Chiqui Vicioso

EL VIAJERO DEL SIGLO: NOTAS DE UNA VIAJERA

Al poeta y hermano, Blas Jiménez, in memoriam.

Supe porque Ruth me eligió para presentar la novela “El viajero del siglo”, de Andrés Neuman, cuando leí la dedicatoria: “A la memoria de mi madre, que suena y suena. A mi padre y mi hermano, que la escuchan conmigo”. Y lo supe porque hace apenas un mes que perdí la mía, y ella era una mujer brillante, extraordinaria poeta, que traspasó todas las fronteras de su pequeño Santiago de los Caballeros natal, cuando se enamoró de un poeta, músico, compositor y bohemio.

Esta novela comienza con una ciudad imaginaria: Wanderburgo, cuya ubicación exacta esta contenida en el nombre, porque “to wander” es un verbo que en inglés significa “vagamundear”: recorrer, incursionar, dar vueltas por el mundo, y “burgo” es pequeña ciudad. Y es esta la maravillosa historia de una ciudad cuyos límites reales son los del sentimiento: será oscura, confusa y misteriosa para el recién llegado, y se irá aclarando, volviéndose luminosa, primaveral, vital, alegre, cuando el errante corazón comience a establecer los lazos indispensables.

Porque una ciudad será siempre eso: los afectos que en ella creamos y dejamos, a los que siempre retornaremos; y porque la ciudad fundamental es siempre una sola: la que nos construimos, y siempre reencontraremos en todas las ciudades que visitamos, o donde permaneceremos, cuando el espacio se acerca y el verde de jardines que no miras te agarra el iris, las pestañas, huele sin doler el aire, y todo el azul desciende, todo el rosa de las buganvilias, el lila de la muerte aparente de la tarde te avisa que has llegado a ese íntimo lugar de la memoria donde siempre has habitado. Ese único lugar donde –fugaz– lo único trasgrede.

Es esta una novela profundamente “femenina”, tanto por la estructura, que niega una trama organizativa vertical, linear, tradicional, donde existe una exposición, complicación, clímax y resolución, y que se expresa como una escalera, situándose el desenlace generalmente al final, o cerca del final de la novela.

Andrés Neuman adopta un esquema organizativo asimétrico, es decir, que se desarrolla como una red, se teje, y en vez de ser linear es nuclear, y la narrativa surge de un punto dado y regresa a su lugar de origen, como las arterias de una telaraña. Y es también “femenina” por el uso que hace de diarios y cartas (géneros atribuidos convencionalmente a las mujeres), donde ¡que ironía que sea el Párroco el más “femenino” de los observadores, con sus comentarios sobre modas, y chismes de la localidad, al Arzobispo!

¡Y qué alegría! descubrir que es la plaza del mercado: “punto donde confluyen todas las direcciones de Wanderburgo”, uno de los núcleos de esta trama, porque todo viajero, y viajera, sabe que el primer lugar que una busca cuando llega a una ciudad, para orientarse, para cogerle el pulso (para evitar esa desconcertante sensación de sentirse en medio de una tarjeta postal), es el mercado, lugar donde Hans, el protagonista de esta novela, se recupera de la extrañeza que le provoca la posada donde se hospeda (donde nunca conoce a los otros huéspedes) y un halo de misterio permea y envuelve a los dueños del hostal y su familia.

Y es esta atmósfera de extrañeza (“parecía, pensó Hans, que una de las dos plazas, la diurna o la nocturna, fuera un espejismo”, pág.81; “Wanderburgo (aquí la ciudad es sujeto) nunca sabe donde están sus fronteras, hoy aquí y mañana allá”; o “es imposible saber donde esta exactamente Wanderburgo en el mapa, porque ha cambiado de lugar todo el tiempo”, pág.83) un discreto tributo a Borges y sus jardines que se bifurcan, o sus circulares bibliotecas interminables. Y en el estilo, el magnífico arte de narrar, la atmósfera que recrea, a la escritora danesa Isak Dinesen, y sus “Siete cuentos góticos”, (de 1934) según el poeta cubano Eliseo Diego (quien me los regalara), la mejor escritora del genero.

