Palabras de Rafael Peralta Romero en la presentación del libro La conciencia del lenguaje, de Bruno Rosario Candelier, el 19 de mayo de 2015, en la Academia Dominicana de la Lengua.


Se trata de  un conjunto de  textos  expositivos,  que  corren entre el ensayo,  el discurso y la monografía. El denominador común de estos escritos  es la valoración y aprecio por la lengua española y el compromiso que frente a la misma han de asumir los hablantes cultos y los profesionales que se valen de ella como principal herramienta de trabajo.
Lo más apreciable en este volumen  es la consistente riqueza conceptual que emana de sus páginas de principio a fin.
Más de veinte trabajos, además de cartas, correos electrónicos y entrevistas y consultas  componen este volumen, cuyo autor ha dividido en cuatro partes a partir de ejes temáticos que agrupan los textos.
Los ejes temáticos son: 1- Reflexión teorética. 2-Estudios lingüísticos y  literarios. 3-Cartas y correos electrónicos. 4-Entrevistas y consultas lingüísticas.
La primera parte, la Reflexión teorética, se extiende desde la página tres hasta la 267. Es decir, estamos hablando de un curso  intenso de filosofía del lenguaje, la cual escruta la  relación de las personas con la realidad circundante y sus posibilidades de descubrir  el mundo e interpretarlo.
El lenguaje es, y tiene que ser, un asunto substancial, de primera importancia, para  el estudio de la filosofía, dado que es el vehículo esencial para la expresión del pensamiento y un ente determinante para que los seres humanos  aprehendan el mundo exterior y expresen su mundo interior.
En el ensayo “La conciencia de la palabra en la dotación del logos”, el primero que aparece en el libro, su autor  nos hace ver que ya en la Grecia antigua y culta, era reducido el sector de la población que se dedicaba a pensar. Y argumenta: “La vida moderna nos aleja bastante de esa actividad y los reclamos materiales consumen nuestro tiempo y nuestras energías”.  (pág. 17).
A menudo los creadores literarios se resienten con los académicos y les presumen  necedad en los cuidados que muestran para con nuestro idioma.
No siempre reconocen el rol de las academias de la lengua en cuanto a la preservación del perfil distintivo del castellano.
El genio del idioma se  muestra en aspectos fónicos, gráficos y  gramaticales,  y procede decir que las academias, como los académicos,  tienen  la responsabilidad de velar porque esto se cumpla. Rosario Candelier es un académico a tiempo completo, y consecuente  con este principio respecto del criterio normativo, para el uso de la lengua, señala lo siguiente:
“Darse cuenta de lo que las cosas significan, de lo que hace el pensamiento y del proceso que realiza quien  piensa y crea, es el rol de la  conciencia cuyo ejercicio conlleva el concurso de la intuición, la memoria, la imaginación, la tradición y el  lenguaje”. (pág. 118).
Bruno asocia la valoración  de la cultura nacional con la conciencia de la lengua. Y lo expresa de ese modo: “Con la valoración del terruño natal adviene la conciencia de la lengua, que el instinto idiomático aprecia al diferenciar la lengua general de la lengua local o regional”. (Pág. 214).
Para concluir, falta asegurar -y lo aseguro con pleno convencimiento-  que la lectura  de este libro tiene que conducir a quien  lo haga a acentuar su conciencia de la lengua, si ya le había germinado,  y depositar  esa inquietud en quienes  no la hayan asumido.  
Nadie que se dedique, o quiera dedicarse, al cultivo de las letras o a la enseñanza de la lengua, puede estar tranquilo ni mantenerse indiferente ante la grave situación que se observa en torno al desconocimiento de nuestra lengua por parte de estudiantes de todos los niveles e incluso por los docentes de la materia.
La  veracidad  de esta lamentable situación ha sido demostrada con estudios. Están a la vista la pobreza lexical, la torpeza ortográfica y el pobre desempeño gramatical que caracterizan  a nuestros estudiantes y profesionales.
La indiferencia del aparato oficial también es visible. ¿Quién habrá de decirles a profesores,  directores de centros de estudios, directores de distritos, supervisores y ministros que lograr la costumbre de leer entre docentes y estudiantes es un acto de primera necesidad? ¿Quién les dirá que es un asunto de ética?
Con este libro, Bruno Rosario Candelier resalta el compromiso y la responsabilidad de los escritores y los académicos  por transfundir a la población  la necesaria conciencia de la lengua. Ojalá llegue también a las autoridades educativas.

Rafael Peralta Romero

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