y fue muy conocido. De la inversión de este mismo cliché ha querido librarse Zafón.
Pág.429: Según se nos cuenta, Miquel Moliner sufraga las ediciones de los libros de Carax y la editorial hace dinero sólo editándolos y guardándolos en un almacén. Se nos dice que Miquel pretende así ayudar a Carax, cuando lo que consigue es justamente lo contrario: es el caso de la famosa subvención que, como no hay que rentabilizar, no supone incentivo alguno para el editor, que ya gana dinero con almacenar los libros. Es el mismo caso que el de algunas películas del cine español. Zafón no lo comprende pero su Miquel está hundiendo a Carax.
Pág.430: «huía de ella como de la peste».
Ibídem: Miquel a Nuria: «Estás enamorada de Julián, pero no lo sabes todavía», lo cual resulta curioso, dado que ésta no lo conoce. Es la típica soplagaitez de autor listillo que ya ha pensado la próxima página; no hay motivo alguno para que Miquel piense tal cosa.
Ibídem: Graciosísimo título del próximo libro de Carax: «El ladrón de catedrales». Le sugiero uno aún más atrevido: «Andrés, el ladrón cuadrúpedo de catedrales».
Pág.431: Así narra Nuria Monfort, que desde pequeña quería escribir: «El otoño había llegado a París a traición y la estación» ción-ción. El lector recuerda que ya antes ha caído una noche a traición, pero cuando narraba Sempere. Como Zafón es un escribidor de pacotilla, Nuria Monfort narra igual que Sempere.
Págs.431-432: Novedoso recurso literario: «Julián Carax tenía la sonrisa más bonita del mundo». ¡La crítica se maravilla! ¡Los medios se congratulan!
Pág.432: «con más empeño que maña».
Ibídem: La mención a las sábanas de Carax «con dibujos de dragones y castillos» me recuerda al dragón zafoniano que deambula junto al nombre del autor. Es posible que esto sea un pasaje autobiográfico y que Zafón duerma con sábanas como aquestas.
Ibídem: «el felino me observaba con recelo a los pies de su dueño», ¿qué hacía Nuria Monfort tan pronto a los pies de Carax? Zafoncete, ¡hay que saber colocar las palabras!
Ibídem: «relamiéndose las garras», le quedaría fina la lengua al minino.
Ibídem: «Conté dos sillas, una percha y poco más. Lo demás», más-más.
Ibídem: Gran sorpresa: el cuarto de Carax está amurallado de libros «del suelo hasta el techo, en dos capas», Zafón ha exagerado tanto que resulta tontuno. Quizá creyó que con una sola «capa» de libros no le habría quedado claro al lector.
Pág.433: «Julián negó y el gato imitó su gesto», ¡este gato es un prodigio! Seguro que hasta toca el piano y escribe las novelas de Carax.
Ibídem: «un anciano ilusionista que leía las líneas de la mano a las señoritas a cambio de un beso», lo que se dice un ligón en paro.
Ibídem: Nuevo prodigio gatuno: «negué con la cabeza. El gano negó a su vez». Este gato acaba hablando, piensa el lector.
Ibídem: «Desayunamos en la balaustrada. Julián hablaba sin cesar pero rehuía mi mirada»; ada-ada.
Ibídem: «se había afeitado y enfundado [...] su único atuendo», ¿por qué se habría afeitado su único atuendo? ¿Le habría crecido el terciopelo líquido?
Págs.435-436: ¿Cómo se descubrió al escritor Carax? Lo típico: una prostituta se lo encontró borracho perdido y con unas páginas dobladas. Las leyó, hizo una evaluación editorial positiva y decidió llevarse al borracho a casa y promocionarlo. Igualito que en Planeta.
Pág.436: Carax toca el piano ante «quince putillas adolescentes», referirse a unas prostitutas de esta manera, que encima se pretende graciosa, es una vulgaridad pedestre. Es también irrespetuoso con unas pobres adolescentes que quizá no pudieron aspirar a algo mejor. El lector recuerda a la joven prostituta de Crimen y Castigo, y se alegra de que no haya caído en las aputilladoras manos de Zafón.
Pág.437: La prostituta Irene, a Carax, «le vestía y lo sacaba de casa para que le diese el sol y el aire», lo expresa como si sacara a pasear a un chucho con su abriguito.
Ibídem: Zafón dice de Irene que «le mantenía vivo sin pedirle otra cosa a cambio que su amistad», pero antes nos ha explicado que Carax trabajaba tocando el piano en el burdel y que con ello se ganaba «un sueldo, un techo y dos comidas calientes al día» (Pág.436), así que alguna que otra cosilla, aparte de su amistad, sí que le pedía. Planeta no contrató a un corrector para leer este libro.
Pág.438: La referencia a una pluma comprada para Carax concuerda bien con la de aquella otra comprada para Sempere por su padre (y que probablemente es la misma), hay también una analogía entre parte de la vida de Carax, quien hace un amigo y se enamora de su hermana, y la de Sempere, a quien sucede lo mismo. También Carax iba a ser enviado al ejército y Sempere ha recibido la carta para ser reclutado. El problema de esta historia es que todo está rodeado por una intensa neblina de cuesco y chorrez.
Capítulo 2.
Pág.440: Al leer «-Lo difícil no es ganar dinero [...] Lo difícil es ganarlo haciendo algo a lo que valga la pena dedicarle la vida» el lector queda gratamente sorprendido, entonces sigue leyendo lo que piensa Nuria Monfort: «Sospeché que estaba empezando a beber a escondidas». Cada vez que la mente de Zafón produce un pasaje decente, su trasero compensa este error emitiendo un reventón de neumático.
Pág.441: Nuria afirma que Miquel le propuso matrimonio. El lector no ha leído tal, sino sólo un declaración de amor.
Ibídem: «la verdad me haría libre», ¡bíblico!
Págs.441-442: La aventura Nuria-Miquel se solventa a toda velocidad en un par de páginas. Se ve que a Zafón le interesó ir rápido al grano y utilizó esta historia sólo como puente. No sólo se nota demasiado, sino que quizá hubiera merecido la pena profundizar.
Pág.448: «una habitación encharcada de sombras y humedad», sería la sombra de Aquaman.
Ibídem: Tras varias páginas de un relato (más que novela, al ser una pura enumeración de hechos) con una historia que tiene su atractivo, aunque esté salpicada de gilipuerteces innúmeras, el final de este capítulo dos la proyecta hacia la telenovela.
Capítulo 3.
Pág.449: A Sophie Carax «Benarens había decidido acogerla con los brazos, y las gónadas, abiertos y a toda vela». Nada como un buen par de testículos abiertos para retomar el tono de esta gran obra. Aunque el lector piense mal, es obvio que Zafón utiliza la bella imagen de unas gónadas abiertas para capturar el doble de viento al ponerlas «a toda vela». Sin embargo, resulta sorprendente que fuese el hombre el que efectuase una apertura genital; imagine el navegante a Sophie Carax: «Hey, nene, ábrete de gónadas». Imagine a la crítica aplaudiendo esta apertura de gónadas que atrapa el viento.