Dividida en cinco secciones: Aquí la luz es vieja, Casi un corazón, La gran manivela, Acorde oscuro y El viento es útil, el personaje central de esta novela es para mí la libertad, el papel central de las ideas en el ejercicio del libre albedrío, y el efecto detonante del debate intelectual, de la inteligencia, en el amor y la pasión (“la amo porque la admiro”), para esa mitad de la humanidad, históricamente sometida, que es la mujer.

En “El viajero del siglo”, el luminoso debate de las ideas sucede en un salón de tertulias literarias como las que abundaban en la burguesía del siglo 19 (a la aristocracia, representada en esta novela por el novio de la protagonista Rudi Widerhaus, siempre le aburrieron -y aburren- esas demostraciones de significancia social), tertulias donde lo viejo y lo nuevo se enfrentan en los personajes del protagonista Hans y el profesor Mietter.

Son estos, capítulos donde Andrés Neuman demuestra su dominio del pensamiento europeo del siglo 19 (posiblemente el que heredó de sus padres), y de manera crítica (intuyo) de su madre, a quien creo rinde tributo con Sophie, el personaje femenino principal de la trama, novia de Rudi y amante de Hans.

Y, a través de ellos, el autor nos da una clase de cómo y para qué se escribe una novela que realmente pueda convertirse en un “puente entre la historia y los debates del presente”, que pueda trascender lo nimio, lo vulgar, el lugar común, la insignificancia de nuestras pequeñas experiencias personales, con una deslumbrante erudición, no con los fáciles destellos de la palabra fácil. Un aporte que de seguro subrayarán los y las profesores universitarios que adopten este libro para sus clases de literatura, como modelo del género novelístico, y desde luego las nuevas camadas de narradores y narradoras.

En ese luminoso intento por revivir una luz ya vieja, vamos descubriendo el pensamiento de una mujer excepcional: Sophie, quien al mencionar el libro el “Catecismo de la razón”, del pastor Schleiermacher, dice: “parece ser, dice (pág.56), el único teólogo que se ha percatado de que las mujeres, padre mío, además de descarriadas, somos la mitad del mundo, como mínimo”. Y añade: “Nuestra única norma es la sinceridad en las opiniones… lo cual, señor Hans, créame, resulta todo un milagro en una ciudad como esta” (pág.61). Interpelando, luego, a las otras mujeres de la tertulia, subyugadas por sus maridos, las reticentes Sra. Levin y la Sra. Pietzine, a expresar sus propias opiniones: “Querida amiga, le preguntaba cuáles son sus opiniones políticas”, para concluir…, a la vez que expresa las suyas con gran ironía: “Opino caballeros, y sé que a su lado soy una ignorante política, que la desilusión de una revolución no tendría por que causar un retroceso en la historia”. Porque “no hay mayor revolución que la de las costumbres”, y (refiriéndose a Schiller, a quien critica) “si fuera por ellos (los filósofos alemanes) ni siquiera podría estar hablando de su obra porque estaría probándome ropa” (pág.79).

Opiniones de Sophie (un guiño del autor, porque Sofía es no solo un tributo a la musa de Novalis, el poeta favorito de Neuman, sino también sinónimo de sabiduría divina, y el nombre de una santa que fue mártir en Roma durante el reinado de Adriano), una mujer que cada vez se vuelve más osada, y critica la Revolución Francesa, “de los muchos de los reproches que podríamos hacerle a los jacobinos, uno de ellos es que se escandalizaran tanto cuando las mujeres francesas reclamaron su derecho a participar en la vida pública”. Por eso añade: “decía que, además de nuevos proyectos políticos, hacen falta subversiones privadas. Y, espero que coincida conmigo en que si esa revolución íntima se hiciera como es debido, su consecuencia natural sería un cambio de las funciones públicas, y me comprende, que las mujeres pudiéramos aspirar al Parlamento además del bordado…”, opiniones de una contemporaneidad absoluta en islas como esta, donde, por ejemplo, la mal llamada Reforma Constitucional, de reciente data, nos ha devuelto al tiempo de la Inquisición, como si los avances de la humanidad y el desarrollo de las ideas nos fuesen totalmente ajenos, y como si una familia pudiese aterrorizar a todo un país imponiendo medidas que afectan al 52% de las mujeres, y al 56% de las votantes, con un mal llamado Artículo 30 que al prohibir el derecho humano de la mujer a su cuerpo y su salud la condena a muerte.

