¿Dónde esta Waterloo? (por Andrés Trapiello)

Andrés Trapiello

LA ESCENA DE FABRIZIO del Dongo, protagonista de La Cartuja de Parma, preguntando en medio de la batalla de Waterloo a unos y otros dónde estaban los combates (los que veía no le parecían a la altura de la idea que se había hecho él de Napoleón), ha quedado como ejemplo de nuestra dificultad para objetivar los hechos. No hay nadie desde hace quince años que no sienta que el mundo está cambiando radicalmente, que va hacia una nueva era, que lo está haciendo a una velocidad incontrolable, que esto no ha hecho más que empezar y que no sabemos tampoco dónde ni cómo ni cuándo parar.

Las revueltas que se han iniciado en el norte de África y las pendientes en China o Cuba la incertidumbre sobre las reservas energéticas o la gran revolución Internet que concierne a todos por igual, ricos y pobres, musulmanes, cristianos y budistas, hombres o mujeres, justos e injustos, nos asombran tanto como nos desasosiegan. Hablemos, por ejemplo de algo que nos concierne a tantos: los libros. También se oyen opiniones apocalípticas. Es posible que sigan escribiéndose, vaticinan, pero no está claro que vayan a leerse.

La invención de la imprenta supuso el fin de los copistas; la invención de la linotipia, el de los cajistas, y una de las primeras consecuencias de la invención de los ordenadores, el de los linotipistas y fotocompositores. El trabajo que hacían ellos lo hemos asumido los escritores. Somos escritores, pero se nos ha hecho cajistas y linotipistas de nuestros propios libros, y es cuestión de tiempo que internet nos convierta en editores, y quién sabe si también en nuestros propios distribuidores y libreros. "Editor de su sola y propia obra” dijo de sí mismo Juan Ramón Jiménez, un hombre que soñó, sin haberlo conseguido nunca con tener una imprenta debajo de su casa que imprimiera cada día su trabajo de la víspera. Hoy Juan Ramón sería feliz, escribiría sus poema en su portátil y los difundiría a la mañana siguiente por todo el mundo limpios, corregidos (acaso lo que más le gustara pues nunca ha sido tan sencillo corregir). Y como é1, todos nosotros. Pues esto nos ha traído la era digital: el escritor podrá ganar un poco más escribiendo lo mismo y el lector, leer lo mismo pagando mucho menos. Habrá más libros con menos costes, y la literatura conocerá una difusión en la que jamás pudo soñar. ¿Se opondrán a ello los papeleros, impresores, editores, distribuidores y libreros? Si aman la literatura y la cultura como dicen, no deberían. No deberían tampoco impedirlo los lectores, con sus rapiñas. Pues sueña uno sí, con el día en que podamos difundir desde nuestro ordenador nuestros libros, como vilanos que se dispersan por el mundo libres de toda brida. "siembro en todos los vientos", se leía en el anagrama de la vieja enciclopedia Larousse junto a una joven que soplaba sobre un vilano. Nada ha cambiado, aunque los vientos hoy sean
otros. Escribimos para todos y para ninguno por lo mismo que tu lees este articulito para ti en nombre de todos y de ninguno. Ha empezado esta batalla de Waterloo, de fin incierto pero vivir, escribir, leer no es más que el testimonio de una incertidumbre. Y eso fue así ayer, lo es hoy lo será mañana.

(Gracias E)

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