Ibídem: «que las hijas de familias asentadas [...] fueran salpicadas con el don de la música de salón», on-on aparte, ni que fuese una salsa.
Ibídem: «la infancia hostil de la aristocracia la esperaba para burlarse de su acento, su timidez o su condición de sirvienta, pentagrama más o menos», extraño remate de significado incógnito.
Ibídem: Desafortunada expresión: «hacerle la corte a cualquier precio». Eso no es hacer la corte, Zafón: es fomentar la prostitución.
Pág.451: A estas alturas de la historia, utilizar la expresión «belleza cegadora» en algo que se pretenda una novela, no sube nota, Zafón: resta puntos.
Ibídem: «atributos que las malas lenguas daban por verídicos», un atributo no puede ser verídico, en todo caso, será cierto; los que podrían haber sido verídicos son los rumores que sobre ellos pregonaban.
Ibídem: «una cosa era el lecho y otra el hecho», filosofía de cama.
Ibídem: Prosigue la vulgaridad y el prosaísmo: «Aldaya tenía ojos de lobo, hambrientos y afilados», «dentellada mortal de necesidad», «sonrisa canina».
Ibídem: «ese anémico desprecio que despiertan las cosas que más deseamos sin saberlo», como las cacas de perro, que Freudzafón nos explica que deseamos sin saberlo.
Ibídem: «urdía una burda». Zafón ya ha tenido antes este problema con el verbo urdir.
Pág.452: Tras haber huido despavorida de él, es inexplicable la mansedumbre de Sophie para con Ricardo Aldaya.
Ibídem: Y todavía la vuelve Zafón más absurda cuando habla de que el sombrerero «no veía las marcas sobre la piel, los cortes ni las quemaduras que salpicaban su cuerpo». Pregunta: ¿Por qué volverá esta chica a quedar con semejante desaprensivo? Respuesta: Por un motivo que a Zafón no le apetecía desarrollar. ¡Pues precisamente este motivo merecía la pena desarrollarlo!
Ibídem: Note el lector la reaparición del verbo «salpicar». Presumo que, el día que Zafón escribió estas páginas, se le cayó una salsera o se masturbó con descuido.
Capítulo 4.
Pág.454: «Julián, que tenía alma de poeta y por tanto de asesino». Según parece, cuando Zafón era pequeñito, un poeta asesinó y se comió a su hámster.
Pág.455: «el universo entero prendió en llamas», literatura doméstica.
Págs.455-456: «Ya por entonces [...] Ya por entonces [...]».
Pág.456: «Si un medico hubiera [...] Si un médico hubiese [...] Si un médico hubiera». Zafón cree que estas repeticiones dotan de solemnidad a lo que escribe.
Pág.457: Una muestra del poder metafórico zafoniano: «era el fuego que se la comía por dentro», «la fortuna [...] se deshacía en castillos de arena».
Ibídem: «bandada de tiburones», aunque correcto, no resulta apropiado: asemeja los tiburones a una bandada de pájaros.
Pág.458: El suicido de Ricardo Aldaya es tan extravagante que resulta cómico.
Capítulo 5.
Pág.458: Este capítulo está en itálicas, pese a formar parte de los escritos de Nuria Monfort. Aunque hable de lo que a ella le hayan contado, las itálicas son innecesarias.
Pág.460: El que Jorge Aldaya exprese «Allí hasta los mosquitos son unos hijos de puta», perturba al asesino a sueldo Fumero porque «Él sentía veneración por los mosquitos y los insectos en general. Admiraba su disciplina, su fortaleza y su organización». Generalización absurda, pues no todos los insectos forman estructuras organizativas, y menos aún los mosquitos. En cuanto a su fortaleza, justo es recordar a la Hormiga Atómica.
Ibídem: Catetez imperdonable: «Sus especimenes predilectos eran los arácnidos», ¡los arácnidos no son insectos! ¡Haber dicho artrópodos, hombre!
Ibídem: Y todavía sigue, tras perorar sobre las telas de araña: «la sociedad civil tenía mucho que aprender de los insectos», empezando por aprender lo que es un insecto y lo que no lo es.
Pág.461: «Durán se había precipitado cinco pisos por un tragaluz, estrellándose en un clavel de vísceras». «¿Qué mejor que una flor tan bella como el clavel para describir un el reventón de un aparato digestivo?», debió de pensar Zafón. Otrosí: son necesarios muchos más de cinco pisos para que una colisión afecte hasta tal punto al vientre de un hombre. Por lo pronto, se requiere un mínimo ocho para provocar la muerte.
Ibídem: Pensando Fumero en apuñalar a Jorge Aldaya, «Decidió aplazar la vivisección». Zafón utiliza las palabras sin preguntarse si son adecuadas o no al contexto y a lo que quiere describir; una mínima, minúscula relación (cuchillo>bisturí>vivisección) le basta para justificarse y ser autoindulgente con lo que ha escrito. Según parece, cuando escribió esta página, Zafón debió de haber estado leyendo un manual de anatomía.
Pág.462: No está mal que Fumero se masturbe «furiosamente» pensando en penetrar con el cuchillo a Nuria Monfort «lenta y metódicamente», aunque quizá no sea muy original. Pero, ¿cómo sabe esto Nuria Monfort? ¿Lo leería en su blog?
Capítulo 6.
Pág.463: «un tugurio [...] que desprendía el color y el olor de un osario», ¿desprendía el color de un osario? Zafón se ha dejado llevar por ese color-olor, sin reparar en lo horrendo del desprendimiento de color.
Ibídem: ¿Por qué se casa Nuria Monfort con el moribundo Miquel? Parece sólo una acción gratuita a fin de añadir dramatismo a su muerte.
Ibídem: Descripción zafónica de Barcelona vista desde arriba: «una miniatura de nieblas». Sin duda esta oración nos promete un escritor (de lápidas).
Pág.464: «velado de sudor pese al frío que mordía hasta las piedras», las piedras no tienen ningún tipo de resistencia especial al frío, como sucede también con la madera o el metal.
Pág.465: «Empezaba a creer que Julián no era un hombre, era una enfermedad». Tras la coma, algo falta en esta oración: «que», «sino que», incluso substituirla por dos puntos sería mejor.
Ibídem: Para aumentar el dramatismo, el moribundo tuberculoso «Escribía [...] catorce o dieciséis horas al día». ¿Y por qué no veintiocho? Si algún día padezco tuberculosis espero conservarme igual de bien que este chico.
Pág.466: Miquel está «en Barcelona, respirando nubes de lejía y carbón».
Ibídem: «Ni él es un gato con nueve vidas», ¡los gatos españoles tienen siete vidas! Los que tienen nueve son los anglosajones. Espero que a Zafón no se le ocurra matar a su gato una octava vez.
Pág.465: Qué sorpresa, estamos en el año 1935. Es evidente que esta novela va a chupar del bote de la Guerra Civil.
Pág.468: Aldaya imagina a Carax «cabalgando en una fortuna que él había visto perder», pero Carax no va a «cabalgar» en la fortuna de Jorge Aldaya: lo hará en otra, en todo caso.