Y, qué maravilla descubrir a un novelista joven con una crítica fundamental a Fitche, el nacionalista alemán que afirmaba que “el segundo sexo podrá solo encontrar la plenitud en el matrimonio”; a Goethe (“que la mujer aprenda a servir desde joven”, pág.177); y a Schopenhauer (“la mujer es un animal de pelo largo e ideas cortas”), a quien el autor, por boca de Sofía, califica de “uno de los autores mas miserables que he tenido la ocasión de malinterpretar”. De hecho, dice ella, “no hace mucho me atrevía a leer su libro y parecía algo inseguro con las mujeres, insistía en que nos aplicáramos a las labores domésticas o a la jardinería, pero que jamás se nos ocurriera instruirnos en literatura y mucho menos en política”…, añadiendo: “Desde mi carencia de teoría, me embarga la impresión de que a los mayores filósofos de nuestro tiempo los persigue una contradicción: todos aspiran a fundar un pensamiento distinto, pero todos piensan los mismo de las mujeres”… (pág.104).

En esta novela, faltaría incluir en la lista de autores miserables, a Augusto Comte, el supuesto padre de la sociología moderna, quien escribió sobre la poca capacidad de la mujer, en comparación con el hombre, “para la continuidad en intensidad del esfuerzo mental, o bien debido a la debilidad intrínseca de su raciocinio, o a su ligera sensibilidad moral y física, que son hostiles a la abstracción científica y a la concentración”; a Jean Jacques Rousseau, con su Emilio, rabioso misógino quien decía “una mujer sabia es un castigo para el esposo, sus hijos, sus criados, para todo el mundo”; a Kant, a quien Neuman menciona más en relación con sus teorías sobre la sociedad que por su visión de la mujer: “Una mujer que se ocupa de las controversias fundamentales sobre la mecánica, se podría también dejar la barba”; Hebert Spencer, quien afirmaba que “las mujeres muestran una perceptible deficiencia en dos facultades: la intelectual y la emocional”, y Hegel, quien afirmaba que “si las mujeres controlaran el gobierno el Estado estaría en peligro, porque ellas no actúan según los dictados de las reglas universales, sino que se dejan influenciar por inclinaciones y opiniones ocasionales. La educación de las mujeres contamina, uno no sabe cómo”.

Opiniones no solo cultivadas por los misóginos de antes, y los de ahora, sino también por las mujeres, lo que lleva a Sophie, la protagonista, en una réplica al profesor Mietter (quien los representa la perfección, en esta novela): “se sorprendería usted, estimado profesor, de lo aplicadas que pueden llegar a ser mis amigas cultivando la misoginia”, y a rendirle tributo a Mary Wollstonecraf, escritora, filósofa feminista, libre pensadora en el plano de sus relaciones afectivas con los hombres, conocida mundialmente por su libro “Una Reivindicación de los derechos de la mujer”, y autora, como Neuman, de libros sobre viajes. Es interesante que su hija, Mary Wollstonecraft Shelley, también escritora, compusiera una versión más idealizada del homosapiens, compuesta de los fragmentos que nos apasionan, y que todas vamos encontrando en distintos hombres, en el personaje de Frankestein.

Aunque el autor no menciona a John Stuart Mills y a su esposa Harriet Tardy Mills, ambos coautores del libro “Capitalismo y esclavitud”, donde estos establecen la correlación entre el sistema capitalista y la esclavitud doméstica de las mujeres, diciendo: “la verdadera cuestión es si es justo y conveniente que la mitad de la raza humana tenga que pasar por la vida en un estado de obligada subordinación a la otra mitad”, el conocimiento de estos autores está representado en esta novela en el personaje de Álvaro, el emigrado español que se hace amigo de Hans.

Muchas de sus ideas expresadas por Alvaro provienen de la Constitución de la República Española, las cuales permearon la legislación y política a favor de la mujer en la España de entonces y curiosamente en Iberoamérica; Constitución de la República Española por la que muchos preclaros pensadores (entre ellos el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, padre, junto con la poeta Salomé Ureña, de la educación de la mujer dominicana) hicieron campaña en Barcelona en 1868, y que Hostos incorporó, de manera radical, en su segunda estancia en Santo Domingo, entre 1900 y 1903.

