La identidad dominicana en construcción



Roberto Cassá (Revista Vetas)
Roberto Cassá historiador, director del Archivo General de la Nación

Todo ser humano se pregunta quién es, cuál es su identidad, y elabora respuestas que tienen que ver con su constitución psicológica personal, su horizonte familiar y de vecindad pasado y presente, sus ideas, la época histórica y el contexto en que le ha tocado vivir, y su pertenencia a un determinado conglomerado nacional, social, religioso o profesional. Una de las virtudes principales del conocimiento de la historia radica en que ayuda a los individuos y grupos humanos a tomar conciencia histórica más aguda, lo que contribuye a perfilar con más claridad sus nociones de la identidad individual y colectiva.

Al hablarse de identidad, se debe partir de que existe una conexión obligatoria entre la que crea cada individuo y la que existe dentro de un determinado grupo humano al cual él pertenece. La identidad individual no sale de la nada o de la conciencia solitaria de cada quien, sino que se modela, por la interacción de la persona con sus familiares, amigos y relacionados. La identidad colectiva proviene de la convivencia que establecen los seres humanos en torno a algo que les hace reconocerse como pertenecientes a una comunidad.

Esta identidad colectiva, por consiguiente, puede ser familiar (soy del grupo de los Ramírez, para decir algo), social (soy un campesino, además de ser Ramírez o soy de los Ramírez pobres), espacial (soy de los Ramírez de San Juan de la Maguana, pero del grupo que proviene de Bánica, o simplemente me reconozco como un santiaguero o cotuisano), religiosa (pertenezco a los integrantes de la cofradía) o étnico o racial (estoy dentro del grupo de los Ramírez prietos), demográfica (soy mujer o niño o anciano) y así sucesivamente. A menudo la autoafirmación de una cualidad se formula más genéricamente en relación con creencias o actitudes: el individuo se considera de los “buenos” porque tiene ideas democráticas o radicales, para poner otro ejemplo.

A menudo la pregunta sobre la identidad se formula de manera equivocada, al presuponerse que en un colectivo hay solo una identidad. En realidad, en el interior de un conglomerado humano, coexisten múltiples identidades, interrelacionadas de diversas maneras, como puede ser de armonía entre ellas o de conflictos. Y es que la identidad, sea individual o colectiva, no se relaciona con un solo objeto. Hay tantas posibilidades de identidad como aspectos que dan sentido a la existencia de un individuo o grupo de individuos.

Todavía es necesario hacer algunas aclaraciones para que la indagación acerca de la identidad no desemboque en un plano ahistórico y metafísico. Primero, la identidad no es algo homogéneo y delimitado, ni siquiera en la persona individual, sino abierto a variaciones, negaciones, ampliaciones e innovaciones.

Segundo, el individuo o el conjunto de individuos no tiene solo una identidad, sino varias, unas más importantes que otras, según el peso que tenga el objeto que lleva a la definición en su existencia. Se puede ser, al mismo tiempo, mujer, dominicana, antillana, cocola, macorisana, negra, profesora de escuela, madre soltera, sentimental y muchas cosas más.

Tercero, la identidad no es una noción estática, sino que está en movimiento, junto a la historia, pues las nociones de identidad de los grupos humanos cambian a medida en que las condiciones en que se desenvuelven van evolucionando.

Cuarto, la identidad no se recibe únicamente de manera pasiva, sino también es producto de la construcción consciente y deliberada, conforme a elecciones ante las disyuntivas de la vida. El individuo recibe de los colectivos, pero también índice en ellos. El individuo y los colectivos van perfilándose en sentidos distintos de manera consciente, pues toda identidad implica un acto de toma de conciencia y decisiones acerca de lo que se quiere ser.

Estas notas pueden ayudar a que se comprendan mejor algunos puntos relativos a la identidad dominicana. Se han emitido muchas hipótesis respecto a ella que carecen de verdaderos fundamentos históricos. Se ha pretendido hacer definiciones en una sola noción que abarque a todos los dominicanos de todas las épocas y condiciones, lo cual es absurdo y anti histórico. Lo que se dirá a continuación no pasa de una reflexión inicial que no pretende validez general, sino ser un material para la reflexión y el debate.
Embarcadero, Puerto Tortuguero, Bahía de Ocoa
Durante largo tiempo no pudo haber en el país ningún plano de identidad que abarcara a todos los habitantes. A lo largo de décadas, por ejemplo, los indígenas se definían primordialmente por la pertenencia a su conglomerado étnico, al igual que los africanos y los españoles. Con el tiempo se hizo mayoritario el sector que descendía de esos tres conglomerados étnico-raciales, el de los “naturales”, “pardos”, “mulatos” u otras denominaciones. Pero todavía subsistían situaciones de separación social abrupta que impedían el surgimiento de elementos de una identidad compartida, particularmente como resultado de la esclavitud, pues el esclavo estaba incluso desprovisto del estatuto de humanidad.