Pág.469: «sus pensamientos, que en tan exiguas carnes se le leían en el semblante cadavérico como palabras bajo el pellejo macilento». La redundante perorata pierde a Zafón: ¿sus pensamientos se leían «como palabras»? ¿las palabras se «leían» bajo el pellejo? Confundiendo literatura con rollo macabeo, hasta se reitera tres veces en lo flaco del personaje.
Ibídem: «le envenenó el corazón de rencor», «carbonizado de inquina», «corazón de hiel». Esto fue literatura cuando los dinosaurios dominaban la tierra.
Pág. 470: «proclamando a los vientos», «muerta de abandono», «volase la cara a tiros». Estas son las cipotadas por las que Zafón quizá se crea Dickens: expresiones pedestres que las más de las veces son meras transformaciones del habla popular (lo que es indicativo de la sequedad del manantial zafoniano). Varias de ellas se han utilizado ya antes, en su versión literal o «tuneada».
Capítulo 7.
Pág.471: «tiñendo una telaraña de sangre», artístico asesinato de imposible sangrado.
Pág.472: A un pelotón de fusilamiento se apunta todo cristo: «docenas de milicianos se unieron al festín» y «los cuerpos recibieron tantos balazos que se desplomaron en pedazos irreconocibles». Serían balazos de cañón. Pero es que luego lo arregla soltando «y hubo que meterlos en los ataúdes en estado casi líquido». Como si fueran cocacolas. Eso sí, aclara que aquello: «Era sólo el aperitivo». ¡Pero hombre, Zafón! ¡Que no se puede hablar de algo así como si fuese una banderilla o un pincho de bacalao!
Ibídem: «tuvo que huir de París de inmediato, perseguido por la policía que le buscaba por asesinato», ato-ato.
Pág.473: «no estaba el horno para flores», ¿desde cuándo las flores se meten en el horno? ¿Acaso cree Zafón que esta expresión se utilizaba en Barcelona durante la Guerra Civil?
Ibídem: «se le cayó el alma a los pies», espero que no la recoja.
Pág.474: La oración que comienza esta página va precedida de una raya, pero está escrita en estilo indirecto. Una de las dos cosas sobra.
Ibídem: «Me es imposible describirte aquellos primeros días de la guerra» y a continuación lo demuestra: «el aire parecía envenenado de miedo y odio. Las miradas eran de recelo». Aquí la impotencia narrativa de Zafón se muestra en su máximo esplendor: no es capaz de novelar la situación, así que se limita a referir aires y miradas. Este es su máximo logro: «podían sentirse los cuchillos afilándose tras los muros».
Ibídem: Léase sin pausa: «donde el cadáver de un caballo seguía abatido en el empedrado a merced de los perros callejeros que empezaban a abrirle el buche acribillado a dentelladas mientras unos niños miraban de cerca y les tiraban piedras». Zafón ha vuelto a ponerse, según cree él, literario. Lo anterior es una estupenda muestra de negligencia. Zafón: hay veces en las que lo más literario es poner algún que otro punto. (Nótese que, en plena Guerra Civil, con el sombrerero escondido en su tienda, los niños salen a jugar a la calle, junto a caballos despanzurrados).
Pág.475: «parecía que a Julián se lo hubiese tragado la tierra». Le enseñado el pasaje a mi gato, que le ha hecho al libro un corte de mangas.
Capítulo 8.
Pág.477: «una enfermedad que se le había llevado hasta el aliento», es que más allá del aliento no queda nada que llevarse, Zafón.
Págs.477-478: «se alejaron [...] por la calle Román Macaya», «Descendieron por León XIII hasta el paseo de San Gervasio». Este continuo referirse a nombres de calles no significa nada para el lector no residente o autóctono, salvo relleno. Al menos no se paran a comprar Sugus.
Pág.478: «Un par de parroquianos velaban la barra a dúo», tratándose de un par, no iban a hacerlo a trío. Mi gato está de acuerdo.
Ibídem: «un hombre con [...] los ojos crucificados en el suelo», pomposa deformación de clavar la mirada. Como ya se ha afirmado, Zafón primero escribe y luego traduce lo escrito al zafoniano.
Ibídem: «Carax, aparentemente voraz, comió por ambos», pues si no llega a ser aparente, se come al otro también.
Ibídem: «se miraban en la luz pegajosa del café», escritura sublime, como se ve.
Ibídem: «se preguntaban si habían sido las cartas que les había servido la vida, o si había sido el modo en que las habían jugado». Alguien debería hacer un recuento de las veces que se ha utilizado esta expresión y remitir la totalidad de los tomos a Zafón, quizá así se diese cuenta del lugar que ocupa.
Ibídem: «Creímos que se te había tragado la tierra», «¿Otra vez?», dice mi gato.
Pág.479: «aullando lágrimas», correcto aunque tosco.
Pág.481: «había concedido al dinero y a la casta la duda de la inmortalidad», duda no es la palabra correcta en esta oración.
Ibídem: «mejor tarde que nunca», en este caso hubiera sido mejor nunca.
Págs.481-482: Leyendo «no quiso el señor [¡el Señor!] escuchar esta última vez los ruegos del sombrero, y pasado ya el umbral de la desesperación, fue incapaz de encontrar aquello que buscaba, la salvación de su hijo, de sí mismo» descubre el lector que Zafón atribuye al Todopoderoso acciones que en realidad quiere atribuir al sombrerero. Casi acierta, piensa el lector, aunque suele resultarle más fácil cuando habla de un solo personaje.
Ibídem: Ardo en deseos de conocer cómo justifica Zafón el que Nuria Monfort sepa que, a espaldas del dúo Miquel-Carax, el camarero los delata por teléfono, pues es Nuria la que narra.
Ibídem: «tan pronto Carax pusiera el pie en uno de ellos, la llamada era cuestión de segundos», sería cuestión de segundos, Zafón.
Págs.483-484: Se le vuela la mandíbula a un policía de un tiro, se le parte la columna vertebral a un segundo con otro, salpicando «un puño de vísceras». Presumo que el revolver utilizado es una Mágnum 44. Un tercer policía dispara y ¡su víctima sale proyectada por la cristalera del local! Esto ya es de bazuca.
Capítulo 9.
Pág.484: Brillante comienzo de capítulo: «Aquella noche, mientras Julián se perdía en la noche».
Ibídem: Zafón dice: «Como todas las guerras, personales o a gran escala, aquél era un juego de marionetas», pero una guerra personal no tiene por qué ser tal juego, puede librarse en persona como su propio nombre indica.
Pág.486: Tal como el lector se temía, Nuria Monfort está narrando unos hechos como si los hubiese conocido en aquel momento, lo cual todavía no ha sucedido ni se nos ha narrado: «No le dije nada a nadie. No tenía a quien.». En realidad lo que no tenía era el que.
Ibídem: «un cierto relajamiento en el reglamento», «el deber moral de llamar a la editorial». Mi gato ha huido por la ventana.