En esa Constitución se consagra el derecho de la mujer a educarse, que Andrés Neuman consigna en esta novela cuando Hans, el protagonista, alfabetiza a Lisa, la adolescente que limpia la posada donde se hospeda; el derecho de la mujer a un empleo, que en esta novela representa la oferta de Hans a Sophie para que se integre a una editorial como traductora; y, aunque no esté consignado en ninguna Constitución: el derecho de la mujer a una sexualidad plena, reflejada en unos capítulos (que también podrían convertirse en un tratado sobre el papel de la inteligencia en la conquista del sexo opuesto y del arte del amor erótico, tan bien descrito por Marcuse en “Eros y civilización”), donde la imaginación y la paciencia frente al otro, u otra que nos seduce, constituyen un disfrute igual o mayor que la consumación en sí del encuentro sexual. Fuente de una pasión que trasciende lo ordinario. Diciéndolo en buen dominicano: donde se disfruta tanto el hambre como la saciedad.

EL ORGANILLERO

Empero, Andrés Neuman no quiere convertir esta novela en un despliegue de la inteligencia educada, o la academia, por eso rinde culto a la sabiduría popular a través de un personaje maravilloso que simplemente denomina el organillero, quien curiosamente terminar siendo el consejero del brillante intelectual que es Hans, en esta novela:

“Las magnolias, dijo el organillero, significan perseverancia, son una invitación para que insistas. ¿Y eso es asi, desde cuándo?, preguntó Hans. Desde toda la vida, sonrió el organillero, ¿tú en qué mundo vives? Entonces, dijo Hans, ¿usted cree que debo decirle algo, mostrarle mis sentimientos? No, no contesto el viejo, hay que esperar, no seas torpe, lo que ella esta pidiéndote no es acción, es tiempo. Ella necesita pensarlo, pero para pensarlo necesita saber que tú sigues ahí, ¿entiendes? El tiempo de su amor es suyo, no puedes dominarlo. Te conviene insistir, pero esperando. ¿Los campesinos tiran de los girasoles para que se acerquen al sol?”

REICHARDT Y LAMBERG

Hay otros dos personajes que rinden culto a la visión humanista del autor (si yo fuese optimista diría que marxista del autor), y son Reichardt y Lamberg, el primero representa al campesinado y su horror de envejecer, de perder las fuerzas, en esos campos de esclavitud moderna que eran y son las grandes plantaciones agrícolas. El otro, Lamberg, retrata a un proletariado superexplotado, pero que aún no pierde las esperanzas de navegar, de viajar algún día en un barco de vapor, de escapar de Wanderburgo. Por cierto que en estos capítulos la visión de la burguesía, o más bien de los burgueses o patrones, es estereotipada: “…los cinco hombres tomaron asiento con aire imperial… Tres de ellos se embutieron unos puros enormes”, y si, como aquí, todos “tomaban cerveza”, porque aquí los burgueses intentan proyectar la imagen de ser austeros, de ir a misa los domingos y comulgar, exudando la sangre de los braceros haitianos, o de las obreras de zona franca, apestando a abuso laboral.

Y aquí, en República Dominicana, como en la novela, “es imposible librarse de ellos, porque en esta ciudad los empresarios, industriales, contratistas, accionistas y banqueros son todos parientes. Se huelen la entrepierna. Se casan entre sí. Conviven, se reproducen. Se protegen. …Y toda esa gran familia vive contratando a los miembros de otra gran familia, la de los abogados, médicos, notarios, arquitectos y funcionarios municipales. Si sumas las dos familias tendrás todo el dinero de la burguesía local, salvo dos o tres monedas…”, una descripción exacta de la burguesía dominicana y de Santo Domingo, esta ciudad que es un gran edificio de apartamentos, con áreas verdes programadas, que el pueblo, morboso, ronda ignorando las cosas del cemento. Ciudad donde el granito de las escaleras es el mismo de las tumbas y mientras pongo vitaminas a mis rosas, un hombre escarba el basurero, queda el mar.

Y queda el viento, un “viento útil” porque exorcisa la muerte.