El acercamiento entre la generalidad de habitantes de la isla, a causa de varios factores, fue con el tiempo generando elementos de identidad que trascendían los orígenes étnico-raciales y sociales. Lo más determinante en facilitar este reconocimiento común fue la pobreza generalizada, que acercó a negros y blancos, a esclavos y libres, disminuyó el peso de la esclavitud, facilitó matrimonios entre personas de condiciones distintas y contribuyó a que se gestaran nociones de comunidad. Durante siglos los dominicanos se identificaron a sí mismos con la condición de la pobreza. A medida que perdió peso la esclavitud, los dominicanos se fueron identificando de igual manera como libres, por oposición a la situación de países cercanos, en donde predominaba la esclavitud dura de la plantación de exportación. Entre nosotros, la esclavitud fue menos perjudicial, porque el esclavo trabajaba generalmente en un hato ganadero, con bastante independencia del amo o en relación directa con él.
Todavía podían quedar muchos planos que impedían fórmulas de identidad común, como por ejemplo, el resultado de la separación entre las regiones del país en épocas en que las comunicaciones interiores eran en extremo difíciles. Cada región definía perfiles separados por oposición a las restantes.
Cuando se completaron procesos de integración de todos los habitantes del territorio, o de una gran mayoría de ellos, puede decirse que comenzó a surgir una identidad dominicana, proceso que arrancó a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Entonces hubo otras situaciones —además de las arriba descritas— que acentuaron esa toma de conciencia. Una fue la lejanía de la metrópoli, de forma que, al madurar como colectivo, los dominicanos fueron tomando conciencia de que no eran españoles, de que eran otra cosa. Lo mismo aconteció respecto a los habitantes del vecino país, reconocido como otros —fuese como franceses o haitianos— con atributos que comparados contribuían a afirmar los propios.

J. R. Beard (John Relly), 1800-1876

Con la conformación del pueblo dominicano, corrieron parejas nociones de identidad diferenciada que prepararon las condiciones para que se planteara la aspiración a la autonomía nacional. De manera progresiva, se fue tomando conciencia de la clase media urbana. La aspiración a la libertad de nuevo delimitó planos de identidad con otros colectivos nacionales, solo que esta vez no alrededor de componentes étnicos o raciales, sino políticos. El plano común, que cubrió grandes franjas de la población, alcanzó dimensión nacional en la medida en que se partió del reconocimiento de pertenencia a un colectivo que aspiraba a la libertad, por oposición a los que pretendían esclavizarlo de nuevo, fueran haitianos, españoles o norteamericanos.

Por supuesto, mucho se podía hablar de las evoluciones de las identidades de los dominicanos a lo largo del tiempo hasta el presente. Las identidades en el país han experimentado variaciones muy sensibles en las últimas décadas, a medida que los “tiempos históricos” se han acelerado y el país, antes muy aislado, se ha insertado de más en más en corrientes internacionales. En cosa de décadas se ha pasado de una identidad rural mayoritaria a una urbana, se ha evolucionado de manera casi atropellada del burro al motor. Los prototipos de autorreconocimiento “raciales” han experimentado en idéntica medida variaciones sustanciales. Durante siglos muchos dominicanos formularon mecanismos de identidad colectiva para afianzar la creencia de pertenencia a la condición de blancos. Las nociones de “indios” o “blancos de la tierra”, entre otras, si bien comportaron un componente desvirtuado respecto a la realidad, al mismo tiempo operaron como un medio de afirmación de la condición de la diferencia. Al denominarse así los dominicanos tomaban conciencia de que no eran blancos, aunque aspiraban a la condición digna que se reconocía en ellos.

Dominicanos en Estados Unidos
El contacto con el exterior, sea por la residencia de centenares de miles de dominicanos en Estados Unidos y otros países, por la llegada de turistas o por el impacto de los medios masivos de comunicación, ha replanteado tales miradas en otra dirección, y ha acentuado la toma de conciencia acerca de lo que define como diferente al país. Ya la noción de pobreza o modestia, consustancial con los parámetros seculares de vida, ha variado al surgir, por efecto de la urbanización y el crecimiento económico, una amplia clase media y abrirse las oportunidades a muchos otros. El quid importante de la problemática de la identidad dominicana estriba hoy en el reto de que se construyan de manera consciente nuevas nociones de pertenencia e identidad colectivas, que contribuyan a definir en torno a ellas proyectos de cambio que den lugar a una comunidad pautada por la equidad social, la democracia, el desarrollo cultural y la realización colectiva. Este sujeto social alternativo debería ser producto de la articulación de identidades múltiples existentes en franjas del pueblo. Sería el medio de enfrentar los problemas consuetudinarios de la comunidad dominicana así como los nuevos, algunos de los cuales son todavía más difíciles de resolver.

Publicado en la revista del AGN Memorias de Quisqueya.

http://issuu.com/revista_mdeq/docs/revista_m_de_q__2

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