Sin palabra y sin dignidad, los pueblos no necesitan tener intelectuales...

Por
Ylonka Nacidit-Perdomo

…Se han creído tan grandes, tan elevados, tan doctos, tan superiores, que no conectan con el pueblo, y  sólo le reconocen autoridad a los políticos para “conectarse” con el pueblo.

¿De qué naturaleza primitiva o de qué “divinidad” utilitaria están hechos los intelectuales orgánicos, cuyas pasiones deificadas a la voluntad de un dignatario los petrifica, y no se colocan frente a la  voluntad única que debe poseer todo ser humano: la dignidad?

Si todos son así, idólatras de los opresores de turno, artesanos de dogmas para los fines de la dominación, criminales de la verdad, fieles sirvientes para la solidez de un régimen, carcomidos por la docilidad, profanos del derecho natural de los pueblos a tener derecho a la humanidad, a una vida colectiva donde las leyes  sean las fórmulas evidentes para conciliar el derecho a la felicidad.

Si los intelectuales no tienen sueños y la búsqueda consciente de la armonía universal,  y no renuncian a  ser  individuos crueles.

Si los intelectuales no saben desnudar las espigas  ante el sol, sacudir al mundo de la barbarie y de la enfermedad de la guerra.

Si los intelectuales no saben confesar sus vanidades y herejías, las catástrofes que causan siendo cómplices del clientelismo político.

Si los intelectuales  dejan que sus ideas las posean hombres perversos, que las aprisione una red de propagandistas al servicio de la política bastarda.

Si los intelectuales prefieren lo superfluo, lo material, como beneficio fundamental para su inclusión en el sistema.

Si los intelectuales son incrédulos de la transformación a través de la palabra y no tienen valentía para revelarse.

Si los intelectuales no pueden escribir un libro de afirmaciones sobre la dialéctica de la vida, gracias al asombro de la existencia.

Si los intelectuales se creen jueces únicos y sin sustitutos para juzgar lo bueno y lo malo, a los incautos,  a los inocentes, a los analfabetos,  a los pobres, a los excluidos… desde su soberbia de nobles predestinados para ejercer el pensamiento.

Si los intelectuales son ídolos de barro, adornos, plumas que los políticos conquistan con un simple guiño de ojo.

Sin los intelectuales abrazan el inmediatismo y el cohecho para ser fulgurantes y rutilantes estrellas del parnaso.

Si los intelectuales apenas comprenden la necesidad de los pueblos de derribar las murallas de las mentiras que se construyen desde el poder y el absolutismo político.
Si los intelectuales prefieren la abundancia de beneficios económicos a la dignidad, y  se convierten en “eruditos”  e industriosos, sin sentimientos colectivos, sólo porque desean la “gloria” de una civilización que los echará al polvo cuando lo juzguen.

Si los intelectuales no son otra cosa que dóciles instruidos, que desdeñan al  ignorante porque no tienen un abrigo de oro ni manjares exquisitos.

Si los intelectuales no son guardianes ni defensores de las cuestiones últimas de la condición humana, a la cual la impiedad y la inequidad  condenan  a los más débiles.

Si los intelectuales son como las monedas, de dos caras, falsos profetas de su tiempo, sin ética, sólo pragmáticos  consumidores de la plasticidad natural, de las excelentes poses que revelan su gracia de funcionario corporativo o del sistema.

Si los intelectuales solo promulgan como bueno y válido su saber a los cuatro vientos, porque son ellos los individuos únicos y capaces de monopolizar el pensamiento y la creación oficialista, llena de maniqueísmos e infrahumana desigualdad. 

Si los intelectuales son avaros comprometidos con el desequilibrio institucional, hacedores de  enérgicos discursos falaces, ruines, donde reúnen todas las máscaras discordantes del teatro de las apariencias.

Si los intelectuales son gentes que se autoexilian en el silencio por miedo; si  separan el sentido de la dignidad de la vida al sentido de la verdad y de la justicia…

…entonces, las sociedades no necesitan tener intelectuales ni la civilización reunirse en un pueblo a través de la palabra!

¿Qué hacer con la palabra, es lo único que puedo preguntar? ¿De quién es la palabra? ¿Para qué la palabra? ¿Por qué hay que administrar a la palabra desde el poder? ¿Quiénes legitiman a la palabra? ¿Hay derecho a la palabra? ¿Por qué tener a la palabra escondida, helada, inadvertida? ¿Por qué eclipsar a la palabra ahora cuando la angustia por la posesión de ella crece y hay una orfandad de sentirla como nuestra? ¿Por qué no se transmite la palabra que los hambrientos necesitan para liberarse? ¿Por qué imponer una mordaza a la boca y aprisionar la lengua para que no conozca la identidad entre el alfabeto y el pueblo? ¿Qué hacer cuando la palabra es humillada, cuando la palabra pierde su poder universal de ser un eco, una antorcha, un diluvio, una voz de libertad? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer cuando desean que tu palabra sea paciente y obediente; cuando le rasgan las vestiduras, cuando miserablemente la destinan a morir? ¿Qué hacer cuando la emplazan a callarse, cuando la conquistan con  promesas, con banalidades o cuando recomiendan su prisión, su enclaustramiento y borrarla con el olvido eterno? ¿Qué hacer si hacen de la palabra una ruina  llena de mártires, de tumbas, de infierno? ¿Qué hacer si por tener derecho a la palabra la humanidad vive un holocausto?...Sólo morir, decidir, escoger morir…pero con dignidad!


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