Pág.487: Tu mejor amigo ha muerto ante tus ojos la noche anterior, un policía psicópata y sus esbirros quieren matarte, has vuelto a tu país para encontrar a tu amada de la adolescencia y en cambio te encuentras con la mujer de tu muerto mejor amigo. Pregunta: ¿Qué haces? Respuesta zafoniana: Llevártela al huerto.
Ibídem: «no podríamos mirarnos a los ojos sin preguntarnos en quién nos habíamos convertido», en quienes, salvo que ambos se convirtieran en la misma persona, lo cual resulta improbable.
Capítulo 10.
Pág.488: Aunque Carax podría haberle contado lo ocurrido a Nuria Monfort, esta sigue sin saberlo. Pero no los lo ha contado.
Pág.489: «del piso que aún olía a sábanas tibias y piel», un piso que huele a piel es algo pedestre y anatómico.
Ibídem: «tomamos un tranvía junto al acuario y ascendimos por la Vía Layetana hasta el paseo de Gracia, luego la plaza de Lesseps y después la avenida de la República Argentina hasta el término del trayecto», ¿qué vías recorrerán a continuación?, piensa el lector, atormentado por el suspense, ¿cogerán un taxi o se echarán una carrera?
Págs.489-490: La descripción del palacete Aldaya que Nuria nos evoca de los libros de Carax explica de un modo patente el que Carax vendiera menos libros que la mona chita.
Pág.490: «El aire olía a maleza muerta» sugiere que Zafón es capaz de discernir el olor de la maleza viva del de la muerta. Qué bien quedan las aliteraciones aunque no signifiquen nada.
Ibídem: «Se abrió lentamente, como un sepulcro». Comparación absurda, pues la velocidad de apertura de un sepulcro es directamente proporcional a la fuerza ejercida sobre él.
Ibídem: «una oscuridad aterciopelada» no significa nada, pero al menos no se trata de «terciopelo líquido».
Pág.491: «marcas de un antiguo lecho se leían todavía bajo la marea de polvo» y también se veían manchas, bajo esta «marea» tan sutil. Fíjese el navegante en tantas cosas que «se adivinaban», «se leían», etc... Zafón no puede utilizar la alusión ni la elusión.
Ibídem: Esto no está mal: «Las paredes [...] aleteaban al aliento de la llama».
Pág.492: «conducía a las cocinas».
Pág.493: «Una tiniebla azul, espesa y gelatinosa», ¿cuántos tipos de oscuridades conoce Carlos Ruiz Zafón? Las conoce en estado sólido, líquido, gaseoso, y ahora también el gelatinoso. Zafón tiene como único recurso la ausencia de luz (y no me refiero a que sea de pocas luces), que luego hiperclasifica en cientos de taxonomías. Ésta en particular es comestible y quizá se venda en tarrinas, como las natillas.
Ibídem: «se intuía una escalinata». ¡Pero bueno! ¡Aquí no hay nada que esté claro!
Capítulo 11.
Pág.494: «la vida con la que había soñado [...] nunca había existido» no: «nunca podría haber existido».
Pág.495: «Yo negaba lentamente, buscándole las manos. Se apartó bruscamente», mente-mente.
Pág.496: Se desvela el evidente misterio sobre el quemador de libros. Tan sólo diré que, dentro de lo tosco y lo pedestre de las habilidades de Zafón, hay una historia que no está mal del todo. Probablemente podría hacerse una película decente con este guión.
Ibídem: «me hizo llamar a su despacho. Su padre apenas pasaba ya por el despacho».
Ibídem: «se había marchado con viento fresco», supongo que izando las gónadas.
Pág.497: «la pira de llamas [...] se adivinaba».
Ibídem: A todo esto, y tal como el lector había imaginado, Carax se separa de Nuria Monfort sin contarle lo acontecido en el bar. Eso sí, ella lo ha narrado detalladamente, describiendo incluso cómo los policías se palpaban los abrigos.
Ibídem: «cercenado de morfina», ¿cercenado? Zafón cree que literatura equivale a sustituir unas palabras por otras aleatoriamente.
Pág.501: «al que apenas se le podía descifrar la voz», lo cual no es extraño, ya que no es la voz lo que debe descifrarse.
Pág.502: Resulta curioso que en plena Guerra Civil, Carax se dedique a cruzar la frontera en uno y otro sentido, como quien va a El Corte Inglés. Evidentemente, es un secreto cómo lo hace. Incluso para Zafón.
Ibídem: «Unos y otros lo acusaban de espía, de esbirro, de héroe, de asesino, de conspirador, de intrigante, de salvador o de demiurgo», la verdad es que mi frutero también es un demiurgo de mucho cuidado.
Pág.504: «me mostraba [...] objetos insignificantes que él adoraba como reliquias de una vida que nunca había existido», pues, si nunca había existido, difícilmente quedarían reliquias de ella.
Pág.505: Tras molestarse en narrarnos algunas peripecias emocionales, Zafón siente la necesidad de arreglarlo calificándolas de «melindros rancios». Zafón recuerda al típico monguillo que, en mitad de una consagración, para compensar lo solemne, se tira un cuesco y se queda sonriendo.
Ibídem: Cutre colofón para un personaje, que muere «Acribillado a recuerdos». Un autor serio hubiera suprimido tal chorrada.
Ibídem: «Todos callamos y se esfuerzan en convencernos de lo que hemos visto, lo que hemos [...] es una ilusión», de QUE lo que hemos visto.
Pág.507: En plena postguerra «Los vecinos [...] nos ofrecían limosnas de leche, queso o pan, incluso a veces pesca salada o embutidos que enviaban los familiares del pueblo». Ya me lo estoy imaginando: «oiga, que como vemos que usted lo está pasando mal en esta guerra civil y a nosotros nos sobra de comer, pues que le hemos traído estos Chorizos de Cantimpalos». Pero ¿qué gandumbas de Guerra Civil es ésta? ¡Si se pimplan bocatas de queso y chorizo, con pescadito frito y chupito de leche! ¡Y regalados!
Pág.508: Nuria Monfort se inventa una identidad para escribir una carta: «el abogado, a quien bauticé como José María Requejo en recuerdo al primer muchacho que me había besado en la boca». ¿Por qué cuenta esto a Sempere? ¿Por qué nos lo cuenta Zafón a nosotros?
Ibídem: La historia anterior viene a cuento de estafar a una persona que, viviendo en el extranjero, ni se molesta en constatar la veracidad de lo que se le cuenta (datos relativos a una herencia y su administración) y decide ponerse a enviar cheques alegremente para mantener a este dúo de timadores. Se trata de un nuevo recurso narrativo de Zafón. No sé qué es más ridículo, si esta candidez o los bocadillos gratuitos de queso y chorizo.
Pág.509: «había conseguido algunos trabajos [...] Ya nadie conocía a Cabestany y se practicaba una política de perdón, de olvidar aprisa y corriendo viejas rivalidades y rencores». ¿INMEDIATAMENTE DESPUÉS de la Guerra Civil? Pero ¿¡qué guerra civil es esta!? Bocadillos gratis, tontos que regalan dinero, cainitas hippies...