En la tradición Yoruba de la santería, el viento es la expresión de Oya Yansa, la señora de los cementerios, la única que puede pulsear con la muerte, y en esta novela es el viento el que avisa, el viento el que actúa como “un rastrillo, una polea, una palanca, el viento el que sabe, alisa el mapa, corre por todas partes, y siempre es forastero, se acerca, toma forma, dibuja un cinturón en torno a Wanderburgo, desnuda chimeneas, despierta farolas, araña muros, se desliza silbando… rueda, ronda, callejea”, anuncia que ha llegado la hora de partir.

Esta novela ha sido escrita por un poeta, no en balde Andrés Neuman es autor del volumen “Década”, que reúne sus libros de poemas, y ha recibido el Premio Hiperión de poesía y fue finalista del Premio Herralde.

La poesía está presente en y durante todo el texto, y podría construirse un largo poema solo con los versos con que el autor inicia, intercala, o termina los capítulos de su novela:

La tarde se había volcado abruptamente derramando el frío de una sola vez.

La noche en Wanderburgo no es la boca del lobo: es lo que el lobo, ávido, mastica.

La lana de la noche se tejía rápido

Viajar en tren es como si los países se movieran

Wanderburgo era la misma?

O no solo seguía desplazándose sigilosamente, sino también cambiando de aspecto

Mientras el sol sudaba una luz masticable

y podía escucharse el liquido del silencio?

Y esta novela no sólo ha sido escrita por un poeta sino que es un tributo a la poesía, una erudita demostración del conocimiento del autor de poetas ingleses, portugueses, alemanes, españoles y franceses, de los y las poetas de la antigüedad, y de poetas hispanoamericanos como Sor Juana (con poemas que yo desconocía y me han resultado una revelación), cuyos mejores poemas reproduce y cita, mediante el recurso de las sesiones de traducción entre Hans y Sophie , convirtiendo esta novela, de nuevo, en un excelente instrumento para las clases de literatura, por sus reflexiones sobre el arte de poetizar (mediante los debates entre el profesor Mietter y Hans), y sobre el arte de la traducción poética, y cito:

Prof. Mietter: (quien por cierto resultó ser -capítulos un poco forzados y a mi ver innecesarios en una novela tan rica en tramas y matices- un violador de mujeres en la vida real, tal y como lo era en el ámbito literario cuando violaba el derecho del sexo femenino a pensar):

“La poesía es evidentemente un arte universal como modo de expresión. Ahora bien, en cada una de sus manifestaciones particulares, la poesía es un arte cultural, nacional, y por tanto intraducible en última instancia, porque… lengua y pensamiento no pueden separarse… Por eso ningún pensamiento es traducible, como mucho adaptable”…. (¿no les suena este debate familiar en relación a la obra de Junot Díaz y Julia Álvarez?). Como ven los reaccionarios fueron y siguen siendo los mismos en todos los tiempos.

A lo que Hans, el protagonista, responde con un maravilloso ejemplo de contemporaneidad vigente, y podría afirmar que muy isleño:

“A mi modesto entender, las emociones no sólo son creadas por una lengua determinada, también provienen de cruces culturales, de encuentros anteriores con otras lenguas, de sobreentendidos nacionales y extranjeros. De esa heterogeneidad partimos para pensar, sentir o escribir. Goethe siente en alemán por un lado y habla seis idiomas por otro. ¿No es su cultura múltiple una corriente que se encauza, se traduce en su lengua materna? ¿Quiénes somos nosotros para determinar cuál sería la unidad originaria, el primer eslabón?

Perfecta y actualizada respuesta de Neuman a los fundamentalismos literarios que abundan, curiosamente, en estas pequeñas islas forjadas de cruces culturales, encuentros anteriores con otras lenguas, de heterogeneidad racial, sexual, lingüística, de viajeros y viajeras de todos los siglos, de cartas y diarios de ruta, de puntos de partida y de llegada, de puertos, barcos y mares, piratas y santos como Bartolomé de las Casas, esclavos e indígenas, voces, voces, voces que nos hablan en un constante ulular del viento.

En este, nuestro archipiélago

En este nuestro mar

Transitan usted y su novela, Sr. Neuman

Canoas o balsas sus maletas

Navegando por estas islas húmedas de sal

Sal de vida y llanto

Donde siempre le esperaran las palabras

Esa única madre universal

Que permanece.

Fin.

Comentarios