Continuidad de los perseguidores del jazz


Me invitó a subir a su piso y allí nos acomodamos los dos, ella y yo, solos, con la calefacción encendida, hablando animadamente de jazz y escuchando, de fondo, a Charlie Parker. Sonó el timbre de la puerta. Me levanté y abrí. Entró, sin saludar, como una exhalación, un hombre envuelto en una frazada que le tapaba hasta las cejas y que decía buscar un saxo que había perdido por enésima vez. ¡El mismísimo Charlie Parker en persona! ¡No me lo puedo creer! Se sentó en medio de los dos, con muy malos modos, es verdad, y ella ya no me volvió a dirigir la palabra.

Cuando sonó el timbre por segunda vez, me levanté, cogí mi abrigo, la bufanda y los guantes y me largué. Estaba seguro de que cuando abriera la puerta me encontraría allí plantado a Julio Cortázar para arruinarme, definitivamente, el resto de la velada.

JUAN

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