Pág.511: «me encargué de dar voces por el barrio de que mi esposo estaba en Francia», una cosa es dar voces y otra pregonar algo a voces.
Pág.512: «Rodeábamos el tema en nuestra conversación como navegantes expertos que sortean un escollo a ras de superficie, esquivando la mirada». Si un navegante experto hace tal, pronto navegará hacia el Titanic. Fíjese el navegante (el de Internet) que en muchas de las oraciones de Zafón sobra la última parte.
Capítulo 12.
Pág.513: Antes se ha hablado de un abogado «de nuevo cuño», ahora se habla de un empresario «de nuevo cuño». No sólo es contraproducente utilizar este tipo de expresiones, sino que aún lo es más repetirlas como si no tuvieran substitutos.
Ibídem: «le sonaba a catedralicio y propicio para», icio-icio.
Págs.513-514: ¿Por qué se nos enumeran detalladamente las colecciones de la editorial en la que trabaja Nuria Monfort? Es del todo irrelevante, aunque rellene un poco.
Pág.515: «concentrando sus bagatelas donjuanescas en la recién llegada». Está muy bien que Zafón se aplique en la sonoridad de las palabras, pero no lo está tanto que el significado de las mismas le importe un bledo.
Pág.516: «Seguía espolvoreándome con sus insinuaciones, siempre prendidas de esa sonrisa aceitosa y gangrenada de desprecio que caracteriza a los eunucos prepotentes que penden como morcillas tumefactas de los altos escalafones de toda empresa». Ni en toda empresa hay morcillas (frescas o tumefactas), ni los eunucos se insinúan (¿sabrá Zafón lo que es un eunuco?), ni gangrenada es adjetivo para una sonrisa. ¿A qué viene esta súbita explosión?, piensa el lector. Entonces comprende: se trata de un trasunto evidente de algún jefe de Zafón. Parece que uno lo pasa muy mal siendo guionista.
Pág.518: Nuria Monfort, despedida de su trabajo por «tortillera» y «activista comunista», con la que sus compañeros de trabajo no se atreven ni a cruzar una mirada su último día, sí que recibe en cambio, de estos, ¡un estupendo aguinaldo! A estos habitantes de la postguerra no sólo les sobra tanto dinero como para regalarlo, sino que además les sobra para regalárselo a sospechosos de ser rojos. Seguro que, mientras se iba, todos cantaban a gritos: «Fraanco, Fraanco, que tiene el culo blanco porque suu muujeer...».
Pág.519: «temía que Fumero, tarde o temprano, le encontraría», lo encontrara.
Ibídem: Se encuentra un cadáver y también «Una bandada de palomas que le picoteaban los ojos». ¡Palomas sacaojos! Esto pasa por ponerle a las palomas películas de Hitchcock.
Capítulo 13.
Pág.519: «Julián [Carax] escribió una vez que las casualidades son las cicatrices del destino». Escribiendo semejantes gilipuerteces, no me extraña que apenas vendiese libros. Debería haber escrito guiones, como Zafón. No está de más recordar, de nuevo, aquella frase de Kingsley Amis, quien decía que lo peor de las novelas de extraterrestres superinteligentes es que no pueden ser más inteligentes que el autor.
Pág.520: «Laín Coubert seguía vivo y coleando», haberse comprado slips.
Pág.521: «Llovía a cántaros y las calles ardían de vapor», que llueva «a cántaros» tratándose de Zafón parece ya inevitable, pero que las calles emanen vapor como una sauna, así, por las buenas, no.
Ibídem: ¡Qué original! Nuria Monfort encuentra en una pared de su casa un graffiti «escrito con excrementos». Este Zafón es que ni con el verbo acierta. ¿Se imagina el navegante a un policía empuñando un zurullito cual si de una pluma Montblanc se tratase?
Ibídem: «ciudad aplastada bajo cielos de plomo»; sí, el plomo aplasta, yo lo utilizo como pisapapeles, pero ¿aplastar una ciudad? Ni que fuera una pelotilla de mocos.
Ibídem: «el piso vacío y frío», ío-ío.
Págs.521-522: «A media película, una bobada de amoríos entre una princesa rumana deseosa de aventura y un reportero americano inmune al despeine», pues sí que parece una bobada, sobre todo contado así; pero, Zafón, siendo como es una bobada, ¿¡por qué leches nos lo cuentas!?
Pág.522: «fantoches que apestaban a soledad, orines y colonia», de las tres cosas, sólo una apesta.
Ibídem: «sus manos sudorosas y temblorosas».
Págs.522-523: La «leyenda negra» del quemador de libros había llegado hasta Berlín, París y Roma, interesando a coleccionistas. ¡Pero si estamos hablando de un tipo que no vendía ni un libro! ¡Qué se quedaban en el almacén! Y, cuando empiezan a ser quemados, suben como la bolsa. No es creíble.
Pág.523: Nuria Monfort nos habla de un muchacho que descubre un ejemplar de La sombra del viento y se niega a venderlo. Y aclara al final: «Aquel muchacho eras tú, Daniel». ¡No me digas!, piensa el lector, ¡no me había dado cuenta!
Ibídem: Zafón dice: «esa lucidez firme y tajante de los locos que se han librado de la hipocresía de atenerse a una realidad que no cuadra», pero esto no es propio de locos, sino que es muy cuerdo e inteligente.
Pág.525: No era necesario que se nos explicara paso por paso la analogía entre Julián Carax y el protagonista. Querido Zafón: puede que los lectores españoles no sean los mejor preparados del mundo, pero tampoco padecen retraso mental.
Pág.527: «De todas las cosas que escribió Julián, la que siempre he sentido más cercana es que[coma, que no pone] mientras se nos recuerda, seguimos vivos». Pues poco te va a durar.
1955. Capítulo 1.
Pág.529: «empecé a recorrer la habitación como un animal enjaulado», como una serpiente pitón, por ejemplo.
Ibídem: «me enfundé el abrigo».
Ibídem: «la silueta de un anciano, o quizá fuera un ángel desertor», ¿por qué un ángel desertor?
Ibídem: Dice Zafón: «Tenía los ojos dorados, como monedas embrujadas en el fondo de un estanque», pero ni las monedas necesitan estar embrujadas para seguir siendo doradas en el fondo de un estanque, ni el que sean doradas tiene nada que ver con que se hallen bajo el agua.
Pág.530: El «portero del edificio y [...] poeta surrealista a escondidas» aparece «embutido en no menos de tres bufandas y botas de asalto», es de suponer que llevaría un par de botas en los pies, otro en las manos y otro en las orejas.
Ibídem: El poeta surrealista a escondidas define la nevada como «la caspa de Dios». El lector se pone a temblar pensando en cómo definirá la lluvia. En cuanto a la niebla, resulta evidente que se trata de un cuesco divino.
Ibídem: En la página anterior el protagonista ha corrido «escaleras abajo» ahora corre «escaleras arriba». Presumo que dentro de algunas páginas, volverá a correr «escaleras abajo», a menos que se tire por la ventana.
