Duele tanto y tan hondo, por Luis Carvajal Núñez



Descubro, sin quererlo,
que no soy polvo del polvo de estas calles
donde puede morir una certeza por la falta de fe
o de agua fresca;
que perdí mil amigos, casi hermanos, en tan sólo un relámpago;
que he quedado sin techo, sin Dios y sin cuaderno.

Que el amor proclamado en las estrofas
era de sal y espuma;
que el primer aguacero diluyo las amarras, arrastro las promesas,
hizo brotar espinos y mentiras;
que un nudo corredizo amenaza mi cuello y mis motivos;
que inútil, la poesía, desmiente al corazón, al libro, a la sotana.

Son, desencarnado el rostro,
sólo sombras sin huellas y sin almas,
en el rito del odio que deforma al espejo.

Ser: sólo ser por no ser lo que se niega.
Vellonera en el vértigo de cañas y de tumbas.
Amor muerto de amor, bajo el sombrero.

Duele tanto y tan hondo, duele tanto:
duele el silencio,
el odio, el engaño y el miedo;
duele la voz cercana que me niega tres veces;
duele la mano amiga que me inyecta veneno;
duele el tridente en manos de mis hadas y duendes;
duele la pulcritud de quien mira de lejos.

Duele tanto y tan hondo, duele tanto
que soy solo el dolor, que se niega al silencio.

© Luis Carvajal.




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