Ibídem: «Quise creer que en la intimidad de su hogar no iría armado, al menos no antes del desayuno», le vendría una Mágnum 44 en el paquete de crispis.
Pág.531: «Me pregunté si me iba a quebrar en dos allí mismo», por culpa de este quebrar, al lector le lleva un tiempo discernir si el protagonista se iba a quebrar o si iba a ser «quebrado».
Ibídem: «El piso escupía el eco de mi voz con ese desprecio de los espacios vacíos», si es que estos espacios vacíos son unos desaprensivos, hasta hacen botellón. Y lo peor es que a veces son drogadictos.
Pág.532: «Se le derribaron los párpados de impaciencia» es otra mala traducción zafoniana de «cerró los ojos».
Ibídem: «la cabeza envuelta en llamaradas de dolor. Me desplomé sobre las baldosas del corredor», or-or. Esta nivola está tan mal escrita que podría haber ganado un premio literario.
Pág.533: «retorciéndome de dolor», ya nos habíamos enterado cuando lo de las llamaradas.
Ibídem: «los músculos del vientre [...] ardían en una agonía», con llamaradas de dolor, supongo; ía-ía, añado.
Ibídem: «el lado izquierdo de la cabeza me palpitaba, como si los huesos quisieran desprenderse de la carne», sería del cerebro, a menos que Sempere tenga el cráneo relleno de carne picada.
Ibídem: En esta parte, la nieve ha sustituido a la niebla que atufa toda la novela, pero que puede ser descrita igual que ésta: «velos de bruma blanca» y con la misma cutrez: «el alba de polvo». Pero lo peor de todo es que el protagonista finaliza el capítulo «abriendo surcos en la caspa de Dios». ¡Qué manera tan patética de reventar las pretensiones de este capítulo! ¿Esta es la nivola que aplauden los medios de comunicación?
Capítulo 2.
Pág.534: «embriagado de náusea»; Zafón todavía no comprende que no basta con cambiar las palabras al tuntún, sino que además deben quedar bien.
Ibídem: «Quise detenerle con brazos de gelatina» pero acabó escribiendo con sesos de gelatina.
Ibídem: El protagonista ha salido de casa con el manuscrito de Nuria Monfort, pero ha ido a ver a su novia, ¿por qué ha llevado el manuscrito? Lo sabemos ahora: para que parezca que se lo quitan los malos, aunque sea una falsa alarma.
Ibídem: Como la mayoría de diálogos en este libro, es ridículo éste, ante un joven moribundo. Búsquelo el navegante.
Pág.535: «El dolor del oído se dejaba sentir ahora en un latido ardiente» es la tercera equiparación «dolor-ardor». Es libro puede venderse mucho, pero los periódicos y revistas no deberían mentirnos respecto a su calidad. ¿Es esto lo que Qué Leer llama «Una obra ambiciosa»?, ¿lo que El Mundo califica de «talento narrativo»?, ¿lo que El Periódico describe como novela «imaginativa»?
Señores de Qué Leer, El Mundo y El Periódico, amén de otros muchos: son ustedes unos corruptos y unos sinvergüenzas. ¡Dejen de engañar a sus lectores! Esto no es ni ambicioso, ni talentudo, ni imaginativo; esto es una payasada escrita por un mal guionista de la televisión. Si ustedes lo consideran una obra «ambiciosa», de «talento», e «imaginativa», ¿cómo calificarían El tambor de hojalata, La metamorfosis, Rojo y negro, La educación sentimental, La conciencia de Zeno, El juego de los abalorios o David Copperfield? Si se acercaran a cualquiera de estas obras, les explotaría a ustedes la cabeza.
Ibídem: «apareció por la puerta portando». ¿Ven, señores de Qué Leer, El Mundo y El Periódico, amén de otros muchos?
Pág.536: «Aquel fue un sueño negro y vacío, de túnel», o de recto.
Pág.537: El manuscrito está «desparramado en un llanto de páginas», lo que de nuevo plantea: ¿qué es peor?, ¿qué Zafón utilice frases hechas y lugares comunes o que de rienda suelta al potranco de su imaginación?
Ibídem: «Una luz [...] moteada de reflejos», más abajo: «Los techos [...] moteados de blanco». A falta de una treintena de páginas, parece que a Zafón se le están acabando las pilas.
Ibídem: El protagonista deja un mensaje escrito en el vaho de la ventana, ¿se puede ser más inepto? ¿Es que no sabe Zafón cuántos testamentos se han perdido por ser escritos en el vaho de una ventana?
Ibídem: Dice Sempere: «La certeza me había asaltado al despertar, como si un desconocido me hubiese susurrado la verdad en sueños», ¡entonces no fue al despertar cuando te asaltó, imbécil!
Ibídem: «me lancé escaleras abajo», ¡lo sabía!, ¡lo sabía! ¡Y porque le han subido!
Ibídem: «El viento escupía la nieve a ráfagas», se ve que ahora la nieve, además de ser la «caspa de Dios», es también su divino salivazo. ¡Qué bella y sublime escritura!, pensaron en el Sunday Times, mientras contaban fajos de billetes.
Capítulo 3.
Pág.538: «la proa de un buque oscuro en la niebla» es la tercera imagen de un edificio presentada como un barco, pero sigue siendo igual de inapropiada.
Pág.539: «la noche caía ya inexorable», ¿ya?, así que, antes de «ya», ¿caía de un modo evitable? ¿O será que Zafón escribe pero no lee? ¡Si total va a vender igual!
Ibídem: «Me aventuré escalera arriba», no pienso hacer ningún comentario.
Pág.340: «sombra desangrada [...] como una telaraña», harto imposible, como ya se ha comentado cuando se describió este patrón por primera vez.
Ibídem: Con «gabardina negra», sombrero como una «capucha» y revólver como una «guadaña» (comparación esta última que chirría con potencia), nos dice Sempere: «Fumero. Siempre me había recordado a alguien, o a algo, pero hasta aquel instante no había comprendido a qué». Pues ha tardado bastante, piensa el lector.
Capítulo 4.
Pág.541: A través de un ventanal se ven «haces azules».
Ibídem: «turbios como agua estanca», es estancada.
Ibídem: A través de velos de caspa de Dios, el protagonista ve ahora la lumbre de un cigarrillo que se fuma en un coche. No es la primera vez que algo en esta novela se activa y se desactiva según convenga (o que Zafón lo pasa por alto).
Ibídem: «El viento [...] escupía remolinos de nieve», se ve que Zafón ha apretado el botón de «NIEVE ON», seleccionando de nuevo el «MODE: SALIVAZOS», en vez del modo casposo.
Pág.542: «Seguía sin detectar a Fumero», haber encendido el radar.
Ibídem: «El viento helado me escupió en la cara», este viento empieza a caerle bien al lector.
Ibídem: Es muy tarde para detallar las precisiones que el protagonista describe. A estas alturas, el lector ya se ha hecho una imagen de diversas partes de la casa, y no estará dispuesto a cambiarlas así como así. Si un plano detallado iba a ser relevante, ¡haberlo desarrollado antes, Zafón!
Ibídem: Leyendo «la nieve desplomándose gelatinosamente», el lector se extraña. ¿En qué quedamos? ¿Esta nieve es caspa, escupitajo o gelatina? Al final será arroz con leche.
Pág.544: Tal y como Nuria Monfort adivinó telepáticamente, Fumero tenía ganas de penetrarla con el cuchillo, lo que al parecer hizo. Es una pena que Zafón decida contárnoslo.
Ibídem: «las manos de Julián Carax, crecidas de las llamas», no se entiende, aunque tampoco esté escrito para ser entendido.
Ibídem: «aquellas manos que le mantenían el cuello inmovilizado y la mano [con la que] que sostenía el revolver contra la pared».
Ibídem: El lector se extraña de que Julián Carax, a quien se nos ha descrito como un despojo de hombre, posea la potencia muscular para inmovilizar a un policía psicópata y antiguo asesino mercenario. Supongo que es lo que tiene ser de los buenos.
Ibídem: «el chasquido de sus dientes desgarrando la piel muerta», o un chasquido o un desgarro, Zafón; pero no se puede hacer una cosa y que suene la otra.
Pág.545: El revolver cae y «Carax lo escupió hacia las sombras de un puntapié». Para esto, primero se lo tendría que haber metido en la boca. ¡Qué pobreza expresiva! ¡Es el capítulo de los escupitajos! El vocabulario de Zafón proviene del patio de su instituto y de anuncios de champú anticaspa.
Ibídem: Las únicas palabras que Carax dedica al protagonista son realmente tópicas. Pobre extraterrestre superinteligente.
Pág.547: Nuevo dolor que es una «llamarada».
Ibídem: «derrotado de remordimiento», «rostro ungido de horror». La escritura zafoniana consiste en sustituir unas palabras por otras, independientemente del efecto estético que produzcan.
Pág.548: Es poco inteligente presentarnos la escena final vista por los ojos de un casi moribundo que da tal cantidad de detalles que parece una Polaroid.
Ibídem: Alguien debería explicarle a Zafón que, al arrojar un cuerpo sobre una mano de piedra, no se obtiene el mismo efecto que al arrojarlo sobre un arma blanca por muchas veces que haya sido descrita esta mano. Lea el navegante la descripción de esta escena.
Ibídem: Y justo después el protagonista pierde el conocimiento. Casi se puede advertir al director Zafón haciéndole gestos para que se haga el muerto: «Ya, ya, ahora ya puedes chaval; que ya has visto todo lo que tenías que ver».
Ibídem: Leyendo «una rara paz [...] se llevó el dolor y el fuego» comprende el lector lo triste que es morirse reiterando un recurso tan cutre por enésima vez.
Noviembre 1955.
Pág.551: «siguió nevando todos los días de aquella semana hasta sepultar el sol y toda Barcelona bajo un metro de nieve», pues que Sol tan pequeñito y tan a pie de calle.
Ibídem: Al decirnos que la bala había «salido al galope por el costado», Zafón nos insinúa que se trataba de una bala tan rápida como un caballo, animal veloz donde los haya, pero no tan rápido como un proyectil.
Ibídem: Después de la muerte de un inspector de policía, de que el protagonista haya sido herido por una bala y llevado en ambulancia, permaneciendo inconsciente durante ocho días; después de que incluso uno de los policías –compañero del inspector- haya viajado en la ambulancia con el protagonista «las autoridades andaban demasiado ocupadas en encontrarle [al inspector] una calle o pasaje que rebautizar en su memoria» como para buscar culpables. Es rematadamente estúpido. Ni siquiera el peor de los guionistas de televisión se habría permitido semejante catetez. Es una suerte que todos los malos sean gilipuertas para que puedan ganar los buenos (que también son gilipuertas, pero no tantísimo). Menuda dictadura de policías tontos del culo.
¿Es este el libro que La Vanguardia considera un «fenómeno de la literatura popular»? ¿El libro del que Stephen King considera que «cada escena parece salida de uno de los primeros films de Orson Welles»? ¿El libro que el Daily Telegraph considera «una obra maestra popular»? ¿El libro que The New York Times califica de «deslumbrante espectáculo» «definitivamente maravilloso»? Son ustedes unos corruptos y unos desvergonzados por no atreverse a decir lo evidente: que este libro, ventas aparte, es un engendro inacabado y cuchufletero, que no ha pasado por los ojos de un corrector, que posee la calidad de un batido de diarrea y el misterio de un excremento perruno anónimo. Sus alabanzas no hablan de este libro, hablan del dinero que ustedes han cobrado, porque son ustedes unos engañabobos, unos cobardes y unas prostitutas mediáticas.
Por cierto, que esta es la muerte que el protagonista nos prometió y que desgraciadamente no se ha cumplido. No se nos explica cómo arreglaron la arteria segada del corazón en 1955. La cambiarían por una pajita.
Pág.552: «la luz, de oro líquido», ¡lluvia dorada! Encima es como la «guirnalda de cobre líquido» del principio.
Ibídem: «oyeron sus lágrimas», no, Zafón, no fue sus lágrimas lo que oyeron.
Ibídem: «que la sangre que corría por mis venas era suya, que yo había perdido toda la mía», esto es nuevo, substitución completa del fluido sanguíneo: primero se tira de la cadena y luego se enchufa la manguera.
Ibídem: «mi padre [...] no había salido de aquella habitación en más de una semana», pues se haría encima pis y caca.
Pág.553: «no me quitaba un ojo de encima», como no especifica cual, podría tratarse del ano.
1956.
Pág.555: «me hablaba en monosílabos y seguiría haciéndolo hasta el fin de los tiempos» o quizá hasta un poquitito antes.
Ibídem: «me había concedido la mano de su hija ante la imposibilidad de obtener mi cabeza en bandeja», debieron de ofrecérsela pinchada en un palo y no la quiso.
Ibídem: «La desaparición de Bea le había afeitado la furia», metáfora propia de un barbero de pueblo.
Ibídem: «en estado de perpetuo susto», susto es la peor palabra para esta perpetuidad.
Ibídem: «esa melancolía que reblandece a los hombres que envejecen al mismo tiempo sin que nadie les haya pedido permiso», ¿permiso para qué?
Pág.556: Recordemos que estamos en plena dictadura franquista. Cuando el sacerdote se niega a celebrar un matrimonio de penalti, Fermín lo saca a rastras de la Iglesia para humillarlo y gritarle a voces. Los transeúntes LO APLAUDEN e incluso un florista le regala un clavel. Me sorprende que no se acercaran todos a darle de hostias al cura.
Ibídem: Se recurre a un sacerdote «cuya especialidad era el latín, la trigonometría y la gimnasia sueca, por este orden». ¡Gimnasia sueca! ¡Qué gracioso es este Zafón! Le van a dar el Nóbel del Chiste (son, además, especialidades, pues se trata de tres elementos).
Ibídem: «la virgen de Fátima» por «la Virgen de Fátima».
Pág.557: Antes de la ceremonia se emborracha al cura para que, en lugar de oficiar como Dios manda, recite unos versos de Neruda. Sólo falta que los novios copulen sobre el altar mientras se canta La Internacional.
Ibídem: «arquitecto del evento» es tan feo como organizador del edificio.
Ibídem: En el burdel los reciben con «sonrisas que hubieran hecho las delicias de una facultad de ortodoncia», figura propia de un trabajador de Colgate.
Ibídem: Fermín habla con «un macarrón» con patillas, o eso escribe Zafón.
Ibídem: «resemblanza» por semblanza.
Pág.558: «Este no es el interfecto», dice Fermín refiriéndose al protagonista. Zafón vuelve a pensar que interfecto es la forma literaria (porque suena raro) de decir «individuo»: se equivoca.
Ibídem: Tras solventar de mala manera y en cuatro líneas la muerte de un inspector de policía, Zafón emplea más de una página en cerrar una importante trama ya olvidada por el lector: el dúo protagonista cuela en el asilo para locos pedorreantes a una prostituta.
Pág.559: Se califica a la prostituta de «sirena». ¿Tendría cola?
Págs.559-560: Aparece una monja con una «mirada sulfúrica» (se le derretiría la cara), constatando que se ha enterado de la visita de la «fulana» (así se expresa esta monja), pero de pronto se le olvida y se ponen todos a hablar de otras cosas, para darle tiempo a aquella a que acabe su trabajo.
Págs.560-561: Créalo el navegante: cuando la prostituta sale de acostarse con el viejo loco asqueroso y ve tanta miseria, decide donar su paga, que entrega en persona a la monja, «para que les diesen una merienda de chocolate con churros a todos».
Ibídem: Fíjese el navegante en qué auténticas gilimemeces está empleando Zafón las últimas páginas de esta novela. Recuerde por ejemplo el final de La montaña mágica o de El juego de los abalorios. Esta supina gilipuertez parece escrita adrede para chotearse del lector. Es como uno de esos libros falsos al levantar cuya portada se encuentra un hueco en las páginas, sólo que en este hueco, en vez de una petaca, se encuentra una boñiga con un petardo a punto de explotar.
Pág.561: El dúo protagonista se sienta frente al mar «catalogando reflejos sobre el agua», es el verbo que utilizaría un biólogo que no hubiese leído una novela en su vida.
Ibídem: «el alba esparció de ámbar el cielo», esparció ámbar por el cielo o bien sembró (o similar) de ámbar el cielo; si no, lo que esparce el alba no es el ámbar, ¡sino el cielo!
Pág.562: Esta última mamarrachada de la prostituta es el final que Zafón ha elegido para esta libromórfica estafa, junto a la contemplación de un paisaje y un par de frases tópicas. Mi recomendación en cuanto a nuevos productos de Zafón es la siguiente: aguardar a que salga la película y, por supuesto, no verla.
Epílogo de la crítica.
En este libro el «terror» y lo «gótico» se reducen a alguna que otra sucia y vieja casa. ¿A qué ha venido tanta niebla y tanta oscuridad, todo este aludir a lo paranormal y al diablo, cuando sólo se está investigando la vida de un escritor? Y Carax, salvo por su aventura amorosa y su locura, no es nadie; Zafón no ha podido crear a un genio porque para ello debería haber sido capaz de contenerlo en su cabeza, que se le queda pequeña. No está de más recordar, otra vez, aquella frase de Kingsley Amis, quien decía que lo peor de las novelas de extraterrestres superinteligentes es que no pueden ser más inteligentes que el autor.
Resulta risible que Zafón crea que «la invención de la diferencia entre la erudición o alto nivel intelectual y la cultura de nivel popular es el mayor fraude cultural del siglo XX». El único fraude lo ha perpetrado él. Esta diferencia la ha marcado él solito, escribiendo y acumulando cada vez más gilipuerteces. La crítica no le ha robado nada, pues la crítica es cómplice de la estafa que sufren los lectores, y los periódicos y revistas son los proxenetas de esta crítica. Según Zafón, la crítica glorifica la «literatura babosa», esto es, la del propio Zafón. La verdad es que si Zafón quiere encontrar a uno de esos sujetos que le ha arrebatado a la novela popular la calidad que antes poseía, no tiene más que extraer de su cartera el carné de identidad y efectuar una breve consulta.
Apenas merece la pena comentar el último apéndice (1966) –más que capítulo-. Sólo diré que Zafón insulta al lector al escribir que «un libro es un espejo y que sólo podemos encontrar en él lo que ya llevamos dentro». Ningún lector es responsable de este libro sea un zurullo: la culpa es tuya, tuya y sólo tuya, Zafón.
Además, a estas alturas da igual que Fermín pase a cuidar del Cementerio de los Libros Olvidados. Este lugar sólo es un recurso para sugerir cierto misterio en las primeras páginas, las que el lector va a probar en su librería, y que después se deshecha, porque el lector ya ha picado y comprado el libro. Este cementerio sólo está para crear una falsa promesa de misterio sobrenatural, tal como falsamente promete la publicidad y la frase en la trasera del libro. ¿Quién lo dirige? ¿Quién lo financia? ¿Qué contrato tienen sus trabajadores? Da igual: lo que importa es que usted ya ha pagado por esta basura.
Poco importan también las peripecias de todos los nombres (no llegan a personajes) que Zafón ha inventado para deyectar gilipuerteces por vía oral, como el poeta erótico que aparece durante dos páginas o el profesor de música que ahora se ha hecho «gigoló» y es apodado «La Flauta Mágica», famoso «chiste» que los psicólogos utilizan para que se suiciden sus pacientes cuando se cansan de ellos.
Poco importa que el «éxito del año» en ventas sea «una hagiografía ilustrada de El Cordobés», quien nunca escribió hagiografías. Sólo es una gilichorrez delirante, escrita sin ton ni son, una estupidez cuya gracia es no significar nada.
Todas estas memeces son las que coronan este libro con el capirote del tonto. Se trata de uno de los mayores bodrios jamás deyectados, que no oculta su pretensión de ser una payasada. Es como si Zafón, inclinado en un ángulo de noventa grados, hubiese ya tenido preparado el mechero. Todo el ridículo y la mamarrachez que a esta obra empapan son deliberados y, lo que es peor, su creador considera que estas imbecilidades resultan graciosas. Incluso la Editorial Planeta ha dado su visto bueno a esta basura, y periódicos y revistas han alabado mentirosamente un contenido que aquí ha sido expuesto como lo que es: una defecación que dejaría pequeño al mismísimo Leviatán.
Etiquetas: crítica acompasada, Editorial Planeta, Grupo Planeta, Ruiz Zafón
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Cúanto trabajo, análisis página a página, para decir que un libro es malo (con lo que estoy plenamente de acuerdo: es muy malo). La cantidad de resortes que mueve la.... ¿envidia?
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo E. El Lector Iracundo tal vez había enviado un manuscrito a los Premios Planeta. Sin embargo, su resentimiento puede ayudar a los otros a no enviar a concurso trabajos descuidados ¡porque pueden ganar! ¡Jejejeje! No, en serio, ¿no te parece que estamos centrándonos demasiado en la historia y descuidando la forma?
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